Elegidas (13 page)

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Authors: Kristina Ohlsson

Tags: #Intriga

—¿Qué impresión te ha dado? —preguntó Alex.

Fredrika ladeó la cabeza.

—No estoy completamente segura, la verdad —tuvo que reconocer—. Siento que miente, pero no sé sobre qué ni cuánto. No sé si se cree que su hijo nunca maltrató a Sara, y no sé si miente porque sabe algo o simplemente para proteger a su hijo, con independencia de lo que a él se le ocurra hacer.

Alex asintió pensativo con la cabeza.

—¿Tenemos pruebas suficientes para ponerlo en busca y captura?

—No —respondió Fredrika con énfasis—, pero podemos acusarlo de maltrato a su mujer. No tenemos ninguna evidencia que lo relacione con la Estación Central ni pruebas testimoniales de que se encontrara allí. Lo único que sabemos es que está de vacaciones y que probablemente ha maltratado a su mujer. —Alex abrió la boca para decir algo, pero Fredrika continuó—: Y que calza un 45 y tiene una madre loca de cojones.

Alex se quedó tan estupefacto al oír a Fredrika Bergman hablar de aquella manera que casi perdió el hilo.

—Un 45 —repitió después como un eco.

—Sí —confirmó Fredrika—. Según su madre, es el número que gasta. Así que no es tan disparatado pensar que pueda tener un par del número 46.

—¡Bien, Fredrika, bien! —exclamó Alex de buen humor.

Fredrika se ruborizó por el inesperado cumplido, mientras Peder parecía querer quitarse la vida o, quizá, quitársela a ella.

—Quizá podamos acusarlo de maltrato —propuso Peder en un intento de llamar la atención, simulando no haberse dado cuenta de que Fredrika había dicho lo mismo hacía unos segundos.

—Claro que sí —asintió Alex—. No lo descartaremos de la lista hasta que lo hayamos encontrado. Buscadlo por maltrato a su mujer.

Peder asintió, aliviado.

Fredrika lo miró fijamente con ojos inexpresivos.

Ellen entró de golpe.

—Ha llamado una mujer hace un momento —anunció casi sin aliento.

Alex se rascó despistado una picada de mosquito. ¿No llegaban cada vez más pronto esos malditos mosquitos?, pensó.

—¿sí?

—Sí —confirmó Ellen con un suspiro—. No sé exactamente qué deciros. No quería identificarse y su información era un poco… confusa. En resumidas cuentas, creía conocer al hombre que ha secuestrado a Lilian.

Todos alrededor de la mesa dirigieron la vista hacia Ellen, que gesticulaba con la mano para descartar falsas esperanzas.

—Parecía confundida. Y tenía miedo, aunque no sabría deciros de qué. Dijo que creía que se trataba de un hombre con el que había mantenido una relación, alguien que la maltrataba.

—Lo mismo que sabemos que Gabriel Sebastiansson le hacía a su mujer —intervino Alex.

Ellen continuó negando con la cabeza.

—Había algo más —dijo, pensativa—. Decía que había tenido pesadillas que lo habían indignado y…

—¿Qué? —interrumpió Peder.

—Sí, algo así. Que había tenido pesadillas y que aquello había hecho enfadar al hombre. Por lo visto, luchaba por algo y quería que ella participase.

—¿Una lucha por qué? —preguntó Fredrika.

—No lo ha aclarado —respondió Ellen—. Ya os he dicho que todo ha sido muy confuso. Algo sobre que ciertas mujeres no se merecían a sus hijos. Algo sobre que ella había sido su muñeca y que utilizaba muñecas de alguna manera. Era todo muy difícil de entender.

—Pero ¿no ha dicho su nombre? ¿O cómo se llamaba el hombre que le pegaba? —preguntó Alex.

—No —respondió Ellen—. Y tampoco ha querido decir cómo se llamaba él.

—¿Has hablado con el departamento de informática para que localice la llamada? —preguntó Alex.

—No, la verdad es que no —reconoció—. Parecía tan extraño, tan poco serio. Y en estas ocasiones siempre suelen llamar unos cuantos pirados. Pero me pondré en contacto con ellos en cuanto acabemos la reunión —añadió.

—De acuerdo —aceptó Alex—. Supongo que has actuado bien, pero no está de más que controlemos quién ha llamado.

Iba a continuar cuando Fredrika hizo un gesto para indicar que quería decir algo.

—A menos que la mujer no estuviera en absoluto confundida, sino que sólo tuviera miedo —sugirió. Alex frunció el ceño—. Si ha sido víctima de malos tratos, quizás haya acudido a la policía en otra ocasión y no la han ayudado. En ese caso, su relación con la policía será bastante traumática, a la vez que probablemente siga teniendo miedo de su ex. Así que…

—Pero, qué cojones —la interrumpió Peder, irritado—. ¿Qué es eso de «relación traumática» con la policía? La policía no tiene la culpa de que casi todas las mujeres que llaman para denunciar a sus parejas retiren la denuncia una y otra vez…

Fredrika levantó la mano con un gesto de cansancio.

—Peder, no es eso lo que estoy diciendo —respondió, serena—. Y no creo que sea el momento de discutir precisamente ahora cómo trabaja la policía para evitar el maltrato a las mujeres. Pero si, y digo
si
, ha sido maltratada y siente que no ha recibido protección de la policía, probablemente tenga mucho miedo. Así que es absurdo descartar la conversación porque estuviera confundida.

—Pero —interrumpió Alex—, si piensas un poco, ¿no es extraño que llame y lo explique ahora? —Se hizo un completo silencio—. Quiero decir, ¿qué es lo que saben los medios de comunicación? Pues que una niña ha desaparecido. Eso es todo. La información sobre el envío con el pelo aún no se ha hecho pública y, en realidad, no hay nada que indique que la niña esté peor que otros niños que se dan por desaparecidos a lo largo del año.

Los componentes del grupo reflexionaron sobre las palabras que acababa de pronunciar Alex.

—De todas formas, mi conclusión es que no sabía muy bien de qué hablaba —declaró Alex—. Aunque, naturalmente, haremos un seguimiento de la llamada. No podemos descartar a Gabriel Sebastiansson como el hombre con quien ha mantenido una relación.

—Aun así, tiene que haber algo en el caso de Lilian que le haya recordado lo que pensaba su ex —insistió Fredrika—. Como tú dices, Alex, la información que se conoce es mínima. Debe de haber reconocido algún detalle que la ha hecho reaccionar, un rasgo distintivo que diferencia esta historia de otros casos de niños desaparecidos. Y tampoco está del todo claro que sea Gabriel Sebastiansson quien esté involucrado en todo este asunto…

Esto fue suficiente para que Alex se olvidara por completo de que sólo un momento antes le había hecho un cumplido a Fredrika.

—Vamos a continuar con la reunión —la interrumpió con brusquedad—. Siempre hay varias pistas en una investigación, Fredrika, pero de momento sólo tenemos una y parece, como poco, creíble. —Alex se volvió hacia el analista de la policía nacional cuyo nombre, por mucho que se esforzara, no lograba recordar—. ¿Ha llamado algún testigo? ¿Algún pasajero del tren?

El analista asintió con rapidez. Por supuesto; habían llamado muchos, muchísimos, casi todos los que viajaban en el vagón z junto a Sara y Lilian Sebastiansson. Ninguno de ellos había oído o visto nada. Todos recordaban a la niña durmiendo, pero ninguno que alguien la recogiera.

—En nuestra primera conversación Sara comentó que su hija y ella hablaron con una mujer que iba sentada al otro lado del pasillo. ¿Ha llamado? —quiso saber Fredrika.

El analista sacó un montón de papeles de una carpeta.

—Si la señora estaba al otro lado del pasillo —dijo hojeando uno de los papeles—, significa que iba sentada en el asiento 14. Y nadie de los asientos 14 o 13 se ha puesto en contacto con nosotros.

—Esperemos que lo hagan —murmuró Alex rascándose la barbilla.

Su mirada buscó la ventana. Allí fuera, en alguna parte, estaba Lilian Sebastiansson. Probablemente en compañía de su sádico padre, que utilizaba cualquier recurso para asustar a su ex mujer. Ojalá encontraran pronto a la niña.

El teléfono de Ellen empezó a sonar y la mujer abandonó la sala con discreción para contestar.

—Peder —dijo Alex con decisión—, quiero que te ocupes de la busca y captura de Gabriel Sebastiansson. También quiero que tú y Fredrika interroguéis de nuevo a la familia y amigos del matrimonio Sebastiansson, cuantos más mejor. Intentad conseguir información de dónde puede estar ese hombre.

«O quizás obtengamos información que nos aporte nuevas ideas», pensó Fredrika, que decidió no verbalizar sus pensamientos.

Alex iba a dar por acabada la reunión cuando Ellen asomó la cabeza:

—Alguien ha escuchado nuestras plegarias —dijo, concisa—. Ha llamado la mujer que estaba sentada al lado de Sara y Lilian en el tren.

«Por fin. Por fin empieza a moverse algo», pensó Alex.

19

Peder Rydh atendió a Ingrid Strand en una de las salas de visitas ubicadas en la misma planta que la recepción. El día había empezado de un modo tan caótico que apenas era capaz de pensar con claridad. Le satisfacía tener la compañía de un colega para interrogar a la nueva testigo; así, se minimizaba el riesgo de que se perdiera parte de la información que la mujer pudiera aportar. Ingrid Strand podía ser la última pieza que necesitaban para resolver el caso, y había que estar muy alerta.

Peder también estaba satisfecho por ser él quien dirigiera el interrogatorio con aquella testigo potencialmente relevante. Por un momento pensó que Fredrika también asumiría aquella tarea pero, gracias a Dios, Alex le había encargado el trabajo a él.

Ingrid Strand buscó su mirada. Su compañero, Jonas, hizo lo mismo. Peder los miró a los dos y se aclaró la voz.

—Perdón, ¿por dónde íbamos? —preguntó alzando la vista.

—No íbamos por ninguna parte —respondió la señora mayor, sentada frente a él.

Peder sonrió con aquella sonrisa ladeada que derretía incluso a las ancianas más recalcitrantes. Ingrid Strand bajó la guardia.

—Perdóneme —se disculpó él—. Llevamos un día muy estresante.

Ingrid Strand asintió con la cabeza y sonrió para demostrar que aceptaba sus disculpas. La conversación podía continuar.

Peder miró de reojo a Ingrid Strand. Parecía agradable, como una abuela tranquila y segura. Casi le recordaba a su madre. De inmediato sintió una opresión en el pecho: todavía no había llamado a Ylva. Siempre, siempre aquellos remordimientos de conciencia.

—Así que iba sentada en el tren junto a Sara y Lilian Sebastiansson, al otro lado del pasillo —dijo para empezar.

Ingrid asintió, condescendiente, y se irguió en la silla.

—Sí —respondió—, y me gustaría explicar por qué no he llamado hasta ahora.

Atento, Peder se inclinó hacia delante.

—Cuéntenos —la invitó con una sonrisa.

Ingrid se la devolvió, pero al instante se esfumó de su cara.

—Pues… —empezó quedamente con la mirada baja—. He cuidado de mi madre, que ha estado muy enferma. Es una mujer muy mayor, una anciana, pero enfermó de forma inesperada hace unos días y por eso tuve que venir aquí, a Estocolmo.

Peder ya había notado por su acento que no era de la capital.

—Mi marido y yo vivimos en Göteborg desde hace casi cuarenta años, pero mis padres se quedaron aquí. Mi padre murió el año pasado y ahora parece que le haya llegado el turno a mi madre. En estos momentos mi hermano está con ella. Me ha dicho que llamaría si ocurría algo.

Peder asintió despacio con la cabeza.

—Le estamos muy agradecidos por haberse desplazado hasta aquí —dijo.

Jonas asintió y anotó algo en su bloc.

—Oh, cuando oí lo que había sucedido me pareció lo mínimo que podía hacer. Ayer pasé casi todo el día con mi madre, apenas salí de su habitación y dormí a su lado, en una silla. Creíamos que el desenlace sería más rápido pero, como ya he dicho, llegó mi hermano y me fui un rato a la sala de visitas, donde vi la televisión. Y entonces… bueno, oí que la niña había desaparecido y enseguida pensé que tenía que ponerme en contacto con ustedes. Yo iba sentada al lado de ella y de su madre. Llamé en cuanto pude. —A Ingrid la recorrió un ligero escalofrío antes de seguir—: Debería haberme dado cuenta de que algo no iba bien —suspiró—. Quiero decir, estuve hablando con la niña y con su encantadora madre durante todo el viaje. La niña se quedó dormida enseguida, pero su madre y yo continuamos conversando. Claro que me di cuenta de que no volvía a su asiento después de salir de Flemingsberg, pero el revisor, el de más edad, llegó y se sentó junto a la niña. Yo no quería meterme en lo que no me importaba y él parecía tener la situación bajo control. Además, como he dicho, yo tenía mis propias cosas en que pensar.

Para ponérselo fácil a Ingrid, Peder asintió.

—A veces ocurre —la tranquilizó amablemente—. Todos tenemos cosas en la cabeza.

Cuando Ingrid cruzó su mirada con la de él, Peder se dio cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Nunca imaginé que pudiera ocurrir algo así —susurró—. El tren se detuvo en Estocolmo, como estaba previsto, y empezamos a levantarnos para coger las cosas y bajar. El revisor no volvió. Me pregunté si debía hacer algo pero, por algún motivo, pensé que habrían previsto algo para la niña. —Ingrid suspiró y una lágrima resbaló por su mejilla—. Cuando iba a bajar del vagón, vi que se había despertado. Miraba a su alrededor un poco adormilada y se puso de pie en el asiento para ver bien. Después, él salió de alguna parte y de pronto la niña ya no estaba allí, sólo la espalda de él.

Peder la miraba fijamente.

—¿Un hombre se acercó a ella? —preguntó Jonas, que no había abierto la boca hasta ese momento.

Ingrid Strand asintió con la cabeza mientras se secaba las lágrimas.

—Sí, así fue. Y se movía de forma tan decidida que no creí… Todo parecía estar controlado porque después, al bajar del tren, volví a verla en el andén.

Peder permanecía inmóvil, con la boca completamente seca.

—El hombre la llevaba en brazos —susurró Ingrid—. Los vi delante de la otra puerta del vagón cuando yo bajé. Y la niña estaba relajada en sus brazos. Pensé que todo estaba arreglado, que alguien a quien ella conocía la había ido a buscar. —Ingrid parpadeó varias veces—. Lo vi de espaldas. Era alto, alto y moreno, con el pelo corto. Y llevaba una camisa verde, parecida a una que tiene mi yerno y que suele ponerse cuando estamos en el campo. Le acariciaba la espalda como si fuera su padre, y distinguí un grueso anillo de oro en su mano, un sello.

Peder anotaba. ¿Sería aquel tipo tan alto como para calzar un 46?

—Vi que le susurraba algo al oído —continuó Ingrid Strand, ahora con una voz más firme—. Le hablaba y ella le escuchaba, relajada en sus brazos.

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