Harry Potter. La colección completa (256 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Fred cogió el pergamino y, decidido, firmó en él, pero Harry se fijó enseguida en que varias personas no parecían muy dispuestas a poner su nombre en la lista.

—Esto… —empezó Zacharias con lentitud, y no cogió el pergamino que George intentaba pasarle—. Bueno…, estoy seguro de que Ernie me dirá cuándo es la reunión.

Pero Ernie tampoco parecía muy decidido a firmar. Hermione lo miró arqueando las cejas.

—Es que… ¡somos prefectos! —dijo Ernie—. Y si alguien encontrara esta lista… Bueno, quiero decir que… ya lo has dicho tú misma, si se entera la profesora Umbridge…

—Acabas de decir que haber formado este grupo es la cosa más importante de este curso —le recordó Harry.

—Sí, ya… —repuso Ernie—. Sí, y lo creo, pero…

—Ernie, ¿de verdad piensas que voy a dejar esta lista por ahí? —le preguntó Hermione con irritación.

—No. No, claro que no —contestó Ernie un poco aliviado—. Yo…, sí, claro que firmo.

Después de Ernie nadie puso reparos, aunque Harry vio que la amiga de Cho la miraba con reproche antes de escribir su nombre. Cuando hubo firmado el último, Zacharias, Hermione cogió el pergamino y lo guardó con cuidado en su mochila. En ese momento, el grupo experimentaba una sensación extraña. Era como si acabaran de firmar una especie de contrato.

—Bueno, el tiempo pasa —dijo Fred con decisión, y se puso en pie—. George, Lee y yo tenemos que comprar unos artículos delicados. Ya nos veremos más tarde.

Los demás estudiantes se marcharon también en grupos de dos y de tres. Cho se entretuvo mucho cerrando el broche de su mochila antes de marcharse, mientras la larga y oscura melena le oscilaba y le tapaba la cara; pero su amiga la esperaba con los brazos cruzados, chasqueando la lengua, así que Cho no tuvo más remedio que irse con ella. Cuando ambas llegaron a la puerta, Cho se volvió y se despidió de Harry con la mano.

—Bueno, creo que ha ido muy bien —opinó Hermione alegremente unos momentos más tarde, mientras ella, Harry y Ron salían de Cabeza de Puerco a la intensa luz de la mañana. Harry y Ron llevaban en la mano sus botellas de cerveza de mantequilla.

—Ese Zacharias es un cretino —dijo Ron mirando con rabia a Smith, que iba delante de ellos, apenas distinguible en la distancia.

—A mí tampoco me cae muy bien —admitió Hermione—, pero me oyó hablar con Ernie y Hannah en la mesa de Hufflepuff y parecía muy interesado en venir. ¿Qué querías que hiciera? Y en realidad, cuantos más seamos, mejor. Mira, Michael Corner y sus amigos no habrían venido si él no estuviera saliendo con Ginny…

Ron, que estaba bebiéndose las últimas gotas de cerveza de mantequilla de su botella, se atragantó y derramó toda la que tenía en la boca.

—¿Saliendo
CON QUIÉN
? —gritó. Tenía las orejas ardiendo—. ¿Que está saliendo con… que mi hermana está saliendo con…? ¿Ginny sale con Michael Corner?

—Bueno, creo que por eso han venido él y sus amigos. Les interesa aprender defensa, desde luego, pero si Ginny no le hubiera contado a Michael lo que estaba…

—¿Desde cuándo salen juntos?

—Se conocieron el año pasado en el baile de Navidad y a final de curso empezaron a salir —explicó Hermione con serenidad. Habían llegado a la calle principal, y Hermione se detuvo frente a La Casa de las Plumas, en cuyo escaparate había una hermosa exposición de plumas de faisán—. Humm… Me encantaría comprarme una pluma nueva.

Y entonces Hermione entró en la tienda y Harry y Ron la siguieron.

—¿Quién de ellos era Michael Corner? —preguntó éste, furioso.

—El moreno —contestó Hermione.

—No me ha caído bien —dijo Ron de inmediato.

—No me sorprende —respondió Hermione por lo bajo.

—Pero ¡si yo creía que a Ginny le gustaba Harry! —comentó Ron mientras seguía a Hermione por delante de una hilera de plumas expuestas en tarros de cobre.

Hermione lo miró con desdén y movió la cabeza negativamente.

—A Ginny le gustaba Harry, pero se le pasó hace meses. No es que no le caigas bien, Harry… —aclaró, mirando a su amigo mientras examinaba una larga pluma negra y dorada.

Harry, que todavía tenía vivo en la memoria el gesto de despedida de Cho, no encontraba aquel tema tan interesante como Ron, que temblaba de indignación; pero la cuestión le hizo pensar en algo que hasta entonces había pasado por alto.

—¿Por eso ahora me habla? —le preguntó a Hermione—. Antes nunca abría la boca delante de mí.

—Exacto —confirmó Hermione—. Sí, creo que me quedaré ésta…

Fue al mostrador y pagó quince
sickles
y dos
knuts
mientras Ron seguía respirando con agitación.

—Ron —dijo Hermione con severidad, y se dio la vuelta y le dio un pisotón—, por eso precisamente Ginny no te ha dicho que sale con Michael, porque sabía que te lo tomarías mal. Así que haz el favor de no insistir en el tema.

—¿Qué quieres decir? ¿Quién se lo toma mal? Yo no voy a insistir en nada… —continuó mascullando Ron cuando salieron a la calle.

Hermione miró a Harry y puso los ojos en blanco, y luego, en voz baja, mientras Ron seguía despotricando contra Michael Corner, dijo:

—Y hablando de Michael y Ginny… ¿Qué tal Cho y tú?

—¿Qué quieres decir? —saltó Harry, que tuvo la sensación de que estaba lleno de agua hirviendo. La cara le ardía a pesar del frío. ¿Tan evidente era?

—Bueno —dijo Hermione sonriendo—, no te ha quitado los ojos de encima, ¿no?

Hasta entonces, Harry nunca se había fijado en lo bonito que era el pueblo de Hogsmeade.

17
El Decreto de Enseñanza n.° 24

Desde que había comenzado el curso, Harry nunca había estado tan contento como aquel fin de semana. Ron y él pasaron gran parte del domingo poniendo al día los deberes; aunque no era una tarea precisamente divertida, como volvía a hacer un soleado día de otoño, sacaron sus cosas fuera y se tumbaron a la sombra de una gran haya, junto al borde del lago, en lugar de quedarse trabajando en las mesas de la sala común. Hermione, que como era lógico llevaba al día sus deberes, cogió unos ovillos de lana y encantó sus agujas de tejer, que tintineaban y destellaban suspendidas en el aire delante de ella, mientras tejían gorros y bufandas sin parar.

Harry experimentaba un sentimiento de inmensa satisfacción cuando se acordaba de que estaban tomando medidas para oponer resistencia a la profesora Umbridge y al Ministerio, y que él era un elemento fundamental en la rebelión. No paraba de recordar la reunión del sábado: la gente que había acudido a él para aprender Defensa Contra las Artes Oscuras; la expresión de los rostros de los demás cuando escucharon algunas de las cosas que Harry había hecho; los elogios que Cho le dedicó, alabando su actuación en el Torneo de los tres magos… Pensar que había tantos chicos y chicas que no lo consideraban un mentiroso ni un loco, sino alguien digno de admiración, le levantó tanto el ánimo que todavía estaba contento el lunes por la mañana, pese a la inminente perspectiva de las clases que menos le gustaban.

Ron y él bajaron del dormitorio hablando acerca de la idea que había tenido Angelina de trabajar en una nueva jugada, bautizada como «voltereta con derrape», en el entrenamiento de aquella noche, y hasta que llegaron al otro extremo de la iluminada sala común no se fijaron en un nuevo elemento que ya había atraído la atención de un pequeño grupo de estudiantes.

En el tablón de anuncios de Gryffindor habían colgado un enorme letrero, tan grande que tapaba casi todos los demás carteles: la lista de libros de hechizos de segunda mano que estaban a la venta, los habituales recordatorios de Argus Filch sobre las normas del colegio, el horario de entrenamiento del equipo de
quidditch
, las ofertas de intercambio de cromos de ranas de chocolate, los últimos anuncios de los Weasley para contratar cobayas, las fechas de las excursiones a Hogsmeade y las listas de objetos perdidos y encontrados. El nuevo letrero estaba escrito con grandes letras negras, y al final había un sello oficial junto a una pulcra firma cargada de florituras.

POR ORDEN DE LA SUMA INQUISIDORA DE HOGWARTS

De ahora en adelante quedan disueltas todas las organizaciones y sociedades, y todos los equipos, grupos y clubes.

Se considerará organización, sociedad, equipo, grupo o club cualquier reunión asidua de tres o más estudiantes.

Para volver a formar cualquier organización, sociedad, equipo, grupo o club será necesario un permiso de la Suma Inquisidora (profesora Umbridge).

No podrá existir ninguna organización ni sociedad, ni ningún equipo, grupo ni club de estudiantes sin el conocimiento y la aprobación de la Suma Inquisidora.

Todo alumno que haya formado una organización o sociedad, o un equipo, grupo o club, o bien haya pertenecido a alguna entidad de este tipo, que no haya sido aprobada por la Suma Inquisidora, será expulsado del colegio.

Esta medida está en conformidad con el Decreto de Enseñanza n.° 24.

Firmado:

Dolores Jane Umbridge
Suma Inquisidora

Harry y Ron leyeron el letrero mirando por encima de las cabezas de un grupo de afligidos alumnos de segundo.

—¿Significa esto que van a cerrar el Club de
Gobstones
? —le preguntó uno de ellos a su amigo.

—No creo que haya problemas con el Club de
Gobstones
—dijo Ron con tristeza. El alumno, que no lo había visto, dio un respingo—. Pero no creo que nosotros tengamos tanta suerte, ¿no te parece? —le comentó a Harry cuando se apartaron los de segundo.

Harry estaba leyendo una vez más el letrero. El optimismo que lo había acompañado desde el sábado se había esfumado y el estómago se le había encogido de rabia.

—Esto no puede ser una coincidencia —afirmó apretando los puños—. La profesora Umbridge lo sabe.

—No puede ser —replicó Ron de inmediato.

—En aquel pub había gente escuchando. Y seamos realistas: no sabemos con certeza en cuántas personas de las que se presentaron podemos confiar. Cualquiera de ellas pudo ir corriendo a contárselo a la dichosa Umbridge…

Y él que había pensado que lo creían, que lo admiraban incluso…

—¡Zacharias Smith! —exclamó Ron dándose con el puño en la palma de la otra mano—. O… ese Michael Corner también tenía un aspecto sospechoso…

—No sé si Hermione habrá visto esto ya —comentó Harry, mirando hacia la puerta de los dormitorios de las chicas.

—Vamos a contárselo —propuso Ron, y fue hacia la puerta de los dormitorios, la abrió y empezó a subir la escalera de caracol.

Cuando había llegado al sexto escalón, sonó una especie de sirena y los escalones se unieron y formaron un largo y liso tobogán de piedra en espiral. Al principio Ron intentó continuar el ascenso, agitando los brazos, pero cayó hacia atrás, resbaló por el recién creado tobogán y fue a parar a los pies de Harry.

—Me parece que no nos dejan entrar en los dormitorios de las chicas —dijo Harry conteniendo la risa mientras ayudaba a levantarse a Ron.

Dos chicas de cuarto bajaron riendo por el tobogán de piedra.

—¿Quién era el que intentaba subir? —preguntaron alegremente, poniéndose en pie y comiéndose con los ojos a Harry y a Ron.

—Yo —contestó éste, que todavía estaba muy despeinado—. No tenía ni idea de que pudiera pasar esto. ¡No hay derecho! —añadió dirigiéndose a Harry mientras las chicas iban hacia la abertura del retrato sin parar de reír—. Hermione puede subir a nuestro dormitorio, ¿por qué nosotros no…?

—Bueno, es una norma anticuada —explicó Hermione, que acababa de bajar por el tobogán y había aterrizado limpiamente en una alfombra que había delante de Harry y Ron—, pero en
Historia de Hogwarts
se dice que los fundadores del colegio creían que los chicos eran menos dignos de confianza que las chicas. En fin, ¿para qué queríais subir?

—Para verte. ¡Mira eso! —dijo Ron, y la arrastró hasta el tablón de anuncios.

Hermione leyó rápidamente el letrero y puso una expresión glacial.

—¡Alguien se ha chivado! —exclamó Ron, indignado.

—Es imposible —murmuró Hermione en voz baja.

—¡Qué ingenua eres! —explotó Ron—. ¿Crees que porque tú eres honrada y digna de confianza…?

—No, es imposible porque hice un embrujo en el rollo de pergamino en que firmamos todos —explicó Hermione gravemente—. Créeme, si alguien se ha chivado a Umbridge, sabremos exactamente quién ha sido y te aseguro que lo lamentará.

—¿Qué le pasará? —preguntó Ron, intrigado.

—Bueno, para que te hagas una idea —contestó Hermione—, parecerá que el acné de Eloise Midgeon se trata solamente de unas cuantas pecas. Vamos a desayunar y veamos qué piensan los demás… ¿Habrán colgado el letrero en todas las casas?

En cuanto entraron en el Gran Comedor comprendieron que el letrero de la profesora Umbridge no había aparecido únicamente en la torre de Gryffindor. En el comedor se percibía un rumor de una intensidad peculiar y una agitación mayor que la habitual: los alumnos iban y venían por sus mesas, comentando unos con otros lo que habían leído. Harry, Ron y Hermione acababan de sentarse cuando Neville, Dean, Fred, George y Ginny formaron un corro a su alrededor.

—¿Lo habéis visto?

—¿Creéis que lo sabe?

—¿Qué pensáis hacer?

Todos miraban a Harry, y él echó un vistazo alrededor para asegurarse de que no había ningún profesor cerca.

—Seguiremos adelante de todos modos, desde luego —dijo con serenidad.

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