Bioquímico de profesión, Isaac Asimov es mundialmente famoso por su capacidad de divulgación científica. En este libro,
El Sol Brilla Luminoso
, Asimov recopila una serie de artículos, publicados en diferentes revistas y actualizados por él mismo, con cuya selección trata de abarcar los temas más candentes de la ciencia actual. Desde el origen, la estructura y la evolución de las estrellas, haciéndo un énfasis especial en la estrella que se halla más próxima a nosotros, el Sol, pasando por los cuerpos que orbitan a su alrededor (planetas y satélites), hasta otros temas, tales como los elementos químicos (base del mundo material y de la vida) y las técnicas de clonación, de gran actualidad y tema permanente de polémica. Sin embargo, Asimov no reflexiona sólo acerca del mundo material que nos rodea, sino que se aventura también en el campo de la reflexión sobre el propio ser humano y trata asimismo de las tareas desarrolladas por los científicos en busca de nuevos avances y conocimientos.
Isaac Asimov
El Sol brilla luminoso
ePUB v1.1
Polifemo721.03.12
Versión española de la obra original en inglés
The sun shines bright,
recopilación de ensayos publicados en
The Magazine of Fantasy and Science Fiction
Traducción: Lorenzo Cortina
Diseño de cubierta: Ferran Cartes / Montse Plass
© 1993 Salvat Editores, S.A., Barcelona (para esta edición)
© 1983, Plaza & Janés Editores, S.A. (de la traducción española)
© 1979, 1980
by
Mercury Press, Inc.
© 1981
by
Nightfall, Inc.
ISBN: 84-345-8880-3 (Obra completa)
ISBN: 84-345-8907-9 (Volumen 27)
Depósito Legal: B-528-1994
Publicada por Salvat Editores, S.A., Barcelona
Impresa por Printer, i.g.s.a., Enero 1994
Printed in Spain
Scan/OCR: Xixoxux
Corrección: Gra
Versión 1.1 – Noviembre de 2003
Dedicado a Carol Bruckner y a todas las otras personas agradables de la agencia de lectura «Harry Walker».
¿Qué debo hacer con los títulos? Es un problema con el que, tal vez, no debería molestarles, pero me gusta pensar que todos mis Gentiles Lectores son amigos míos, ¿y para qué están los amigos si no para darles la lata con problemas?
Muchas veces he permanecido mirando una hoja de papel en blanco durante varios minutos, incapaz de comenzar un artículo científico, aunque supiese exactamente de lo que iba a tratar y cómo desarrollarlo, y todo lo demás al respecto. Todo…, menos el título que iba a ponerle. En realidad, sin un título no puedo empezar.
Es algo, naturalmente, que ha ido empeorando con el transcurso del tiempo, puesto que sufro la maldición de ser prolífico. Más de doscientos treinta libros, más de trescientos cuentos; más de mil trescientos ensayos de literatura no novelesca… Y todos necesitan un título… Un nuevo título… Un título que diga algo.
A veces, me gustaría limitarme sólo a numerar cada producto, de la forma como lo efectúan los compositores. Y ya lo realicé en dos ocasiones. Mis libros centésimo y duocentésimo se llamaron
Opus 100
y
Opus 200,
respectivamente. ¿Suponen cómo intento denominar a mi libro tricentésimo, si sobrevivo para escribirlo?
No obstante, en general, los números no funcionan. No son muy bonitos como títulos (1984 es el único ejemplo con éxito en que puedo pensar). Son difíciles de diferenciar y de identificar. Imagínense entrando en una librería y, en el último momento, se olvidan de si lo que buscan es el 123 o el 132. Conozco gente que ha tenido problemas para recordar el título de un libro de cálculos, que, precisamente, se llamaba de ese modo:
Cálculos.
Además, los editores insisten en títulos sugerentes, y el Departamento de Ventas en títulos que se vendan, y yo insisto en títulos que me gusten. El complacer a todos resulta difícil, por lo que me concentro primero en complacerme a mí mismo.
Existen varias clases de títulos que me complacen, en lo que se refiere a mis ensayos científicos. Por ejemplo, me gustan las citas que puedan aplicarse al tema materia del ensayo de una forma inesperada.
Pongamos por caso que sabemos, exactamente, lo que Lady Macbeth quiere decir cuando grita agónicamente, en la escena en que anda sonámbula: «¡Fuera, mancha maldita…!» Pero también puede decirse a un perro llamado
Mancha
que acabe de entrar en la alfombra de la sala de estar con las pezuñas embarradas, o incluso aplicarse también de una forma exacta, tal y como hice en mi primer ensayo.
Y cuando Julieta previene a Romeo contra el jurar por «la inconstante luna», no dice exactamente lo que pretendo decir en el título del noveno ensayo.
Otra forma de emplear una cita es retorcerla un poco. Leo Durocher dijo: «Los tipos estupendos terminan los últimos», y Marco Antonio, se refirió a Bruto como «el más noble de todos los romanos». Si cambio una palabra para conseguir un título que se adecue con el tema objeto del ensayo, me siento de lo más feliz. O puedo cambiar un cliché en su opuesto, e ir de «un arma secreta» a «un arma no secreta».
Pero no siempre me es posible. A veces, tengo que emplear algo tan pedestre como «¡Neutralidad!» o «¡Más atestado!», y luego me encanta ya escribir todo el ensayo con mi labio inferior tembloroso y mis azules ojos al borde de las lágrimas.
Pero incluso mis series de ensayos científicos se han hecho lo suficientemente numerosas como para causarme problemas. Éste es el quinto de una serie tomada de
The Magazine of Fantasy and Science Fiction
(sin contar cuatro libros que son una refundición de ensayos ya publicados anteriormente).
El primer libro de la serie se titulaba
Hechos y fantasías,
porque, de una forma bastante lógica, los ensayos trataban de un hecho científico (tal y como se comprendía en el tiempo en que fue escrito) y de mis propias especulaciones acerca de aquellos hechos.
El segundo y tercer libro se titulaban
Vista desde una altura y Añadiendo una dimensión,
respectivamente. En cada caso, el título era una frase tomada de la introducción.
No obstante, el tercer título me dio una idea. ¿Por qué, en cada título, no emplear una palabra diferente que estuviese asociada con la ciencia? El tercer título incluía la palabra «dimensión», por ejemplo.
Por ello, el cuarto título se convirtió en
Del tiempo y del espacio y otras cosas,
que contenía las palabras «tiempo» y «espacio», y donde había (más o menos) una descripción de la naturaleza de los ensayos. Tras esto, los títulos incluyeron, sucesivamente, «tierra», «ciencia», «sistema solar», «estrellas», «electrón», «luna», «materia(s)», «planeta», «quasar» e «infinito».
Doubleday & Company
, mis estimados editores norteamericanos, no confiaron, de todos modos, en mis coloridos títulos. Subtitularon la primera de las series como
Diecisiete ensayos especulativos
en la sobrecubierta del libro, aunque no en la primera página. Continuaron introduciendo cambios como «ensayos acerca de las ciencias», en los primeros cinco libros de la serie, y luego lo dejaron correr y permitieron que los nombres se aguantasen por sí solos. Las ventas no quedaron adversamente afectadas cuando se omitieron los subtítulos.
El título del octavo libro fue
Las estrellas y sus recorridos,
que daba la casualidad de que era el título de uno de los ensayos del volumen.
Eso suscitó mi fantasía. No todo título de un ensayo es aconsejable para toda la colección, pero, cuando se trata de diecisiete ensayos, por lo menos uno es muy probable que sea de utilidad. Por lo tanto, de los volúmenes octavo al decimocuarto, inclusive (excepto para
De las materias grandes y pequeñas),
cada uno de los títulos constituyó un duplicado de alguno de los ensayos.
Y esto nos lleva a este volumen.
Algunos de los títulos de ensayos individuales de este libro son, obviamente, no acomodables para el tomo como un todo. Llamar al libro
¿Cuán pequeño?
o
Sólo treinta años
no brindaría una idea de todo lo que contiene y resulta antideportivo.
Llamarlo
El dedo de Dios
o
Los tipos agradables acaban primero
podría conferir una activamente equivocada visión del contenido. No hubiera querido que la gente creyese que el libro trataba ni de teología ni de automejoramiento.
La luna inconstante
hubiera sido un buen título, pero uno de mis volúmenes de ensayos ya se llamaba
La tragedia de la luna.
Me vi fuertemente tentado por
Clon, clon de mí mismo,
pero los clones son en la actualidad un tema de tal interés para el público en general, que muchas personas que han oído hablar de mí podrían verse tentadas a comprar el libro sobre la base del título y quedarían luego decepcionados.
Por tanto, me decidí por
El sol brilla luminoso.
Podía existir un pequeño fallo en el sentido de que la palabra «luminoso o brillante» también sale en
Quasar, quasar, brillad luminosamente,
pero no había empleado la palabra «sol» en ninguno de los títulos, y también se merece un papel, por lo que me decidí por ese título.
No obstante, hagan el favor de recordar que el libro no tiene nada que ver con Kentucky o con Stephen Foster.
¡Adoro las coincidencias! Cuanto más extravagantes son, mejor. Las amo porque, aunque sólo los irracionalistas se muestran deseosos de prenderse a numerosas teorías llenas de basura, yo las veo sólo por lo que son: coincidencias.
Por ejemplo, por citar un caso personal…
Allá por 1925, mi madre desfiguraba mi edad por un doble motivo.
Había manifestado a las autoridades escolares que mi fecha de nacimiento era el 7 de septiembre de 1919, por lo que, el 7 de setiembre de 1925, yo debería tener seis años de edad, y esto me cualificaría para entrar en el primer grado al día siguiente (para lo que me encontraba más que dispuesto).
En realidad había nacido el 2 de enero de 1920, y no era elegible por otro medio año, pero como he nacido en Rusia, no existían certificados de nacimiento que pudiesen oponerse a la declaración de mi madre.
En el tercer grado, descubrir que los archivos de la escuela registraban como fecha de nacimiento el 7 de septiembre, y tuve que mostrar mis objeciones con tanto vigor, que lo cambiaron todo a la fecha correcta del 2 de enero de 1920.
Años después, durante la Segunda Guerra Mundial, trabajé como químico en el Astillero de la Marina norteamericana en Filadelfia (junto con Robert Heinlein y L. Sprague de Camp), y esto significó que se prorrogó mi alistamiento.
Sin embargo, a medida que la guerra avanzaba, y dado que mi trabajo se hizo, en consecuencia, menos importante, los caballeros de mi Caja de reclutamiento miraron hacia mí con un anhelo cada vez más creciente. Finalmente, cinco días después del Día de la Victoria, recibí mi citación y, llegado el momento, conseguí el etéreo
status
de soldado raso.
Esta notificación para la incorporación a filas llegó el 7 de septiembre de 1945, y, en aquella época, sólo eran reclutados los hombres de menos de veintiséis años. Si no hubiese corregido la declaración inexacta de mi madre de veinte años antes, el 7 de septiembre hubiera sido mi vigésimo sexto cumpleaños y no habría sido reclutado.