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Authors: Douglas Niles

Erixitl de Palul (15 page)

——Veo que conoces al
hakuna —
dijo Naltecona, al ver el gesto de Halloran. El soldado tuvo vergüenza cuando la criatura soltó un chillido ridículo—. Éste está controlado. Su rugido es apagado por el collar de
pluma.

——Buena idea —gruñó Halloran, avergonzado—. La única vez que me encontré con uno de estos monstruos, me tumbó con su rugido.

——Pocos son los hombres que han vivido para contarlo —observó Poshtli, cuando llegaron a la siguiente jaula.

Esta celda era distinta de las demás. En lugar de barrotes gruesos se había empleado un tejido de juncos, y en la pared del fondo, dibujada con mosaicos de turquesas, jade y obsidiana, aparecía la figura de una serpiente. No era un ofidio cualquiera; éste tenía alas y plumas en lugar de escamas.

——El
coatl. —
Hal identificó la criatura antes de que sus acompañantes pudieran hablar.

——¿También conoces a la serpiente emplumada? —preguntó Naltecona, sorprendido.

——Desde luego. Fue un
coatl
el que nos reunió a Erix y a mí. Le dio a ella el don de la lengua. Fue así como aprendió el lenguaje de Faerun. —El legionario advirtió que Poshtli lo miraba asombrado y Naltecona, absolutamente incrédulo.

——¡No me lo habías dicho! —protestó el guerrero.

——¡Lo lamento! —se disculpó Hal, sorprendido por la reacción de sus acompañantes—. ¿Debía hacerlo?

——El
coatl
es el heraldo de Qotal —le explicó Naltecona—. No ha sido visto en estas tierras desde que el Dios Mariposa partió hacia el este, hace muchos siglos. ¡Has disfrutado de una experiencia por la cual los patriarcas de Qotal habrían sacrificado su vida con mucho gusto!

——Encontramos a la criatura en Payit. En realidad, me salvó de una muerte segura. Hablaba mucho, y me pareció que no tenía muy buena impresión de mí.

Poshtli y su tío intercambiaron miradas de asombro. El gobernante se volvió hacia Hal y lo miró a los ojos con mucha atención.

——Debo hacerte algunas preguntas. Ese hombre, Cordell, ¿es en realidad un hombre?

——Desde luego. Un gran hombre, pero, como ya he dicho antes, nada más que un hombre.

——Dime, ¿lo has visto herido?

——Muchas veces —respondió Halloran, intrigado por las preguntas del canciller—. Años atrás, durante una batalla contra la gente de Moonshae, Cordell estuvo a punto de morir. Uno de los atacantes lo derribó de su montura con un golpe de hacha. El filo del arma hendió la coraza y le abrió el pecho desde aquí hasta aquí. —Halloran señaló desde la base del cuello hasta el ombligo.

——¿Y vivió?

——Sólo gracias a fray Domincus, nuestro sacerdote, que utilizó todos sus conocimientos. Fue la misericordia de Helm la que le salvó la vida. —«O alguna otra cosa», pensó Hal, que no tenía muy clara la participación de los dioses en este tema.

——¿Y Cordell... también adora a ese dios?

——Ya he dicho que sí. No entiendo adonde queréis llegar.

Naltecona se apartó y entonces se volvió de pronto; la capa de
pluma
flotó a su alrededor.

——¿Es posible que Cordell sea un dios? —preguntó—. ¿Puede ser Qotal, que vuelve al Mundo Verdadero a reclamar su legítimo trono?

——¿Cordell, un dios? —exclamó Halloran, atónito—. No. Es un hombre como nosotros; un hombre que respira, ama a las mujeres, come y bebe como cualquiera. ¡Es un líder, pero no es más que un ser humano!

Halloran no pudo ver el rostro de Naltecona, porque el gobernante le había vuelto la espalda una vez más. Quizás el soldado no habría interpretado la sonrisa astuta que iluminó las facciones del canciller, pero sí habría entendido las palabras que Naltecona pronunció en silencio.

Es un hombre de carne y hueso y, por lo tanto, un hombre al que se puede matar.

Hoxitl tembló al entrar en la Gran Caverna. Jamás había tenido tanto miedo a presentarse ante los Muy Ancianos como en esta ocasión. Lo acompañaban dos acólitos prometedores. Esta vez, en lugar de ordenarles que esperaran en la entrada, les indicó que permanecieran a su lado. No soportaba la idea de enfrentarse a los drows a solas.

Una nube de humo surgió del caldero del Fuego Oscuro, y entonces los vio: una docena de figuras ataviadas de negro, inmóviles alrededor de la masa de llamas que se retorcían como serpientes.

——¿Por qué vienes a nosotros? —siseó el Antepasado.

——La muchacha..., la muchacha ha vuelto a desaparecer. Abandonó Nexal antes del ataque. La estamos buscando, pero no sabemos dónde está... por ahora. Pero muy pronto...

——¡Silencio! —El Antepasado levantó una mano enguantada. Por un momento, Hoxitl permaneció helado de terror, y se preguntó si el gesto significaba su muerte.

En cambio, el Muy Anciano movió la mano hacia uno de los acólitos. El joven jadeó y lanzó un gemido, víctima de un dolor indescriptible. Se tambaleó, y sus miembros se agitaron en un espasmo que lo precipitó en el caldero. El otro clérigo intentó escapar, pero el drow repitió el gesto, y el infortunado corrió la misma suerte que su compañero.

Los acólitos se retorcieron mientras se hundían poco a poco en el nauseabundo magma del Fuego Oscuro. Sus bocas se abrían en un grito silencioso. Uno de ellos se volvió desesperado hacia Hoxitl, y el sumo sacerdote retrocedió al ver la expresión de agonía del hombre. Después desapareció bajo la superficie, y unos segundos más tarde lo siguió el otro.

Casi sin poder respirar, Hoxitl se hincó de rodillas. Por unos instantes, tuvo miedo de levantar la mirada, pero el Antepasado no le hizo nada. Por fin Hoxitl se atrevió a respirar, convencido de que había salvado la vida.

Más tranquilo, se felicitó a sí mismo por haber llevado consigo a los otros dos. No dudaba que, si hubiese acudido solo, el Antepasado lo habría arrojado al caldero.

——¡No vuelvas a fallar, o tú serás el próximo! —Los blancos ojos del Antepasado brillaron en la profundidad de su capucha.

Hoxitl hizo una reverencia sin pronunciar palabra, y se escurrió hacia la salida.

——¿Dónde has conseguido esa capa? —preguntó Lotil. Erix miró a su padre, sorprendida. La capa que le había regalado el plumista de Nexal yacía junto a la puerta. Sabía que Lotil no la había tocado, y, pese a ello, no había duda de que sus ciegos ojos miraban hacia la prenda.

——¿Puedes verla? —exclamó Erix, maravillada. Sentía una multitud de emociones distintas, al disminuir la conmoción inicial del encuentro. La embargaba una profunda sensación de alegría; su padre vivía y volvían a estar juntos. No obstante, parecía mucho más viejo, como si hubiesen pasado más de diez años, y esto le partía el corazón.

——Puedo sentir la
pluma,
eso es todo —contestó Lotil, apenado—. Dime, hija, ¿de dónde procede?

Ella le habló del artesano en el mercado, de su insistencia para que se la llevara, y de cómo, más tarde, no había podido dar con él. Se sorprendió cuando Lotil sonrió con aires de sabiduría.

——¿Conoces a alguien capaz de hacer una capa así? —Su padre, un artesano muy reputado desde hacía muchos años, conocía a la mayoría de los grandes maestros del oficio.

——No —respondió él, con una risita—. Pero tú sí. La capa hace juego con tu amuleto, ¿no te parece?

Erix asintió, mientras reía y lloraba al mismo tiempo.

——Tus ojos —dijo, vacilante—, ¿cuándo...?

Lotil levantó una mano, descartando la compasión en la voz de su hija.

——Los perdí con la vejez, pero los años no han podido arrebatarme los dedos! ¿Lo ves?

Erixitl miró el bastidor y vio el mantón de plumas en el que trabajaba su padre. Lotil había dispuesto los colores con gran arte, para dibujar en la prenda un halcón dorado con las alas desplegadas.

——Es hermosa —susurró, impresionada.

——Mis dedos ven el tejido de
pluma —
dijo—. Y, ahora, he recuperado a la hija que creía muerta. ¿Qué más puede pedir un anciano como yo?

La joven narró a su padre los episodios vividos desde que, diez años atrás, un Caballero Jaguar kultaka la había raptado en los altos del risco donde se encontraban los cepos del plumista. Le habló de su esclavitud en Kultaka, de su venta a un payita, sacerdote de Qotal, que la había llevado a su lejano país selvático, y de cómo había conocido al extranjero, Halloran, y de la aparición de la serpiente emplumada,
Chitikas.

El anciano la escuchó en silencio, y sólo hizo un comentario acerca del
coatl.

——Nadie ha visto ninguna desde hace muchos siglos —manifestó, impresionado.

——¿Qué ha sido de Shatil? —preguntó Erix, vacilante, al terminar su relato—. ¿Mi hermano está bien?

——Como sacerdote, le va bien —respondió Lotil, suspirando—. Ya se ha convertido en el primer asistente del sumo sacerdote de Palul.

Erix comprendió la turbación de su padre. Si bien ella y su hermano habían aprendido a aceptar, como todos los niños de Maztica, la necesidad de los sacrificios sangrientos exigidos por Zaltec, y muchos otros dioses, sabía que el anciano nunca había aprobado estos ritos. A pesar de que nunca se lo había dicho abiertamente, siempre había sospechado que él aborrecía las prácticas criminales de los sacerdotes.

No obstante, su propio hermano, por ser el primer asistente, debía de ser quien ejecutaba el rito. En Palul, una comunidad muchísimo más pequeña que Nexal, sólo había sacrificios al alba o al anochecer, muy de vez en cuando, y, sin duda, era él uno de los principales encargados de arrebatar el corazón a la víctima.

——Es un hombre importante en el pueblo —añadió su padre—, pero sólo escucha a aquellos que dicen lo que él quiere oír, a los que repiten las cantinelas de Zaltec y su pandilla. Al parecer, tiene la intención de viajar a Nexal para dar su juramento a la Mano Viperina.

Erix apoyó las manos sobre los hombros de su padre, y se sorprendió de su fragilidad. Pensar que el emblema de la Mano Viperina pudiera aparecer en el pecho de Shatil le infundía pánico. Sabía muy poco acerca del culto, excepto que sus miembros profesaban odio y venganza contra los extranjeros procedentes de los Reinos.

——¿Padre, quién está contigo? —Los dos se volvieron hacia la puerta, donde había sonado la voz.

——¿Shatil? —preguntó Erix, insegura.

——¿Erixitl? ¿Es posible que seas tú? —Su hermano entró en la casa y la alzó entre sus brazos—. Zaltec ha sido bondadoso al devolverte a casa.

La muchacha se apretó contra él, recordando por un momento al joven que tanto había admirado en su infancia. Entonces se separaron, y, cuando Erix miró otra vez a su hermano, sus recuerdos se esfumaron en el acto. La cabeza de Shatil mostraba los tirabuzones engomados con sangre a la usanza de los sacerdotes de Zaltec. Las cicatrices de los cortes de penitencia ritual le marcaban los brazos, orejas y mejillas.

——Te has convertido en toda una mujer —afirmó Shatil, complacido.

——Y tú eres... un sacerdote —contestó ella.

Erix miró a su padre y a su hermano, y pensó, por un instante, que se había puesto el sol. Después se estremeció, consciente de que acababa de ver la oscuridad premonitoria extendiéndose sobre los dos hombres y la habitación.

La mancha oscura acabó por abarcar toda la casa.

——Capitán Daggrande —llamó Cordell, apartando la mirada de su mesa cubierta de mapas y rollos de pergamino.

——¿General? —El enano se plantó delante de su jefe, cargado con una chaqueta de algodón acolchada que los guerreros de Maztica utilizaban de coraza.

——¿Has probado la pieza? —El capitán general señaló la coraza.

——Sí, señor. Es capaz de detener las flechas y los dardos bastante bien. Además, aguanta y quita fuerza a los mandobles de sus espadas, a las que llaman
macas.
El soldado que la vista, si cuenta también con un escudo, quedará bien protegido.

——¿Qué hay de la comodidad? ¿Estorba los movimientos?

——Señor, con el calor que hace aquí, estas cosas de algodón dejan en ridículo a las corazas de acero. Los hombres que las lleven podrán moverse más rápido y más lejos que aquellos cargados con las corazas habituales. —El enano informó a su comandante de las pruebas que había realizado en las afueras de Kultaka, mientras la legión se preparaba para su próxima gran marcha.

——¡Excelente! —Cordell abandonó su silla, y dio la vuelta alrededor de la mesa para palmear la espalda de Daggrande—. Que los hombres se equipen con ellas. Aquellos que quieran conservar las de acero pueden hacerlo, pero recuérdales que esta vez avivaremos el paso.

——¡Muy bien, señor! —Daggrande se volvió en el momento en que otro hombre entraba en el despacho de Cordell, ubicado en lo que antes había sido el palacio de Takamal en Kultaka.

——¿Qué deseáis? —preguntó el comandante, al ver que el recién llegado era Kardann.

——Que..., quería deciros que tal vez he cometido un error —respondió el asesor, titubeando—. ¡Allí fuera hay diez mil kultakas listos para marchar con nosotros!

——En realidad, hay el doble.

——Quizá no sea una locura, después de todo. Si el oro de Nexal resulta ser tan abundante como nos han dicho... —El asesor se interrumpió. Su mente ya calculaba unas cantidades imaginarias.

——Aprecio vuestro voto de confianza —dijo Cordell, desabrido—. Ahora, si me perdonáis, tengo mucho que hacer.

La próxima en entrar fue Darién. Después de la conquista de Kultaka, la maga había tomado la costumbre de estudiar su libro de hechizos y practicar su meditación durante la noche, y Cordell casi no había tenido oportunidad de estar con ella. Su presencia le alegró el espíritu, si bien ella no respondió a su sonrisa de bienvenida.

——¿Has hablado con Alvarro? —preguntó la hechicera.

——Sí —respondió Cordell, resignado—. Le advertí que, si vuelve a rehuir el combate, le costará el mando. Se mostró muy arrepentido y prometió que no volvería a ocurrir. El problema es que el muy truhán sabe que no tengo a nadie para reemplazarlo.

——Al parecer, sólo disfruta matando cuando la víctima no se puede defender —dijo Darién, con desprecio—. Quizá deberías darle un escarmiento para ejemplo de todos.

——El fraile se ha opuesto... con vehemencia. Tiene en muy alta estima a nuestro capitán de lanceros. ¡Por Helm, qué no daría por tener a otro Halloran!

——Te refieres a uno leal, supongo —señaló la hechicera.

——Jamás puse en duda su lealtad hasta que el fraile no le dejó más alternativa que la de huir.

Los ojos de Darién relampaguearon. Le daba igual la opinión de Cordell; ella sólo anhelaba vengarse del legionario. ¡Quería verlo muerto por el robo de su libro de hechizos! Pero, por ahora, era mejor no hacer comentarios.

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