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Authors: Javier Pérez Campos

Tags: #Intriga, #Terror

En busca de lo imposible (11 page)

Escribí aquella solicitud explicándoles que queríamos grabar unas imágenes de dichas momias para el programa de televisión
Cuarto Milenio
, ya que estábamos realizando un reportaje sobre su historia. Aproveché para explicarles que ya contábamos con unas imágenes de dichos cuerpos que habían sido emitidas por TVE en uno de los míticos programas del profesor Jiménez del Oso, pero que no tenían demasiada calidad, por lo que precisábamos de algo de mayor actualidad. Firmé el documento, quedando enteramente a su disposición, y esperé impaciente su respuesta. Tardó un mes en llegar y, pese a haber pasado más de veinte años de la primera misiva del Obispado, ésta no era mucho más alentadora:

De:
Vicario General - Diócesis de Cuenca [XXX@eacsl. com]

Para:
Javier Pérez Campos [javier.perez.mp@gmail. com]

Enviado:
Sábado 08/10/2011 10:45

Estimado don Javier:

Una vez celebrada la reunión del cabildo de la Catedral de Cuenca y oído su parecer, le comunico que no será posible realizar la grabación de los restos que se encuentran en la ermita de San Isidro. Tras las imágenes grabadas por Televisión Española (con las que ya cuenta), el Obispado de Cuenca no ha vuelto a autorizar ninguna otra grabación ya que, por encima de todo, se encuentra el respeto que, desde la fe cristiana, se profesa a los restos mortales de cualquier persona y de cualquier tiempo. Por ello y como Vicario General de esta Diócesis, siento denegarles esta autorización.

Reciba mi más cordial saludo y sigo a su disposición.

Fdo: XXX

Informe enviado por el Obispado de Cuenca con respecto a las momias de Cuenca.

Había topado con un aparentemente infranqueable muro de hormigón. La burocracia impedía que pudiera acceder al último eslabón —a la vez el primero— de esta historia. Pero, como ya me había ocurrido en otras ocasiones, la casualidad y el instinto iban a jugar a mi favor…

Frente a frente con la muerte

Tras mi entrevista con Víctor Pérez, descendiente del descubridor de las momias, me dirigí a pie hacia la ermita de San Isidro. Se encontraba a las afueras, tras cruzar un serpenteante camino que bordea un precipicio.

Se había levantado un frío viento que cortaba los pulmones y quitaba las ganas de salir del hotel. Dentro de unas horas regresaría a Madrid tras haber hablado con los principales protagonistas de la historia. Aquella mañana había olvidado mi cuaderno de notas en la ermita de San Isidro y, tras intentar localizar sin éxito a la actual santera, confié en poder encontrarla en la iglesia.

Tras una caminata de media hora llegué a aquella explanada que parecía sostenerse por sí sola en medio del vacío. La ermita se erigía humilde frente a una pequeña fuente ya sin agua. Atravesé la cancela oxidada y llamé a la puerta de la sacristía, que se encontraba abierta de par en par. Tras varios golpes no acudió nadie. Sin embargo, era capaz de ver mi cuaderno a menos de 10 metros de mí, sobre la vetusta mesa en que lo había dejado unas horas antes. Decidí entonces adentrarme para cogerlo y marcharme sin molestar. Pero cuando ya estaba en el interior algo llamó mi atención, como si el lugar estuviera sutilmente cambiado. Era el armario que se extendía por todo el ala derecha de la sala, cuyas puertas, antes cerradas, estaban ahora ligeramente abiertas, emitiendo una luz mortecina. A través del quicio me pareció ver a alguien observándome en silencio, en absoluta quietud, provocándome un ligero sobresalto. Cuando me asomé por el lado abierto de la puerta quedé completamente paralizado. Allí estaban, tras un fino cristal manchado de polvo, las cinco momias que doña Antonia Soria había cuidado con esmero durante años. Las mismas que habían provocado la muerte de Víctor Pérez tras causarle un gran impacto. Aquellos cuerpos que se habían llevado a la tumba el gran secreto de su existencia me observaban ahora a mí, en silencio, con la mirada de la mismísima muerte.

Las cinco se encontraban en perfecto estado, como si sólo llevaran enterradas unos meses. Allí estaba la supuesta doña Quiteria, junto a otra momia en cuyos brazos había estado su bebé también momificado. La escena era realmente dramática; sus gestos de horror se dirigían al cielo y sus ropajes aún podían distinguirse pegados a los colgajos de piel reseca. «¿Quiénes sois?», les pregunté con sigilo.

Ellas seguían allí de pie, mirándome como a un forastero que había invadido su hogar. Aunque en todo momento tuve conciencia de que estaba ante seres ya inertes, lo cierto es que llegaban a intimidar cuando pasabas largo rato mirándolas.

El hecho de haberme olvidado el cuaderno en aquel lugar, que nadie me hubiera podido acompañar y que las puertas hubieran quedado abiertas de par en par parecía una concatenación de casualidades que me habían acabado llevando a mi objetivo final.

Los minutos frente a frente con la muerte pasaron largos como horas. Lo cierto es que aunque no salí corriendo despavorido como el ladrón que profanó la ermita décadas atrás, esa noche las caras agónicas de las
momias malditas
de Cuenca regresarían a mi mente en sueños, como si quisieran revelarme su secreto en estado REM. Como si su misterio, silenciado con maestría, aún siguiera latente y escondido en aquella ciudad a orillas del Júcar…

Expediente 5:
Los lamentos del agonizante

«APENAS CAE EL SOL, COMIENZAN LOS QUEJIDOS DEL MORIBUNDO. LOS VECINOS DE LAS NAVAS DEL MARQUÉS, UN APACIBLE LUGAR SITUADO A 116 KILÓMETROS DE MADRID, VIVEN ATERRORIZADOS: DESDE HACE UNAS NOCHES, LA VIEJA ABADÍA ENCIERRA UN MISTERIO QUE, HASTA EL MOMENTO, NO HA SIDO POSIBLE DESVELAR»

Interviú, 09/08/79.

Congregaciones masivas

Tras el primer testimonio, los vecinos de Navas del Marqués empezaron a subir en masa hacia el convento cuando se ponía el sol. Muchos lo hacían con sano escepticismo, otros con actitudes jocosas y otros con un profundo respeto hacia algo que parecía estar dotado de cierta trascendencia. Aunque la actitud inicial fuera variante según los que allí acudían, la final era siempre la misma: inquietud y asombro.

No se trataba de un ruido sutil, a veces escuchable y otras no. Era algo casi sistemático; cuando caía la noche, los ronquidos inundaban aquel oscuro espacio como un eco de otro tiempo. El lugar, completamente abandonado desde hacía décadas, añadía aún más misterio al asunto, pues no había nada en su interior que pudiera producir aquel misterioso efecto.

Pasaron los días y los principales medios de comunicación se desplazaron hasta allí para cubrir la noticia. Así lo hicieron importantes medios como
ABC
,
Interviú
o
El Caso
. También acudieron expertos de diversos ámbitos, como el equipo de Félix Rodríguez de la Fuente para analizar si pudiera ser el sonido de algún animal, o Antonio José Alés, con su mítico programa de misterio
Medianoche
, de la Cadena SER.

El asunto adquirió tal importancia que cada noche llegaban a congregarse hasta más de mil personas a las puertas del convento, según recordaba Alfonso Martín, joven vecino del pueblo en aquel momento.

Pilar Pablo, también testigo, recordaba que cada día llegaban a acudir autobuses con gente de todas partes de España (algunos, incluso de Canarias), sólo para pegar su oído al muro derecho del edificio. Todos ellos mantenían una actitud de respeto, manteniendo el silencio absoluto mientras alzaban su mirada hacia el muro.

El periodista Tomás García Yebra, que también vivió los hechos con incertidumbre, me acompañó a casa de Pilar Pablo, una de las primeras vecinas en toparse con el fenómeno. Vivía a escasos metros del convento de San Pablo y nos acogió con unas deliciosas pastas y unos vasos de moscatel para paliar el frío cortante del exterior.

—¿Cómo que han venido a recordar todo esto ahora, si ha pasado tanto tiempo?
—me preguntaba aquella apacible señora con la mejor de sus sonrisas.

—Pues fíjese… Encontré un recorte en la hemeroteca de Madrid y nos pareció una historia tan sorprendente y olvidada que quisimos rescatarla
—le expliqué mientras me quitaba el abrigo.

Mientras visitaba el exterior del convento había empezado a caer una fina llovizna que calaba hasta los huesos. Recuerdo que lo primero que hice fue acercarme al muro derecho y pegar el oído a la piedra, como ya hicieron miles de personas hace más de veinte años. Aquella piedra grisácea de su inconfundible fachada había sido la causa muda y a la vez sonora de un misterio que llegó a mantener en vilo a toda España.

Cuando me topé frente a frente con el convento por vez primera, recuerdo haber sentido una emoción muy especial, como el que, de pronto, tropieza con un anhelado tesoro. Había visto aquella fachada rectangular en más de una decena de recortes sobre el caso. La fachada, rematada con un frontón cuyos vértices acababan en esferas de piedra, era el más puro ejemplo del estilo escurialense.

El suceso dio lugar a todo tipo de titulares, como éste del semanario Blanco y Negro (08/09/79).

—¿Cómo recuerda usted aquellos días?
—le pregunté a Pilar Pablo mientras ponía en marcha mi grabadora.

—Pues aquí se juntaban miles de personas. Al principio, era interesante y daba bastante miedo, pero con el paso de los días el problema fue otro: que a los vecinos no nos dejaban dormir. Venían de todas partes de España y hubo hasta algún aprovechado que montó su puesto de bocadillos y refrescos para amenizar las jornadas.

—Yo también recuerdo aquello
—respondió García Yebra—,
pero desde la perspectiva del joven asombrado ante lo que estaba oyendo. Es que era algo clarísimo, como una persona agonizando. Impresionaba mucho.

—Claro, y ya empezaron todos a decir que aquello eran espíritus
—comentó Pilar, con los ojos de quien, emocionado, revive una vieja historia que siempre ha querido volver a recordar—
y empezaron a decir que era un fraile que había sido emparedado. Después, otros dijeron que eran los fantasmas de gente que había enterrada bajo el convento, en un túnel que comunica con el pasillo.

—Y no te olvides
—añadió Tomás—
de los que aseguraban que aquello era una manifestación del Más Allá para quejarse por el estado del convento. Ten en cuenta que estaba casi viniéndose abajo. Por si fuera poco, muchos niños llegaron a jugar al fútbol con los cráneos de los frailes enterrados allí, ya que aquello estaba en tan mal estado que podían sacarse hasta los huesos de las tumbas del suelo.

—Al final, cada uno aportaba su teoría
—dijo Pilar mientras se incorporaba en su silla—.
Hasta hubo médicos que vinieron con sus fonendoscopios para escuchar en el muro. Recuerdo uno que dijo que sonaba como una mujer embarazada, con el feto respirando y todo.

Mi cara de asombro hizo que la mujer afianzara sus palabras mientras golpeaba mi hombro con suavidad al ritmo de cada sílaba.

Recordé entonces las palabras de la periodista Margarita Landi para
El Caso
, donde se recogían algunas de estas teorías: «Se habla de torturados por los inquisidores, de personas emparedadas vivas cuyos estertores de agonía hubieran recogido las nobles piedras del templo para reproducirlas ahora a finales del siglo XX».
[27]

Hubo quien llegó a hablar de la aparición de una enorme serpiente con pelo que alguien mató en su interior años antes de iniciarse los sonidos y que podría haber dado lugar a una extraña maldición que se iniciaría con esos estertores del más allá.
[28]

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