Filosofía en el tocador (11 page)

Read Filosofía en el tocador Online

Authors: Marqués de Sade

EUGENIA,
masturbándose
: ¡Ay, santo Dios! ¡Me volvéis loca!... ¡Aquí tenéis el efecto de vuestras jodidas palabras!...

DOLMANCÉ: ¡Ayuda, señora, ayuda! ¿Dejaremos correrse a esta hermosa niña sin ayudarla?...

SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Oh! ¡Sería injusto!
(Tomándola en sus brazos.)
¡Adorable criatura, nunca he visto una sensibilidad como la tuya, nunca una cabeza tan deliciosa!...

DOLMANCÉ: Ocupaos de la parte delantera, señora; con mi lengua voy a lamer el lindo agujerito de su culo, mientras doy leves cachetadas en las nalgas; tiene que correrse entre nuestras manos por lo menos siete u ocho veces de esta forma.

EUGENIA,
extraviada
: ¡Ay! ¡Joder! ¡No será difícil!

DOLMANCÉ: Por la postura en que estamos, señoras mías, observo que podríais chuparme la polla por turno; así excitado, procedería con mayor energía a los placeres de nuestra encantadora alumna.

EUGENIA: Querida, te disputo el honor de chupar esta hermosa polla.
(La empuña.)

DOLMANCÉ: ¡Ay! ¡Qué delicias!... ¡Qué calor voluptuoso!... Pero, Eugenia, ¿os portaréis bien en el momento de la crisis?

SRA. DE SAINT-ANGE: Tragará..., tragará..., respondo de ella; y además, si por niñería... o por no sé qué otro motivo... descuidara los deberes que aquí le impone la lubricidad...

DOLMANCÉ,
muy animado
: ¡No la perdonaría, señora, no la perdonaría!... ¡Un castigo ejemplar..., os juro que sería azotada..., que sería azotada hasta la sangre!... ¡Ay, rediós!... Descargo... ¡Mi leche corre!... ¡Traga!... ¡Traga, Eugenia, que no se pierda ni una sola gota!... Y vos, señora, ocupaos de mi culo, que a vos se ofrece... ¿No veis cómo está entreabierto mi jodido culo? ¿No veis cómo apela a vuestros dedos?... ¡Hostias! Mi éxtasis es completo... ¡Los hundís hasta la muñeca!... ¡Ah, calmémonos, no puedo más..., esta encantadora niña me ha chupado como un ángel!...

EUGENIA: Querido y adorable preceptor, no he perdido ni una sola gota. Bésame, amor, tu leche está ahora en el fondo de mis entrañas.

DOLMANCÉ: Es deliciosa... ¡Y cómo ha descargado la pequeña bribona!...

SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Está inundada! ¡Oh, cielos! ¿Qué oigo?... Llaman: ¿quién puede venir a molestarnos de este modo?... Es mi hermano... ¡Imprudente!...

EUGENIA: Pero, querida, ¡esto es una traición!

DOLMANCÉ: Una traición inaudita, ¿no es así? No temáis nada, Eugenia, sólo trabajamos para vuestros placeres.

SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Ah, pronto quedará convencida! Acércate, hermano mío, y ríete de esta jovencita que se esconde para que no la veas.

CUARTO DIÁLOGO

PERSONAJES:

SEÑORA DE SAINT-ANGE, EUGENIA, DOLMANCÉ, EL CABALLERO DE MIRVEL.

EL CABALLERO: No temáis nada, os lo ruego, de mi discreción, bella Eugenia; es total; ahí está mi hermana, ahí mi amigo, que pueden responderos de mí.

DOLMANCÉ: Sólo se me ocurre una cosa para terminar de una vez este ridículo ceremonial. Atiende, caballero, estamos educando a esta hermosa joven, le enseñamos todo cuanto tiene que saber una señorita de su edad, y, para instruirla mejor, unimos siempre algo de práctica a la teoría. Le falta ver una polla descargando: en ese punto estamos: ¿quieres darnos tú el modelo?

EL CABALLERO: Tal propuesta es, desde luego, demasiado halagadora para que la rehúse, y la señorita tiene encantos que decidirán enseguida los efectos de la lección deseada.

SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Pues bien, vamos! Manos a la obra ahora mismo.

EUGENIA: ¡Oh! De veras que es demasiado fuerte; abusáis de mi juventud hasta un punto..., pero ¿por quién va a tomarme el señor?

EL CABALLERO: Por una muchacha encantadora, Eugenia..., por la criatura más adorable que he visto en mi vida.
(La besa y deja pasear sus manos por sus encantos.)
¡Oh, Dios! ¡Qué atractivos tan frescos y bonitos! ¡Qué gracias tan encantadoras!...

DOLMANCÉ: Hablemos menos, caballero, y hagamos más. Yo voy a dirigir la escena, estoy en mi derecho; el objeto de ésta es mostrar a Eugenia el mecanismo de la eyaculación; pero como es difícil que pueda observar tal fenómeno con sangre fría, vamos a colocarnos los cuatro frente a frente y muy cerca unos de otros. Vos masturbaréis a vuestra amiga, señora; yo me encargaré del caballero. Cuando se trata de masturbar, un hombre es para otro hombre infinitamente mejor que una mujer. Como sabe lo que le conviene, sabe lo que hay que hacer a los otros... Vamos, coloquémonos.
(Se colocan.)

SRA. DE SAINT-ANGE: ¿No estamos demasiado cerca?

DOLMANCÉ,
apoderándose ya del caballero
: Nunca podríamos estarlo demasiado, señora; es preciso que el seno y el rostro de vuestra amiga sean inundados porlas pruebas de la virilidad de vuestro hermano; es preciso que se corra en sus mismas narices. Dueño de la manga, yo dirigiré los chorros de manera que resulte totalmente cubierta. Mientras tanto, sobadle cuidadosamente todas las partes lúbricas de su cuerpo. Eugenia, poned toda vuestra imaginación en los últimos extravíos del libertinaje; pensad que vais a ver realizarse los más bellos misterios ante vuestros ojos; pisotead todo comedimiento: el pudor no fue nunca una virtud.
[21]
Si la naturaleza hubiera querido que ocultásemos algunas partes de nuestro cuerpo, ella misma hubiera tenido ese cuidado; pero nos ha creado desnudos; por lo tanto quiere que vayamos desnudos y todo proceder en contra ultraja totalmente sus leyes. Los niños, que todavía no tienen ninguna idea del placer ni, en consecuencia, de la necesidad de hacerlo más vivo mediante la modestia, muestran cuanto llevan. También a veces puede encontrarse una singularidad mayor: hay países donde es habitual el pudor de las vestimentas, sin que en ellos pueda encontrarse la modestia de costumbres. En Otaiti las jóvenes van vestidas, pero se remangan en cuanto se lo piden.

SRA. DE SAINT-ANGE: Lo que me gusta de Dolmancé es que no pierde el tiempo; a la vez que discursea, ved cómo actúa, cómo examina complacido el soberbio culo de mi hermano, cómo menea voluptuosamente la hermosa polla de este joven... ¡Vamos, Eugenia, manos a la obra! ¡Ya está la manga de la bomba en el aire; pronto nos inundará!

EUGENIA: ¡Ay, querida amiga, qué miembro tan monstruoso!... ¡Si apenas puedo abarcarlo!... ¡Oh, Dios mío! ¿Son todos tan gordos como éste?

DOLMANCÉ: Sabéis, Eugenia, que el mío es bastante inferior; tales aparatos son temibles para una jovencita; ya veis que éste no os perforaría sin peligro.

EUGENIA,
ya masturbada por la Sra. de Saint-Ange
: ¡Ay, a todos los desafiaría yo para gozar de ellos!...

DOLMANCÉ: Y haríais bien: una joven nunca debe asustarse por una cosa semejante; la naturaleza y los torrentes de placeres con que os colma, os compensan pronto de los pequeños dolores que los preceden. He visto a muchachas más jóvenes que vos aguantar pollas más gordas todavía. Con coraje y paciencia se superan los mayores obstáculos. Es una locura imaginar que, en la medida de lo posible, hay que recurrir a pollas muy pequeñas para desflorar a una joven. Soy de la opinión de que una joven debe, por el contrario, entregarse a los aparatos más gordos que pueda encontrar, a fin de que, una vez rotos cuanto antes los ligamentos del himen, las sensaciones del placer puedan, de este modo, producirse con mayor rapidez en ella. Cierto que una vez acostumbrada a ese tamaño, sufrirá mucho al volver a otro mediocre; pero si es rica, joven y bella, encontrará todos los que quiera de ese tamaño. Que se limite entonces a ellos; y si se le presentan otros menos gordos y quiere utilizarlos, que se los meta entonces por el culo.

SRA. DE SAINT-ANGE: Indudablemente, y para ser aún más feliz, que se sirva de los dos a la vez; que las voluptuosas sacudidas con que ha de agitar al que la encoña sirvan para precipitar el éxtasis del que la encula, e, inundada de leche por los dos, lance la suya muriendo de placer.

DOLMANCÉ:
(Hay que observar que las masturbaciones continúan siempre durante el diálogo.)
Me parece, señora, que en el cuadro que pintáis debería haber dos o tres pollas más; esa mujer que colocáis en la forma que acabáis de decir, ¿no podría tener una polla en la boca y otra más en cada mano?

SRA. DE SAINT-ANGE: Podría tenerlas debajo de las axilas y en el pelo, debería de tener treinta a su alrededor si fuera posible; en esos momentos sería preciso no tener, no tocar, no devorar más que pollas en torno a una, ser inundada por todas en el mismo momento en que una descargue. ¡Ay, Dolmancé, qué puta soy! Os desafío a igualarme en los deliciosos combates de la lujuria... ¡Yo he hecho todo lo que se puede en la materia!...

EUGENIA,
que sigue siendo masturbada por su amiga, como el caballero lo es por Dolmancé
: ¡Ay, querida!... Me vuelves loca... ¡Cómo! ¡Que podré entregarme... a tantos hombres!... ¡Ay, qué delicias!... ¡Cómo me masturbas, querida!... ¡Eres la diosa misma del placer!... Y esta hermosa polla, ¡cómo se hincha!... ¡Cómo se llena y vuelve bermeja su majestuosa cabeza!...

DOLMANCÉ: Está muy cerca del desenlace.

EL CABALLERO: Eugenia..., hermana mía..., acercaos... ¡Ah, qué pechos tan divinos!... ¡Qué nalgas tan suaves y rollizas!... ¡Correos! ¡Correos las dos, mi leche va a unirse a la vuestra!... ¡Cómo corre!... ¡Ay, rediós!...
(Dolmancé, durante esta crisis, tiene la precaución de dirigir las oleadas de esperma de su amigo sobre las dos mujeres, y principalmente sobre Eugenia, que resulta inundada.)

EUGENIA: ¡Qué bello espectáculo!... ¡Cuán noble y majestuoso!... ¡Heme aquí totalmente cubierta... me ha saltado hasta los ojos!...

SRA. DE SAINT-ANGE: Espera, amiga mía, déjame recoger esas perlas preciosas; voy a frotar tu clítoris con ellas para provocar más deprisa tu descarga.

EUGENIA: ¡Ay, sí, querida, ay, sí! Esa idea es deliciosa... Hazlo, y me corro en tus brazos.

SRA. DE SAINT-ANGE: Divina niña, bésame una y mil veces... Déjame chupar tu lengua..., déjame que respire tu voluptuoso aliento cuando está inundado por el fuego del placer... ¡Ah, joder, también yo me corro!... ¡Hermano mío, remátame, te lo ruego!...

DOLMANCÉ: Sí, caballero..., sí; masturbad a vuestra hermana.

EL CABALLERO: Prefiero joderla; todavía la tengo gorda.

DOLMANCÉ: Pues entonces, metédsela, ofreciéndome vuestro culo; yo os joderé durante este voluptuoso incesto. Eugenia, armada con este consolador, me dará por el culo. Destinada a jugar un día todos y cada uno de los distintos papeles de la lujuria, es preciso que vaya preparándose, durante las lecciones que aquí le damos, a cumplirlos todos por igual.

EUGENIA,
poniéndose un consolador
: ¡Oh, encantada! Nunca me cogeréis en falta cuando se trate de libertinaje: ahora es mi único dios, la única regla de mi conducta, la única base de todas mis acciones.
(Encula a Dolmancé.)
¿Es así, querido maestro?... ¿Lo hago bien?...

DOLMANCÉ: ¡De maravilla!... ¡Realmente la pequeña bribona me encula como un hombre!... ¡Bueno! Me parece que ya estamos perfectamente enlazados los cuatro; ahora sólo se trata de seguir adelante...

SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Ay, me muero, caballero!... ¡No puedo acostumbrarme a las deliciosas sacudidas de tu hermosa polla!...

DOLMANCÉ: ¡Rediós! ¡Qué placer me da este culo encantador! ¡Ah! ¡Joder, joder! ¡Descarguemos los cuatro a la vez!... ¡Rediós, me muero, desfallezco!... ¡Ay, en mi vida me correré con más voluptuosidad! ¿Has perdido tu esperma, caballero?

EL CABALLERO: Mira este coño, mira qué embadurnado está.

DOLMANCÉ: ¡Ay, amigo mío, y que no tenga yo otro tanto en el culo!

SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Descansemos, me muero!

DOLMANCÉ,
besando a Eugenia
: Esta encantadora niña me ha jodido como un dios.

EUGENIA: Realmente he vuelto a sentir placer.

DOLMANCÉ: Todos los excesos lo proporcionan cuando uno es libertino, y lo mejor que puede hacer una mujer es multiplicarlos más allá incluso de lo posible.

SRA. DE SAINT-ANGE: He depositado quinientos luises en un notario para el individuo que me enseñe una pasión que no conozca y que pueda sumergir mis sentidos en una voluptuosidad que todavía no haya gozado.

DOLMANCÉ:
(En este punto los interlocutores, nuevamente tranquilos, sólo se preocupan de hablar)
Esa idea es extravagante y la tendré en cuenta, pero dudo, señora, que ese singular deseo tras el que corréis se parezca a los débiles placeres que acabáis de gustar.

SRA. DE SAINT-ANGE: ¿Cómo?

DOLMANCÉ: Os juro por mi honor que no conozco nada tan fastidioso como gozar de un coño y cuando, como vos, señora, se ha probado el placer del culo, no concibo que nadie se vuelva a los otros.

SRA. DE SAINT-ANGE: Son viejos hábitos. Cuando una piensa como yo, quiere que la jodan por todas partes, y, cualquiera que sea la parte que un aparato perfore, una es feliz al sentirlo. Soy, sin embargo, de vuestra opinión, y aseguro aquí a todas las mujeres voluptuosas que el placer que se siente jodiendo por el culo superará siempre con mucho al que se experimenta haciéndolo por el coño. Que se remitan para ello a la mujer de Europa que más veces lo ha hecho de las dos maneras: yo les aseguro que no hay la menor comparación, y que difícilmente volverán al de adelante cuando hayan hecho la experiencia del trasero.

EL CABALLERO: Yo no pienso lo mismo. Me presto a lo que sea, pero por gusto, lo único que verdaderamente amo en las mujeres es el altar que indicó la naturaleza para rendirles homenaje.

DOLMANCÉ: ¡Ese lugar es el culo! Querido caballero, si escrutas con cuidado sus leyes, jamás la naturaleza indicó otros altares para nuestro homenaje que el agujero del trasero; permite lo demás, pero ordena éste. ¡Ah, rediós! Si su intención no fuera que jodiésemos los culos, ¿habría proporcionado con tanta exactitud su orificio a nuestros miembros? Ese orificio, ¿no es tan redondo como ellos? ¿Hay un ser lo bastante enemigo del sentido común para imaginar que un agujero ovalado puede haber sido creado por la naturaleza para miembros redondos? Sus intenciones se leen en esa deformidad: nos hace ver claramente con ello que sacrificios demasiado reiterados en esa parte, multiplicando una propagación que ella sólo se limita a tolerar, le desagradarían de modo infalible... Pero prosigamos con nuestra educación. Eugenia acaba de contemplar a placer el sublime misterio de una descarga; quisiera ahora que aprendiese a dirigir sus oleadas.

Other books

The Shortest Way to Hades by Sarah Caudwell
Mercy for the Damned by Lisa Olsen
Mr. Darcy Broke My Heart by Beth Pattillo
Judith E French by Morgan's Woman
Anno Dracula by Kim Newman
The Rise of the Fourteen by Catherine Carter
Frankie in Paris by McGuiness, Shauna
Mistress for Hire by Letty James
The Battle At Three-Cross by William Colt MacDonald