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Authors: Miyuki Miyabe

Tags: #Intriga

El susurro del diablo (13 page)

—Mi novio dice que por supuesto que existe una revista llamada
Canal de Información.

—¿En serio? —Mamoru se levantó de un salto, emocionado, derramando todo el café. Madame se apartó bruscamente para no mancharse.

—Vaya. ¿Tan importante es para ti?

—Sí que lo es.

—Aunque tiene un origen algo dudoso. El primer número salió a finales del año pasado, y solo le han seguido tres ejemplares más. Fue distribuida por los canales convencionales, pero la editorial, de la que nadie ha oído hablar por cierto, dejó de publicarla.

—¿Qué tipo de revista era? ¿De qué editorial se trata?

—Mi novio dice que solo hay un registro. Los números están agotados, de modo que no lo sé. Lo que sí está claro es que no es el tipo de revista que pondrías en manos de un niño. Toma. —Le tendió la libreta—. Aquí está el nombre y la dirección de la editorial. Y esto de aquí es información sobre los editores. Pero dudo que consigas hablar con ellos.

Mamoru sostuvo la libreta como si fuese un billete para viajar alrededor del mundo.

—Estoy segura de que te encantaría ponerte con ello ahora mismo —añadió Madame, ceñuda—. Por desgracia, ya sabes la cantidad de trabajo que tenemos hoy.

Mamoru sabía que andaban faltos de personal. Las tardes de los fines de semana eran muy ajetreadas y una de las chicas ya se había marchado a casa con dolor de cabeza.

—Pero… —Madame había ocultado su mano izquierda detrás de la espalda. En cuanto la asomó, a Mamoru se le iluminó el rostro—. Aquí tienes tu permiso para marcharte antes. Takano me dijo que hiciese cualquier cosa que necesitases.

Mamoru se dirigió al vestuario. Su corazón rebosaba de agradecimiento hacia Madame Anzai, su novio y Takano.

Una mujer con tono animado respondió a la llamada.

—¡Love Love, dígame!

Mamoru miró la libreta que Madame le había entregado. La caligrafía era nítida, así que no podía tratarse de un error: «Yoshiyuki Mizuno, editor».

—Perdone, creí que este era el teléfono de los Mizuno.

—Sí, es este.

—Busco a Yoshiyuki Mizuno.

—Es mi marido.

Mamoru dejó escapar un suspiro de alivio.

—Me gustaría hablar con él sobre una revista que solía publicar:
Canal de Información.

—¿Qué quieres saber? —repuso con tono de guasa la mujer tras un breve silencio.

—Me temo que no puedo explicárselo por teléfono. Me llamo Mamoru Kusaka. Soy estudiante… No quiero causar ninguna molestia.

—Bien, pues será mejor que te pases por aquí. Regentamos una cafetería llamada Love Love. ¿Conoces la dirección? Toma papel y lápiz.

No hubo necesidad de apuntar nada. La cafetería estaba situada en una ubicación excelente, frente a una estación de tren. La fachada era blanca y resaltaba por unas ventanas y toldos de estilo occidental. En su interior, las enormes aspas de un ventilador de techo giraban despacio.

El local estaba atestado de jóvenes clientes. Sonaba música de fondo. Mamoru reparó en una gramola.

—¡Anda! ¡Qué chico tan mono! —Una señora alta, delgada, de unos treinta y tantos años lo saludó. Llevaba un jersey holgado, vaqueros ajustados y sandalias de cuero. A simple vista, no llevaba maquillaje, pero Mamoru percibió la fragancia de su perfume. Su cabello negro le rozaba los hombros y a un lado asomaba un mechón de color castaño claro.

—Soy Akemi Mizuno, la mujer de Yoshiyuki. Eres Mamoru, ¿verdad? Si quieres saber algo sobre
Canal de Información
, estoy segura de que podré ayudarte. Fui yo quien la financió y perdió el dinero cuando el proyecto se fue al traste.

—¿Está aquí el señor Mizuno?

Akemi se echó a reír.

—No tengo ni idea de dónde estará. Una vez que sale, es imposible saber cuándo regresa.

Akemi estaba detrás de la barra, y Mamoru tomó asiento frente a ella. Le puso una taza de café.

—¿Y qué busca un jovencito tan bueno como tú en una revista tan obscena como esa? Sé que los chicos necesitáis divertiros de vez en cuando, pero hay un montón de revistas y vídeos que puedes conseguir con mucha más facilidad.

—¿De modo que
Canal de Información
es una revista porno?

—Fue clasificada como tal pero, por lo visto, no era lo suficientemente obscena para triunfar en el mercado. Un buen planteamiento, pero nada que lo respaldase. Eso es lo que Yoshiyuki te dirá.

—¿Le queda algún ejemplar?

La expresión de júbilo abandonó el rostro de Akemi.

—Ya veo que hablas en serio ¿Por qué no me lo cuentas todo? Tengo la sensación de que si no lo haces, me veré metida en un buen lío.

Mamoru se lo explicó todo. Al menos, todo lo que había tramado de camino a la cafetería. Le dijo que un amigo suyo había encontrado un ejemplar en una librería de segunda mano, y que este le habló de la fotografía de una chica que guardaba un pasmoso parecido con su hermana, desaparecida hacía mucho.

—¿Y por qué no la compró tu amigo? Así podría habértela enseñado.

—No me afirmó con seguridad que se tratase de ella. Ten amigos para esto…

Akemi tomó su propia taza de café, luciendo una manicura perfecta. Se quedó absorta en sus cavilaciones.

—¿Está segura de que no le queda ningún ejemplar? —insistió Mamoru—. Si pudiera hacerme con uno…

Akemi lo miró fijamente.

—Hace unos pocos meses, alguien vino pidiendo un ejemplar de la revista. Era mucho mayor pero, por lo visto, perseguía el mismo objetivo que tú. En su momento no le di importancia aunque sonaba tan serio como tú ahora. Nos quedaban algunos ejemplares, y los compró todos.

»Estoy convencida de que algún pariente suyo aparecía como modelo en uno de esos números. Una hija o una nieta, quizás. Quería comprarlas todas para detener su circulación. Yoshiyuki y yo tuvimos una pelea por ese motivo. Yo dije que no importaba lo mucho que le pagara a esas chicas, que lo que estaba mal, estaba mal.

—¿Entonces no le queda ningún ejemplar? —Mamoru sintió que el alma se le caía a los pies.

—Tenemos un ejemplar de cada número. Yoshiyuki insistió en conservarlos. ¿Estás seguro de que quieres verlos? ¿No existe otro modo de encontrar a tu hermana? Si tu amigo tenía razón, va a ser un golpe muy duro para ti.

—No me importa. Por favor, muéstremelas.

Akemi condujo al chico hasta la trastienda, y entraron en una especie de oficina. La mesa estaba llena de archivos, y había un calendario en una de las paredes.

Akemi Mizuno era una mujer de negocios. Su marido parecía ser el tipo que, contando con la financiación que su esposa podía asegurarle, no dudaba en embarcarse en cualquier aventura que se le antojase.

—Aquí están. Interrumpimos la publicación después del cuarto número. —Akemi extendió las revistas sobre la mesa y dejó a Mamoru solo para que les echara un vistazo.

Canal de Información
era el tipo de revista que alguien ojearía en una de esas tiendecitas abiertas de noche y, a poder ser, de espaldas a la cajera. Escrutó con mucha atención cada una de las páginas, antes de pasar al siguiente número. Se alegró de que nadie más pudiera ver lo que estaba haciendo.

Entonces, dio con lo que buscaba.

Cuando Mamoru regresó a la barra, Akemi estaba charlando con un cliente. Alguien acababa de introducir una moneda en la gramola, y sonaba una canción que le era familiar. Venía a decir algo así como: «
todos llevamos una máscara tras la que escondernos, y que dejamos caer solo cuando nadie más puede contemplar nuestro verdadero rostro…
»

—¿Has encontrado lo que buscabas? —Akemi se volvió para mirarlo.

Mamoru asintió.

—¿Sabe quién escribió este artículo?

Extendió el segundo número de
Canal de Información
. Había una fotografía en la que aparecían cuatro mujeres de cintura para arriba. Hablaban y reían. Todas eran hermosas. Sus pieles y cabellos resplandecían en la arenosa superficie del papel.

La segunda mujer empezando por la izquierda era Yoko Sugano; Mamoru la reconoció gracias a las fotografías que había hallado en su apartamento. Bajo la imagen, figuraba un titular destacado: «Sus servicios cuestan una fortuna y conocen todos los subterfugios para salirse con la suya. Las amantes de alquiler se desnudan para los lectores».

Y bajo el titular, destacaban las declaraciones de las entrevistadas. La primera rezaba así: «Somos prostitutas modernas: nos pagas para que nos enamoremos de ti».

La dirección que Akemi proporcionó a Mamoru quedaba a media hora de distancia, a las afueras de la ciudad. La estación de tren de la zona disponía de una única salida, y conducía hasta un pequeño barrio que nada tenía que ver con aquel en el que residían los Asano. El anticuado vecindario arraigado en la tradición tokiota se veía sustituido por una flamante urbanización donde las hileras de árboles custodiaban unas calles perfectamente pavimentadas.

Mamoru se detuvo en una inmobiliaria para preguntar. Un hombre de mediana edad, con un traje de punto, se sentaba tras un mostrador, leyendo el periódico. Con suma amabilidad, dibujó un mapa en el reverso de una vieja guía.

—Queda a diez minutos a pie —afirmó.

Mamoru llegó a una casa verde. Pese al diseño moderno, el deterioro quedaba patente en los bordes del tejado y los marcos de las ventanas, y la puerta se había salido de sus goznes y se derrengaba hacia la pared. En lugar de cortinas, unas maltrechas persianas venecianas entorpecían la vista. A juzgar por los cristales, las ventanas llevaban al menos un año sin limpiar.

Subió los tres escalones y se encontró frente a una puerta en la que una placa anunciaba: «Nobuhiko y Masami Hashimoto». Nobuhiko Hashimoto era el nombre que Akemi le había dado.

Mamoru pulsó el polvoriento timbre en el preciso instante en que alguien lo interpelaba.

—Está roto.

Se volvió sobre sí mismo y se encontró con un hombre que asomaba su incipiente barba por una de las ventanas.

—El electricista no viene a arreglarlo. ¿Puedes creerlo?

Ya había caído la tarde, pero el hombre entrecerraba los ojos molesto por la luz, como si acabara de levantarse.

—La puerta no está cerrada. Entra. Necesitas que te firme algo, ¿no? —Apenas hubo acabado su frase cuando su cabeza desapareció dentro.

Mamoru abrió la puerta y aguardó en el diminuto vestíbulo. El zapatero estaba irremediablemente dañado. Era como si, en un arrebato de ira, alguien hubiese lanzando un objeto contra el mueble. Quizá una de las botellas de licor amontonadas en el suelo. Daba la impresión de que se acababa de celebrar una fiesta.

—¿Dónde estás? —preguntó el hombre.

—¿Es usted Nobuhiko Hashimoto? —se aventuró Mamoru, que procuraba mantener la compostura.

—El mismo. ¿Dónde firmo?

—No soy un mensajero. He venido a hacerle algunas preguntas acerca de este artículo. —En cuanto Mamoru sacó la copia de
Canal de Información
, el hombre sufrió un tic en uno de los párpados—. Siento haber venido sin avisar, pero hay algo que necesito saber.

—¿Quién te ha dado mi nombre?

Cuando Mamoru explicó que Akemi Mizuno lo enviaba, su interlocutor esbozó una mueca y le lanzó una mirada severa.

—¿No eres demasiado joven para este tipo de cosas? —Y entonces estalló en lúgubres carcajadas.

—Me dijo que fue usted quien llevó a cabo esta entrevista.

Hashimoto cerró los ojos. Se llevó la mano a la sien.

—Escucha, tengo resaca. Algún día lo entenderás. La cabeza me va a estallar. Lo último que quiero hacer ahora mismo es hablar de trabajo.

—Solo escuche lo que he venido a decirle —imploró Mamoru—. No estoy aquí por una simple cuestión de curiosidad.

El hombre le miró de hito en hito con semblante suspicaz. Sus ojos se posaron brevemente en la revista antes de verse arrastrados hacia el chico.

—De acuerdo. Será mejor que entres.

La cocina, o lo que en su día tuvo que ser una, quedaba a la derecha del estrecho vestíbulo. Era más bien una cloaca: la encimera se veía engullida por pilas de platos sucios, salpicada de restos putrefactos de comida; el suelo también quedaba cubierto por un dédalo de botellas de licor vacías. Y para rematar el panorama, un enjambre de moscas estaba de patrulla. Mamoru se preguntó cuánto tiempo se tardaría en limpiar aquella habitación.

El hombre condujo a Mamoru hasta el salón que, en realidad, parecía una oficina patas arriba. El espacio quedaba acondicionado por una gran mesa sobre la cual se apilaban más botellas y un ordenador gris. Junto a esta, una mesita que sostenía una impresora. Una estantería corredera que se alzaba hasta el techo y revelaba toda una colección de libros. Había tantos volúmenes que a Mamoru le recordó la Sección de Libros en Laurel. El único título que tuvo tiempo de identificar fue
Honrarás a tu padre
, de Gay Tálese. El libro se había convertido en todo un superventas el año anterior, y Mamoru ya había tenido la ocasión de leerlo, movido por la curiosidad de averiguar qué recomendaciones haría el autor a los que no tenían ningún padre al que honrar.

Toda la habitación estaba descuidada y cubierta de polvo. Lo único que parecía alardear no ya de impoluto pero sí de aceptable era el cristal de las botellas a las que aún les quedaba algo de líquido dentro.

Mamoru se sentó en el sofá dispuesto frente a la mesa. Regurgitaba relleno de los abundantes agujeros, y manchas indescifrables se esparcían aquí y allá cual islotes de un archipiélago. Mamoru decidió que no utilizaría el cuarto de baño bajo ningún concepto.

—Entonces, ¿a qué has venido exactamente? —Hashimoto tomó asiento frente a Mamoru y encendió un cigarrillo. Aparentaba unos treinta y tantos años, pero su semblante decía que había perdido todo propósito en la vida. Ni siquiera se pasó la mano por su pelo despeinado en un vano intento por estar presentable.

Mamoru tomó una decisión crucial: iba a contar toda la verdad. Empezó desde el principio. Se lo contó absolutamente todo, desde el extraño de las llamadas anónimas hasta las últimas palabras pronunciadas por una agonizante Yoko Sugano.

Hashimoto escuchó con atención, fumando un cigarrillo tras otro. Cuando no le quedaba más que la colilla, la utilizaba para encender otro, antes de arrojar el que ya no necesitaba a una lata vacía.

—Entiendo—dijo—. Así que Yoko Sugano ha muerto.

—Sí, salió en los periódicos. —Mamoru no pretendía ser grosero, pero su tono denotaba una crítica implícita. No entendía que alguien que se ganaba la vida escribiendo artículos no leyera la prensa.

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