Esfera (21 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #ciencia ficción

—El dolor, Norman, está en mi cabeza. ¡Está en mi remaldita cabeza! Ahora, ¿por qué no me dan una aspirina?

—Barnes dijo que no lo hiciéramos.

—¿Barnes está aquí todavía?

—Todos estamos aquí todavía.

Harry alzó la vista con lentitud.

—Pero se dijo que subirían a la superficie.

—Lo sé.

—¿Por qué no os habéis ido?

—El clima empeoró mucho y no nos pudieron enviar los submarinos.

—Pues deberíais marcharos. No tendríais que estar aquí, Norman.

Rose Levy llegó con más limonada. Mientras bebía, Harry miró a la mujer.

—¿También usted sigue aquí?

—Sí, doctor Adams.

—En total, ¿cuánta gente hay aquí abajo?

—Somos nueve, señor —respondió Rose.

—¡Jesús! —Harry devolvió el vaso y Rose lo volvió a llenar—. Todos ustedes deberían irse. Deberían abandonar este sitio.

—Harry —dijo Norman—, no nos podemos ir.

—Tenéis que iros.

Norman se sentó en la litera que estaba frente a la de Harry, lo observó mientras éste bebía. El matemático tenía manifestaciones, bastante típicas, de shock emocional: irritabilidad, flujo nervioso maníaco de ideas, temor inexplicable por la seguridad de los demás... todo eso era característico de quienes, a consecuencia de accidentes graves, como un accidente automovilístico de importancia o la caída de un avión, sufrían un shock emocional. Al producirse un hecho de este tipo, el cerebro lucha por asimilarlo; por darle sentido, por rearmar el mundo mental, aun cuando, en torno de éste, el mundo físico estuviese hecho añicos. La mente entra en una especie de marcha forzada y trata presurosamente de rearmar las cosas, de hacer que vuelvan a estar como deben, de restablecer el equilibrio.

Sin embargo, ése es un período confuso, en el que todo gira como un remolino.

Tan sólo había que esperar que pasara.

Harry terminó la limonada y devolvió el vaso.

—¿Más? —preguntó Levy.

—No, ya está bien. El dolor de cabeza se me ha calmado.

«Quizá fuese deshidratación», pensó Norman,.. ¿Y por qué iba a estar Harry deshidratado tras haber pasado tres horas en la esfera?

—Harry...

—Dime una cosa, Norman, ¿tengo aspecto diferente?

—No.

—¿Te parezco el mismo?

—Sí. Yo creo que sí.

—¿Estás seguro?

Harry se incorporó de un salto, se dirigió a un espejo colocado en la pared y se estudió el rostro.

—¿Qué aspecto crees tener? —preguntó Norman.

—No sé. Diferente.

—¿Diferente en qué sentido?

—¡No lo sé...! —Harry dio un fuerte golpe sobre la pared acolchada, al lado del espejo, y la imagen que aparecía en éste vibró; se dio vuelta, volvió a sentarse en la litera y suspiró—. Tan sólo diferente.

—Harry...

—¿Qué?

—¿Recuerdas lo que pasó?

—Por supuesto.

—¿Qué pasó?

—Entré.

Norman aguardó, pero Harry no agregó más: se limitó a fijar la vista en el suelo alfombrado.

—¿Recuerdas haber abierto la puerta?

Harry permaneció en silencio.

—¿Cómo abriste la puerta, Harry?

Harry alzó la vista hacia Norman:

—Se daba por hecho que todos ustedes partirían, que regresarían a la superficie. No esperaba que permanecieran aquí.

—¿Cómo abriste la puerta, Harry?

Se produjo un prolongado silencio.

—La abrí —dijo luego el matemático.

Se sentó, con la espalda bien recta, las manos a los costados. Parecía estar recordando, reviviendo lo sucedido.

—¿Y después?

—Entré.

—¿Y qué pasó dentro?

—Era hermoso...

—¿Qué es lo que era hermoso?

—La espuma —dijo Harry.

Y en ese instante volvió a quedar en silencio, con la mirada vacía y fija en un punto del espacio.

—¿La espuma? —lo incitó Norman.

—El mar. La espuma. Hermoso...

¿Estaría hablando de las luces?, se preguntó Norman. ¿Del conjunto de luces que remolineaban?

—¿Qué es lo que era hermoso, Harry?

—Vamos, no te burles —dijo el matemático—. Prométeme que no vas a burlarte.

—No me burlaré.

—¿Crees que se me ve igual?

—Sí, lo creo.

—¿No cambié en absoluto?

—No. Al menos en nada que yo pueda apreciar. ¿Crees tú que cambiaste?

—No sé. Quizá... Yo...

—¿Ocurrió algo en la esfera que te cambió?

—No entiendes lo de la esfera.

—Entonces, explícamelo —pidió Norman.

—Nada ocurrió en la esfera.

—Estuviste en ella durante tres horas...

—Nada ocurrió. Dentro de la esfera, nunca ocurre nada. Siempre es lo mismo... dentro de la esfera.

—¿Qué es lo que siempre es lo mismo? ¿La espuma?

—La espuma siempre es diferente. La esfera siempre es la misma.

—No entiendo —dijo Norman.

—Sé que no entiendes —dijo Harry, y movió la cabeza—. ¿Qué puedo hacer?

—Dime algo más.

—No hay nada más.

—Entonces, dímelo todo de nuevo.

—No serviría —dijo Harry—. ¿Piensas que os iréis pronto?

—Barnes dijo que no nos iríamos hasta dentro de varios días.

—Creo que deberíais marcharos cuanto antes. Habla con los demás. Convéncelos de que tienen que irse.

—¿Por qué, Harry?

—No puede ser... No lo sé.

Harry se frotó los ojos y se recostó sobre la litera.

—Tendrás que disculparme —dijo—; pero estoy muy cansado. Quizá podamos continuar con esto en alguna otra ocasión. Habla con los demás, Norman. Haz que se vayan. Es... peligroso permanecer aquí.

Se acostó del todo y cerró los ojos.

CAMBIOS

—Está durmiendo —informó Norman a los demás—. Se encuentra en estado de shock emocional. Se muestra confuso, pero, en apariencia, no hay daños.

—¿Qué te dijo con respecto a lo que pasó allí adentro? —preguntó Ted.

—Se halla muy alterado —repuso Norman—, pero se esta recuperando. Cuando lo hallé, en el primer momento, ni siquiera recordaba su nombre. Ahora, sí. También recuerda mi nombre, y dónde está. Sabe que entró en la esfera, y creo que también se acuerda de lo que sucedió dentro de ella... aunque no lo dice.

—Grandioso —comentó Ted.

—Mencionó el mar, y la espuma, pero no dejó claro lo que quería decir con eso.

—Miren afuera —dijo Tina, señalando las portillas.

Norman tuvo una visión inmediata de luces, de miles de luces que llenaron la negrura del océano, y su primera reacción fue la de un terror irracional: las luces de la esfera venían para atraparlos. Pero entonces se dio cuenta de que cada una de las luces tenía forma, y que se desplazaban agitándose con movimientos serpenteantes.

Los investigadores apretaron la cara contra las portillas, para mirar.

—Calamares —declaró Beth, por fin—. Calamares bioluminiscentes.

—Varios millones.

—Menos —dijo la zoóloga—. Calculo que hay medio millón como máximo rodeando todo el habitáculo.

—Hermoso.

—El tamaño del cardumen es asombroso —opinó Ted.

—Impresionante, pero nada fuera de lo común —dijo Beth—. La fecundidad del mar es muy grande, en comparación con la de tierra firme. El mar es el lugar en el que comenzó la vida, y en el que apareció por vez primera la intensa competencia entre los animales. Una de las respuestas a la competencia es producir ingentes cantidades de crías. Muchos animales marinos lo hacen. Tenemos tendencia a creer que los animales salieron de la tierra para dar un paso hacia adelante en la evolución de la vida. Pero la verdad es que los primeros seres fueron arrojados fuera del océano, estaban simplemente tratando de alejarse de la competencia. Pueden ustedes imaginar que cuando los primeros peces-anfibios treparon por la playa, asomaron la cabeza para mirar la tierra y vieron esta vasta extensión seca, sin competencia en absoluto, tuvo que parecerles la Tierra Prometida... —Beth se interrumpió de repente y se volvió hacia Barnes—. ¡Pronto! ¿Dónde guardan las redes para especímenes?

—No quiero que vaya afuera.

—Tengo que hacerlo —respondió Beth—. Estos calamares tienen seis tentáculos.

—¿Y qué hay con eso?

—No se conoce ninguna especie de calamar que tenga seis tentáculos; se trata de una especie no catalogada. Tengo que ir a recoger muestras.

Barnes le indicó dónde estaban el vestuario y los equipos, y Beth salió. Norman miró con renovado interés el cardumen de calamares.

Los animales tenían cerca de treinta centímetros de largo y parecían transparentes.

Los grandes ojos se destacaban con claridad en el cuerpo, que refulgía con un tono azul pálido.

Al cabo de pocos minutos, Beth apareció en el exterior; estaba en medio del cardumen y movía su red de un lado a otro para atrapar algunos ejemplares. Furiosos, varios calamares descargaron chorros de tinta.

—Son encantadores —dijo Ted—. ¿Saben? El desarrollo de la tinta del calamar es una muy interesante...

—¿Qué les parecería que preparara calamares para la cena? —preguntó Rose Levy.

—Diablos, no —respondió Barnes—. Si es una especie no estudiada no la vamos a comer. Lo que menos falta hace es que todos enfermen debido a una intoxicación por la comida.

—Muy sensato —reconoció Ted—. Nunca me gustó el calamar, de todos modos. Tiene un interesante mecanismo de propulsión pero su textura es gomosa.

En ese instante se produjo un zumbido y uno de los monitores se encendió solo. Mientras los investigadores miraban, la pantalla se llenó rápidamente de números:

0 0 0 3 2 1 2 5 2 5 2 6 3 2 0 3 2 6 2 9 3 0 1 3 2 1 0 4 2 6 1 0 3 7 1 8 3 0 1 6 0 6 1 8 0 8 2 1 3 2 2 9 0 3 3 0 0 5 1 8 2 2 0 4 2 6 1 0 1 3 0 8 3 0 1 6 2 1 3 7 1 6 0 4 0 8 3 0 1 6 2 1 1 8 2 2 0 3 3 0 1 3 1 3 0 4 3 2 0 0 0 3 2 1 2 5 2 5 2 6 3 2 0 3 2 6 2 9 3 0 1 3 2 1 0 4 2 6 1 0 3 7 1 8 3 0 1 6 0 6 1 8 0 8 2 1 3 2 2 9 0 3 3 0 0 5 1 8 2 2 0 4 2 6 1 0 1 3 0 8 3 0 1 6 2 3 7 1 1 6 0 4 0 8 3 0 1 6 2 1 1 8 2 2 0 3 3 0 1 3 1 3 0 4 3 2 0 0 0 3 2 1 2 5 2 5 2 6 3 2 0 3 2 6 2 9 3 2 1 0 4 2 6 1 0 3 7 1 8 3 0 1 6 0 6 1 8 0 8 2 1 3 2 2 9 0 3 3 0 0 5 1 8 2 2 0 4 2 6 1 0 1 3 0 8 3 0 1 6 2 1 3 7 1 6 0 4 0 8 3 0 1 6 2 1 1 8 2 2 0 3 3 0 1 3 1 3 0 4 3 2 0 0 0 3 2 1 2 5 2 5 2 6 3 2 0 3 2 6 2 9 3 0 1 3 2 1 0 4 2 6 1 0 3 7 1 8 3 0 1 6 0 6 1 8 0 8 2 1 3 2 2 9 0 3 3 0 0 5 1 8 2 2 0 4 2 6 1 0 1 3 0 8 3 0 1 6 2 1 3 7 1 6 0 4 0 8 3 0 1 6 2 1 1 8 2 2 0 3 3 0 1 3 1 3 0 4 3 2 0 0 0 3 2 1 2 5 2 5 2 6 3 2 0 3 2 6 2 9 3 0 1 3 2 1 0 4 2 6 1 0 3 7 1 8 3 0 1 6 0 6 1 8 0 8 2 1 3 2 2 9 0 3 3 0 0 5 1 8 2 2 0 4 2 6 1 0 1 3 0 8 3 0 1 6 2 1 3 7 1 6 0 4 0 8 3 1 6 2 1 1 8 2 2 0 3 3 0 1 3 1 3 0 4 3 2 0 0 0 3 2 1 2 5 2 5 2 6 3 2 0 3 2 6 2 9 3 0 1 3 2 1 0 4 2 6 1 0 3 7 1 8 3 0 1 6 0 6 1 8 0 8 2 1 3 2 2 9 0 3 3 0 0 5 1 8 2 2 0 4 2 6 1 0 1 3 0 8 3 0 1 6 2 1 3 7 1 6 0 4 0 8 3 0 1 6 2

—¿De dónde viene eso? —preguntó Ted—. ¿De la superficie?

Barnes negó con la cabeza.

—Hemos cortado el contacto directo con la superficie.

—¿Entonces lo están transmitiendo bajo el agua, de alguna manera?

—No —repuso Tina—. Es demasiado rápido para ser una transmisión subacuática.

—¿Hay otra consola en el habitáculo? ¿No? ¿Puede ser del DH-7?

—El DH-7 está vacío ahora. Los buzos se fueron.

—En tal caso, ¿de dónde viene eso?

—A mí me parece aleatorio —dijo Barnes.

Tina asintió con la cabeza:

—Puede ser una descarga procedente de una memoria intermedia temporal que estuviera en alguna parte del sistema cuando nos pasamos a alimentación interna producida por los diesel...

—Es probable que sea eso —admitió Barnes—. Una descarga de una memoria intermedia, cuando se hizo el cambio de fuente de alimentación.

—Creo que debería conservarse —sugirió Ted, sin dejar de contemplar la pantalla—, por si acaso resulta ser un mensaje.

—¿Un mensaje de dónde?

—De la esfera.

—¡Diablos! —exclamó Barnes—. No puede ser un mensaje.

—¿Cómo lo sabe?

—Porque no hay modo de que se pueda transmitir un mensaje: no estamos conectados con nada. Y, por supuesto, tampoco con la esfera. Tiene que ser un volcado de memoria, cuyo origen está en algún lugar de nuestro propio sistema de procesamiento electrónico de datos.

—¿Cuánta memoria tenemos?

—Una buena cantidad. Diez gigas
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, más o menos.

—Puede ser que el helio esté afectando los microprocesadores —conjeturó Tina—. Quizá sea un efecto de la saturación.

—Así y todo, sigo creyendo que se debería conservar —insistió Ted.

Norman no había dejado de observar la pantalla, y aunque él no era matemático, había visto muchísimas estadísticas en su vida, al buscar patrones en los datos. Eso era algo para lo cual el cerebro humano tenía capacidad natural: el hallazgo de patrones en el material visual. Norman no lo podía reconocer con absoluta certeza, pero tenía la sensación de que en este conjunto de números había un patrón.

—Tengo la sensación de que estos números no están puestos al azar —dijo.

—Entonces, conservémoslos —decidió Barnes.

Tina se adelantó hacia la consola, pero cuando sus manos tocaron las teclas, la pantalla quedó en blanco.

—Eso fue todo en cuanto a los números —dijo Barnes—. Se fueron. ¡Qué lástima que no tuviéramos a Harry para que los mirara con nosotros!

—Sí —reconoció Ted, con tono lúgubre—. ¡Qué lástima!

EL ANÁLISIS

—Échale un vistazo a este calamar —pidió Beth—. Aún vive.

Norman y Beth estaban en el pequeño laboratorio biológico situado cerca de la parte superior del Cilindro D. Desde su llegada ninguno de los miembros del equipo había estado en ese laboratorio porque nadie encontró ningún organismo vivo. Ahora, con las luces apagadas, el psicólogo y la bióloga observaban cómo el calamar se desplazaba dentro de un recipiente de vidrio.

El espécimen tenía aspecto delicado. El fulgor azul se concentraba en franjas situadas a lo largo del dorso y de los costados.

—Sí —dijo Beth—, las estructuras bioluminiscentes parecen estar localizadas en la zona dorsal. Son bacterias, claro.

—¿Qué son bacterias?

—Las zonas bioluminiscentes. Los calamares no pueden producir luz por sí mismos. Los seres que la generan son bacterias. Así que los animales bioluminiscentes que hay en el mar incorporaron estas bacterias a su cuerpo. Lo que estás viendo son bacterias que refulgen a través de la piel.

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