Elegidas (35 page)

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Authors: Kristina Ohlsson

Tags: #Intriga

Una joven auxiliar de enfermería permanecía a su lado con expresión grave. Peder supuso que no era el único horrorizado por el alcance de aquellas lesiones.

Ambos se dieron la vuelta de inmediato al oír como alguien se aclaraba la voz a sus espaldas. Un hombre con abundante pelo canoso y bigote oscuro, vestido con una bata de médico, apareció por la puerta y se presentó como Morgan Thulin, el médico responsable de atender a Monika.

—Peder Rydh —se presentó Peder tendiéndole la mano.

El apretón le inspiró confianza, y supuso que Alex había tenido la misma impresión.

—No sé cuánta información os han pasado sobre su estado —continuó el médico.

—No mucha —reconoció Alex, mirando de reojo a la chica que estaba en la cama.

—De acuerdo —dijo Morgan Thulin en tono amable pero firme—. En ese caso considero que es mi obligación informaros. Como podéis ver, todavía está muy afectada. Alterna estados de consciencia con un sueño intranquilo, y tiene dificultades para hablar cuando lo intenta. Toda la mandíbula está dañada, y hasta esta mañana tenía la lengua tan hinchada que casi ocupaba toda la cavidad bucal.

Peder tragó saliva y el médico continuó.

—Agentes de policía han estado aquí con anterioridad para intentar hablar con ella y averiguar la identidad del autor de las lesiones, pero ella no les ha podido dar ninguna respuesta coherente ni comprensible. Creo que todavía se encuentra en un estado de shock, reforzado además por la medicación que le hemos prescrito. Aparte de las heridas que podéis observar a simple vista, tiene varias costillas fracturadas. No parece que hayan abusado de ella sexualmente, pero presenta quemaduras graves en varias partes del cuerpo.

—¿Quemaduras? —repitió Peder.

Morgan Thulin asintió con la cabeza.

—La han quemado con cerillas en unos veinte lugares distintos del cuerpo, también en la parte inferior de los muslos y en el cuello, a la altura de la tráquea.

La habitación pareció encogerse y el aire se volvió irrespirable. Peder quería irse a casa; su entusiasmo se había desvanecido por completo. Exhausto, miraba fijamente una planta que había en una de las ventanas de la habitación.

—Tendrá marcas permanentes por las quemaduras, pero ninguna lesión que afecte a sus funciones vitales, por decirlo de una manera relativamente objetiva. Como es obvio, es demasiado pronto para determinar los daños mentales que pueda sufrir, pero lo más probable es que le quede un largo camino por andar. Muy largo.

¿No se movía la planta de una manera extraña? ¿Era la corriente de aire provocada por la ventana abierta lo que hacía que se meciera discretamente? Peder la siguió con la mirada a un lado y a otro, varias veces, hasta que volvió a la realidad cuando un silencio absoluto reinó en la habitación. ¿Por qué había dejado de hablar el médico? Alex se aclaró la voz.

—Perdona —se disculpó Peder en voz baja—. Lo siento, han sido unos días tan agitados…

Apenas podía creer que estuviera diciendo aquello. ¿Qué le ocurría?

Morgan Thulin le dio unas palmadas en el hombro. Alex arqueó una ceja, pero no dijo nada.

—Tengo algo más que deciros. ¿Estáis seguros que queréis escucharlo?

Peder se avergonzó tanto que le entraron ganas de esconderse detrás de la maldita planta.

—Por supuesto —dijo haciendo un esfuerzo para no desfallecer.

Morgan Thulin lo miró dubitativo pero fue lo bastante compasivo para no decir nada. Alex siguió su ejemplo.

—También tiene lesiones antiguas —continuó el médico—. De manera que ésta no es la primera vez que la han maltratado.

—¿No?

—No. Las radiografías demuestran que la mayor parte de sus dedos tiene cicatrices, indicio de que ha habido fracturas que han sanado por sí mismas. Los dos brazos han sufrido fracturas en otro tiempo y tiene varias heridas en las costillas. También hay una serie de marcas de quemaduras anteriores. Hemos contado unas diez, de manera que esta vez se han ensañado más con ella que en las anteriores ocasiones.

Cuando Morgan Thulin concluyó su explicación, todos asintieron con la cabeza. El médico hizo un gesto para indicar que había terminado, Peder para mostrar que había entendido lo que acababa de oír y Alex por imitación.

De pronto, la mujer se revolvió en la cama.

Gimió en voz baja e hizo un esfuerzo para levantarse. La enfermera se colocó enseguida a su lado sujetándola con suavidad para que permaneciera tumbada, y le indicó que si no se movía elevarían la parte superior de la cama para que pudiera estar medio sentada.

Peder se apresuró a ayudar, por un lado porque lo deseaba y por otro porque así tenía un motivo para acercarse a la joven. Vio que aunque apenas podía abrir los ojos, era capaz de seguir sus movimientos, primero cuando atravesó la habitación y luego cuando ayudó a levantar la cama.

—Si tienen más preguntas estaré en mi despacho —se despidió Morgan Thulin.

Peder se preguntaba dónde sentarse. En el borde de la cama le parecía demasiado íntimo e indiscreto, pero el sillón del otro lado de la habitación estaba un tanto alejado. Por eso decidió arrastrarlo hasta la cama para quedar a una distancia prudencial de la chica. Alex permaneció cerca de la puerta.

Peder se presentó a sí mismo y a Alex con el nombre y el apellido y le explicó que eran de la policía. De inmediato vio que la mirada de la mujer cambiaba y se endurecía. Él alzó las manos para tranquilizarla.

—Sólo queremos hablar contigo. Necesitamos que nos ayudes. Si no tienes fuerzas o no quieres responder, no hay problema. En ese caso nos iremos. —Pero no añadió: «Y volveremos otro día»—. Puedes asentir con la cabeza si entiendes lo que digo.

La mujer lo miró en silencio y después asintió.

—¿Puedes decirnos cómo te llamas?

Peder esperó pero la joven no dijo nada. La enfermera la ayudó a beber un poco de agua.

—Jelena —susurró al fin.

—¿Jelena? —repitió Peder. La chica asintió—. ¿Y el apellido?

Otra pausa. Más agua.

—Scortz.

Una suave brisa procedente de la ventana entreabierta acarició la mejilla de Peder. Intentó no sonreír, no demostrar la satisfacción que lo embargaba. Era ella. Por fin habían encontrado a Monika Sander.

Por un momento vaciló. No tenía claro cómo seguir. Ni siquiera era seguro que aquella chica, Monika Sander, fuera la que entretuvo a Sara Sebastiansson en Flemingsberg. Peder se estrujó los sesos, maldiciéndose en por qué no había pensado en ello antes de ir al hospital. Decidió empezar por el final.

—¿Quién te ha hecho esto? —preguntó en voz baja.

La mujer de la cama restregó el yeso una y otra vez sobre la sábana. Quizá le empezaba a picar.

—El Hombre —susurró.

Peder se inclinó hacia delante.

—Perdona, ¿el hombre?

La enfermera parecía irritada, pero no dijo nada.

—El Hombre —repitió la joven, haciendo un esfuerzo para que se le entendiera—. Yo lo… llamo… así.

Peder la miró fijamente.

—¿El Hombre? —repitió.

Ella asintió despacio con la cabeza.

—Vale —dijo Peder—. Entonces, a lo mejor sabes dónde vive.

—Nos vemos… sólo… en mi… —balbuceó la mujer.

—¿Sólo os veis en tu casa? —repitió Peder.

La mujer volvió a asentir.

—Así que no sabes dónde vive.

Negó con la cabeza.

—¿Sabes dónde trabaja?

—Psic… ol… ogo.

—¿Te ha dicho que es psicólogo?

La mujer parecía aliviada de que por fin la entendieran.

—Pero no sabes dónde trabaja.

Movió de nuevo la cabeza con una expresión de profundo disgusto.

Peder reflexionó.

—¿Sabes qué coche tiene?

La mujer pensó. Quizás intentaba fruncir el ceño pero los músculos de la cara no le obedecían. Peder supuso que debía de sentir un dolor lacerante.

—Distintos —respondió en un susurro.

Peder esperó.

—Casi nunca… el mismo.

Ahora era Peder quien estaba sorprendido. ¿El tipo usaba coches robados o los alquilaba cuando los necesitaba?

—Coche… de… empresa.

—¿Crees que son distintos coches de empresa?

—Eso… —confirmó.

«Si mentía en todo lo demás, ¿por qué no iba a hacerlo respecto al coche?», pensó Peder irritado.

—¿Dónde lo conociste? Quiero decir la primera vez que lo viste.

La pregunta causó una inmediata reacción en la mujer de la cama. Apartó la vista y casi parecía enojada. Peder esperó un momento y después dio marcha atrás.

—A lo mejor no quieres hablar de eso ahora… —dijo con cuidado.

La mujer negó con la cabeza.

Alex se movió un poco pero continuó sin decir nada.

Peder decidió utilizar la información que les había dado la mujer que llamó a la policía desde Jönköping. ¿Cómo no había caído en que la mujer asesinada era el punto de partida natural de aquella conversación?

—Creemos que el hombre que te ha maltratado puede haber castigado también a otras mujeres —empezó, en un tono vacilante. Jelena Scortz apoyó cansada la cabeza sobre la almohada, pero le miró con interés—. Creemos que ha contactado con varias mujeres para emprender una especie de lucha.

La mujer no apartó la vista pero incluso Peder, un profano en conocimientos médicos, se dio cuenta de que palidecía. La enfermera se movió intranquila y buscó la mirada de Peder, que la evitó.

—Es muy, muy importante que lo encontremos —señaló intentando no parecer exigente. Después de una breve pausa continuó—: Tenemos que hacerlo antes de que desaparezcan y mueran más niños.

La mujer empezó a gemir y a moverse de un lado a otro sobre la cama.

—Tranquila —dijo la enfermera mientras le acariciaba el pelo.

Había que proceder despacio, para no infligirle dolor.

Sin embargo, Peder se sentía muy satisfecho con la reacción de la chica. Ahora sabía que estaba implicada de alguna manera. Por lo menos, en la desaparición de Lilian Sebastiansson.

Se levantó y se sentó en el borde de la cama. Jelena se negaba a mirarlo.

—Jelena —la llamó dulcemente—. Nosotros creemos que te obligaron a implicarte en esto.

Tampoco era cierto, pero de momento carecía de importancia. Lo principal era que Jelena se calmara y consiguió el efecto deseado.

—Necesito toda la información que puedas darme —suplicó Peder—. ¿Cómo ha localizado a las niñas? ¿Cómo las elige?

Jelena respiraba entrecortadamente. Todavía no los miraba, ni a Peder ni a la enfermera.

—¿Cómo las elige?

—Las madres.

Respondió en voz tan baja que él apenas la oyó. Sin embargo, lo entendió perfectamente.

—Muy bien —la animó, a la espera de que añadiera algo más. Al darse cuenta de que no lo haría, preguntó—: ¿Conoce a estas mujeres de antes? ¿Cómo las encuentra?

Despacio, Jelena volvió la cabeza para mirarlo directamente a los ojos. Peder se sintió helado cuando se enfrentó a la insondable oscuridad de su mirada.

—No… las elige —susurró—. Se ama… a todos los que… se tienen… o a… ninguno.

Peder tragó saliva varias veces.

—¿Qué es lo que no se elige? —preguntó—. No lo entiendo. ¿Qué es lo que no se elige?

—Los niños —murmuró Jelena, agotada, y apoyó de nuevo la cabeza sobre la almohada—. Se debe… amar… a todos.

Después, Jelena dejó de hablar y cerró los ojos. Peder supo que la conversación había terminado.

55

Cuando Fredrika entró en la Casa, la sorprendió la frenética actividad que había en el pasillo del grupo de investigación. Encontró a Alex y a Peder en la Leonera. También estaba el analista de la policía nacional, Mats —¿aún seguí allí?— y otro hombre al que no conocía.

—Fredrika Bergman —se presentó.


Excuse me
?

Sorprendida, Fredrika repitió su nombre con acento anglosajón. El hombre asintió y se presentó como Stuart Rowland. Después volvió a sentarse en su silla, en un rincón de la sala.

Peder se puso en pie y explicó en inglés quién era el visitante.

—El doctor Rowland es psicólogo experto en perfiles —aclaró con una voz que casi temblaba de veneración—. Se ha ofrecido a poner a nuestra disposición sus conocimientos.

«Como si el mismísimo Papa de Roma hubiera venido de visita», pensó Fredrika.

Después, Peder se volvió con discreción hacia Fredrika y dijo en sueco:

—Espero que no te sientas incómoda si durante la primera parte de la reunión hablamos en inglés.

Cuando Fredrika se percató de que lo decía en serio, notó que enrojecía de rabia.

—Mientras sea en inglés, alemán, francés o español, me apaño sin problemas —respondió con una sonrisa tensa.

Peder parpadeó sin entender nada.

—Muy bien —dijo en tono cortante, y tomó asiento.

Alex observó a Peder y a Fredrika de lejos con una sonrisa en los labios.

—Cuánto me alegro de que hayas llegado a tiempo para la reunión, Fredrika. Te sugiero que te sientes para que podamos empezar.

Fredrika, que hasta aquel momento ignoraba que sólo faltaba ella, se sentó. Ellen le sonrió y cerró la puerta de la Leonera con el pie.

Todos los casos tienen su fase decisiva. Alex estaba seguro de que la difícil investigación en la que estaban inmersos se encontraba justo en ese punto. No había muchos más datos que aportar; seguramente, la mayoría estaban sobre la mesa.

Miró con discreción al catedrático en Psicología que Peder había casi secuestrado de la universidad. Llevaba una americana marrón con coderas de ante y bolsillo también de ante, y debajo de la nariz asomaba un gigantesco bigote que se movía como la cola de una ardilla. Era como si hubiera aparecido en la Leonera recién salido de una película británica.

Por otra parte, en la situación en que se encontraban no había margen para ser exigente, así que era de agradecer todo tipo de ayuda.

—Muy bien —empezó Alex mirando a los allí reunidos.

El ambiente se tensó al instante y él tragó saliva. Si se dejaban vencer por el nerviosismo serían incapaces de formular una teoría genial. Miró a Fredrika; naturalmente, ella sería la excepción. Ella parecía poder pensar en lo que fuera y cuando fuera, siempre y cuando lo considerara importante. Y aquello era importante.

—Demos la bienvenida al doctor Rowland a esta reunión —continuó en inglés esperando que su tono fuese lo bastante formal—. Estamos muy contentos de poder contar con él.

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