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Authors: Gerald Durrell

Tags: #Humor, #Biografía

El jardín de los dioses (17 page)

Dice mucho en favor de Jeejee que de la risa que le dio casi se cayera debajo de la mesa, y su hilaridad hizo que todos los perros se pusieran a ladrar vociferantemente.

Pero probablemente lo que hacía más entrañable a Jeejee era el entusiasmo desmedido con que se aplicaba a lo que en ese momento le llamara la atención, aunque su incompetencia en ese terreno estuviera demostrada sin sombra de duda. Cuando Larry le conoció había decidido ser uno de los más grandes poetas de la India, y con la ayuda de un compatriota que sabía un poco de inglés («era mi cajista», explicaba) fundó una revista titulada
Poetry for the People
, o
Potry for the Peeple
, o
Potery for the Peopeople
, según que Jeejee supervisara o no la labor del cajista
[8]
. La revistilla se publicaba una vez al mes, con colaboraciones de todos los conocidos de Jeejee, y en ella se leían algunas cosas curiosas, según tuvimos ocasión de descubrir, porque el equipaje de Jeejee estaba lleno de ejemplares emborronados que él ofrecía a todo el que mostrara algún interés.

Hojeando aquellos números encontramos cosas tan interesantes como
«The Potry of Stiffen Splendour - a creetical evaluation
». Al parecer el cajista de Jeejee era partidario de escribir las palabras como sonaban, o mejor dicho como le sonaban a él en ese momento. Así, un largo y encomiástico artículo del propio Jeejee era
«Tees Ellyot, Pot Supreme
»; la novedosa ortografía del impresor, unida a las erratas que es natural encontrar en trabajos de esa índole, hacía de su lectura una ocupación placentera, aunque desconcertante.
«Whye Notte a Black Pot Lorat
?», por ejemplo, planteaba un interrogante poco menos que sin respuesta, evidentemente escrito en inglés de la época de Chaucer, en tanto que el artículo titulado
«Roy Cambill, Ball Fighter and Pot
» le hacía a uno preguntarse a dónde iría a parar la poesía. Pero Jeejee no se dejaba amilanar por las dificultades, ni siquiera porque su impresor no pronunciara la hache aspirada y por lo tanto no la empleara nunca. Su empeño más reciente era fundar una segunda revista (impresa en la misma imprenta artesanal por el mismo cajista temerario) dedicada a su recién ideado estudio de lo que él denominaba «Faqyo» y que en el primer número de
Faqyo para todos
aparecía descrito como «una amalgama del Oriente misterioso, que reúne lo mejor del yoga y del faquirismo, dando detalles y mostrando el método a seguir».

A Mamá le intrigó mucho el Faqyo hasta que Jeejee empezó a practicarlo. Ataviado con un taparrabos y cubierto de cenizas, se pasaba horas y horas meditando en el porche o deambulaba por la casa en trance bien simulado, dejando tras de sí una estela cenicienta. Ayunó religiosamente por espacio de cuatro días, y al quinto le dio a Mamá un susto mortal porque sufrió un desvanecimiento y se cayó por las escaleras.

—Oiga, Jeejee, esto no puede seguir así —le dijo Mamá enfadada—. No tiene usted
sustancia
para dedicarse a ayunar.

Y una vez que le tuvo metido en cama se puso a elaborar inmensos curries reconstituyentes, sin otro resultado que el de que Jeejee protestara de la falta de «pato de Bombay», aquel pescado seco que daba mayor animación y atractivo a cualquier curry.

—Pero es que aquí no se encuentra, Jeejee; ya lo he intentado —protestó Mamá.

Jeejee agitó las manos, que sobre el blanco de la sábana parecían pálidas polillas broncíneas, y afirmó tajante:

—El faqyo enseña que en la vida hay sustituto para todo.

Cuando se hubo repuesto hizo una visita al mercado de sardinas frescas. Cuando los demás volvimos de una agradable sesión matinal de compras, encontramos inhabitables la cocina y sus alrededores. Jeejee, blandiendo el cuchillo con que destripaba los peces antes de extenderlos en la parte de atrás para que se secaran al sol, batallaba con lo que parecía ser la población entera de moscas, moscones y avispas de las Islas Jónicas. Llevaba ya unas cinco picaduras, y lucía un ojo hinchado y semi-cerrado. El olor a sardinas en rápido proceso de descomposición era sofocante, y toda la mesa y suelo de la cocina aparecían cubiertos de un manto de plateada piel de sardina y pedacitos de entresijo. Hasta que Mamá le enseñó el artículo de la
Enciclopedia Británica
que hablaba del «pato de Bombay» no renunció él de mala gana a la idea de la sardina como sucedáneo. Dos días le costó a mi madre quitar el olor de la cocina a fuerza de cubos de agua caliente y desinfectante, y aun después seguimos recibiendo la visita esporádica de alguna avispa esperanzada que entraba dando tumbos por la ventana.

—A lo mejor le encuentro a usted un sustitutivo en Atenas o en Estambul —dijo Jeejee con ilusión—. Estaba pensando si la langosta cocida y reducida a polvo…

—Yo no le daría más vueltas, Jeejee —se apresuró a decir Mamá—. Ya hace bastante tiempo que hacemos el curry sin él y nunca nos ha hecho daño.

Jeejee se dirigía a Persia pasando por Turquía para visitar a un faquir indio que practicaba allí.

—De él aprenderé muchas cosas que añadir al faqyo —nos dijo—. Es un gran hombre. Sobre todo es un gran experto en contener la respiración y ponerse en trance. Una vez estuvo ciento veinte días enterrado.

—¡Qué extraordinario! —dijo Mamá, muy interesada.

—¿Enterrado vivo? —preguntó Margo—. ¿Ciento veinte días enterrado vivo? ¡Qué horrible! Parece una cosa antinatural.

—Pero es que está en trance, querida Margo: no siente nada —explicó Jeejee.

—Yo no estaría tan segura —dijo Mamá pensativa—. Por eso es por lo que yo quiero que me incineren, sabe usted; por si acaso caigo en trance y nadie se da cuenta.

—No seas ridícula, Mamá —dijo Leslie.

—No es ninguna ridiculez —replicó ella con firmeza—. Hoy en día la gente es muy descuidada.

—¿Y qué más hacen los faquires? —preguntó Margo—. ¿Ese faquir sabe hacer que crezca un mango de la semilla, así de repente? Yo lo vi hacer en Simla una vez.

—Eso es mera prestidigitación —dijo Jeejee—. Lo que hace Andrawathi es mucho más complejo. Por ejemplo, es una autoridad en levitación, y esa es una de las cosas que le quiero consultar.

—Pues yo creía que levitación era hacer juegos de manos con cartas —dijo Margo.

—No —dijo Leslie—, es como flotar, algo parecido a volar, ¿no, Jeejee?

—Sí. Es una facultad prodigiosa —asintió Jeejee—. Muchos santos de los primeros tiempos del cristianismo levitaban. Yo no he llegado a ese grado de pericia, y por eso quiero estudiar con Andrawathi.

—¡Qué bonito eso de poder flotar como un pájaro! —dijo Margo extasiada—. Sería muy divertido.

—Yo tengo entendido que es una experiencia verdaderamente tremenda —dijo Jeejee, brillantes los ojos—. Se siente como si se elevara uno hacia el cielo.

Al día siguiente, cuando ya era hora de almorzar, Margo irrumpió en el salón despavorida.

—¡Venid! ¡Venid! ¡Que Jeejee se quiere suicidar! —chilló.

Corrimos afuera, y allí, subido al alféizar de la ventana de su cuarto, encontramos a Jeejee, con un taparrabos por toda vestimenta.

—Ya le ha dado otra vez el trance —dijo Margo, como si se tratara de una enfermedad infecciosa.

Mamá se enderezó las gafas y miró a lo alto. Jeejee empezó a balancearse levemente.

—Sube y sujétale, Les. Date prisa. Yo le entretendré hablando —dijo Mamá, sin darse cuenta de que Jeejee estaba sumido en extático silencio.

Leslie salió corriendo y Mamá se aclaró la voz.

—Jeejee, querido —trinó—, no me parece muy
acertado
que esté usted ahí subido. ¿Por qué no baja y nos acompaña a almorzar?

Jeejee bajó, en efecto, pero no exactamente como pretendía Mamá. Con toda tranquilidad dio un paso adelante en el vacío, y, acompañado por los gritos de horror de Mamá y Margo, fue a estrellarse contra la parra que había a unos tres metros por debajo de la ventana, derramando un diluvio de uvas sobre el enlosado. Afortunadamente la parra era vieja y sarmentosa y aguantó el leve peso de Jeejee.

—¡Dios santo! ¿Dónde estoy? —gritó él.

—¡En la parra! —chilló Margo muy nerviosa—. Estabas levitando y te has caído.

—No se mueva hasta que traigamos la escalera —dijo Mamá con un hilo de voz.

Llevamos la escalera v desenzarzamos al maltrecho Jeejee de las profundidades de la parra: tenía diversas contusiones y arañazos, pero por lo demás estaba ileso. A base de coñac se serenaron los ánimos de todos, y al fin, aunque con mucho retraso, nos sentamos a comer. A media tarde Jeejee estaba ya convencido de haber conseguido levitar.

—Si no se me hubieran enganchado los pies en esa perniciosa parra, habría dado toda la vuelta a la casa —dijo, tendido en el sofá, envuelto en vendas pero contento—. ¡Qué triunfo!

—Sí, pero yo le agradecería que no lo practique mientras esté en mi casa —dijo Mamá—. Mis nervios no lo resistirían.

—Volveré de Persia para pasar mi cumpleaños con usted, mi querida señora Durrell —dijo Jeejee—, y entonces le daré cuenta de mis progresos.

—Está bien, pero que no sea una segunda parte de lo de hoy —dijo Mamá con severidad—. Podía haberse matado.

Dos días más tarde, aún recubierto de esparadrapos pero impávido. Jeejeebuoy partió camino de Persia.

—A ver si es verdad que vuelve para su cumpleaños —dijo Margo—. Si vuelve para entonces deberíamos dar una fiesta en su honor.

—Sí, estaría bien —dijo Mamá—. Es un chico encantador, aunque tan… imprevisible, tan… ¡
temerario
!

—Bueno, pues es el único invitado de todos los que hemos tenido de quien verdaderamente se podría decir que se quiso ir volando —dijo Leslie.

Capítulo 6

La regia ocasión

Reyes y osos desazonan a sus guardianes

REFRÁN ESCOCÉS

De aquellos tiempos felices que pasamos en Corfú podría decirse que cada uno de sus días era especial, con un especial color y una especial composición que lo diferenciaban totalmente de los otros trescientos sesenta y cuatro del año, y por eso mismo lo hacían memorable. Pero hay un día en particular que se destaca sobre los demás en mi recuerdo, porque lo protagonizó no sólo la familia y su círculo de allegados, sino la población entera de Corfú.

Fue el día en que volvió a Grecia el rey Jorge, y en toda su historia la isla no había conocido nada semejante en cuanto a animación, emoción e intriga. Hasta las dificultades de organizar la procesión de San Spiridion se quedaron en nada al lado de aquel acontecimiento.

El primero en informarse del honor que le iba a corresponder a Corfú fue mi preceptor el señor Kralefsky, a quien encontré en tal estado de excitación que apenas mostró interés por un pardillo macho que le había yo procurado con sumo trabajo.

—¡Grandes noticias, hijito, grandes noticias! Buenos días, buenos días —me recibió, anegados en lágrimas de emoción sus grandes y tristes ojos, revoloteando sus finas manos y la cabeza oscilando más abajo de la joroba—. ¡Un día de orgullo para esta isla, qué caramba, sí señor! Y un día de orgullo para Grecia, pero sobre todo para esta isla nuestra. ¿Qué? ¿Cómo dices? Ah, sí, el pardillo… Hola, pajarito… pií, pií. Pues como te estaba diciendo, ¡qué gran honor para nosotros los moradores de este pequeño reino posado en un mar azul, como dice Shakespeare, recibir la visita del rey!

Eso ya estaba mejor, pensé. Podía sentir un modesto entusiasmo por un rey de verdad, aunque sólo fuera por los beneficios que de rechazo pudieran derivarse para mi persona. Pregunté de qué rey se trataba y si se me daría vacación el día de su llegada.

—¡Quién va a ser, el rey de Grecia, el rey Jorge! —dijo el señor Kralefsky, escandalizado por mi ignorancia—. ¿No lo sabías?

Señalé que en casa no gozábamos del dudoso adelanto de poseer aparato de radio, por lo que vivíamos en un estado de dichosa ignorancia a casi todos los efectos.

—Bueno —dijo el señor Kralefsky mirándome con cierta preocupación, como si se culpara a sí mismo de mí falta de conocimiento—, bueno, pues ya sabes que hemos tenido a Metaxas, que era un dictador. Gracias a Dios ya nos hemos librado de ese hombre aborrecible, y por ello Su Majestad puede volver al país.

—¿Cuándo nos habíamos librado de Metaxas?, pregunté. Nadie me había dicho nada.

—¡Pero hombre, no me digas que no te acuerdas! —exclamó Kralefsky—.
Tienes que acordarte
: cuando hubo la revolución, que aquella pastelería quedó tan dañada por el fuego de ametralladora. Son muy peligrosas las ametralladoras, yo siempre lo he dicho.

De la revolución sí me acordaba, porque me había deparado tres venturosos días sin clase y la pastelería era uno de mis comercios predilectos. Pero no lo había relacionado con Metaxas. Y cuando viniera el rey, inquirí esperanzado, ¿destriparían otra tienda con ametralladoras?

—¡No, no! —dijo Kralefsky horrorizado—. No, será una ocasión de gran alegría. Todos estaremos
en fête
, como se suele decir. En fin, es una noticia tan jubilosa que yo creo que nos es lícito tomarnos la mañana libre para celebrarlo. Vamos arriba y me ayudas a dar de comer a los pájaros.

Conque subimos al inmenso ático donde tenía Kralefsky su colección de pájaros silvestres y canarios, y pasamos una mañana muy agradable poniéndoles la comida. Kralefsky bailoteaba por la estancia regadera en mano, pisando la simiente caída con el mismo crujido que si paseara por una playa de guijarros, y cantaba fragmentos de la
Marsellesa
en voz baja.

A la hora de comer di la noticia de la visita del rey a la familia cada uno de cuyos miembros la acogió a su manera característica.

—Será agradable —dijo Mamá—. Tendré que empezar a pensar menús.

—No viene a alojarse
aquí
, gracias a Dios —señaló Larry.

—Ya le sé, hijo, pero…, eh…, habrá toda clase de fiestas y cosas así, me figuro.

—No sé por qué.

—Porque es la costumbre. Cuando vivíamos en la India siempre se daban fiestas durante el
durbar
[9]
.

—Pero aquí no estamos en la India, así que yo no pienso malgastar mi tiempo planificando la estabulación de elefantes. Ya bastante perturbador será todo el asunto para el apacible curso de nuestras vidas, acuérdate de lo que te digo.

—Si vamos a dar fiestas, ¿podré hacerme algo nuevo, Mamá? —preguntó Margo muy ilusionada—. De verdad que no tengo nada que ponerme.

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