Harry Potter. La colección completa (306 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—Potter, ¿verdad? —preguntó el profesor Tofty consultando sus notas, y miró a Harry por encima de sus quevedos al verlo acercarse—. ¿El famoso Potter?

Con el rabillo del ojo Harry vio claramente cómo Malfoy le lanzaba una mirada mordaz; la copa de vino que éste estaba haciendo levitar cayó al suelo y se hizo añicos.

Harry no pudo contener una sonrisa; a su vez, el profesor Tofty le sonrió como si quisiera animarlo.

—Eso es —dijo con su temblorosa voz—, no tienes por qué ponerte nervioso. Bueno, me gustaría que cogieras esta huevera y le hicieras dar unas cuantas volteretas.

Harry salió del examen con la impresión de que, en general, lo había hecho bastante bien. El encantamiento levitatorio le salió mucho mejor que a Malfoy, aunque lamentaba haber confundido el encantamiento de cambio de color con el de crecimiento, haciendo que la rata que tenía que poner de color naranja se hinchara de forma asombrosa hasta alcanzar el tamaño de un tejón, antes de que pudiera rectificar su error. Se alegró de que en ese momento Hermione no estuviera en el comedor, y después no se lo comentó. En cambio, a Ron podía explicárselo; por su parte, Ron había logrado que un plato se convirtiera en una enorme seta y no tenía ni idea de cómo había pasado.

Aquella noche no tuvieron tiempo para relajarse; después de cenar, subieron directamente a la sala común y se pusieron a repasar para el examen de Transformaciones que tenían al día siguiente. Harry fue a acostarse con la cabeza llena de complicados ejemplos y teorías de hechizos.

Por la mañana, Harry olvidó la definición de hechizo permutador en su examen escrito, pero le pareció que el examen práctico habría podido irle mucho peor. Al menos consiguió hacer desaparecer por completo su iguana mediante un hechizo desvanecedor, en tanto que la pobre Hannah Abbott, que se examinaba en la mesa de al lado, perdía el control y convertía su hurón en una bandada de flamencos. Tuvieron que interrumpir los exámenes durante diez minutos hasta que capturaron a todas las aves y las desalojaron del comedor.

El miércoles hizo el examen de Herbología (si no tenía en cuenta el pequeño mordisco que recibió de un geranio colmilludo, Harry creía que lo había hecho muy bien), y luego, el jueves, Defensa Contra las Artes Oscuras. Aquel día Harry se convenció por primera vez de que había aprobado. No tuvo ninguna dificultad con las preguntas escritas, y durante el examen práctico disfrutó especialmente realizando los contraembrujos y los hechizos defensivos delante de la profesora Umbridge, que lo miraba con frialdad desde cerca de las puertas que daban al vestíbulo.

—¡Bravo! —exclamó el profesor Tofty, que volvía a examinar a Harry, cuando éste realizó a la perfección un hechizo repulsor de
boggarts
—. ¡Excelente! Bueno, creo que eso es todo, Potter… A menos que… —El hombre se inclinó un poco hacia delante—. Mi buen amigo Tiberius Ogden me ha dicho que sabes hacer un
patronus
. Si quieres subir la nota…

Harry alzó su varita, miró directamente a la profesora Umbridge y se imaginó que la echaban del colegio.


¡Expecto patronum!

Su ciervo plateado salió del extremo de la varita mágica y recorrió el comedor a medio galope. Los examinadores giraron la cabeza para verlo, y cuando se disolvió en una neblina plateada, el profesor Tofty aplaudió con entusiasmo con sus nudosas manos, surcadas de venas.

—¡Excelente! —gritó—. ¡Muy bien, Potter, ya puedes marcharte!

Al pasar junto a la profesora Umbridge, Harry y ella se miraron. Una desagradable sonrisa se insinuaba en las comisuras de la ancha y flácida boca de la profesora, pero a Harry no le importó. A menos que se equivocara mucho (y por si así era, no pensaba decírselo a nadie), acababa de conseguir un «Extraordinario» en el
TIMO
de Defensa Contra las Artes Oscuras.

El viernes, Harry y Ron no tenían ningún examen, mientras que Hermione se presentaba al de Runas Antiguas, y como tenían todo el fin de semana por delante, se permitieron el lujo de no estudiar. Sentados junto a la ventana abierta, por la que entraba una cálida brisa estival, bostezaban y se desperezaban mientras jugaban al ajedrez mágico. A lo lejos, Harry veía a Hagrid, que daba una clase donde se iniciaba el bosque. Estaba intentando adivinar qué criaturas estudiaban los alumnos (dedujo que debían de ser unicornios porque los chicos se mantenían un poco apartados) cuando se abrió el hueco del retrato y Hermione entró muy malhumorada en la sala común.

—¿Cómo te ha ido el examen de Runas? —le preguntó Ron sin parar de bostezar.

—He traducido mal «ehwaz» —dijo Hermione, furiosa—. Significa «asociación», y no «defensa». Lo he confundido con «eihwaz».

—Bueno —comentó Ron perezosamente—, eso es sólo un pequeño error, no creo que…

—¡Cállate, Ron! —saltó Hermione—. Podría ser el error que marcara la diferencia entre un aprobado y un suspenso. Además, alguien ha puesto otro
escarbato
en el despacho de la profesora Umbridge. No sé cómo habrán conseguido colarlo por la puerta nueva, pero el caso es que ha entrado, y la profesora Umbridge está que se sube por las paredes. Al parecer, el
escarbato
ha intentado pegarle un mordisco en la pierna.

—¡Genial! —exclamaron Harry y Ron a la vez.

—¡No tiene nada de genial! —los contradijo Hermione acaloradamente—. Ella cree que el responsable es Hagrid, ¿no os acordáis? ¡Y no queremos que lo despidan!

—Hagrid está dando una clase, no puede culparlo a él —argumentó Harry señalando la ventana.

—¡Harry, a veces eres tan ingenuo!… ¿De verdad crees que la profesora Umbridge esperará a tener pruebas? —preguntó Hermione, que parecía decidida a estar de un humor de perros, y se fue con la cabeza erguida hacia su dormitorio, cerrando de un portazo.

—Qué chica tan encantadora y tan dulce —comentó Ron en voz baja a la vez que daba un empujoncito a su reina para que atacara a uno de los caballos de Harry.

Hermione estuvo de mal humor casi todo el fin de semana, aunque a sus amigos no les costó mucho ignorarlo, pues durante gran parte del sábado y del domingo repasaron Pociones para el examen del lunes; era la prueba que Harry más temía y estaba seguro de que significaría el desmoronamiento de su ilusión de llegar a ser
auror
. Como era de esperar, encontró difícil el examen escrito, aunque creía que había contestado correctamente a la pregunta sobre la poción
multijugos
y había sabido describir con precisión sus efectos, pues la había tomado ilegalmente en su segundo año en Hogwarts.

El examen práctico de la tarde no resultó tan espantoso como Harry había imaginado. Snape no estuvo presente, y Harry se sintió mucho más relajado que cuando preparaba sus pociones. Neville, que estaba sentado muy cerca de Harry, también parecía más tranquilo de lo que este lo había visto jamás durante las clases de Pociones. Cuando la profesora Marchbanks dijo: «Separaos de vuestros calderos, por favor. El examen ha terminado», Harry tapó su botella de muestra con la sensación de que quizá no sacase muy buena nota, pero al menos, con un poco de suerte, evitaría el suspenso.

—Sólo nos quedan cuatro exámenes —observó Parvati Patil, suspirando de cansancio, cuando regresaban a la sala común de Gryffindor.

—¡Sólo! —repuso Hermione con exasperación—. ¡A mí me queda el de Aritmancia, que seguramente es la asignatura más difícil de todas!

Nadie se atrevió a replicar, así que no pudo desahogar su ira sobre ninguno de sus compañeros y tuvo que contentarse con regañar a unos alumnos de primero por reír demasiado alto en la sala común.

Harry se había propuesto esmerarse al máximo en el examen de Cuidado de Criaturas Mágicas del martes para no hacer quedar mal a Hagrid. El examen práctico tuvo lugar por la tarde en la extensión de césped que había junto a la linde del Bosque Prohibido, donde los estudiantes tuvieron que identificar correctamente al
knarl
escondido entre una docena de erizos (el truco consistía en ofrecer leche a todos por turnos; los
knarls
, que son unas criaturas muy desconfiadas cuyas púas tienen propiedades mágicas, se ponían furiosos ante lo que interpretaban como un intento de envenenarlos). Después tuvieron que demostrar que sabían manejar correctamente un
bowtruckle
, dar de comer y limpiar a un cangrejo de fuego sin sufrir quemaduras de consideración, y elegir, de entre una amplia variedad de alimentos, la dieta que pondrían a un unicornio enfermo. Harry veía que Hagrid miraba, nervioso, por la ventana de su cabaña. Cuando la examinadora de Harry, que esta vez era una bruja bajita y regordeta, le sonrió y le dijo que ya podía irse, Harry le hizo a su amigo una breve seña de aprobación con los pulgares antes de volver al castillo. El examen teórico de Astronomía del miércoles por la mañana le salió bastante bien. Harry no estaba seguro de haber recordado correctamente los nombres de todas las lunas de Júpiter, pero al menos sabía que ninguna estaba cubierta de pelo. Como para hacer la prueba práctica de Astronomía tenían que esperar a que anocheciera, dedicaron la tarde al examen de Adivinación.

Éste, se mirara por donde se mirara, le salió muy mal: no vio ni una sola imagen en movimiento en la bola de cristal, tan lisa como la superficie de su mesa; perdió por completo la cabeza durante la lectura de las hojas de té y dijo que le parecía que en breve la profesora Marchbanks conocería a un redondo, oscuro y empapado extraño; y para rematar la faena confundió la línea de la vida con la de la cabeza en la palma de la mano de la examinadora y le comunicó que debería haber muerto el martes anterior.

—Bueno, ése ya sabíamos que lo suspenderíamos —comentó Ron con pesimismo mientras subían la escalera de mármol.

A Harry le consoló mucho saber que su amigo le había contado con todo detalle al examinador que veía a un hombre feísimo con una verruga en la nariz que había aparecido en su bola de cristal, y que cuando levantó la cabeza se dio cuenta de que había estado describiendo el reflejo del examinador.

—No debimos matricularnos en esa estúpida asignatura —comentó Harry.

—Bueno, al menos ahora podremos dejarla.

—Sí. Y ya no tendremos que fingir que nos interesa lo que pasa cuando Júpiter y Urano hacen demasiadas migas.

—Y a partir de ahora no me importará que mis hojas de té digan: «Vas a morir, Ron, vas a morir.» Las voy a tirar a la basura sin miramientos.

Harry rió, y en ese momento Hermione llegó corriendo y los alcanzó. Harry paró de reír al instante, por si eso molestaba a su amiga.

—Bueno, me parece que el de Aritmancia me ha salido bien —comentó, y Harry y Ron suspiraron aliviados—. Aún tenemos tiempo para repasar los mapas celestes antes de la cena, y luego…

A las once, cuando llegaron a la torre de Astronomía, comprobaron que hacía una noche tranquila y despejada, perfecta para la observación de los astros. La plateada luz de la luna bañaba los jardines y soplaba una fresca brisa. Cada alumno montó su telescopio, y cuando la profesora Marchbanks dio la orden, empezaron a rellenar el mapa celeste en blanco que les habían repartido.

El profesor Tofty y la profesora Marchbanks se paseaban entre los alumnos, vigilando mientras éstos anotaban la posición exacta de las estrellas y de los planetas que observaban. Sólo se oía el susurro del pergamino al cambiarlo de posición, el ocasional chirrido de un telescopio al ajustarlo sobre su trípode, y el rasgueo de las plumas. Al cabo de una hora y media, los rectángulos de luz dorada que se proyectaban sobre los jardines fueron desapareciendo conforme se apagaban las luces en el castillo.

Pero cuando Harry estaba completando la constelación de Orión en su mapa celeste, las puertas del castillo se abrieron, justo debajo del parapeto donde se encontraba él, y la luz se esparció por los escalones de piedra hasta alcanzar el césped. Harry miró hacia abajo, fingiendo que ajustaba un poco la posición de su telescopio, y vio unas cinco o seis alargadas siluetas que avanzaban por la hierba iluminada; entonces se cerraron las puertas y el césped se convirtió de nuevo en un mar de oscuridad.

Harry volvió a pegar el ojo al telescopio y lo enfocó para examinar Venus. Luego dirigió la vista hacia su mapa para anotar la posición del planeta, pero algo lo distrajo; se quedó quieto, con la pluma suspendida sobre la hoja de pergamino, miró hacia los oscuros jardines entrecerrando los ojos, y vio a media docena de personas que caminaban por ellos. Si aquellas figuras no hubieran estado en movimiento, y si la luz de la luna no hubiera hecho que les brillara la coronilla, Harry no habría podido distinguirlas del oscuro suelo por el que andaban. Incluso desde aquella distancia, al chico le pareció reconocer los andares de la figura más baja, que al parecer era la que guiaba al grupo.

No se le ocurría ninguna razón por la que la profesora Umbridge hubiera salido a pasear por los jardines pasada la medianoche, y menos aún acompañada de otras cinco personas. Entonces alguien tosió detrás de él, y Harry recordó que estaba en medio de un examen. Se le había olvidado por completo la posición de Venus. Pegó el ojo al telescopio, la encontró de nuevo e iba a anotar su posición en el mapa cuando, atento a cualquier ruido extraño, oyó unos golpecitos lejanos que resonaron por los desiertos jardines, seguidos inmediatamente por los amortiguados ladridos de un perro.

Levantó la cabeza; el corazón le latía muy deprisa. Había luz en las ventanas de la cabaña de Hagrid, y las siluetas de las personas a las que había visto cruzar la extensión de césped se destacaban contra ellas. Se abrió la puerta y entonces Harry vio claramente a seis figuras muy bien definidas que cruzaban el umbral. La puerta volvió a cerrarse y ya no se oyó nada más.

Harry estaba muy trastornado. Miró a su alrededor para comprobar si Ron o Hermione habían visto lo mismo, pero en ese momento la profesora Marchbanks caminaba hacia él, y como no quería que pareciera que intentaba copiar el examen de algún compañero, se apresuró a inclinarse sobre su mapa celeste y fingió que escribía, cuando en realidad miraba por encima del parapeto hacia la cabaña de Hagrid. En ese instante las figuras se movían detrás de las ventanas de la cabaña y tapaban la luz.

Notaba los ojos de la profesora Marchbanks clavados en su nuca; pegó de nuevo el ojo al telescopio y lo dirigió hacia la luna, pese a que hacía una hora que había anotado su posición; pero cuando la profesora Marchbanks pasó de largo, Harry oyó un rugido procedente de la lejana cabaña que resonó en la oscuridad y llegó hasta lo alto de la torre de Astronomía. Varios alumnos que Harry tenía cerca se separaron de sus telescopios y miraron hacia la cabaña de Hagrid.

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