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Authors: Mandelrot

El viajero (52 page)

—Ya lo veo. Pero ¿para qué? El biochip ya no tendrá nada más que hacer.

—Exacto. Así que podemos usar toda la energía del motor para revertir el sentido de los pulsos.

—¿Y mandar una señal?

—Sí. Podemos incluso darle coordenadas y usar el hiperespacio.

La cara de Pepe se iluminó con una sonrisa, al mismo tiempo que se le abrían los ojos.

—Chico, ¡esa es una buena idea!

Wei sonrió también, e inmediatamente hicieron chocar sus manos.

—¿De qué estáis hablando? —preguntó Sarah.

—Kyro, ¿cuánto tiempo te queda aquí? —le preguntó Wei.

—No lo sé.

—Ahora mismo íbamos a Ingeniería —respondió Sarah— para preguntar por sus avances.

—De todas formas habrá que trabajar contrarreloj —murmuró Pepe.

—Sí —le siguió Wei, y luego habló de nuevo a Sarah y a Kyro—. No os preocupéis por nosotros, dejadnos trabajar. Si sale bien lo que estamos pensando ya os avisaremos, ¿de acuerdo?

—Será nuestra contribución a la causa —sonrió Pepe.

Wei volvió a mirarle, sonrieron de nuevo y chocaron las manos.

Lo primero que les llamó la atención en el departamento de Ingeniería fue el silencio. Era una sala espaciosa, con varias mesas en las que trabajaban seis personas totalmente enfrascadas en su labor. Alexis estaba de pie, hablándole a una mujer hasta que ella asintió y se sentó para seguir con lo que estaba haciendo. El hombrecillo se dio la vuelta, quedándose petrificado al ver al viajero.

—¿Qué queréis? —logró decir.

—Hola, Alexis —saludó Sarah—. No queremos molestaros, solo hemos venido a ver cómo va vuestro trabajo.

Todos los demás habían levantado las cabezas, y ahora miraban a Kyro con evidente impresión.

—Ah. Ya. Bueno, hemos avanzado mucho, pero aún quedan cosas que hacer.

—Según me han dicho la nave no sirve para viajes interestelares —dijo la mujer, acercándose unos pasos.

—Ese problema ya está solucionado —respondió Alexis con algo más de seguridad—. Hemos sacado el motor de la célula de teletransporte por la que vino... el viajero, y lo vamos a reemplazar por el que hay en la nave. Servirá también para el salto al hiperespacio.

Kyro miraba alrededor, fijándose en varios paneles en las paredes con números y signos que no comprendía.

—Impresionante —dijo como para sí mismo, pero dándose cuenta de que instantáneamente todos le prestaban atención.

—En este departamento trabajan los mejores —señaló Alexis con evidente halago—. ¿Cierto?

Los demás le miraron sonriendo, algunos asintieron.

—Además —continuó con orgullo— estamos trabajando en un recubrimiento exterior que servirá de camuflaje.

—¿Lo habéis inventado vosotros? —preguntó Sarah.

—Sí; y pronto tendremos otras mejoras; dentro de tres... En dos meses habremos terminado y el trabajo será perfecto.

Habló con suficiencia, y los demás parecieron compartirlo sin hablar.

—Será mejor que nos vayamos —dijo Kyro a Sarah.

La mujer asintió, y salieron de allí sin decir nada más. Fue cuando ya se alejaban que ella dijo:

—Muy hábil, cavernícola.

Los dos sonrieron.

Aunque el viajero estaba interesado en todo lo que pudiera aprender, pronto descubrió algo que le absorbió completamente: las grabaciones de los sacerdotes, los agentes de Varomm. Estaba viendo imágenes sobre el ataque a La Tierra de los destructores de superficie, como ahora sabía que se llamaban los inmensos pájaros negros del dios-robot, cuando encontró también información sobre la aniquilación de los supervivientes que los sacerdotes habían realizado después; al preguntarle a Sarah esta le dijo que tenían grabado mucho material al respecto en la biblioteca del departamento de Historia. Kyro quería verlo todo.

Jamás había visto combatientes tan poderosos. Su velocidad era increíble, su fuerza imparable; los humanos les tendían emboscadas, les atacaban con todo lo que tenían, y aún así por cada agente que conseguían destruir perdían muchísimas vidas en la lucha.

Kyro estudió las grabaciones sin descanso, una y otra vez. Había aprendido cómo detener las imágenes, pasarlas más despacio o hacia atrás, y analizaba cada movimiento, cada defensa y cada ataque, como si fuera lo más importante de su vida. Pasaba días y días sin hacer nada más que observar y tratar de comprender; mientras tanto Sarah podía aprovechar para ocuparse de sus responsabilidades.

—Hola, cavernícola —le saludó cariñosamente al entrar a la habitación donde el viajero estaba concentrado en el recuadro brillante que flotaba ante él mostrándole lo que quería ver.

Kyro sonrió y, sin levantarse, le pasó un brazo por la cintura; ella le besó suavemente y le apoyó una mano en la cabeza, acariciándole el pelo.

—Solo he venido un momento a ver cómo estabas. Tengo tanto trabajo atrasado que creo que no podré salir de mi despacho durante el resto de mi vida.

—No quiero entretenerte —dijo él.

—Tranquilo. Lo bueno de la Historia es que seguirá igual mañana —sonrió—. ¿No te cansas de eso?

—Creo que he descubierto cómo enfrentarme a ellos.

—¿Lo dices en serio?

—Sí. Ahora me doy cuenta. Tú me diste la clave cuando me explicaste lo que es un robot; una cosa que actúa según reglas fijas es predecible. Cuanto más compleja más difícil de predecir; pero no es imposible. Yo estoy empezando a hacerlo.

Ella se separó un poco de él, muy sorprendida.

—Kyro, déjame decirte algo. Desde que llegaste aquí no has dejado de asombrarme con tus capacidades; no me refiero a ese entrenamiento del que me has hablado y a tus habilidades, sino a cómo eres por dentro. Desde pequeña siempre había oído las historias del viajero que vendría a liberarnos, pero tú superas todo lo que podía imaginar; cuanto más te conozco con más fuerza creo que lo lograrás.

El viajero negó con la cabeza.

—No es tan fácil como crees. Mira a los sacerdotes —hizo un gesto hacia la imagen que flotaba ante él—: su poder es increíble. Y Varomm ha de ser aún más fuerte que ellos.

—Lo conseguirás —ella volvió a abrazarle—. Eres el viajero.

Se miraron. Ella le besó y se dirigió hacia la puerta.

—Espera —le dijo Kyro.

Sarah se detuvo; él continuó.

—Te equivocaste en algo.

—¿A qué te refieres?

—Me dijiste que hubo una guerra y la perdimos.

La mujer pareció no comprender; Kyro habló endureciendo la expresión.

—Todavía queda aquí un soldado dispuesto a luchar. No sé si lograré vencerle, pero la guerra aún no ha terminado.

El día de la partida se acercaba, los ingenieros habían trabajado al máximo y casi todo estaba listo. El Consejo había convocado una reunión a la que asistían Kyro y Sarah. En ese momento tenía la palabra Alexis como jefe de ingenieros.

—La nave está casi a punto; solo tenemos que probar el nuevo motor, pero las simulaciones en el ordenador son perfectas. Todo saldrá bien.

—¿Cuánto durará el viaje? —preguntó Nadia, que de nuevo presidía la sesión.

—Treinta y dos días terrestres en total —contestó otro de los miembros del Consejo—. Lo justo para salir del plano de la eclíptica de nuestro Sistema Solar, dar el salto hasta Gliese 581, llegar hasta el planeta y volver.

—¿Qué hay de los sistemas de vida a bordo? —intervino Daniel.

Alexis respondió de nuevo.

—Reciclaje de aire, alimentos y demás, todo comprobado. Nosotros hacemos las cosas bien —añadió con cierta altanería.

—¿Cuándo será la partida? —quiso saber Nadia.

—Tres semanas a partir de este momento.

—Bien; Daniel se ocupará de la organización —sentenció la presidenta de la reunión, y el aludido asintió.

Parecía que iban a dar por terminada la sesión cuando se escuchó la voz del viajero.

—Un momento —dijo.

Todos se detuvieron para mirarle.

—Habéis dicho que el viaje durará treinta y dos días ida y vuelta.

—Sí, así es —le respondió Nadia.

—Mi viaje es solo de ida.

Fue Alexis quien le respondió orgullosamente:

—Alguien tiene que pilotar la nave y solucionar cualquier imprevisto que se pueda presentar; tú no sabrías hacer nada de eso. ¿Es que quieres pasar a la Historia tú solo?

Los últimos preparativos se hacían a conciencia: hasta el más mínimo detalle se comprobaba una y otra vez, todo el mundo estaba concentrado al máximo en su trabajo, nada quedaba al azar. El viajero observaba, pensativo, la marcha de la operación.

—Hola, cavernícola —le saludó Sarah acercándose desde atrás; le apoyó una mano suavemente en la espalda—. Aquí nadie descansa, ¿eh?

Kyro no desvió la vista ni cambió de expresión.

—Al verles trabajar —dijo Kyro— pienso que Varomm no debería haberos subestimado. Sois enemigos muy poderosos.

—Eres tú el que está cruzando el universo para acabar con él; es de ti de quien debería tener miedo.

El viajero respiró hondo.

—Yo no soy más que un soldado que solo sabe sobrevivir y matar. Pero para mí vosotros siempre seréis magos.

—No digas eso; hasta ahora tus habilidades te han llevado muy lejos.

—En realidad no ha sido así —Kyro bajó la cabeza—. Me han ayudado mucho, claro, pero después de tanto tiempo me he dado cuenta de que no ha sido lo más importante; si solo hubiera sido por ellas ya estaría muerto.

—¿Puede haber algo más?

—Sí —la miró—: la suerte. Mi viaje empezó porque una noche no podía dormir y escuché una conversación que no debería haber escuchado; simplemente con no haber estado allí, o llegar un poco más tarde y no oír lo que decían, todo habría acabado antes de empezar. Aquí he tenido suerte porque vosotros estropeasteis una esfera en lugar de la otra. Y entre estos dos momentos ha habido muchos más.

Ahora fue ella la que volvió la vista a los que trabajaban sin parar, con expresión pensativa.

—No es fácil admitirlo, que nuestra libertad y nuestro futuro dependan también del azar; pero supongo que tienes razón.

En ese momento les interrumpió una voz tras ellos.

—¡Ah, estáis aquí!

Se giraron para ver dos caras conocidas: Pepe y Wei, los genios. Traían sonrisas de triunfo.

—¿Qué es exactamente lo que vais a hacer? —preguntó Sarah mientras Pepe adhería un pequeño objeto a la piedra mágica del viajero.

—Bueno —empezó Wei—. La idea es hacer una pequeña modificación en el bucle final del subprograma que controla...

—No te molestes —murmuró Pepe, sin dejar de mirar lo que hacía—. No entenderán ni palabra de lo que les digas.

Antes de que Sarah pudiera decir nada lo hizo Wei de nuevo.

—Es verdad. Por decirlo sencillamente, cuando Kyro llegue a su objetivo el biochip nos mandará una señal para avisarnos.

—¿Eso es posible?

—Pues... Teniendo en cuenta que es la primera vez que hacemos algo así, y que nos basamos en un modelo teórico que no ha sido probado...

—...Y que no sabemos si el micromotor de pulsos tendrá potencia suficiente —añadió Pepe sin dejar su labor.

—Sí —siguió Wei—, y que además tampoco sabemos cuándo va a llegar ese momento, así que no tenemos ni idea de dónde estará La Tierra entonces...

—...Con lo que tendremos que hacer que el biochip haya contado por sí mismo el tiempo para predecir dónde estaremos y lanzar la señal al hiperespacio en nuestra dirección, lo cual es una locura —volvió a añadir Pepe.

—Exactamente —asintió Wei—. Bien, pues a partir de todo eso, yo creo que no solo es posible sino que saldrá bien.

Sonrió, mientras Kyro y Sarah se miraban con preocupación.

—Tranquilo —dijo Pepe incorporándose—. No tienes nada que perder; si no funciona tu piedra mágica morirá sin más con todos tus recuerdos.

Le dio dos palmaditas en el hombro y siguió trabajando.

Era su última noche. Estaban abrazados en la estrecha cama, no habían pronunciado ni una palabra desde que llegaron a casa. Simplemente se prepararon en silencio, se acostaron y se quedaron así, inmóviles.

Había pasado ya un largo rato cuando fue Sarah quien habló.

—Eso es lo único que de verdad me duele.

Kyro no respondió, la dejó seguir.

—Que te vayas también me duele, claro, pero es inevitable. Lo sabía desde el principio. Pero saber que me olvidarás...

El viajero continuó en silencio. Unos momentos después ella le apretó con más fuerza y él sintió sus lágrimas contra su pecho; su voz sonó quebrada.

—Que no seré nada para ti, que vivirás eternamente sin saber siquiera que nos conocimos... Eso sí que duele de verdad.

Kyro dejó que llorara, sacando su amargura hasta quedarse sin respiración. Cuando se hubo calmado le acarició el pelo con suavidad; ella respiró hondo y por fin consiguió hablar de nuevo.

—No sé cómo puedes resistirlo —le dijo—. Los recuerdos son lo único que conservas cada vez que entras a la siguiente esfera. ¿Qué te quedará cuando pierdas incluso eso?

—Seguiré teniendo una misión —respondió por fin el soldado.

—¿Y cuando la hayas cumplido?

Kyro tardó un momento en contestar.

—Quizá no pueda hacerlo.

—Pero ¿y si lo haces?

—Si mi misión termina, entonces no habrá nada más.

Se hizo el silencio de nuevo.

Después, mucho más tarde, ella acercó sus labios al oído de él.

—Sé que no está bien. Sé que no debería sentirlo; pero deseo que no lo consigas, mi amor. Que mueras antes de saber lo que es perderlo todo.

Le dio un beso en la mejilla y le abrazó una vez más antes de quedarse dormida.

El viajero terminaba de ajustarse la ropa. Sarah, desnuda y sentada en la cama, le miraba fijamente.

—Kyro —le dijo.

Él se detuvo. Ella tragó saliva, abrió la boca pero no logró decir lo que quería: no le salió la voz. Bajó la cabeza respirando despacio, tratando de dominar sus sentimientos. Por último se levantó, fue hacia él y le apoyó las manos en el pecho.

—¿Me das un beso de despedida?

Él le pasó un brazo por la cintura y, con mucha suavidad, le rozó la boca con sus labios. Ella le miró con ternura.

—Adiós, cavernícola —sonrió con profunda tristeza mientras se le humedecían los ojos.

El viajero la miró un instante más; entonces se dio la vuelta, abrió la puerta y al salir la cerró tras él.

—Aquí estás —le saludó Daniel al llegar.

El grupo estaba casi al completo: cinco personas, faltaba una.

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