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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

El último deseo (36 page)

—Llamados en las leyendas —le cortó el brujo—. Porque mientras que no se sepa...

—No me interrumpas —cortó a su vez Krepp—. Que tú sabes más bien poco ha quedado bastante claro durante tu relato, brujo. Calla ahora y escucha a quienes son más sabios que tú. Volviendo a los genios, hay cuatro especies tal y como cuatro son las Superficies. Están los d'jinns, seres del aire; maridas, vinculados al elemental del agua; ifritas, que son los genios del fuego y los d'ao, los genios de la tierra...

—Que te disparas, Krepp —se entremetió Neville—. Esto no es la escuela del santuario, no nos des clase. Dilo en pocas palabras: ¿qué quiere Yennefer de ese genio?

—Un genio, burgomaestre, es un acumulador vivo de energía mágica. La hechicera que tenga tal genio a su merced puede dirigir esa energía en forma de maleficios. No tiene que extraer la Fuerza de la naturaleza penosamente, pues el genio lo hace para ella. Por eso el poder de tal hechicera es enorme, cercano al poder absoluto...

—Así como que no he oído de magos que lo puedan todo —se enfureció Neville—. Al contrario, el poder de la mayor parte de ellos ha sido claramente exagerado. Esto no pueden, aquello tampoco...

—El hechicero Stammelford —le interrumpió el capellán, adquiriendo de nuevo un tono y un gesto de profesor de la academia— cambió de lugar una montaña porque le estorbaba la vista desde su torre. Nadie ha sido capaz nunca, ni antes ni después, de realizar algo parecido. Porque Stammelford, según se cuenta, tenía a su servicio a un d'ao, un genio de la Tierra. Existen noticias de hechos de parecida escala de otros magos. Olas enormes y lluvias catastróficas, sin duda obra de maridas. Columnas de fuego, incendios y explosiones, obra de ifritos del fuego...

—Trompetas de aire, huracanes, vuelos sobre la tierra —murmuró Geralt—. Geoffrey Monck.

—Cierto. Al menos sabes algo, por lo que veo. —Krepp le miró con una cierta simpatía—. Se dice que el viejo Monck halló el medio para obligar a los genios del aire, los d'jinns, a servirle. Se corrieron rumores de que no sólo uno. Al parecer los tenía en botellas y los utilizaba según sus necesidades, tres deseos de cada genio. Porque un genio, señores míos, otorga sólo tres deseos y luego es libre y escapa a su dimensión.

—Ése del río no otorgó ninguno —dijo Geralt con decisión—. En seguida se le echó a Jaskier al pescuezo.

—Los genios —respingó la nariz— son seres malignos y pérfidos. No les gustan aquéllos que les meten en botellas y les mandan cambiar de sitio las montañas. Hacen todo lo posible para impedir que se pronuncien los deseos y los realizan en formas difíciles de controlar y de prever. A veces literalmente; hay que, por lo tanto, tener cuidado con lo que se dice. Para subyugar a un genio hace falta una voluntad de hierro, nervios de acero, poderosa Fuerza y no pocos conocimientos. Por lo que cuentas, brujo, parece que tus conocimientos fueron demasiado escasos.

—Demasiado escasos para dominar al granuja ése —concedió Geralt—. Pero lo expulsé, se largó tan aprisa que hasta el aire silbaba. Y eso ya es algo. Yennefer, es cierto, se burló de mi exorcismo...

—¿Cuál era ese exorcismo? Repítelo.

El brujo lo repitió, palabra por palabra.

—¿Qué? —El capellán primero palideció, luego enrojeció y al final se puso lívido—. ¿Cómo te atreves? ¿Te burlas de mí?

—Perdonadme —tartamudeó Geralt—. Hablando sinceramente, no sé... lo que significan esas palabras.

—¡Entonces no repitáis lo que no conocéis! ¡No tengo ni idea de dónde habéis podido escuchar semejante porquería!

—Basta. —El burgomaestre agitó las manos—. Perdemos tiempo. Bien. Sabemos ya para qué coño quiere la hechicera ese genio. Pero dijisteis, Krepp, que esto es poco bueno. ¿Qué es lo que está mal? Que lo coja si quiere y se vaya con él al diablo, a mí qué me importa. Pienso...

Nadie jamás llegó a enterarse de lo que en aquel momento pensaba Neville, incluso si no se trataba de una fanfarronada. En la pared, junto al tapiz del Profeta Lebioda, apareció de pronto un cuadrado brillante, algo relampagueó, después de lo que en el centro de la habitación aterrizó... Jaskier.

—¡Inocente! —gritó el poeta con una limpia y sonora voz de tenor, sentado en el suelo y dirigiendo a su alrededor una mirada errante—. ¡Inocente! ¡El brujo es inocente! ¡Deseo que se crea en esto!

—¡Jaskier! —gritó Geralt, sujetando a Krepp, que se estaba preparando para un exorcismo y quién sabe si no para un hechizo—. ¡De dónde... aquí... Jaskier!

—¡Geralt! —El bardo se alzó del suelo.

—¡Jaskier!

—¿Quién es este tío? —gruñó Neville—. Su puta madre, como no os dejéis de hechizos, no respondo de mí mismo. ¡Ya os dije que en Rinde está prohibida la hechicería! Primero hay que dirigir una solicitud por escrito, luego pagar el impuesto y la tasa municipal... ¿Hey? ¿Acaso no es éste el cantante ése, el rehén de la bruja?

—Jaskier —repitió Geralt, sujetando al poeta por los hombros—. ¿Cómo llegaste aquí?

—No lo sé —reconoció el bardo con una mueca estúpida y preocupada—. Si soy sincero, no sé muy bien qué es lo que me ha pasado. No recuerdo mucho y, que el diablo me lleve, no sé lo que fue realidad y lo que fue pesadilla. Me acuerdo sin embargo de una morenilla que no era fea, y de sus ojos de fuego...

—¿Y a mí qué me importan las morenillas? —le cortó furioso Neville—. Al grano, señor mío. Gritasteis que el brujo es inocente. ¿Cómo hay que entender eso? ¿Que Laurnariz mismo con su propia mano se calentó el culo? Porque si el brujo es inocente eso significa que no pudo ser de otro modo. A no ser que todo esto fuera una alucinación colectiva.

—Nada sé de culos ni otras alucinaciones —dijo orgulloso Jaskier—. Ni de narices de laurel. Repito, en fin, lo que recuerdo. Era una mujer elegante, vestida con gusto en blanco y negro. La mencionada me arrojó con brutalidad a un agujero brillante, una especie de portal mágico. Y antes de ello me dio unas órdenes claras y explícitas. Al llegar al lugar tenía que pronunciar de inmediato, cito: «Mi deseo es que se me crea que el brujo no es culpable de lo que pasó. Tal, y no otro, es mi deseo». Literalmente. Por supuesto, pregunté cuál es la razón, qué pasa, por qué todo esto. La morena no me dejó hablar, me insultó con bastante poca elegancia, me tomó por el pescuezo y me empujó al portal. Eso es todo. Y ahora...

Jaskier se enderezó, se sacudió el jubón, se colocó el cuello y las fantásticas, pero sucias, chorreras.

—...tal vez quieran los señores decirme cómo se llama y dónde se encuentra la mejor posada de este lugar.

—En mi ciudad no hay malas posadas —dijo con lentitud Neville—. Pero antes de que vayáis a poder convenceros de ello, vas a visitar la mejor mazmorra de este lugar. Tú y tus compañeros. ¡Aún no estáis libres, canallas, os lo recuerdo! ¡Miradlos! Uno cuenta una historia increíble, el otro salta de la pared y grita algo de inocencia, desea, al fin y al cabo, que le crean. Se atreve a desear...

—¡Por los dioses! —El capellán se agarró de pronto la calva—. ¡Ahora lo entiendo! ¡El deseo! ¡El último deseo!

—¿Qué os pasa, Krepp? —El burgomaestre se rascó la frente—. ¿Os habéis vuelto loco?

—¡El último deseo! —repitió el capellán—. Ha obligado al bardo a pedir su último deseo, el tercero. No se podía subyugar al genio a menos que no se cumplieran esos deseos. ¡Y Yennefer tenía una trampa mágica y seguramente ha atrapado al genio antes de que lograra escapar a su propia dimensión! Don Neville, hay que...

Al otro lado de la ventana estalló un trueno. Y de tal modo que las paredes vibraron.

—¡Sus muertos! —murmuró el burgomaestre, yendo a la ventana—. Ha caído cerca. Espero que no en alguna casa, no me hacía falta más que un fuego... ¡Dioses! ¡Mirad! ¡Mirad eso! ¡Krepp! ¿Qué es eso?

Todos, como un solo hombre, se lanzaron a la ventana.

—¡Ay, madre! —gritó Jaskier, tentándose la garganta—. ¡Es él! ¡Es ese hideputa que me quería estrangular!

—¡Un djinn! —graznó Krepp—. ¡Un genio del aire!

—¡Sobre la taberna de Errdil! —gritó Chireadan—. ¡Sobre su tejado!

—¡Lo ha capturado! —El capellán se inclinó tanto que a poco no cayó—. ¿Veis la luz mágica? ¡La hechicera ha atrapado al genio en la trampa!

Geralt miraba en silencio.

Hacía muchos años, cuando era apenas un mocoso que comenzaba sus estudios en Kaer Morhen, en el Nido de los Brujos, él y su amigo Eskel habían atrapado a un gran abejorro del bosque, al cual luego ataron a una jarra que estaba sobre la mesa por medio de un largo hilo arrancado de una camisa. Estuvieron mirando las piruetas del abejorro en su prisión, mientras se morían de risa, hasta el momento en que Vesemir, su preceptor, los pilló en este entretenimiento y los zurró con un cinturón de cuero.

El djinn que se retorcía sobre el tejado de la posada de Errdil se comportaba exactamente igual que aquel abejorro. Volaba y caía, se alzaba y caía en picado, se retorcía, ululando con rabia por los alrededores. Porque el djinn, exactamente igual que el abejorro de Kaer Morhen, estaba atado con un hilo rizado de cegadora claridad, de una luz de un solo color, que lo ligaba sólidamente y que terminaba en el tejado. El djinn, sin embargo, tenía mayores posibilidades que el abejorro atado a la jarra. El abejorro no podía derribar los tejados de los alrededores, deshacer en jirones las cubiertas de paja, echar abajo las chimeneas, demoler las torretas y las buhardillas. El djinn podía. Y lo hacía.

—¡Destruye la ciudad! —gritó Neville—. ¡Ese monstruo destruye mi ciudad!

—Je, je —el capellán se rió—. ¡Ha dado con la horma de su zapato, por lo que parece! ¡Es un djinn extraordinariamente fuerte! ¡De hecho, no sé quién ha atrapado a quién, la bruja a él o él a la bruja! ¡Ja, esto va a terminar en que el djinn la convertirá en cenizas, y eso está muy bien! ¡Se hará justicia!

—¡Me cago en la justicia! —bramó el burgomaestre, sin mirar si bajo la ventana podía haber electores suyos—. ¡Mira, Krepp, lo que está pasando! ¡Pánico, ruina! ¡Esto no me lo habías dicho, tú, calvo idiota! ¿Por qué no me dijiste que este demonio...? ¡Brujo! ¡Haz algo! ¿Escuchas, hechicero inocente? ¡Mete en vereda a ese diablo! Te perdonaré todos tus delitos, pero...

—Aquí no se puede hacer nada, don Neville —resolló Krepp—. No me habéis hecho caso a lo que os he dicho, y eso es todo. Nunca me hacéis caso cuando hablo. Éste es, repito, un djinn increíblemente fuerte; si no fuera así, la hechicera ya lo tendría. Os lo digo, su maleficio se debilitará y entonces el djinn la triturará y se irá. Y habrá paz.

—Y mientras tanto reducirá la ciudad a escombros.

—Hay que esperar —repitió el capellán—. Pero no con las manos cruzadas. Dad órdenes, burgomaestre. Que las gentes dejen las casas de los alrededores y se preparen para apagar los fuegos. Lo que está pasando no es nada en comparación con el infierno que se desatará en cuanto el genio acabe con la hechicera.

Geralt alzó la cabeza, encontró la mirada de Chireadan, la evadió.

—Don Krepp —se decidió de pronto—. Me es necesaria vuestra ayuda. Se trata del portal que trajo aquí a Jaskier. El portal todavía enlaza el ayuntamiento con...

—No queda ya ni señal del portal —dijo con frialdad el capellán señalando la pared—. ¿No lo veis?

—Un portal siempre deja huellas, incluso invisibles. Se puede estabilizar tal huella con un hechizo. Seguiré esas huellas.

—Creo que habéis perdido la razón. Incluso si la puerta no os rebana en pedazos, ¿qué queréis conseguir? ¿Queréis encontraros en el centro del ciclón?

—Os pregunté si podíais lanzar un hechizo que estabilice la huella.

—¿Un hechizo? —El capellán alzó con orgullo la cabeza—. ¡Yo no soy un brujo impío! ¡Yo no lanzo hechizos! ¡Mi fuerza se concentra en la oración y la fe!

—¿Podéis o no?

—Puedo.

—Pues entonces poneos manos a la obra, que el tiempo corre.

—Geralt —dijo Jaskier—. ¡En verdad te has vuelto loco! ¡Mantente lejos de ese maldito estrangulador!

—Silencio, por favor —dijo Krepp—. Y respeto. Estoy rezando.

—¡Al diablo con tu oración! —estalló Neville—. ¡Vuelo a buscar gente! ¡Hay que hacer algo en vez de estar aquí y hablar! ¡Por los dioses, vaya un día! ¡Vaya un puto día!

El brujo sintió como Chireadan le tocaba el hombro. Se dio la vuelta. El elfo le miró directamente a los ojos, luego bajó la vista.

—Vas allí porque... tienes que ir, ¿verdad?

Geralt titubeó. Le daba la sensación de que percibía un perfume a lila y grosella.

—Creo que sí —dijo de mala gana—. Tengo. Lo siento, Chireadan...

—No pidas perdón. Sé lo que sientes.

—Lo dudo. Porque yo mismo no lo sé.

El elfo sonrió. Su sonrisa tenía poco que ver con la alegría.

—Justamente de eso se trata, Geralt. Justamente de eso.

Krepp se puso derecho, respiró hondo.

—Listo —dijo, señalando con orgullo a un trazo apenas visible en la pared—. Pero el portal es inseguro y no durará mucho tiempo. Tampoco hay ninguna seguridad de que no esté cortado. Antes de que entréis, señor brujo, haced examen de conciencia. Puedo bendeciros pero para confesar vuestros pecados...

—...no hay suficiente tiempo —terminó Geralt—. Lo sé, don Krepp. Para eso nunca hay suficiente tiempo. Salid todos de la habitación. Si el portal explota os estallarán los tímpanos en los oídos.

—Yo me quedo —dijo Krepp, cuando Jaskier y el elfo cerraron tras de sí la puerta. Movió las manos en el aire, produciendo alrededor suyo un aura pulsante—. Desplegaré una protección, por si acaso. Y si el portal explota... Intentaré sacaros de allí, señor brujo. Qué me importan a mí los tímpanos. Los tímpanos crecen.

Geralt le miró con simpatía. El capellán sonrió.

—Sois todo un hombre —dijo—. ¿Queréis salvarla, verdad? Pero vuestra hombría no servirá de mucho. Los d'jinns son seres vengativos. La hechicera está perdida. Si vos entráis allí, también estaréis perdido. Haced examen de conciencia.

—Ya lo he hecho. —Geralt estaba enfrente del débilmente iluminado portal—. ¿Don Krepp?

—Os escucho.

—Ese exorcismo que tanto os enfureció... ¿Qué significan esas palabras?

—Desde luego, bonito momento para bromas y sainetes...

—Por favor, don Krepp.

—Qué más da —dijo el capellán, cubriéndose detrás de la pesada mesa de roble del burgomaestre—. Es vuestro último deseo, así que os lo diré. Significa... humm... humm... «Largo de aquí y vete a tomar por culo».

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