El pequeño vampiro y el gran amor (4 page)

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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

Anton volvió a ver sus dientes de vampiro y le corrieron escalofríos por la espalda.

—Yo..., todavía tengo que hacer los deberes del colegio —dijo precipitadamente.

Fue a su escritorio y empezó a revolver entre las cosas del colegio.

—¿No quieres oír lo último de Rüdiger? —preguntó Anna.

Anton no respondió. Acababa de darse cuenta de que aún tenía que escribir una redacción con el tema: ¿Qué me gustaría ser de mayor?

—¿Qué has dicho? —preguntó ausente.

—Iba a contarte algo de Rüdiger. ¡Es que se ha enamorado!

—¿Enamorado? ¿De quién?

—De Olga, la señorita von Seifenschwein... ¡Pero no me estás haciendo ni caso!

Anna saltó de la cama y se puso al lado de Anton. A media voz leyó el título que había en su cuaderno de lengua.

—¡Qué tema más estúpido! —gruñó Anton—. ¡Como si yo supiera ya lo que quiero ser!

—¿Son deberes del colegio? —quiso saber Anna.

El asintió.

—Por desgracia.

Pero Anna parecía tener otra opinión sobre los deberes del colegio:

—¿Puedo hacerlos por ti? ¡Por favor!

—¿Qué quieres decir con eso?

—Escribiré la redacción por ti. Si me esfuerzo, nadie lo notará.

—Pero yo tengo que entregar la redacción pasado mañana.

—¡No hay problema! Mañana te vuelvo a traer el cuaderno.

Y empezó a guardarse ya el cuaderno de Anton debajo de su capa.

—¡Es..., espera! —dijo Anton, para quien todo aquello iba demasiado rápido—. ¿Y con qué lo vas a escribir?

—Con tu pluma —contestó, cogió la pluma de Anton y la hizo desaparecer igualmente debajo de su capa.

—¿Quieres que te cuente ahora lo del gran amor de Rüdiger?

—¿El gran amor de Rüdiger? —repitió asombrado Anton.

—¿Lo ves? ¡No me habías hecho ni caso! —exclamó Anna en tono de reproche—. Hace diez minutos te estaba contando que Rüdiger se ha enamorado de Olga, la señorita von Seifenschwein.

—¿Enamorado?

¡Quizá aquella fuera la explicación de por qué el pequeño vampiro no le había vuelto a visitar desde hacía ya un par de semanas!

—¿Vive Olga ahora con vosotros?

—Sí..., lamentablemente. Tía Dorothee es el único pariente suyo que todavía..., ejem..., vive. ¡Los padres de Olga han sido asesinados por cazadores de vampiros en su castillo de Transilvania, donde la familia von Seifenschwein se hallaba establecida desde hacía siglos!

Soltó aquellas palabras tan llenas de odio que a Anton le entraron escalofríos.

—¿Transilvania? ...¿Donde el conde Drácula? —preguntó con un oculto estremecimiento.

—En el castillo vecino —contestó Anna, sombría.

Anton suspiró..., en parte por admiración hacia el famoso conde transilvano, en parte por compasión hacia Olga.

—¿Y cómo ha hecho ese viaje tan largo?

—A su padre le entusiasmaba coleccionar ataúdes. La pieza más preciada de su colección era el ataúd plegable. Ella se lo echó a la espalda y salió volando con él.

—¡Eso tiene que haberle costado un esfuerzo tremendo!

—Sí. Pero sigue sin ser una razón para comportarse así —dijo Anna, furiosa.

—¿Por qué?... ¿Qué es lo que hace?

—Se considera superior por haber vivido en un castillo. Allí tenían sirvientes que hacían todo por ellos..., al parecer incluso procurarles la alimentación. Olga ni siquiera sabe cazar un conejo..., o al menos hace como si no supiera. Cuenta con que nosotros cuidemos de ella. Sobre todo, naturalmente, Tía Dorothee, porque es la tía de Olga. Tía Dorothee está intentando ahora darle a Olga clases de aproximación en vuelo y de acercamiento sigiloso, pero hasta ahora no ha tenido mucho éxito. Olga, sencillamente, es demasiado comodona y está demasiado mal acostumbrada..., sólo que de eso no parece darse cuenta nadie. Y menos Rüdiger, que quisiera leerle en los ojos cada deseo suyo.

Apretó los labios y se calló.

En aquel momento sonó el timbre de la puerta.

—¡Seguro que son mis padres! —exclamó Anton.

Anna corrió hacia la ventana.

—Buenas noches, Anton —dijo, y salió de allí volando.

Anton fue a la puerta de la casa y abrió.

—Bueno, Anton, ¿te has aburrido mucho? —preguntó su padre mientras se quitaba los zapatos sucios.

—Hum..., según se mire —dijo Anton.

La madre asintió satisfecha con la cabeza.

—Si te hubieras venido con nosotros no te habrías aburrido. ¡Pero tú ya tenías pensado algo mejor!

Anton, complacido, se rió irónicamente.

—¡Sí, tenía pensado algo mejor!

Espía por amor

El lunes por la noche Anton se fue a su habitación inmediatamente después de la cena..., a pesar de que ponían en la televisión una vieja película del Oeste que incluso sus padres querían ver.

Pero Anton había dicho que todavía tenía que hacer algo del colegio. Aquello también era cierto: ¡tenían que devolverle su cuaderno de lengua!

En su habitación abrió la ventana y se asomó al exterior... Allí descubrió a Anna. Revoloteaba hacia allí como una gran mariposa nocturna y aterrizó en el poyete de la ventana.

—Hola, Anton —dijo, respirando fatigosamente.

—¡Hola! —contestó él con voz ronca.

Ella echó mano bajo su capa y le entregó el cuaderno y la pluma.

—Toma. ¡Me he esforzado muchísimo!

—Gracias —dijo apocado Anton, y fue a abrir el cuaderno.

Pero ella exclamó:

—¡No! Únicamente debes leerlo cuando estés solo... ¡Además, nosotros dos tenemos ahora algo mucho mejor que hacer! —añadió.

—¿Nosotros? ¡Pero si están aquí mis padres...!

—¿No puedes buscarte una excusa? Sólo tardaremos media hora.

—¿Y adonde vamos a ir?

Anna se rió entre dientes.

—Al parque de la ciudad. Hoy es la última clase práctica de Olga.

—¿Tendrá que alimentarse ella misma después?

—No. Tía Dorothee solamente quiere cambiar el campo de prácticas. Está empezando a hartarse del parque de la ciudad.

—¿Cómo..., hartarse?

—Bueno..., es que Olga es tan tonta y tan torpe que ya ha llamado varias veces la atención de paseantes y guardas del parque... ¡Pero eso vas a verlo por ti mismo en seguida! ¡Además, Rüdiger también está allí!

—¿Rüdiger?

Al pensar en el pequeño vampiro, la voz de Anton cobró un tono alegre.

—¿Le da él también clases a Olga?

—¡No! —contestó Anna riéndose con la mano delante de la boca—. Al contrario. Tía Dorothee le ha prohibido terminantemente que esté allí. Si no, Olga puede concentrarse aún peor en sus ejercicios.

—¿Y entonces mira a hurtadillas?

—¡Sí! ¡Un espía por amor!

Anna se rió tan abiertamente que Anton estaba temiendo que sus padres pudieran oírlo.

—¡No tan alto! —dijo.

—¿Te vienes o no? —preguntó susurrando—. Todavía tienes la capa de Tío Theodor.

Anton titubeó. Pero la perspectiva de espiar a Olga durante una de sus clases prácticas y, quizá, de encontrarse con el pequeño vampiro le atraía mucho.

—¿Y si nos ve Tía Dorothee?

—¡Seguro que no! —Le tranquilizó Anna—. Está demasiado ocupada.

—Está bien —declaró Anton—. Espera que se lo diga a mis padres.

—Supongo que no irás a descubrirles nada..., ¿verdad? —le preguntó Anna, con desconfianza.

—No, claro que no. Ya tengo una idea de lo que voy a contarles..., pero tienes que llevarte la capa.

Fue hacia la puerta con el cuaderno de lengua en la mano.

—¡Espérame abajo!

Diez minutos después Anton salió de la casa. Caminó lentamente a lo largo de la acera y miró con atención a su alrededor..., pero no encontró a Anna.

De repente alguien le tapó los ojos por detrás.

Anton pegó un grito y se dio la vuelta.

Era Anna.

—¡Ah, eres tú! —dijo aliviado.

—¿Ha ido todo bien con tus padres? —preguntó ella.

—Sí. Les he contado que tenía que ir otra vez a casa de Ole..., a hablar de mi redacción.

Riéndose irónicamente señaló su cuaderno de lengua, que había metido en la trincha de los pantalones.

—¿Y se lo han creído?

—¡Claro! ¡Tratándose de deberes del colegio...! Pero me han dicho que no tarde mucho.

—¡Sí, vamos, démonos prisa! —dijo Anna dándole la capa de Tío Theodor.

Anton se la puso por encima y echaron a volar.

Después de un rato apareció debajo de ellos el parque de la ciudad. Anton reconoció el gran solario y la pequeña piscina para niños. Alrededor de la piscina había columpios, que, en la oscuridad, parecían misteriosos seres de tiempos remotos. Anton levantó temeroso la vista hacia los altos árboles.

—¿Ves a Olga y a Tía Dorothee? —preguntó en voz baja.

—No —dijo susurrando Anna—. Están acechando detrás de la caseta de los lavabos.

—¿Y quién va a pasar por ahí?

Anna se rió entre dientes.

—Gente que tiene que hacer pis: paseantes, niños que juegan con linternas, deportistas...

Señaló a un hombre que iba en chandal y llevaba unas zapatillas de deporte de color blanco brillante.

—¡Mira! ¡Uno que hace carreras de resistencia!... ¡Ven, nos esconderemos en aquel árbol grande de allí! —susurró y puso rumbo a una robusta encina.

Anton voló detrás de ella y aterrizó junto a Anna en una ramificación. Vieron fascinados cómo corría el hombre alrededor de la piscina para niños y se aproximaba a la caseta de los lavabos.

—¿Dónde estará Rüdiger? —preguntó Anton, y una voz ronca contestó por encima de ellos:

—¡Mira para arriba!

Anton, del susto, a punto estuvo de pegarse un trastazo desde la rama en la que se encontraba. Levantó la cabeza... y divisó al pequeño vampiro.

—Rüdiger, ¿eres tú? —dijo alegre.

—Sí —siseó el vampiro haciéndole una ligera inclinación de cabeza—. Pero no me molestes: tengo que prestar atención...

—No eres precisamente muy amable con tu mejor amigo —dijo Anna.

El vampiro no contestó.

Con una tensión febril miraba fijamente en la dirección de la caseta de los lavabos.

—¡Ahora! —murmuró—. ¡Atrápale, Olga!

Anton se estremeció involuntariamente. Pero las palabras de estímulo nada tenían que ver con él, sino con el hombre del chandal, que acababa de desaparecer sin sospechar nada dentro de la caseta de los lavabos.

Anton contuvo la respiración... ¿Qué pasaría ahora?

Una pequeña figura con capa negra salió de detrás de la caseta y se dirigió vacilando hacia la puerta. ¡Aquella tenía que ser Olga! Llevaba puesto algo claro en la cabeza..., pero Anton no pudo distinguir lo que era.

¿Entraría en la caseta?

¡No! Ahora volvía a aparecer el hombre.

Olga se plantó delante de él, levantó amenazante los brazos... ¡y el hombre empezó a reírse! Se reía tan alto que se le podía oír en toda la plaza.

Luego se dio la vuelta y, simplemente, siguió corriendo..., dejando atrás a Olga completamente anonadada.

—¡Qué cerdo! —Increpó el pequeño vampiro—. ¡Por lo menos podía haberse asustado! ¡Así Olga nunca podrá tener confianza en sí misma!

—¡Bah, confianza en sí misma! —dijo Anna—. ¡Olga ya la tiene más que de sobra!

—Tú lo único que tienes es envidia —repuso el vampiro.

—¿Envidia? ¿De Olga? Nunca jamás. Sólo que me indigna tener que ver cómo te dejas mangonear por ella...

—¿Yo? ¿Que yo me dejo mangonear?

—¡Sí, señor! —dijo Anna—. Estás ciego de amor y ni siquiera te das cuenta de que tu Olga es una canalla egoísta.

—¿Qué es lo que has dicho?

El pequeño vampiro lanzó un grito.

—¡Tú sí que eres una canalla..., tú..., tú, dientes de leche!

A Anton le tembló todo el cuerpo. ¡Aquel jaleo no le podía pasar desapercibido de ninguna manera a Tía Dorothee!

Y en efecto: mientras Anna y Rüdiger seguían peleándose en voz alta, apareció delante de la caseta de los lavabos una gran figura negra y levantó la vista hacia ellos.

—¡Santo cielo..., Tía Dorothee! —les gritó Anton a ambos.

Anna y Rüdiger se callaron..., pero demasiado tarde.

La voz de Tía Dorothee resonó chirriante sobre la plaza, en la que no había un alma:

—¡¿Rüdiger?! ¿Estás escondido en el árbol?

—Sí, Tía Dorothee —contestó el pequeño vampiro con voz quejumbrosa.

—Tú no estás solo..., ¿verdad? —preguntó cortante.

Anton se quedó helado.

—Es..., está con..., conmigo Anna —tartamudeó el vampiro.

—¡Quería convencerle de que no siguiera espiándoos! —exclamó Anna.

—¡Desapareced! ¡Fuera de aquí! —gruñó Tía Dorothee—. ¡Y no os dejéis ver más por aquí!

—¡Sí, en seguida! —exclamó el pequeño vampiro.

Anna y Anton cambiaron una mirada.

—No me dejes en la estacada —suplicó Anton.

Anna le sonrió animándole.

—Volveré —dijo en voz baja.

Luego salió volando de allí con Rüdiger y Anton se quedó solo.

Apenas se atrevía a respirar por miedo a descubrirse. Transcurrieron un par de minutos que le parecieron una eternidad.

¿Por qué tenía que seguir Tía Dorothee delante de la caseta de los lavabos? ¿Se imaginaba que todavía había alguien en el árbol...?

¡Si ella iba hacia allí estaba perdido! Pensó en cómo sabía ella hipnotizar a las personas sólo con su mirada...

De pronto Anton vio brillar algo entre los árboles al otro lado de la pequeña piscina para niños, e inmediatamente después tres muchachos salieron de la sombra de los árboles y caminaron lentamente hacia la caseta.

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