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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

El tren de las 4:50 (6 page)

—Perdone, ¿podría decirme si hay algún teléfono público por aquí?

—En la oficina de correos, en la misma esquina de la carretera.

Lucy le dio las gracias y continuó su camino hasta llegar a la oficina, que era también una tienda. A un lado había una cabina telefónica. Lucy pidió hablar con miss Marple. Le contestó la voz de una mujer que hablaba con un agudo ladrido.

—Está descansando. ¡Y no voy a molestarla! Necesita descansar, es una señora anciana. ¿Quién debo decir que ha llamado?

—Miss Eyelesbarrow. No es necesario que la moleste. Dígale únicamente que he llegado, y que todo va bien y que me pondré en contacto con ella cuando haya alguna novedad.

Tras colgar el teléfono, emprendió el regreso a Rutherford Hall.

Capítulo V

Le molestará si practico algunos golpes de golf en el parque? —preguntó Lucy. —Claro que no. ¿Es usted aficionada al golf?

—No soy una gran jugadora, pero me gusta practicar. Es una forma de ejercicio más agradable que la de salir sencillamente de paseo.

—No hay donde pasear, fuera de esta finca —gruñó Mr. Crackenthorpe—. Nada más que pavimento y grupos de casas que parecen cajones. Les gustaría apoderarse de mi tierra para edificar más. Pero no lo conseguirán hasta que esté muerto. Y no voy a morirme para dar satisfacción a nadie. Eso se lo aseguro. ¡A nadie!

—Ya está bien, padre —dijo Emma con suavidad.

—Ya sé lo que piensan y lo que están esperando. Todos ellos, Cedric y Harold, ese zorro astuto de cara relamida. En cuanto a Alfred, creo que no le faltan ganas de quitarme de en medio. No estoy seguro de que no lo intentara en las vacaciones de Navidad. Tuve una indisposición extraña. El viejo doctor Quimper estaba desconcertado y me hizo un sinfín de preguntas discretas.

—Todo el mundo tiene trastornos digestivos de vez en cuando, padre.

—Muy bien, muy bien. ¡Diga bien claro que comí demasiado! Eso es lo que quiere decir. ¿Y por qué comí demasiado? Porque había demasiada comida en la mesa, mucha más de la necesaria. Un despilfarro exorbitante. Esto me recuerda que usted, jovencita, ha puesto para el almuerzo cinco patatas, y además grandes. Dos son suficientes para todo el mundo. No ponga más de cuatro en lo sucesivo. Esta patata de más ha sido hoy malgastada.

—Malgastada no, Mr. Crackenthorpe. He pensado utilizarla esta noche para hacer tortilla a la española.

—¡Brrr! —le oyó exclamar Lucy al salir de la habitación con la bandeja del café—. Vaya una moza lista, siempre tiene una contestación a punto. Pero guisa bien y tiene un buen tipo.

Lucy Eyelesbarrow tomó un hierro corto de la bolsa que había tenido la precaución de traer consigo, y salió al parque saltando la valla.

Empezó a practicar una serie de golpes. Al cabo de unos cinco minutos, una pelota siguió una trayectoria curvada hacia la derecha y fue a parar al terraplén de la vía. Lucy se dirigió hacia allí y empezó a buscarla. Miró hacia casa. Estaba lejos, y nadie parecía interesado en lo que ella hacía. Continuó buscando la pelota. De vez en cuando jugaba un golpe corto desde el terraplén a la hierba. Durante la tarde tuvo tiempo de examinar una tercera parte del terraplén. Nada. Regresó a la casa, practicando nuevos golpes.

Al día siguiente tropezó con algo. Un arbusto espinoso, aproximadamente a la mitad del terraplén, tenía las ramas quebradas. Lucy examinó la planta. Enganchado en una de aquellas espinas había un trocito de piel. Era casi del mismo color de la madera, un tono castaño muy claro. Lucy lo miró un momento y luego sacó unas tijeras, lo cortó cuidadosamente por la mitad y lo guardó en un sobre. Bajó la empinada cuesta intentando descubrir alguna otra cosa. Observó atentamente la hierba y le pareció distinguir el rastro de unas pisadas, pero no tan claras como las huellas que ella dejaba. Tal vez hacía tiempo que estaban allí, y era demasiado vago para que pudiese estar segura de que no era sólo fruto de su imaginación.

Empezó a buscar cuidadosamente entre la hierba al pie del terraplén, en la misma línea del arbusto roto. Esta vez, su búsqueda se vio recompensada. Encontró una pequeña polvera esmaltada de mala calidad. La envolvió en su pañuelo y se la guardó en el bolsillo. Continuó buscando, pero no encontró más.

La tarde siguiente cogió el coche y se fue a visitar a su tía inválida.

—No se apresure —le dijo Emma Crackenthorpe amablemente—. No la necesitaremos hasta la hora de cenar.

—Gracias. Pero estaré de regreso a las seis, lo más tarde.

El número 4 de Madison Road era una pequeña casa gris en una calle gris. En las ventanas se veían unas impecables cortinas de encaje de Nottingham, un umbral blanco brillante y, en la puerta, un tirador perfectamente pulido. Le abrió una mujer alta, de severo aspecto, vestida de negro y el pelo gris ceniza recogido en un moño.

Miró a Lucy con suspicacia y la llevó a presencia de miss Marple.

Ésta estaba en una sala posterior que daba a un pequeño jardín bien cuidado. Era una estancia escrupulosamente limpia, llena de esteras y tapetes, muchos adornos de porcelana, mobiliario de estilo jacobino, y dos heléchos en sus macetas. Miss Marple, sentada cerca del fuego, estaba muy atareada haciendo ganchillo.

Lucy cerró la puerta y ocupó el otro sillón frente a miss Marple.

—Bueno, parece que tiene usted razón.

Sacó sus hallazgos y explicó detalladamente cómo los había encontrado.

En las mejillas de miss Marple asomó un tenue rubor de triunfo.

—Quizá no está bien presumir, pero es muy satisfactorio haber formulado una hipótesis y tener la prueba que la confirma. —dijo mientras acariciaba el trocito de piel—. Elspeth dijo que la mujer llevaba un abrigo de piel clara. Supongo que la polvera estaba en el bolsillo del abrigo y cayó al rodar el cuerpo por la pendiente. No tiene ningún detalle distintivo, pero puede ser útil. ¿Recogió todo el trozo?

—No, dejé la mitad en el espino.

Miss Marple asintió complacida.

—Muy bien. Es usted muy inteligente, querida. La policía querrá hacer una comprobación exacta.

—¿Piensa acudir a la policía sólo con estas cosas?

—Todavía no. —Miss Marple reflexionó un momento—. Creo que sería mejor encontrar primero el cadáver. ¿No le parece a usted así?

—Sí. Pero, ¿no es ésa una pretensión imposible? Es decir, admitiendo que su suposición sea acertada. El asesino tiró el cadáver desde el tren, luego es probable que se apease en Brackhampton y que aquella misma noche volviera para llevárselo. Pero, ¿qué pasó luego? Pudo haberlo llevado a cualquier parte.

—A cualquier parte no —replicó miss Marple—. No creo que haya usted llegado a la conclusión más lógica, mi querida miss Eyelesbarrow.

—Le ruego que me llame Lucy. ¿Por qué no a cualquier parte?

—Porque en ese caso le hubiera sido mucho más fácil matar a la muchacha en algún lugar solitario y llevarse el cuerpo desde allí. No ha tenido usted en cuenta...

—¿Está usted diciendo.... —Lucy la interrumpió—... quiere usted decir que ha sido un crimen premeditado?

—No lo creí así al principio. No parecía lógico. Daba la sensación de que había sido una disputa: un hombre que pierde el control, estrangula a una muchacha y se encuentra luego con el problema de deshacerse del cadáver, un problema que tiene que resolver en un plazo de pocos minutos. Pero, realmente, son demasiadas coincidencias que matase a la muchacha en un arrebato de ira y que luego, al mirar por la ventanilla, descubriese que el tren describía una curva exactamente en un lugar en que podía echarla fuera, y estar seguro de encontrarla más tarde para llevarse el cuerpo. Si la hubiese arrojado allí por pura casualidad, no hubiera hecho nada más, y el cadáver se hubiera encontrado en seguida.

Se detuvo. Lucy se quedó mirándola.

—Ya lo ve —continuó miss Marple con aire pensativo—. Es, en verdad, un modo hábil de planear un crimen, y yo creo que éste fue cuidadosamente planeado. Los trenes tienen algo eminentemente anónimo. Si la hubiese matado en el lugar en que vivía, alguien podía haberlo visto llegar o marcharse. O, si se la hubiese llevado al campo en un coche, alguien hubiera podido fijarse en la matrícula y la marca del coche. Pero un tren está lleno de gente desconocida que va y viene. En un compartimiento de un vagón sin pasillo, sólo con ella, era muy fácil, en especial si tenemos en cuenta que sabía muy bien lo que tenía que hacer después. Sin duda alguna, había de conocer al detalle la situación privilegiada de Rutherford Hall, su posición geográfica, quiero decir su extraño aislamiento: una isla rodeada de vías férreas.

—Así es —confirmó Lucy—. Es un anacronismo. La agitación de la vida urbana lo rodea, pero no lo toca. Los repartidores pasan por la mañana y nada más.

—Así podemos dar por seguro, como usted ha dicho, que el asesino llegó a Rutherford Hall aquella noche. Ya estaba oscuro cuando tiró el cadáver y no era probable que nadie lo descubriera hasta el día siguiente.

—Sí, es cierto.

—El asesino fue hasta allí. ¿Cómo? ¿En un coche? ¿Qué camino escogería?

Lucy reflexionó.

—Hay un camino de tierra junto al muro de una fábrica. Probablemente llegó por allí, pasó por debajo del puente de la vía férrea y siguió por el camino posterior. Luego pudo saltar la valla, continuar hasta el pie del terraplén recoger el cadáver y llevarlo al coche.

—Entonces —señaló miss Marple—, se lo llevó a algún lugar que había elegido de antemano. Todo esto tenía que estar planeado, ya lo ve. Y no creo que se lo llevase muy lejos. Lo más lógico es pensar que lo enterró en alguna parte, ¿no le parece?

Le dirigió a Lucy una mirada interrogante.

—Parece lo más lógico —contestó la joven—. Pero no es tan fácil como puede parecer a simple vista.

Miss Marple convino en ello.

—No podía enterrarla en el parque. Hubiera sido un trabajo demasiado duro y se exponía a ser descubierto. Quizás en algún sitio en que la tierra estuviese ya revuelta.

—Quizás en el huerto, pero está muy cerca de la casa del jardinero. Es viejo y está sordo, aunque no deja de ser arriesgado.

—¿Hay algún perro?

—No.

—¿Entonces, en un cobertizo o en una dependencia?

—Eso hubiera sido más sencillo y más rápido. Hay un buen número de viejas construcciones desocupadas: pocilgas en ruinas, guardarneses, talleres a los que nadie se acerca. O podría quizás haberla echado en la espesura de los rododendros, o entre los arbustos.

Miss Marple asintió.

—Sí, creo que eso es mucho más probable.

Se oyó un golpe en la puerta y entró la sombría Florence con una bandeja.

—Es una satisfacción para mí que tenga usted una visita —le dijo a miss Marple—. He hecho los bollos que tanto le gustan.

—Florence prepara los bollos más deliciosos del mundo —le informó miss Marple a Lucy.

Muy contenta, Florence mostró una sonrisa totalmente inesperada y salió de la habitación.

—Creo, querida —añadió miss Marple—, que no hablaremos del crimen durante el té. ¡Es un tema tan desagradable!

Lucy se levantó cuando acabaron de tomar el té.

—Me voy. Como ya le he dicho, actualmente en Rutherford Hall no vive nadie que pudiera ser el hombre a quien buscamos. No hay más que un anciano, una mujer de mediana edad y un jardinero viejo y sordo.

—No he dicho que viviese allí —observó miss Marple—. Todo lo que he querido decir es que se trata de alguien que conoce muy bien Rutherford Hall. Pero podremos ocuparnos de esto cuando usted haya encontrado el cadáver.

—Parece usted dar por supuesto que lo encontraré. Por mi parte, no me siento tan optimista.

—Estoy segura de que lo conseguirá, mi querida Lucy. Es usted una persona tan eficiente.

—Para algunas cosas, pero no tengo ninguna experiencia en la búsqueda de cadáveres.

—Estoy segura de que todo lo que necesita es un poco de sentido común —dijo miss Marple en tono alentador.

Lucy la miró y luego se echó a reír. Miss Marple le contestó con una sonrisa.

Lucy se puso manos a la obra a la tarde siguiente.

Registró las dependencias, buscó entre los hierbajos que cubrían las antiguas pocilgas y miró el interior del cuarto de la caldera situado debajo del invernadero, cuando oyó una tos seca. Al volverse, vio al viejo Hillman, el jardinero, que le dirigía una mirada de desaprobación.

—Mejor es que se vaya con cuidado, no sea que tenga una mala caída, señorita. Los peldaños no están seguros y, hace un momento, la vi andar por el desván, y el suelo allí tampoco es seguro.

Lucy tuvo el cuidado de no dar muestras de preocupación.

—Supongo que se figura usted que soy muy curiosa —comentó alegremente—. Estaba pensando si no se podría sacar provecho de este lugar: criar champiñones para el mercado o una cosa así. Parece todo muy dejado.

—El amo es quien tiene la culpa. No quiere gastar ni un penique. Yo necesitaría tener aquí dos hombres y un chico para poder tener el jardín presentable, pero no quiere ni oír hablar de eso. Lo más que pude conseguir fue que comprase una segadora mecánica. Quería que yo cortara a mano toda la hierba de la parte delantera.

—Pero este lugar podría ser rentable con algunas reparaciones.

—No se puede obtener rentabilidad de un lugar como éste. Lleva demasiado tiempo abandonado. En todo caso al amo no le interesa. Lo único que le importa es ahorrar. Sabe de sobra lo que pasará cuando se haya ido: los jóvenes venderán tan de prisa como puedan. Solamente esperan que desaparezca, nada más. He oído decir que van a recibir una bonita suma cuando se muera.

—Supongo que es un hombre muy rico —dijo Lucy.

—El viejo, su padre, fue el que empezó. Un hombre muy listo. Hizo su fortuna y levantó esta residencia. Duro como el hierro, según dicen, y nunca olvidaba una ofensa. Pero, a pesar de todo, era generoso. No tenía nada de avaro. Según se cuenta, sus hijos no le dieron más que desengaños. Los educó para que fuesen verdaderos caballeros. Incluso fueron a Oxford. Pero eran demasiado caballeros para meterse en negocios. El joven se casó con una actriz y se mató en un accidente de coche estando borracho. El mayor, el que vive aquí, nunca le cayó bien a su padre. Se pasó mucho tiempo en el extranjero, compró una colección de estatuas paganas y las hizo enviar aquí. No escatimaba tanto el dinero cuando era joven. Se hizo más avaro con la edad. No, nunca estuvieron muy de acuerdo él y su padre, según he oído decir.

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