Read El laberinto del mal Online
Authors: James Luceno
Dyne ordenó a las sondas robot que rastrearan las huellas del segundo ser y las siguió, no sin antes hacer señas a Mace, a Shaak Ti y a los comandos para que avanzasen tras él.
—En fila india —advirtió Dyne—. Y que nadie se salga de la fila.
Mace y Shaak Ti se pusieron al frente del grupo, seguidos por los padawan y los comandos clon. Cuando los Maestros Jedi alcanzaron a Dyne y sus sondas, el analista de Inteligencia ya se encontraba frente a la puerta de un viejo turboascensor.
—Comprobado —exclamó Dyne, sonriendo de satisfacción—. El ser número dos utilizó este turboascensor.
Girándose hacia la pared, apretó el botón de llamada con su enguantada mano derecha. Cuando el ascensor apareció, pasó un escáner por los mandos del interior.
—Según la memoria del vehículo, ha llegado procedente del subsótano dos. Si no descubrimos allí el rastro de nuestro desconocido, tendremos que ir retrocediendo nivel a nivel hasta que lo recuperemos.
El turboascensor era lo bastante espacioso como para que cupieran Dyne, sus compañeros, Mace, Shaak Ti, los dos comandantes de equipo y las dos sondas robot. Valiant estableció comunicación con los soldados que se hallaban en el exterior del edificio y les ordenó que se dirigieran al subsótano dos, pero les advirtió que no se acercasen a los turboascensores del lado este ni a cualquier pasillo o túnel cercano.
En cuanto el vehículo se detuvo, los primeros en salir fueron las sondas robot, nebulizando el pasillo en ambas direcciones. Una de ellas no había recorrido ni cinco metros cuando se detuvo en pleno vuelo y dirigió sus focos detectores hacia el suelo.
—Huellas —anunció Dyne con entusiasmo—. Seguimos en la partida.
Salió del ascensor y siguió a las sondas robot hasta la entrada de un ancho túnel. Después de que las sondas se internasen unos metros en él y regresaran, Dyne se giró hacia Mace, que esperaba con todos los demás junto al turboascensor.
—Las huellas terminan aquí. A partir de este punto, el desconocido utilizó un vehículo... Seguramente algún modelo de repulsor, aunque los droides no detectan ninguna emisión fantasma.
Mace y Shaak Ti se unieron con Dyne y sus compañeros de equipo frente a la entrada del túnel. La Jedi intentó penetrar la oscuridad con su mirada.
—¿Adónde lleva el túnel?
Dyne consultó un holomapa.
—Si podemos confiar en un mapa que es más viejo que cualquiera de nosotros, conecta con otros túneles de Los Talleres que llegan a los edificios contiguos, a las fundiciones, a un antiguo campo de aterrizaje... Debe de tener más de cien ramales.
—Olvídese de los ramales —dijo Mace—. ¿Qué hay al final de ese túnel?
El oficial de Inteligencia navegó por toda una serie de mapas y los estudió en silencio.
—El túnel principal llega hasta el extremo oeste del Distrito del Senado.
Mace se internó un par de metros en la oscuridad y pasó la mano por los mosaicos de la pared del túnel.
"Cientos de senadores están bajo la influencia de un Señor Sith llamado Darth Sidious", había dicho Dooku a Obi-Wan en Geonosis. Volviendo con Shaak Ti y los comandantes clon, Mace dijo:
—Vamos a necesitar más tropas.
E
n las cámaras que el Canciller Supremo tenía en el Edificio Administrativo del Senado, Yoda contemplaba a Palpatine al otro lado de su escritorio, silueteado contra el amplio ventanal a través del cual se veía todo el Coruscant occidental. ¿Con cuántos Cancilleres Supremos se había sentado en esta misma oficina?, se preguntó. Con medio centenar. Entonces ¿por qué con éste cualquier discusión bordeaba peligrosamente el límite del enfrentamiento... Sobre todo cuando el tema era la Fuerza? Por poco eficiente que fuera como líder, Finis Valorum siempre se comportó como si la Fuerza estuviera por encima de todo. Con Palpatine, la Fuerza ni siquiera estaba por debajo. Simplemente, no la tenía en cuenta.
—Comprendo sus preocupaciones, Maestro Yoda —estaba diciendo Palpatine—. Y lo que es más, simpatizo con ellas. Pero el asedio a esos mundos del Borde Exterior debe continuar. Pese a lo que piense, y pese a los poderes extraordinarios que el Senado me ha otorgado estos últimos cinco años, sólo soy una voz que muchas veces clama en el desierto. Por fin, el Senado ha decidido actuar para terminar con este conflicto destructivo y no permitirá que me interponga en su camino.
—Exhortarme no necesita, Canciller Supremo —dijo Yoda. Palpatine sonrió secamente.
—Me disculpo si ha parecido que pretendía darle un sermón.
—Si el Senado actuar ha decidido, por su discurso sobre el Estado de la República ha sido.
—Mi discurso sólo fue un reflejo del espíritu de estos tiempos, Maestro Yoda. Es más, hablé con el corazón.
—Dudas de ello no tengo. Pero demasiado pronto su discurso pronunció. Coruscant una inminente victoria ya celebra, cuando la guerra lejos de acabar está.
El ceño de Palpatine contenía un atisbo de advertencia, de malicia. —Coruscant merece un poco de alivio tras tres años de miedo.
—De acuerdo con usted estoy. Pero ¿de la conquista de los mundos del Borde Exterior ese alivio llegará? Demasiados frentes nuevos el Senado nos insta a abrir. Demasiado dispersos los Jedi están para a la República eficazmente servir. Una estrategia razonable nos falta.
—A mis consejeros militares no les gustaría escuchar que usted cataloga su estrategia de irracional.
—Oírlo necesitan. A ellos yo mismo se lo diré, si necesario es. Palpatine hizo una pausa para pensar en las palabras del Jedi. Entonces, su mirada se endureció.
—Perdone mi franqueza, Maestro Yoda, pero si los Jedi están demasiado dispersos como para coordinar los asedios, la carga tendrá que recaer sobre mis comandantes clon.
Yoda apretó los labios y agitó la cabeza.
—Nuestros soldados al mando de los Jedi responden. Una alianza con ellos hemos forjado. Forjada en combate su fidelidad ha sido.
Palpatine se irguió repentinamente en su asiento, como si reaccionara ante un golpe imprevisto.
—Estoy seguro de interpretar equivocadamente sus palabras, pero parece insinuar que nuestro ejército fue creado para los Jedi.
—Cierto no es —cortó Yoda—. Para la República y nadie más. Palpatine pareció tranquilizarse.
—Entonces, quizá pueda entrenarse a los clones para que respondan a las órdenes de otros como ahora responden a las de los Jedi.
Yoda dejó entrever su malhumor.
—Entrenados los soldados pueden ser, pero equivocada la estrategia sigue siendo.
—¿Puedo preguntarle qué opina de Geonosis? ¿No está de acuerdo en que nos equivocamos al no perseguir a los separatistas?
—Preparados no estábamos. Nuevo el ejército era.
—Lo admito, pero ahora sí estamos preparados. La Confederación huye de los Sistemas Interiores y no podemos permitirnos repetir el error cometido en Geonosis.
—No, un error distinto ahora cometemos.
Palpatine entrecruzó los dedos.
—¿Es la opinión del Consejo?
—Lo es.
—Entonces, ¿desafiarán los Jedi la decisión del Senado?
Yoda agitó la cabeza.
—Ligados por nuestro juramento estamos.
—No puedo decir que eso me inspire confianza, Maestro Yoda. Si sólo es un juramento y no una convicción, siempre pueden reconsiderarlo.
—Reconsiderarlo hemos hecho, Canciller Supremo.
—Confío en que sus palabras no impliquen ninguna amenaza.
—Amenaza ninguna es.
Palpatine soltó un bufido de cansancio.
—Como le he dicho en muchas ocasiones, no tengo el lujo de ver este mundo a través de la Fuerza. Sólo veo el mundo real.
—Si sólo "el mundo real" existiera, ningún problema habría.
—Desgraciadamente, los que no estamos conectados con la Fuerza sólo tenemos la palabra de los Jedi.
—Para con esta guerra terminar, mucho más que derrotar a Grievous y su ejército de máquinas de guerra será necesario. Mucho más que de mundos remotos apoderarnos.
—Por ejemplo, erradicar a esos Sith de los que tanto habla —Palpatine calló unos segundos, pensativo—. Cuando el Maestro Windu creyó que usted había muerto en Ithor, me contó muchas cosas.
—¿Más receptivo a sus preocupaciones que a las mías fue?
—Es usted un conversador experimentado.
—Cuando necesario es, Canciller Supremo.
—Nunca nos contó detalladamente lo que ocurrió en Vjun entre usted y el Conde Dooku. ¿No mostró la menor predisposición a volver con la Orden... a volver con la República?
Yoda dejó que su tristeza se mostrara.
—Del Lado Oscuro regreso no hay. Para siempre la dirección de tu vida domina.
—Eso puede complicar la rehabilitación de Dooku.
Yoda lo miró directamente a los ojos.
—Capturado nunca será. Luchando morirá.
—¿Ese tal Darth Sidious... también debe ser localizado y eliminado como Dooku?
Los ojos de Yoda se movieron inquietos.
—Difícil de decir es. Privado de su aprendiz, quizás Sidious se retire... para a los Sith preservar.
—¿Sólo se necesita una persona para preservar las tradiciones Sith? —Tradiciones no son. El Lado Oscuro es.
—¿Y si encontramos primero a Sidious y lo matamos? ¿Eso aumentaría el poder de Dooku?
—Sólo su determinación. Diferente sería, porque en el último Sith se convertiría —Yoda agitó la cabeza—. Difícil de saber si Dooku un verdadero Sith es, o sólo del poder del Lado Oscuro se sirve.
—¿Y el general Grievous?
Yoda hizo un gesto displicente.
—Más máquina que ser vivo Grievous es..., aunque en más peligroso eso lo convierte, pero sin el liderazgo de Dooku o Sidious, los separatistas se derrumbarán. Por los Sith unidos están. Por el Lado Oscuro de la Fuerza unidos.
Palpatine se echó hacia delante interesado.
—Entonces, ¿el Consejo opina que debemos acabar con ese liderazgo..., que esta guerra es más una batalla interna de la Fuerza?
—Unidos en ese tema estamos.
—Es muy persuasivo, Maestro Yoda. Le doy mi palabra de que tendré muy presente esta conversación cuando me reúna con el Senado para discutir nuestras campañas.
—Aliviado me siento, Canciller Supremo.
Palpatine se reclinó en su silla.
—Y dígame, ¿cómo va la búsqueda de Darth Sidious?
—A él acercándonos estamos —aseguró Yoda con énfasis.
E
n el compartimento de carga de la nave insignia de Grievous, Dooku observaba el duelo del general con su élite de MagnoGuardias. El ciborg empuñaba constantemente tres de sus trofeos, tres sables láser con los que paraba los ataques de las electropicas de los guardias, lanzando estocadas que cortaban el aire y pasaban a un ápice de los inexpresivos rostros de sus antagonistas, incapacitando los servos de brazos y piernas siempre que podía. Grievous era una fuerza a tener en cuenta, de eso estaba seguro, pero Dooku deploraba su costumbre de coleccionar sables láser. Apenas le había molestado que la adoptaran Ventress y otros combatientes menores, como la cazadora de recompensas Aurra Sing, pero en Grievous le parecía la peor de las profanaciones. Pese a eso, no hacía nada por impedirlo. Cuantos más Jedi pudiera eliminar, mucho mejor.
El único aspecto de la técnica de Grievous que le molestaba era su propensión a utilizar cuatro sables a la vez. Dos ya era bastante malo.... como los utilizó Darth Maul o como intentó utilizarlos Anakin Skywalker en Geonosis.
Pero, ¿tres?
¿Qué había pasado con la elegancia y el estilo, si un duelista no tenía bastante con una sola arma?
Bueno, ¿qué había pasado con la elegancia y el estilo, y punto?
Grievous era rápido, como también lo eran sus IG de la serie 100. Ellos tenían la ventaja del tamaño y de la fuerza bruta. Ejecutaban sus movimientos casi más rápidamente de lo que el ojo humano podía seguirlos. Sus mandobles y estocadas demostraban una singular falta de vacilación. Una vez empezada una finta, nunca vacilaban. Nunca se detenían a medio ataque para reevaluar sus actos. Sus armas llegaban exactamente al lugar donde querían que llegasen. Y siempre apuntaban a un punto más allá de sus contrincantes, para después imprimir un movimiento lateral a la hoja y rebanar a su víctima.
Dooku había enseñado bien a Grievous, y Grievous había enseñado bien a su élite. Duplicando el adiestramiento de Dooku, les programó las siete formas clásicas del duelo con sable láser, según las artes Jedi, y eso los convertía en antagonistas letales. Pero no eran invencibles, ni tampoco lo era Grievous, ya que podían ser confundidos por lo imprevisto y no comprendían lo que era la sutileza. Un jugador de dejarik podía memorizar todas las aperturas clásicas y los contraataques posibles, y, aun así, no podía considerarse un maestro del juego. A menudo, la derrota llegaba a manos de jugadores que, por ser menos experimentados, no conocían las estrategias tradicionales. Un espadachín profesional, un artista del duelo, podía ser derrotado por un matón de taberna que no supiera nada sobre las formas pero lo supiera todo sobre cómo terminar una pelea rápidamente, sin pensar en una victoria airosa o elegante.
La esclavitud hacia las formas te dejaba expuesto a una derrota ante lo imprevisto.
Esto provocaba a menudo la caída de los duelistas experimentados, y provocaría la caída de la Orden Jedi.
Dado que la elegancia, el encanto y el estilo habían desaparecido de la galaxia, los días de la Orden estaban contados; el fuego que representaban los Jedi estaba agotado y moribundo. La hora de la Orden había llegado, como también la de la corrupta República. Los nobles Jedi ligados a la Fuerza, garantes de la paz y la justicia, rara vez eran vistos ya como héroes o salvadores, sólo como matones o gánsteres.
Aun así, era triste que la misión de hacerlos desaparecer hubiera recaído en Dooku.
Esos días, la conversación que sostuvo con Yoda en Vjun no se apartaba de su mente. Pese a toda su destreza con las palabras y todo su poder personal extraído de la Fuerza. Yoda sólo era un anciano que se negaba a aceptar lo nuevo, que no quería seguir ningún camino salvo el propio. Qué terrible seria desaparecer, no simple y llanamente, sino expirar sabiendo que la galaxia se inclinaba de forma inexorable y completa hacia el Lado Oscuro, hacia los Sith, que gobernarían tanto tiempo como lo habían hecho los Jedi.
Lo imprevisto...
Grievous y sus guardias estaban bailando, repitiendo sus movimientos programados: un ataque ataro contestado por un shii-cho, un soresu respondido con un lus-ma...