El sol sangriento (19 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

Kerwin había empezado a sospechar que el relato terminaría allí, pero aun así fue un
shock
para él.

—Con un terrano —murmuró quedamente—. Con mi padre.

—No estoy seguro. No sé si se marchó de la Torre con él o si él apareció más tarde —se evadió Kennard—. Pero sí, por eso Auster te odia, por eso hay muchas personas que piensan que tu existencia misma es un sacrilegio. No era insólito que una Celadora descartara sus poderes y se casara. Muchas lo han hecho. Pero que una Celadora abandone la torre y su virginidad ritual y siga siendo Celadora… no, eso no podían tolerarlo. —Su voz se tornó más amarga—. Después de todo, una Celadora no es algo tan inusual; se descubrió o se redescubrió, en la época de mi padre, que cualquier técnico más o menos competente puede hacer el trabajo de una Celadora. Incluso algunos hombres. Si es necesario, yo mismo puedo hacerlo, aunque no soy particularmente hábil para eso. Pero la Celadora de Arilinn… es todo un símbolo. Una vez Cleindori me dijo que lo que el Comyn necesitaba de verdad era una muñeca de cera en un palo, que usara el vestido carmesí y que pronunciara las palabras adecuadas en el momento oportuno. Así ya no habría necesidad de que existieran Celadoras en Arilinn. Y, como la muñeca podría permanecer virgen eternamente sin problemas ni dolor ni sacrificio, todos los trastornos de Arilinn se resolverían. No creo que puedas imaginar lo perturbador que fue eso para los hombres y mujeres más conservadores del Concejo. Se encarnizaron de manera terrible contra el… sacrilegio cometido por Cleindori. —Hizo una pausa y miró el suelo—. También Auster tiene una razón especial para odiarte. Él también nació entre terranos, aunque no lo recuerda. Durante un tiempo también estuvo en el Orfanato de Hombres del Espacio, pero lo recuperamos incluso antes de que hubiera aprendido su idioma. No le he escuchado pronunciar una sola palabra en terrano ni en
cahuenga
desde que tenía trece años, pero eso no significa nada. Es una historia extraña. —Kennard alzó la cabeza y miró a Kerwin—. Es una suerte para ti que los terranos te hayan enviado a Terra, con los Kerwin. Había aquí muchos fanáticos que hubieran creído que era un acto virtuoso… vengar la deshonra de una
vai leronis
, matando al hijo que ella le había dado a su amante.

Kerwin descubrió que estaba temblando, aunque la habitación estaba cálida.

—Siendo así —dijo—, ¿qué demonios estoy haciendo aquí, en Arilinn?

—Los tiempos han cambiado —agregó Kennard—. Como te conté, nos estamos extinguiendo. Ya no hay suficiente cantidad de los nuestros. Aquí, en Arilinn, tenemos una Celadora, pero no hay más de dos o tres en todos los Dominios, aparte de un par de niñitas que
podrían
convertirse en Celadoras. Los fanáticos han muerto o han sido ablandados por la vejez; aunque todavía queden algunos, han aprendido a escuchar la voz de la evidencia. Debería decir, de la desnuda necesidad. No podemos permitirnos desperdiciar a alguien que tal vez posea dones de Aillard o de Ardais o… tal vez otros. Tienes sangre Ridenow y sangre Hastur algunas generaciones atrás y también Alton. Por diversas razones… —Se interrumpió. Luego dijo—: Hay personas diferentes gobernando el Concejo. Cuando regresaste a Thendara, no me llevó mucho tiempo adivinar quién debías de ser. Elorie te vio en las pantallas monitoras… Es decir, vio la matriz de Cleindori y lo confirmó. Aquella noche en el Sky Harbor Hotel nos reunimos media docena, procedentes de las pocas Torres que quedan. Nos reunimos allí, fuera del castillo Comyn, para poder hablar libremente. La razón por la que nos reunimos fue tratar de llegar a algún acuerdo acerca de los requisitos de admisión en las Torres, para poder mantener activas más de una o dos. Cuando tú entraste —supongo que recuerdas lo que ocurrió—, creímos que eras uno de nosotros; y no fue tan sólo por el pelo rojo. Todos
percibimos
quién eras. Por eso te llamamos. Y has venido. Y aquí estás.

—Aquí estoy. Un ajeno…

—No en realidad, o nunca hubieras podido trasponer el Velo. Te habrás dado cuenta de que no nos gusta tener a no-telépatas cerca de nosotros; por eso no tenemos sirvientes humanos y por eso Mesyr se ha quedado a atendernos aun cuando ya no trabaja en las pantallas. Tú pasaste el Velo, lo que significa que tienes sangre Comyn. Y me siento cómodo contigo, lo que es un buen signo.

Kerwin arqueó las cejas. Kennard podía sentirse cómodo con él, pero estaba condenadamente seguro de que el sentimiento no era mutuo; al menos no todavía. Aunque Kennard procuraba agradarle, estaba muy lejos de sentirse a gusto con él.

—En este momento está deseando sentir lo mismo por ti —dijo Taniquel, asomando la cabeza dentro de la habitación—. Ya lo harás, Jeff. Lo que pasa es que has vivido demasiado tiempo entre bárbaros.

—No bromees,
chiya
—la regañó Kennard con indulgencia—. Tampoco está habituado a ti, lo que no significa necesariamente que sea un bárbaro. Sírvenos una copa y deja de hacer travesuras, ¿quieres? Ya tendremos suficientes problemas.

—Nada de tragos todavía —repuso Rannirl, deteniéndose debajo de la arcada que daba a la habitación—. Elorie estará aquí en un minuto. La esperaremos.

—Eso significa que le va a poner a prueba —dijo Taniquel.

Se acercó a los cojines y se dejó caer con gracia, como un gato, con la cabeza apoyada sobre una rodilla de Kennard. Al extender los brazos, uno de ellos golpeó a Kerwin; bostezó y, como al desgaire, rodeó con un brazo su pie, dándole en el proceso una pequeña palmadita ausente. Posó la mano en el tobillo de Kerwin, mientras le miraba con ojos que centelleaban en una sonrisa pícara. Él se sintió incómodamente consciente del contacto. Nunca le había gustado que le tocaran, y sentía que Taniquel lo sabía.

Neryssa y Corus se deslizaron dentro de la habitación y se situaron en los cojines; todos se desplazaron, dejando lugar para la pierna inválida de Kennard; Taniquel se movió con inquietud hasta encontrar lugar entre Kerwin y Kennard, arrebujada en los almohadones como un gatito, con un brazo sobre el regazo de cada uno de ellos. Kennard le palmeó la rizada cabeza con afecto, pero Kerwin, incómodo, se alejó. Maldición. ¿Se estaría burlando esta chica de él? ¿O tan sólo sería ingenua, distendida, infantil, especialmente entre hombres a los que consideraba tan neutros como hermanos o parientes próximos? Sin duda trataba a Kennard —y él a ella— como si fuera su tío favorito, y no había nada provocativo en la manera en que lo tocaba, pero de algún modo su actitud era sutilmente diferente con Kerwin. Y él era consciente de esa diferencia y se preguntaba si
ella
también lo sería. ¿Sería nada más su imaginación? De nuevo, como cuando Elorie había entrado en su cuarto sin anunciarse antes de que él hubiera terminado de vestirse, Kerwin se sintió perturbado. ¡Demonios! La etiqueta de un grupo de telépatas todavía era un misterio para él.

Elorie, Mesyr y Auster llegaron juntos a la habitación. La mirada de Auster buscó de inmediato a Kerwin. Taniquel se enderezó y se alejó un poquito del joven. Corus se dirigió a un armario, con un gesto que era a todas luces producto de una prolongada costumbre.

—¿Qué vais a beber? ¿Lo de siempre, Kennard, Mesyr? Neryssa, ¿qué quieres tú? Elorie, sé que nunca bebes algo más fuerte que
shallan…

—Lo hará esta noche —dijo Kennard—. Tomaremos
kirian
.

Sobresaltado, Corus se volvió en busca de confirmación. Elorie asintió. Taniquel se incorporó y fue a ayudar a Corus; fueron llenando copas bajas de un botellón de forma curiosa. Alcanzó una copa a Kerwin, sin preguntarle si la quería.

El líquido que había en la copa era pálido y aromático; Kerwin lo observó y sintió que todos los ojos estaban puestos en él. ¡Maldición! ¡Ya se estaba cansando de esta función! Dejó la copa en el suelo, sin probarla.

Kennard rió, Auster dijo algo que Kerwin no entendió y Rannirl frunció el ceño, murmurando una respuesta reprobadora. Elorie los observó, esbozando una sonrisa y alzando luego su copa hasta los labios para probar apenas el líquido. Taniquel soltó una risita y Kennard estalló:

—¡Por los infiernos de Zandru! ¡Esto es demasiado serio para bromear! Sé que te gustan las chanzas, Tani, pero de todos modos… —Aceptó la copa que Corus le alcanzó y la observó ceñudo—. ¡Me parece que me adjudican el rol de maestro durante demasiado tiempo! —Suspiró, alzó la copa y dijo a Kerwin—: Este líquido… no es
kirian
puro, suponiendo que sepas qué es eso, sino licor de
kirian
. No es exactamente una droga ni un estimulante, pero disminuye el umbral de resistencia a la recepción telepática. No tienes que beberlo si no quieres, pero ayuda. Por eso todos lo estamos tomando. —Tomó un sorbo del suyo y prosiguió—: Ahora que ya estás aquí y que has descansado un poco, es muy importante que probemos tu
laran
, que averigüemos qué clase de telépata eres, qué
donas
posees, cuánto entrenamiento necesitarás antes de que puedas trabajar con el resto de nosotros… o viceversa. Vamos a probarte de una media docena de maneras; es más efectivo hacerlo en grupo. Por eso… —tomó otro sorbo— el
kirian
.

Kerwin se encogió de hombros y levantó la copa. El líquido tenía un olor penetrante y curiosamente volátil; le pareció que se evaporaba en su lengua antes de haberlo podido paladear. En su opinión, no parecía un buen medio de emborracharse. Era más parecido a inhalar perfume que a beber algo. El sabor era como alimonado. La copa se terminaba con cuatro o cinco tragos, pero había que tomarlo muy despacio: las emanaciones eran demasiado fuertes como para que se la pudiera beber como una bebida común. Advirtió que Corus hacía muecas al beber, como si el sabor le provocara un violento disgusto. Por lo que se veía, los demás estaban acostumbrados al gusto; Neryssa incluso agitó su copa, inhalando el perfume como si fuera un brandy fragante. Kerwin decidió que esa bebida era un gusto que se adquiría.

Terminó la copa y la dejó apoyada.

—¿Y ahora qué ocurre? —preguntó.

Ante su sorpresa, sus palabras sonaron curiosamente arrastradas; tuvo algunos problemas para articularlas y, cuando terminó de hablar, no estaba seguro del idioma que había usado. Rannirl se volvió hacia él con una sonrisa. Kerwin supo que quería darle seguridad.

—Nada para preocuparse —le dijo Rannirl.

—No sé por qué es necesario todo esto —intervino Taniquel—. Ya han probado su
laran
. Nos ahorraron ese problema con las pantallas monitoras.

Mientras ella hablaba, una escena apareció involuntariamente en la mente de Kerwin: los hermanos que habían estudiado su matriz y con arrogancia le habían dicho que no era bienvenido en su casa, ni en su mundo.

—¡Cometieron esa condenada insolencia! —exclamó Corus con furia—. ¡Yo no estaba enterado!

—En cuanto al resto… —empezó Taniquel.

Kerwin bajó la mirada hasta la muchacha acurrucada muy próxima a su rodilla, cuyo rostro estaba vuelto hacia él y cuyos ojos, brillantes y solidarios, se cruzaron con los suyos. Estaba muy cerca. Kerwin podría haberse agachado para besarla. Lo hizo.

Taniquel se recostó contra él, sonriente, apoyó su mejilla en la de Kerwin y dijo:

—Ponle positivo en empatía, Kennard.

Kerwin se sobresaltó, alarmado, al advertir que sus propios brazos rodeaban a Taniquel; después se rió y se distendió, abandonando repentinamente toda preocupación. Si la muchacha hubiera querido objetar, ya lo habría hecho; por el contrario, percibía que en realidad estaba complacida, acurrucada en sus brazos como si estuviera satisfecha de encontrarse allí. Auster estalló en un puñado de sílabas ininteligibles, y Neryssa sacudió la cabeza reprobando a Taniquel.

—¡
Chiya
, éste es un asunto serio!

—Y yo me estaba comportando con total seriedad —replicó Taniquel, sonriendo—, aunque mis métodos te parezcan poco ortodoxos.

Volvió a apoyar una mejilla en la de Kerwin. De repente, de manera sorprendente, él sintió un nudo en la garganta y por primera vez en muchos años sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, nublándole la vista. Taniquel no sonreía ahora; se alejó un poco de Kerwin pero su mano siguió acariciándole una mejilla, como una promesa.

—¿Se te ocurre una mejor prueba de empatía? —dijo con suavidad—. Si él no lo era, no le hubiera hecho ningún daño, pues no podría recibirme; y si lo era…, lo merece.

Kerwin sintió que los suaves labios de la joven le rozaban la mano y le invadió una emoción casi avasalladora. De algún modo, la suavidad y la intimidad implícitas en ese gesto mínimo eran más significativas para él que cualquier cosa que una mujer hubiera hecho en su vida. Sintió que se había producido una absoluta aceptación de él, como hombre y como ser humano, que de alguna manera, aquí, delante de todos, Taniquel y él se habían convertido de pronto en algo más íntimo que amantes.

De repente, los otros habían dejado de existir. Rodeándola con un brazo, atrajo la cabeza de la joven hasta posarla en su hombro y ella se recostó en él, tierna, consoladora, con un gesto de confirmación y calidez que él nunca había sentido. Kerwin alzó sus ojos empañados y parpadeó, incómodo ante este despliegue de emoción, pero sólo vio comprensión y amabilidad.

El rostro adusto de Kennard parecía un poco menos enjuto que de costumbre.

—Taniquel es la experta en empatía. Era previsible… Él tiene sangre Ridenow. Aunque es del todo inusual que un hombre sea émpata en este grado.

—¡Qué solo debes de haber estado! —exclamó Taniquel, todavía aferrada a Kerwin.

Las palabras fueron apenas audibles.

Toda mi vida. Sin pertenecer a ninguna parte.

Pero ahora perteneces aquí.

No todas las miradas eran benévolas. La mirada de Auster buscó a Kerwin, y éste tuvo la clarísima sensación de que, si las miradas quemaran, él se hubiera convertido en una brasa en el suelo.

—Aunque lamento interrumpir este conmovedor espectáculo… —comenzó a decir Auster.

Taniquel, con un resignado encogimiento de hombros, soltó la mano de Kerwin. Auster seguía hablando, pero lo hacía ahora en ese idioma que Kerwin no comprendía.

—Lo siento, no te comprendo —dijo Kerwin.

Auster repitió lo que había dicho, pero en el mismo idioma que Kerwin no entendía. Auster se volvió hacia Kennard y le comentó algo, arqueando las cejas con una sonrisa sardónica.

—¿No entiendes absolutamente nada, Jeff? —preguntó Kennard.

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