Read El perro pastor que perdió su rebaño Online
Authors: Consol Iranzo
—No, no podemos caer en esa trampa. Debemos emplear el sentido común. Tenemos que conseguir que Socri se dé cuenta de su locura y retroceda —le respondió Rey.
Konfi lo miró con asombro y, sin atender a razones, le gritó muy alterada:
—¡No podemos abandonarlo a su suerte!
—No lo vamos a abandonar, pero razona: el plan de Topo era muy inteligente y ha salido como esperábamos; ahora las hienas están rabiosas por haber sido burladas y, si pueden, se vengarán. La situación es muy peligrosa.
—Tienes razón, Rey, pero, entonces, ¿qué hacemos?
Rey se sentó sobre sus cuartos traseros mientras reflexionaba en voz alta:
—Debemos conseguir llamar la atención de Socri. Si yo volviese a lanzar un rugido como el de antes, no sabrá por qué lo hago, y lo más probable es que se dé la vuelta y mire hacia nosotros para ver qué pasa; entonces, Konfi, tú debes conseguir atraer su atención para que retroceda. Tiene que darse cuenta de que está cometiendo un error y de que va a caer en una trampa.
—Me parece una buena idea —asintió Konfi.
—Debemos valorar —prosiguió Rey— que cuando Socri se dé cuenta de que estamos tratando de avisarlo puede actuar de dos maneras diferentes: puede venir hacia nosotros o bien seguir el plan inicial e ir al punto de encuentro. Con cualquiera de las dos alternativas, puede ser que las hienas decidan perseguirlo. Sólo se me ocurre que, si esto sucede, nosotros deberíamos ir hacia ellas y bloquearles el camino para conseguir que Socri salga indemne; ya hemos visto que las hienas nos tienen miedo, pero puede ser que esta vez decidan atacarnos, por lo que el plan no carece de peligro. —Dicho esto, Rey preguntó a Konfi—: ¿Estás dispuesta a asumir el riesgo?
Ante esta pregunta, sin un atisbo de duda, Konfi le respondió con firmeza:
—Yo os estoy muy agradecida. Vosotros habéis confiado en mí y sin vuestra ayuda yo no podría haber llegado hasta aquí. Tenemos un objetivo común que conseguir, y lo haremos todos juntos. Vamos allá.
Entonces Rey emitió uno de sus potentes rugidos, que se pudo oír en los más lejanos confines. Pareció que todo temblaba ante el estruendo, y las montañas devolvieron el eco creando todavía un mayor efecto.
Socri, al oír el rugido de su amigo, frenó en seco, mirando con sorpresa hacia el lugar de donde provenía el espectacular rugido; fue entonces cuando vio a Rey lo más erguido que podía y, encima de él, a Konfi haciéndole señales de que huyera. Pasaron unos segundos que tanto a Konfi como a Rey les parecieron eternos.
Socri comprendió lo que sus amigos intentaban decirle; miró a las hienas que perseguía y observó que se estaban reagrupando, a la vez que se dirigían hacia una zona angosta donde, a buen seguro, pensaban prepararle una emboscada.
Sin pensarlo más y acordándose del plan propuesto por Topo, giró en redondo, retomó el camino de vuelta y se dirigió hacia donde estaban Konfi y Rey, lo cual dejó a las hienas perplejas y lanzando gritos de desesperación y frustración por el ataque fallido.
Al ver la reacción de Socri, Konfi y Rey se quedaron unos instantes esperando a ver qué hacían las hienas, pero no pareció que éstas estuvieran dispuestas a perseguirlo.
Respiraron aliviados y corrieron alegres hacia Socri para ir juntos en dirección al punto de reunión. La anciana secuoya los estaba aguardando.
Topo llegó el primero al lugar del encuentro, y mientras esperaba decidió hacer acopio de algunos alimentos: frutas, raíces, bulbos, piñones... También preparó un lecho, improvisado con numerosas ramas, que situó debajo del enorme árbol que los iba a proteger de la humedad y el frío de la noche.
Al ver llegar a sus amigos, Topo corrió hacia ellos y todos se abrazaron y felicitaron.
Él, que no había podido ver nada de lo sucedido pero que, sin embargo, sí había escuchado la algarabía y los diversos gritos, estaba muy preocupado por la suerte de sus compañeros, y así se lo hizo saber.
—¡Qué feliz me hace volver a veros! Estaba muy preocupado por vuestra suerte, pero veo que estáis sanos y salvos. Contadme qué ha sucedido mientras descansamos y comemos.
Todos se sentaron en el mullido lecho de hojarasca que les había preparado, y mientras comían y comentaban las experiencias vividas, no pudieron por menos que sentir un gran orgullo por el éxito conseguido por el equipo.
Una vez finalizado el ágape, empezaron a bostezar. Estaban cansados. El día había sido realmente intenso, y decidieron que lo mejor que podían hacer era descansar para estar nuevamente frescos y poder continuar al día siguiente con su misión: la búsqueda del coach.
Nuestros amigos se acomodaron para poder dormir, pero antes se dirigieron a la luna, que ya asomaba sonriente y bella como siempre, y le rogaron que velara por su seguridad y los protegiera extendiendo sobre ellos su manto lunar.
Estaban nuestros amigos durmiendo profundamente cuando, de pronto, se oyó un suave ulular que iba adquiriendo un tono más elevado.
Socri, que tenía un oído muy fino, distinguió el peculiar sonido pero, sin hacerle demasiado caso, dio media vuelta y siguió durmiendo plácidamente.
Alguien murmuraba suavemente el nombre de cada uno, tratando de despertarlos de su profundo sueño:
—Socriii, Reyyy, Konfiii, Topooo...
Uno a uno fueron abriendo los ojos, sin percatarse muy bien de qué estaba sucediendo. Se miraron con sorpresa y, antes de que pudieran decir una sola palabra, oyeron nuevamente una voz que les hablaba:
—Hola, queridos y valientes amigos, soy un búho, mirad hacia arriba y podréis verme.
Todos elevaron sus miradas y sí, allí se encontraba un precioso búho que los miraba con evidentes signos de afecto y comprensión. Con las alas extendidas como si quisiera acogerlos en su regazo, sus enormes ojos transmitían confianza, pero también algo arcano.
Repuestos de la primera impresión pero todavía somnolientos, no sabían muy bien qué decir.
El búho habló de nuevo; su voz era serena y transmitía una agradable sensación de paz y tranquilidad:
—Solicito vuestro permiso para bajar y así poder estar más cerca de vosotros. —Dicho esto, movió con elegancia las alas, planeó moviendo el cuerpo armoniosamente y se posó junto a los asombrados animales—. Habéis tenido un día muy intenso y ajetreado que a buen seguro os ha deparado experiencias que han enriquecido vuestras vidas. Parece que todo lo habéis hecho por alcanzar una meta común, por encontrar a alguien que creéis que puede ayudaros a resolver algunas situaciones de vuestras vidas con las que no estáis del todo satisfechos, ¿estoy en lo cierto?
Todos movieron la cabeza en sentido afirmativo. No podían ocultar su evidente sorpresa, puesto que no entendían cómo aquel búho podía conocer todas sus andanzas y las inquietudes que los habían animado a peregrinar todo el día por el bosque.
El búho esbozó una sonrisa amplia y les dijo:
—Estoy seguro de que ahora ya sabéis quién soy.
Nadie dijo nada, tal era el asombro que les producía el hecho de que ese búho pudiera ser el famoso coach al que estaban buscando.
—Lo primero que me gustaría deciros es felicidades, ya que habéis demostrado que sois capaces de enfrentaros a situaciones desconocidas, lo cual denota valentía y fortaleza para solventarlas. Y ahora decidme: ¿en qué os puedo ayudar?
Parecía que nadie se decidía a iniciar la conversación con el coach. Todavía estaban ligeramente aturdidos por los acontecimientos vividos y les producía cierta incredulidad que el coach, al que habían estado buscando, estuviera allí, delante de sus propias narices.
Todos se miraron entre sí. Al final habló Topo.
—Verá, señor búho, empiezo yo, si le parece bien... Aunque lo mío no es importante, pero ya que hemos llegado hasta aquí... Yo quisiera que me dijera cómo puedo tener más confianza en mí mismo.
—¿Qué es «más»? ¿Cuánta sería suficiente para ti? ¿Cómo la medirás? —le preguntó el coach.
—Pues no sé. Por ejemplo, me gustaría saber que puedo afrontar situaciones que para mí resultan difíciles, perder los miedos, creer que soy capaz de defender mis propias ideas, no estar siempre preocupado y pendiente de que los demás aprueben mi conducta...
—Topo, reflexiona y dime: ¿cómo crees que has conducido la situación que habéis vivido con las hienas?
—Bueno..., esto..., pues no sé... Yo preguntaría qué opinan los demás, habría que preguntárselo a ellos.
—Pregúntatelo a ti mismo, danos tu sincera opinión, y olvida por un momento la de los demás —insistía el coach.
—Pues, yo creo que bastante bien; pero jugaba con ventaja, dado que ya había tenido previamente una experiencia similar con ellas —empezó a contestar Topo.
—¿Para qué te ha servido la experiencia? —continuó el coach.
—Para no actuar de la misma forma.
—¿Para qué más, Topo?
—Bueno, pues para ayudar a mis amigos. He compartido con ellos mi primera experiencia y esto ha evitado que, quizá, hayan tenido un contratiempo desagradable.
—¿Qué más has conseguido? —insistió el coach.
—Casi perderles el miedo.
—Sigue, Topo, ¿y qué más?
—Pues, no sé.
—¿Quién ha ideado la estrategia para enfrentarse a las hienas? —lo ayudó el coach.
—Bueno..., yo.
—¿Y qué has tenido que hacer, Topo, para que el plan funcionase?
—Convencer a todos de que era una buena solución al problema que teníamos planteado —respondió éste.
—¿Crees que lo has logrado?
—Sí.
El coach continuó:
—Topo, no sólo has conseguido convencer a los demás de que era una buena estrategia, sino que el plan ha funcionado y habéis conseguido superar la difícil situación. Tú has contribuido de una forma muy eficaz a superar un obstáculo que impedía la consecución de vuestra meta, que era encontrarme a mí. ¿Estás de acuerdo con mi opinión?
—Visto así, pues sí. La verdad es que no me lo había planteado de esa forma —contestó Topo.
—¿Para qué crees que te sirve esta experiencia?
—Primero, coach, tengo que decir que he aprendido.
—¿Qué crees que has aprendido?
—Pues, a priori, que el hecho de compartir mis experiencias puede ser provechoso para otros. También creo que he aprendido que mis ideas pueden ser útiles, pero para ello primero debo creérmelas yo mismo. Esto es totalmente necesario para conseguir que se valoren mis aportaciones, y también para lograr convencer a los demás de la conveniencia de mis propuestas.
Topo se sentía cada vez más seguro de sí mismo.
—¿Qué pasaría si al final tus ideas no fueran aceptadas por los demás? ¿Cómo crees que te podrías sentir, Topo?
—Pues, quizá no demasiado bien, porque podría volver a pensar que realmente no son buenas y que por eso los demás no las aceptan.
—¿Y sentirás que te están nuevamente juzgando o minusvalorando? —seguía insistiendo el coach.
—Puede ser.
—Topo —dijo el coach—, piensa que cuando alguien manifieste no estar de acuerdo con tus propuestas, en ningún caso te está valorando o cuestionando, sino que está dando su opinión sobre si, desde su punto de vista, las soluciones que aportas pueden ser las más adecuadas o eficaces para solventar determinada situación. Debes entender que, al igual que tú tienes tus ideas, los demás tienen otras que pueden ser igualmente válidas; se trata de analizar y valorar cuál parece ser la más indicada. En numerosas ocasiones la solución más idónea surge del conjunto de las diversas aportaciones. Las conversaciones que mantenemos con otros nos proporcionan aprendizaje y enriquecimiento, implican escuchar y que nos escuchen con respeto, ser flexibles y permeables a nuevos o distintos pensamientos e ideas y estar sinceramente dispuestos a asumir nuevos conceptos. Todo ello, además, puede contribuir a que se alcancen acuerdos y compromisos beneficiosos para todos. Pero piensa en tu experiencia más reciente: has sido capaz de enfrentar una situación que parecía muy adversa, has sacado a la luz tus talentos y los has utilizado de una forma brillante, y con ello has conseguido lograr no sólo tu propio objetivo, sino que has facilitado que tus amigos también alcanzaran la meta. ¿Qué opinas?
—Que es cierto, no me lo había planteado así.
Casi siempre pienso que no soy capaz de hacer ciertas cosas, que no tengo ninguna habilidad. No me quería, y por eso pensaba que los demás tampoco me podían querer; pero ahora estoy viendo otras vías, otras posibilidades, entiendo que soy yo el primero que se lo ha de creer.
—Efectivamente —contestó el coach, y añadió—: Las barreras nos las ponemos nosotros mismos. Cuando pensamos «no voy a ser capaz» nos juzgamos de forma negativa, y eso hace que realmente no nos creamos que podemos hacer y conseguir aquello que queremos. ¿Cómo te sientes ahora, Topo?
—Muy bien, estoy mucho más satisfecho conmigo mismo.
—Me decías que no te gustaba estar pendiente de la aprobación continua de los demás. ¿Qué piensas con respecto a esto?
—Bueno, pienso que soy yo mismo quien debo aprobarme. Otra cosa es que me importe la opinión que los demás tengan de mí, porque creo que también es importante saber cómo nos perciben los demás y tratar de averiguar cuáles son los elementos que configuran esa percepción.
—De acuerdo —aprobó el coach—. Creo que de eso nos podría hablar Konfi. De todas formas, me gustaría saber cómo crees que puedes actuar a partir de este mismo instante para conseguir tu propia satisfacción.