El secreto del universo (11 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

Todas las zonas desérticas tienen el problema de la obtención de combustibles. Uno de los combustibles que se utilizan en el norte de África es el estiércol de camello. El hollín producido por el estiércol de camello quemado, que dejó rastros en los muros y el techo del templo, contenía cristales blancos parecidos a la sal, que los romanos llamaron «sal amónica», es decir, «la sal de Ammon». (La expresión «sal amónica» se sigue utilizando en la jerga de los farmacéuticos, pero los químicos de hoy en día llaman a esta sustancia «cloruro amónico».)

En 1774 el químico inglés Joseph Priestley descubrió que al calentar la sal amónica se desprendía un gas de olor penetrante, y en 1782 el químico sueco Torbern Olof Bergmann propuso llamar «amoníaco» a este vapor. Tres años más tarde, un químico francés, Claude Louis Berthollet, determinó la estructura de la molécula de amoníaco. Está formada por un átomo de nitrógeno al que están unidos tres átomos de hidrógeno, así que su fórmula es NH
3
.

Con el paso del tiempo los químicos que estudiaban los compuestos orgánicos (es decir, los compuestos que contienen átomos de carbono) descubrieron que era frecuente que una combinación de un átomo de nitrógeno y dos átomos de hidrógeno (-NH
2
) apareciera unida a uno de los átomos de carbono de la molécula orgánica. Estaba clara la similitud de esta combinación con la molécula de amoníaco, y ya en 1860 el grupo -NH
2
era llamado «grupo amino» para subrayar esta similitud.

Ahora bien, volviendo a nuestro benzaldehído, C
6
H
5
CHO, si eliminamos un segundo átomo de hidrógeno del benceno original y lo sustituimos por un grupo amino, obtendremos C
6
H
4
(CHO) (NH
2
), que es el «aminobenzaldehido».

Antes me he referido al alcohol del vino, CH
3
CH
2
OH, y lo he llamado «alcohol etílico». También puede ser llamado (y lo es a menudo) «alcohol de grano», porque se obtiene a partir de la fermentación del grano. Pero, como ya apunté, no es el único alcohol que existe, ni mucho menos. Ya en 1661 el químico inglés Robert Boyle descubrió que al calentar madera en ausencia de aire obtenía ciertos vapores, algunos de los cuales se condensaban formando un liquido claro.

Detectó la presencia en este líquido de una sustancia muy parecida al alcohol corriente, pero no exactamente igual. (Se evapora con más facilidad que el alcohol corriente y es mucho más venenoso, por citar sólo dos de las diferencias.) Este nuevo alcohol fue llamado «alcohol de madera».

Pero para que un nombre científico tenga la autoridad que le corresponde siempre se buscan términos griegos o latinos. Vino, en griego, es
methy, y
madera,
yli
. Para decir «vino de la madera» (esto es, «alcohol de madera»), hay que unir las dos palabras griegas, y así obtenemos
methyl
. El primero en hacerlo fue el químico suizo Jóns Jacob Berzelius, alrededor de 1835, y desde entonces el alcohol de madera es, para los químicos, «alcohol metílico».

En 1834 el químico francés Jean Baptiste André Dumas (que yo sepa, no era pariente del novelista) determinó la fórmula del alcohol metílico. Resultó ser más simple que la del alcohol etílico; sólo contiene un átomo de carbono. La fórmula es CH
3
OH. Por esta razón, el grupo formado por un átomo de carbono y tres átomos de hidrógeno (-CH
3
) pasó a ser conocido como «grupo metílico».

El químico francés Charles Adolphe Wurtz (nacido en Alsacia, lo cual explica su apellido alemán) descubrió en 1849 que uno de los dos átomos de hidrógeno del grupo amino podía ser sustituido por el grupo metílico, produciendo el compuesto -NHCH
3
. Naturalmente, se trata de un «grupo metilamino». Si se sustituyeran los dos átomos de hidrógeno por grupos metílicos, la fórmula sería -N(CH
3
)
2
, y tendríamos un «grupo dimetilamino». (El prefijo di- viene del griego
dis
, que significa «dos veces». Es decir, el grupo metílico se suma dos veces al grupo amino.)

Podemos ahora volver a nuestro aminobenzaldehído, C
6
H
4
(CHO) (NH
2
). Si en lugar de un grupo amino hubiéramos añadido un grupo dimetilamino, la fórmula sería C
6
H
4
(CHO) (N(CH
3
)
2
), y se llamaría «dimetilaminobenzaldehído».

Volvamos al benceno una vez más. Su molécula es un hexágono compuesto por seis átomos de carbono, a cada uno de los cuales va unido un átomo de hidrógeno. Hemos sustituido uno de los átomos de hidrógeno por un grupo aldehído, y otro por un grupo dimetilamino, para formar dimetilaminobenzaldehído; pero,
¿qué
dos átomos de hidrógeno hemos sustituido?

En un hexágono perfectamente simétrico, como el que forma la molécula de benceno, sólo existen tres maneras de seleccionar dos átomos de hidrógeno. Podemos eliminar los átomos de hidrógeno de dos átomos de carbono contiguos, o de dos átomos de carbono seleccionados de manera que entre ellos permanezca intacto un grupo de carbono-hidrógeno, o podemos eliminarlos de manera que entre ellos permanezcan intactos dos grupos de carbono-hidrógeno.

Si numeramos la secuencia de átomos de carbono del hexágono del uno al seis, las tres combinaciones posibles afectan a los carbonos 1 y 2, 1 y 3, y 1 y 4 respectivamente.Si dibujan ustedes un diagrama (muy sencillo), verán que no es posible ninguna otra combinación. Todas las combinaciones diferentes de dos átomos de carbono del hexágono se reducen a uno u otro de estos tres casos.

Los químicos han dado un nombre a cada una de estas combinaciones. La combinación 1,2 es
ortho
, de la palabra griega «derecho» o «correcto», quizá porque es la más simple en apariencia, y, lo que parece simple, también parece correcto.

El prefijo
meta-
viene de una palabra griega, que significa «en medio de», pero que tiene también otro significado, «después del siguiente»; por tanto, es un buen nombre para la combinación 1,3. Se sustituye el hidrógeno del primer carbono, el siguiente se deja como está, y se vuelve a sustituir el carbono «después del siguiente».

El prefijo
para-
viene de una palabra griega que significa «al lado de», o «lado a lado». Si marcamos los ángulos 1 y 4 de un hexágono y le damos la vuelta de manera que el 1 esté en el extremo izquierdo, entonces el 4 estará en el extremo derecho. Realmente están «lado a lado», y por tanto
para&mdash
; se utiliza para la combinación 1,4.

Ahora ya sabemos por dónde andamos. Cuando decimos «para-dimetilaminobenzaldehido», estamos diciendo que el grupo dimetilamino y el grupo aldehído están unidos a los carbonos 1 y 4 respectivamente. Se encuentran en los extremos opuestos del anillo de benceno, y su fórmula es CHOC
6
H
4
N(CH
3
)
2
.

¿Lo ven?

Ahora que ya saben gaélico, ¿qué creen que son los siguientes compuestos?

1) alfa-di-glucósido-beta-di-fructofuranosa;

2) dos, tres-dihidro-tres-oxobencenosulfonazolona;

3) delta-cuatro-pregnona-diecisiete-alfa, veintiuno, diol-tres, once, veinte-triona;

4) clorhidrato de dos-metil-cinco-cuatro-metil-betaoxietil-cloruro de tiazolonio-metil-seis-amino-pirimidina.

Por si acaso su gaélico es todavía un poco elemental, les daré las respuestas. Son:

1) azúcar de mesa;

2) sacarina;

3) cortisona;

4) vitamina B
1
.

¿No es sencillo?

NOTA

Soy químico de profesión, pero no suelo escribir demasiados artículos sobre asuntos relacionados con la química.

Creo que es bastante comprensible. Me he pasado años y años en los que me han llenado hasta aquí arriba —no, más arriba, hasta
aquí
arriba— de química, y a veces me sorprendo a mi mismo evitándola de manera inconsciente.

De todas formas, cuando soy capaz de encontrar algún aspecto de la química que me parece divertido, resulta un placer hablar de ello. ¿Y qué hay más enloquecedor para el lego que todos esos extraños nombres de los productos químicos? Pero resulta que esos nombres tienen unos entretenidos orígenes históricos, y por ello decidí escribir este artículo.

EL DEDO QUE SE MUEVE LENTAMENTE

¡Ay de nosotros, rodeados de pruebas de la mortalidad de todas las cosas! El otro día murió nuestro pequeño periquito. Por lo que sabíamos, tenía poco más de cinco años, y siempre le habíamos cuidado lo mejor que pudimos. Le alimentábamos, le dábamos agua, limpiábamos su jaula, le dejábamos salir de la jaula y volar por la casa, le enseñamos algunas palabras, pocas, pero escandalosas, le permitíamos subirse a nuestros hombros y comer lo que quisiera de nuestros platos. En pocas palabras, intentábamos que se sintiera como uno de nosotros, los humanos.

Pero, por desgracia, su proceso de envejecimiento siguió siendo el de un periquito. En este último año cada vez se mostraba más hosco y taciturno; no decía más que muy de vez en cuando sus palabras indecentes, y se pasaba más tiempo andando que volando.Y, por último, se murió. Y, naturalmente, en mi interior se está desarrollando un proceso similar.

Esta idea me pone de mal humor. Cada año bato mi marca anterior y me adentro en tierras más altas en lo que se refiere a la edad, y resulta un pobre consuelo pensar que a todo el mundo le está ocurriendo exactamente lo mismo.

La verdad pura y dura es que no me gusta envejecer. En mis buenos tiempos fui una especie de niño prodigio no demasiado espectacular: ya saben, el tipo de niño que aprende a leer solo antes de los cinco años, que ingresa en la universidad a los quince años y a los dieciocho escribe artículos que son publicados y cosas así. Como se pueden imaginar, sufría frecuentes exámenes por parte de los curiosos, como si fuera una especie de monstruo absurdo; yo tomaba invariablemente estos exámenes por admiración, y me encantaba.

Pero esta conducta lleva en sí su propio castigo, porque el dedo que se mueve va escribiendo —como dijo Edward Fitzgerald que había dicho Omar Khayyam—, y una vez que ha escrito, continúa moviéndose. Y eso quiere decir que el brillante, joven, bullicioso y efervescente niño prodigio se ha convertido en un nada prodigioso individuo fofo, panzudo, legañoso y de edad mediana, y la edad se hace sentir doblemente en este tipo de personas.

Con bastante frecuencia me encuentro con algún tipo grandote, robusto y vigoroso, con las mejillas erizadas por una barba de tres días, que se me acerca y me dice con voz de bajo:

—He leído todo lo que ha escrito desde que aprendí a leer, y he buscado todo lo que escribió
antes
de que aprendiera a leer, y también lo he leído.

Entonces siento el impulso de atizarle un derechazo en la mandíbula, y podría hacerlo si estuviera totalmente seguro de que iba a respetar mis años y no me iba a devolver el golpe.

Así que no se me ocurre otro remedio que encontrar una manera de ver el lado bueno del asunto, si es que lo tiene…

A todo esto, ¿cuánto viven los organismos? Sólo podemos hacer conjeturas. Las estadísticas sobre el tema se remontan únicamente a los últimos cien años aproximadamente, y sólo para el
Homo sapiens
y en las zonas del mundo más «avanzadas».

Así que gran parte de las consideraciones sobre la longevidad se basan en cálculos bastante aproximados.

Pues bien: si todo el mundo se dedica a hacer conjeturas, yo también puedo hacerlo, y pueden apostar a que lo haré tan alegremente como cualquiera.

En primer lugar, ¿qué queremos decir con «duración de la vida»? Hay varias maneras de considerarla, y una de ellas es tener en cuenta el intervalo real de tiempo (por término medio) que viven los organismos reales en condiciones reales. Es lo que se llama «esperanza de vida».

Una cosa de la que podemos estar seguros es que la esperanza de vida es bastante insignificante para la mayor parte de las criaturas. Si un bacalao o una ostra ponen millones de huevos, de los cuales sólo uno o dos producen crías que sigan vivas al final del primer año, entonces la esperanza de vida media de todas las crías de bacalao o de ostra puede medirse en semanas o probablemente incluso en días. Me imagino que miles y miles de ellas no viven más de unos minutos.

Las cosas no llegan a este extremo entre las aves y los mamíferos, que cuidan hasta cierto punto de sus crías; pero apuesto a que son relativamente pocas las crías que sobreviven un año siquiera.

Sin embargo, desde el frío punto de vista de la supervivencia de las especies, esto resulta más que suficiente. Una vez que una criatura ha alcanzado la madurez sexual y ha contribuido al nacimiento de una camada de crías, de las que cuida hasta su pubertad o hasta un poco antes, ya ha contribuido a la supervivencia de la especie y puede vivir su vida. Si sobrevive y tiene más camadas, estupendo, pero no es necesario que lo haga.

Evidentemente, desde el punto de vista de la supervivencia resulta muy conveniente alcanzar la madurez sexual lo más pronto posible, para que haya tiempo de engendrar a la generación siguiente antes de que se extinga la anterior. Los ratones de campo alcanzan la pubertad en tres semanas, y pueden tener su primera camada seis semanas después de su nacimiento. Incluso animales tan grandes como el caballo o la vaca llegan a la pubertad al año de vida, y las ballenas más grandes a los dos años. Algunos animales terrestres de gran tamaño pueden permitirse el lujo de ser más lentos. Los osos llegan a la adolescencia a los seis años, y los elefantes a los diez.

Los grandes carnívoros tienen una esperanza de vida de varios años, aunque sólo sea porque tienen relativamente pocos enemigos (siempre a excepción del hombre) y no es previsible que vayan a servir de comida para otras criaturas. Los herbívoros más grandes, como los elefantes y los hipopótamos, también están a salvo, y algunos más pequeños, como los mandriles y los búfalos de agua, adquieren una relativa seguridad al desplazarse en manadas.

El hombre primitivo entra dentro de esta categoría. Vivía en pequeñas manadas y cuidaba de sus crías. En el peor de los casos disponía de mazas primitivas, y acabó por aprender a servirse del fuego. Por tanto, un hombre primitivo podía esperar vivir unos cuantos años. Aun así, la desnutrición, las enfermedades, los peligros de la caza y la crueldad del hombre con el hombre, acortaban mucho la vida en relación con nuestros niveles modernos. Naturalmente, existía un límite de duración mínima de la vida. Si los hombres no vivieran el tiempo suficiente por término medio como para engendrar a otros hombres, la raza se extinguiría. Con todo, calculo que en una sociedad primitiva una esperanza de vida de dieciocho años garantizaría con creces la supervivencia de la especie. Y tengo la sospecha de que la esperanza de vida real del hombre de la edad de piedra no era mucho mayor.

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