Harry Potter. La colección completa (275 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Un mago que parecía muy atribulado sujetaba fuertemente a su hija pequeña por el tobillo mientras ella revoloteaba sobre la cabeza de su padre con unas alas inmensas, cubiertas de plumas, que le salían directamente de la parte de atrás del pelele.

—Cuarta planta —indicó la bruja con aburrimiento, sin preguntar nada, y el hombre desapareció por las puertas dobles que había junto al mostrador, sujetando a su hija como si fuera un globo de forma rara—. ¡Siguiente!

La señora Weasley había llegado por fin al mostrador.

—Hola —saludó—, esta mañana iban a cambiar de sala a mi marido, Arthur Weasley. ¿Podría decirnos…?

—¿Arthur Weasley? —repitió la bruja mientras pasaba un dedo por una larga lista que tenía delante—. Sí, primera planta, segunda puerta a la derecha, Sala Dai Llewellyn.

—Gracias —dijo la señora Weasley, y dirigiéndose a sus acompañantes añadió—: Vamos.

La siguieron a través de las puertas dobles por un estrecho pasillo que había a continuación, en cuyas paredes colgaban más retratos de sanadores famosos, iluminado mediante globos de cristal llenos de velas que flotaban en el techo y parecían gigantescas pompas de jabón. Por las puertas por las que iban pasando entraban y salían constantemente brujas y magos ataviados con túnicas de color verde lima; un apestoso gas amarillo llegó hasta el pasillo cuando pasaron por delante de una de aquellas puertas, y de vez en cuando oían gemidos lejanos. Subieron por una escalera y llegaron al pasillo de Heridas Provocadas por Criaturas; en la segunda puerta de la derecha había un letrero que rezaba: «Peligro. Sala Dai Llewellyn: mordeduras graves.» Debajo había una tarjeta en un soporte metálico en el que habían escrito a mano: «Sanador responsable: Hipócrates Smethwyck. Sanador en prácticas: Augustus Pye.»

—Nosotros esperaremos fuera, Molly —dijo Tonks—. Arthur no querrá que entren demasiadas visitas a la vez… Primero deberíais entrar sólo los familiares.

Ojoloco
gruñó en señal de aprobación y se quedó apoyado en la pared del pasillo, mientras el ojo mágico le giraba en todas direcciones. Harry también se quedó fuera, pero la señora Weasley alargó un brazo y lo empujó por la puerta mientras le decía:

—No seas tonto, Harry, Arthur quiere darte las gracias.

Se trataba de una sala pequeña y muy sombría, pues la única ventana que había era estrecha y estaba en lo alto de la pared opuesta a la puerta. La luz procedía de unas cuantas de aquellas relucientes burbujas de cristal, que estaban agrupadas en el centro del techo. Las paredes estaban recubiertas de paneles de roble y en una de ellas había colgado un retrato de un mago con pinta de malo que llevaba el rótulo: «Urquhart Rackharrow, 1612-1697, inventor de la maldición de expulsión de entrañas.»

Sólo había tres pacientes más. El señor Weasley ocupaba la cama del fondo de la sala, junto a la pequeña ventana. Harry se puso muy contento y sintió un gran alivio al ver que estaba apoyado en varios almohadones y que leía
El Profeta
aprovechando el único rayo de sol que caía sobre su cama. El señor Weasley levantó la cabeza cuando ellos entraron, y sonrió al comprobar quiénes eran.

—¡Hola! —los saludó, y dejó
El Profeta
a un lado—. Bill acaba de marcharse, Molly, ha tenido que volver al trabajo, pero me ha dicho que pasará a verte más tarde.

—¿Cómo te encuentras, Arthur? —preguntó la señora Weasley, y se inclinó para besar a su marido en la mejilla y lo miró con gesto de preocupación—. Todavía estás un poco paliducho.

—Me encuentro perfectamente —respondió el señor Weasley con tono alegre, y estiró su brazo sano para abrazar a Ginny—. Si pudieran quitarme los vendajes, estaría en perfectas condiciones para marcharme a casa.

—¿Por qué no pueden quitártelos, papá? —le preguntó Fred.

—Porque cada vez que lo intentan empiezo a sangrar a chorro —contestó el señor Weasley sin dar muestras de preocupación. Cogió su varita, que descansaba en la mesilla de noche, y la agitó para hacer aparecer seis sillas junto a su cama para que se sentaran todos—. Por lo visto, en los colmillos de esa serpiente había un veneno muy raro que mantiene abiertas las heridas. Pero están seguros de que encontrarán el antídoto; dicen que han visto casos mucho peores que el mío, y entre tanto sólo tengo que tomarme una poción de reabastecimiento de sangre cada hora. Pero a ese tipo de ahí —añadió bajando la voz y señalando con la cabeza la cama de enfrente, donde un individuo con un horrible color enfermizo contemplaba el techo— lo mordió un hombre lobo, pobrecillo. Eso no tiene remedio.

—¿Un hombre lobo? —repitió la señora Weasley en un susurro, alarmada—. ¿Y no es peligroso que esté en una sala compartida? ¿No debería estar en una habitación privada?

—Todavía faltan dos semanas para que haya luna llena —le recordó el señor Weasley en voz baja—. Esta mañana los sanadores han estado hablando con él y han intentado convencerlo de que podrá llevar una vida casi normal. Yo le he dicho, sin mencionar nombres, por supuesto, que conozco personalmente a un hombre lobo, un tipo muy agradable que se las apaña muy bien.

—¿Y qué ha contestado él? —le preguntó George.

—Me ha respondido que si no me callaba me mordería —repuso el señor Weasley con pesar—. Y esa mujer de allí —añadió señalando la otra cama ocupada que estaba junto a la puerta— se niega a decirles a los sanadores qué bicho la mordió, lo cual nos indica que debió de ser algo que manejaba ilegalmente. Fuera lo que fuese, se llevó un buen pedazo de pierna, y cuando le retiran los vendajes huele que apesta.

—Bueno, papá, ¿vas a contarnos lo que pasó o no? —le preguntó Fred acercando más la silla a la cama.

—Pero si ya lo sabéis, ¿no? —repuso el señor Weasley, y miró con una elocuente sonrisa a Harry—. Es muy sencillo: como había tenido un día muy duro, me quedé dormido; ese bicho se me acercó sigilosamente y me mordió.

—¿Sale tu caso en
El Profeta?
—le preguntó Fred señalando el periódico que el señor Weasley había dejado a un lado.

—No, claro que no —respondió su padre con una sonrisa un tanto amarga—, el Ministerio no quiere que nadie sepa que una enorme y asquerosa serpiente me ha jo…

—¡Arthur! —le previno la señora Weasley.

—… me ha… jorobado —terminó el señor Weasley atropelladamente, aunque Harry estaba convencido de que no era eso lo que pensaba decir.

—¿Y dónde estabas cuando ocurrió, papá? —le preguntó George.

—Eso es asunto mío —respondió el señor Weasley, pero reprimió una sonrisa. Luego cogió
El Profeta,
volvió a abrirlo y dijo—: Cuando habéis llegado, estaba leyendo un artículo sobre la detención de Willy Widdershins. ¿Sabíais que ha resultado que Willy estaba detrás de esos inodoros regurgitantes que me llevaron de cabeza durante el verano? Uno de los embrujos le salió mal, el inodoro explotó y lo encontraron inconsciente en el suelo, entre los escombros, cubierto de pies a cabeza de…

—Cuando dices que estabas «de guardia» —lo interrumpió Fred hablando en voz baja—, ¿qué hacías exactamente?

—¡Ya has oído a tu padre —intervino la señora Weasley—, eso no es algo de lo que debamos hablar aquí! Sigue con lo de Willy Widdershins, Arthur.

—Bueno, no me preguntéis cómo, pero el caso es que se salvó de que lo acusaran por lo de los inodoros —explicó el señor Weasley con gravedad—. Me imagino que debió de sobornar a alguien…

—Estabas vigilándola, ¿verdad? —insistió George con voz queda—. El arma, eso que busca Quien-tú-sabes, ¿no?

—¡Cállate, George! —le espetó su madre.

—Pues bien —prosiguió el señor Weasley subiendo la voz—, ahora a Willy lo han pillado vendiendo picaportes mordedores a los
muggles
, pero no creo que esta vez se libre fácilmente porque, según este artículo, a dos
muggles
les han seccionado varios dedos y están en San Mungo para someterse a un tratamiento urgente de restauración ósea y de modificación de memoria. ¡Imaginaos,
muggles
en San Mungo! Me encantaría saber en qué sala los tienen.

Miró con avidez a su alrededor, como si tuviera la esperanza de ver un letrero que lo indicara.

—¿No dijiste que Quien-tú-sabes tiene una serpiente, Harry? —preguntó Fred mirando a su padre para ver cómo reaccionaba—. Una serpiente enorme. La viste la noche que él regresó, ¿verdad?

—Basta —ordenó la señora Weasley con enojo—.
Ojoloco
y Tonks están esperando fuera, Arthur, quieren entrar a verte. Vosotros podéis esperar fuera, niños —añadió dirigiéndose a sus hijos y a Harry—. Después ya entraréis a despediros. ¡Vamos!

Los chicos salieron al pasillo y
Ojoloco
y Tonks entraron en la sala y cerraron la puerta tras ellos. Fred arqueó las cejas.

—Vale —dijo fríamente mientras hurgaba en los bolsillos—, como quieras. No nos cuentes nada.

—¿Buscas esto? —le preguntó George, que tenía en la mano una cosa que parecía una maraña de cuerdas de color carne.

—Me has leído el pensamiento —comentó su hermano con una sonrisa—. Vamos a ver si en San Mungo ponen encantamientos de impasibilidad en las puertas de las salas, ¿de acuerdo?

Los gemelos desenredaron la cuerda, separaron cinco orejas extensibles y las repartieron. Harry vaciló antes de coger una.

—¡Vamos, Harry, cógela! Le has salvado la vida a nuestro padre. Si alguien tiene derecho a espiarlo, eres tú.

Sonriendo a su pesar, Harry cogió el extremo de la cuerda y se lo metió en la oreja, como habían hecho los gemelos.

—¡Adelante! —susurró Fred.

Las cuerdas de color carne empezaron a retorcerse como largos y delgados gusanos y se colaron por debajo de la puerta. Al principio Harry no oía nada; entonces se sobresaltó al oír a Tonks, que susurraba con tanta claridad como si estuviera a su lado.

—… registraron toda la zona, pero no encontraron la serpiente por ninguna parte. Es como si se hubiera esfumado después de atacarte, Arthur… Pero me extraña que Quien-vosotros-sabéis confiara en que la serpiente lograra entrar, ¿no?

—Supongo que la envió como vigía —gruñó Moody—, porque hasta ahora no ha tenido mucha suerte, ¿verdad? No, creo que intenta hacerse una idea más clara de qué es aquello a lo que se enfrenta, y si Arthur no hubiera estado allí, la bestia habría tenido mucho más tiempo para curiosear. ¿Y Potter dice que vio cómo ocurría todo?

—Sí —confirmó la señora Weasley. Su voz denotaba inquietud—. Y tengo la impresión de que Dumbledore casi estaba esperando que Harry viera algo así.

—Sí, bueno —repuso Moody—, hay algo raro en ese muchacho, eso lo sabemos todos.

—Dumbledore parecía preocupado por Harry cuando hablé con él esta mañana —añadió la señora Weasley en un susurro.

—Claro que está preocupado —gruñó Moody—. Potter ve cosas desde el interior de la serpiente de Quien-vosotros-sabéis. Evidentemente, el chico no se da cuenta de lo que eso significa, pero si Quien-vosotros-sabéis está poseyéndolo…

Harry se sacó la oreja extensible de la suya; el corazón le latía muy deprisa y le ardía la cara. Miró a los demás. Todos lo observaban con las cuerdas colgando de las orejas y un aspecto muy asustado.

23
Navidad en la sala reservada

¿Era por eso por lo que Dumbledore ya no miraba a Harry a los ojos? ¿Acaso esperaba ver a Voldemort mirando a través de ellos? ¿Temía quizá que el verde intenso de los ojos de Harry se tornara de pronto rojo, y que sus pupilas se convirtieran en dos rendijas felinas? Harry recordó cómo en una ocasión la cara de serpiente de Voldemort había salido de la parte de atrás de la cabeza del profesor Quirrell, y se pasó una mano por la nuca, preguntándose qué ocurriría si Voldemort saliera de pronto de su cráneo.

Se sentía sucio, contaminado, como si llevara dentro un germen mortal; no era digno de ir sentado en un vagón de metro, de regreso del hospital, con gente inocente y limpia, cuyas mentes y cuyos cuerpos estaban libres del estigma de Voldemort… Él no sólo había visto la serpiente: él era la serpiente, ahora lo sabía…

Entonces se le ocurrió algo verdaderamente terrible, un recuerdo que surgió de su mente y que hizo que las entrañas se le retorcieran como si fueran serpientes.

«¿Qué busca, aparte de seguidores?»

«Cosas que sólo puede conseguir furtivamente… como un arma. Algo que no tenía la última vez.»

«Yo soy el arma —pensó Harry, y fue como si por sus venas corriera veneno en lugar de sangre, un veneno que lo dejó helado e hizo que rompiera a sudar mientras se mecía con el tren por un oscuro túnel—. Voldemort intenta utilizarme, por eso me ponen vigilantes adondequiera que voy, pero no es para protegerme, sino para proteger a los demás; lo que ocurre es que no funciona porque no pueden vigilarme constantemente dentro de Hogwarts… Anoche ataqué al señor Weasley, seguro que fui yo. Voldemort me obligó a hacerlo, podría estar dentro de mí ahora mismo escuchando lo que pienso…»

—¿Te encuentras bien, Harry, querido? —susurró la señora Weasley inclinándose sobre Ginny para hablar con él, mientras el tren traqueteaba por el túnel—. No tienes muy buen aspecto. ¿Estás mareado?

Todos lo miraban. Harry movió la cabeza enérgicamente y fijó la vista en un anuncio de una compañía de seguros.

—Harry, cariño, ¿seguro que estás bien? —insistió la señora Weasley, preocupada, cuando rodeaban la descuidada extensión de hierba que había en el centro de Grimmauld Place—. Estás tan pálido… ¿Seguro que has dormido esta mañana? Ahora subes a tu habitación y duermes un par de horitas antes de la cena, ¿de acuerdo?

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