El juego de Sade

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Authors: Miquel Esteve

Tags: #Intriga, #Erótico

 

Jericó, un empresario en proceso de quiebra económica y con un matrimonio que se derrumba, le pide al camarero del pub que suele frecuentar por las tardes la dirección de un local con un ambiente distinto, a la búsqueda de emociones que le ayuden a olvidar su drama vital. El camarero le proporciona una tarjeta con un nombre, «Donatien», un teléfono móvil y una contraseña: «Los infortunios de la virtud.»

El empresario contacta y acude a la dirección del Barrio Antiguo de Barcelona que figura en la tarjeta, y que resulta ser un local clandestino. Desde esa misma noche se verá inmerso en un juego sádico, en una orgía instituida como un culto subterráneo en el que las prácticas amatorias extremas pretenden perpetuar el espíritu libertino del Marqués de Sade. Jericó descubrirá durante el juego que, desde que comenzó su idílica relación con la riqueza y el poder, ha sido víctima de una serie de manipulaciones que lo han atado a un pasado del que intentará ahora liberarse, desnudándose ante sí mismo y su destino.

Miquel Esteve

El juego de Sade

ePUB v1.0

01.01.12

2013, Miquel Esteve.

ePub base v2.1

A Joan Bruna, persona entrañable
sin la que esta novela no habría nacido.

Gracias por su ánimo y su apoyo.

A Isabel. Gracias por su apoyo constante e incondicional,
desinteresado y reconfortante.
¡Y por su paciencia!

A mi editora, Carol, por haber confiado plenamente
en la novela y darme la oportunidad de publicar en este sello.

A mi cuñado Josep Maria.

Muchas gracias, Jimmy, por ser el primer brazo firme
que evitó mi caída en los momentos más difíciles de mi vida.

 

ASÍ, no soy culpable sino de simple y puro libertinaje, tal como lo practican todos los hombres, más o menos en función de su mayor o menor temperamento, o de la inclinación que pueden haber recibido de la naturaleza. Cada uno tiene sus defectos, no comparemos: tal vez mis verdugos no ganarían con el paralelismo.

Sí, soy un libertino, lo confieso: he concebido todo lo que se puede concebir en este terreno, pero ni lo ni un asesino.

Carta de Donatien de Sade a su esposa Pélagie, fechada el 20 de febrero de 1781.

Es muy agradable escandalizar […]. He de confesaros, señores, que es una de mis voluptuosidades secretas…

Marqués de Sade, La filosofía en el tocador.

 

¡QUÉ no darías por hacer retroceder el tiempo! Poder empezar otra vez la vida, evitando los lodazales en los que te has ido hundiendo hasta las trancas. Seguramente, no volverías a casarte con ella, ni firmarías la mitad de hipotecas, ni comprarías el ático donde vives, ni invertirías los ahorros en valores tecnológicos, ni redirigirías la empresa hacia la restauración artística, ni tendrías una hija…

En este punto has detenido la retahíla de supuestas intenciones, horrorizado, con el vaso de «Juancito el Caminante»,
red label
, en la mano.

«¿Que no habría tenido a Isaura? ¿Hasta tal punto he llegado, al extremo de sacrificar a mi propia hija?» Te estremeces, meneas la cabeza y bebes un largo sorbo. El hielo, que se ha deslizado por el vaso de tubo, choca contra tus incisivos. Últimamente te acosan demasiados pensamientos nocivos. Al principio lo atribuías a la crisis económica. No estabas acostumbrado a las estrecheces —y tu mujer mucho menos que tú—, pero creías, como casi todo el mundo, que sería una cuestión pasajera. Pero poco a poco, se ha ido haciendo evidente que lo fugaz fue, precisamente, el oasis que te llevó a hipotecarte hasta las cejas. Por no mencionar que has hipotecado también tu relación con Shaina, una sirena rubia como la de la canción de Fito y Fitipaldis: «
De esas que dicen te quiero si ven la cartera llena…
»

Pero de eso a que la amargura de tanta esclavitud te lleve incluso a cuestionar a Isaura, tu hija, te hace añicos el trozo de alma viva que te queda. Es una niña magnífica, prudente, juiciosa, afectuosa…

¿Cómo eres capaz de imaginar, aunque sea por unos instantes, que sacrificarías la sonrisa de Isaura, su beso de buenas noches o las caricias de la tarde en el sofá? ¿En qué clase de monstruo te has convertido, Jericó? Sentimientos venenosos de mal sujeto.

No siempre ha sido así. Hasta hace muy poco, te considerabas el tipo más feliz del mundo, el más afortunado. Hace seis años, cuando tu empresa facturaba millones de euros al año; cuando podías escaparte con tu esposa, Shaina, a cualquier capital europea un fin de semana entero y disponer del crédito de tus tarjetas; cuando podías lucir la dentífrica carcajada en las reuniones de amigos —bueno, ¿amigos, lo que se dice amigos?, más bien conocidos y gracias— y mostrarles la última adquisición de tu colección de arte; cuando te permitías acudir a las pasarelas de moda y comprarle aquel modelo extravagante y feo, pero con la firma estampada de Versace o Armani; cuando dejabas a Isaura en su selecto colegio y mirabas desde tu Cayenne cómo cruzaba la puerta con pasitos cortos… En fin, cuando vivías a todo tren sin preocuparte de si algún día llegaría a chirriar este engranaje; hace solo seis años, tú, Jericó, te considerabas el tipo más feliz del mundo, porque de hecho el narcótico del éxito te impedía plantearte preguntas sobre tu vida. Preguntas tan obvias e importantes —te parece ahora— como: «¿Shaina me quiere de verdad? ¿Viviría conmigo a pesar de todo? ¿Mantendré siempre esta racha?»

«¡Ay!… ¡La vida!» Suspiras al tiempo que levantas el vaso para reclamar a Toni, el camarero, otro trago de whisky. «¡Buen tipo, este Toni!» Hace mucho que lo conoces, porque hace un montón de años que acudes a este selecto pub. Toni te cae bien. No es el mítico camarero confesor que busca la complicidad del cliente y alecciona sobre la vida exhibiendo una sabiduría popular, etc., etc., etc. Toni se mantiene a una distancia prudente y únicamente escucha cuando requieres su atención, casi sin abrir la boca.

Vuelve a llenarte el vaso con profesionalidad y el rostro impertérrito mientras tú te resarces con el alcohol de la afrenta de la vida, la infidelidad de Shaina, el cruel embate de la crisis… Bebes para olvidar más que por el placer de beber, ¡acéptalo!

 

LO más triste de todo, Jericó —ya hace unos cuantos días que este sentimiento te llena el corazón—, es que no necesitarías beber para olvidar a Shaina. Sabes que te es infiel desde hace un par de años, desde que le limitaste los gastos y le redujiste el límite de la tarjeta de crédito.

Cuando el detective privado a quien le encargaste que la siguiera te enseñó las fotos inculpatorias, tuviste un ataque de celos. La habrías estrangulado allí mismo, sobre la mesa del detective, ante su mirada. Debes reconocer que el tipo con el que se besaba, el dependiente de una tienda de ropa de mala muerte, es más atractivo y más joven que tú. Pero, al cabo de un tiempo, de forma inaudita, los celos se transformaron en una especie de morbo. Sí, sí, de morbo, ya no valen disimulos. No sabes por qué te excitaba imaginarte a Shaina practicando el sexo con el desconocido. Te «ponía» fantasear que aquel tipo se follaba a tu mujer. Hasta que, sin saber cómo, Shaina ya no representó para ti mucho más que cualquier otra. Eso sí, por esta inexplicable mecánica mental, se convirtió en un instrumento erótico morboso…

Si no bebes por haber perdido a Shaina, ¿será quizá por la crisis? «¿La crisis?» Claro que sí. La jodida crisis económica, que ha destrozado la cuenta de resultados de tu promotora inmobiliaria y te ha dejado en la más absoluta y rotunda miseria. Podrías encontrar cien mil Shainas, pero ¿te ves con ánimos de volver a ganar otra vez ese dineral?

Suspiras. Te prometes que, si volvieras a hacerlo, si ganaras mucha pasta otra vez, entonces moverías las fichas de una forma diferente. Para comenzar, no te enamorarías de una mujer como Shaina: banal, ostentosa, manirrota, perezosa, orgullosa, superficial… «¡Dios! —exclamas—. ¿Cómo pude casarme con toda esta letanía?» Detienes la respuesta. El problema no es Shaina, sino tú, Jericó. Querías deslumbrar a propios y extraños con aquella rubia, estudiante de modelo, de origen marroquí. «¡Soy un tipo físicamente normal, pero luzco esta perla!» ¡Deslumbrar! ¡De puertas afuera! Esta ha sido la piedra angular de tu hundimiento.

La cuestión es que, si fueras capaz de volver a ganar lo que ganabas, lo gestionarías de otro modo. Admitamos que, llegado el caso, elegirías a una mujer distinta. Aunque no tuviera el culo esplendoroso de Shaina, ni sus ojos verdes y almendrados, ni sus pechos adamantinos. Buscarías una mujer cabal, buena chica, de menos oropeles. Como Paula, por ejemplo, la esposa de Eduard, tu amigo médico. Enfermera, inteligente, culta, ahorradora, responsable, humanista… A pesar de las «pistoleras» y su fea dentadura, alguien como Paula sería una excelente opción. O también una esposa como Blanca, aquella chica de tu quinta de la cual siempre anduviste enamorado, pero nunca te atreviste a decírselo. Una buena chica. No tan espectacular como Shaina, pero muy atractiva y, sobre todo, sencilla.

Tragas un sorbo, confortado por el recuerdo de Blanca. De todas formas, no acabarían aquí las correcciones para evitarte situaciones tan poco halagüeñas como la que vives. Nada de firmar hipotecas desmesuradas como la del bungaló de Dubái o adquirir modelos de todoterreno que te chupan la sangre con los frecuentes cambios de neumáticos, revisiones y consumos. Nada de pagar cifras desorbitadas por una botella de Moët en un hotel y ni hablar de las corbatas de seda Jacquard, diseño exclusivo de Pietro Baldini, por no mencionar los montajes de brillantes de la joyería Liali de Dubái.

«¡Ay! —suspiras—. ¡Ojalá pudiera volver atrás y tener otra oportunidad!» Enfadado, apuras el vaso y miras a través de los vitrales del pub. Ha oscurecido. El cielo ha adquirido una tonalidad rojiza que proyecta una sensación de labilidad. Con un golpe seco de muñeca pones la esfera del Rolex al alcance de tu vista. Las ocho menos cuarto. Deberías volver a casa, pero no te apetece. Isaura está de viaje con el colegio, a Florencia, y no volverá hasta dentro de cuatro días.
Parker
, tu querido gato siamés, falleció hace un par de meses. Es la muerte que más te ha afectado en los últimos tiempos, quizá la que más has sentido desde que falleció tu madre, hará ya diez años. Por tanto, los únicos seres vivos que quedan en el ático son Shaina y
Marilyn
, la estúpida e insoportable perra caniche, fiel paradigma canino de su ama y valedora. Tú no la soportas. Y ella a ti, tampoco. Supones que te huele la feromona del menosprecio que te inspiran ambas.

«¡Cojonudo!» Con estas dos huéspedes de honor, se te quitan las ganas de volver a casa.

Los tres minutos que se deslizan por la larga barra del pub mientras tú, preocupado, decides qué hacer, tienen música de fondo. Música de tu época, los ochenta, de un grupo español llamado Burning, formación que gustaba a todo el mundo pero que nunca consiguió el eco de otros grupos de menos calidad. «
¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este? ¿Qué clase de aventura has venido a buscar? Los años te delatan, nena, estás fuera de sitio…
»

Un calorcillo benigno te recorre cuando te acabas el trago para prestar atención a la música y te dejas llevar por el recuerdo. Te ves a ti mismo, veinte años más joven, con el cubata en la mano, bailando rodeado de colegas, y Blanca… ¡Ay, si pudieras volver atrás!

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