Harry Potter. La colección completa (343 page)

Read Harry Potter. La colección completa Online

Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Si hubiera elegido a Neville, ahora el muchacho tendría la cicatriz en forma de rayo en la frente… ¿O no? ¿Habría muerto la madre de Neville para salvar a su hijo, como había hecho Lily? Sí, claro que sí. Pero ¿y si no hubiera podido interponerse entre Neville y Voldemort? ¿Existiría un «Elegido» o no? ¿Habría un asiento vacío donde iba ahora Neville, y tendría Harry la frente intacta y su propia madre habría ido a despedirlo a la estación en lugar de la madre de Ron?

—¿Te encuentras bien, Harry? Estás un poco raro —dijo Neville.

—Lo siento… —contestó con un respingo.

—¿Se te ha metido un
torposoplo
? —preguntó Luna, y escrutó el rostro de Harry con sus enormes gafas de colores.

—¿Un qué?

—Un
torposoplo
. Son invisibles. Van flotando por ahí, se te meten en los oídos y te embotan el cerebro —explicó Luna—. Me ha parecido oír zumbar a uno de ellos por aquí. —Agitó las manos como si ahuyentara grandes e invisibles palomillas.

Harry y Neville se miraron y se pusieron a hablar de
quidditch
.

Por las ventanas del tren se veía un tiempo tan variable como lo había sido todo el verano: atravesaban bancos de fría neblina o pasaban por tramos en que brillaba un débil sol. Durante una de esas rachas luminosas, cuando el sol caía casi de pleno, Ron y Hermione llegaron por fin al compartimiento.

—Espero que no tarde en pasar el carrito de la comida. Estoy muerto de hambre —dijo Ron, y se dejó caer al lado de Harry frotándose la barriga—. ¡Hola, Neville! ¡Hola, Luna! ¿Sabéis qué? —añadió mirando a Harry—: Malfoy no está cumpliendo con sus obligaciones de prefecto. Está sentado en su compartimiento con los otros alumnos de Slytherin. Lo hemos visto al pasar.

Harry se enderezó, interesado. No era propio de Malfoy perderse ninguna ocasión de exhibir el poder que le confería el cargo de prefecto, del que tanto había abusado durante el curso anterior.

—¿Qué hizo cuando os vio?

—Lo de siempre —contestó Ron, e hizo un gesto grosero con la mano imitando a Malfoy—. Pero no es propio de él, ¿verdad? Bueno, esto sí —repitió el ademán grosero—, pero ¿por qué no está en el pasillo intimidando a los alumnos de primero?

—No lo sé —contestó Harry, con la mente funcionando a toda velocidad. ¿No indicaba eso que Malfoy tenía cosas más importantes en la cabeza que intimidar a los alumnos más jóvenes?

—Quizá prefería la Brigada Inquisitorial —aventuró Hermione—, o tal vez ser prefecto le parece una tontería comparado con lo otro.

—No lo creo —dijo Harry—. Yo diría que…

Pero antes de que expusiese su teoría, la puerta del compartimiento se abrió de nuevo y una niña de tercero entró jadeando.

—Traigo esto para Neville Longbottom y Harry Po… Potter —dijo entrecortadamente al ver a Harry, y se ruborizó. Llevaba dos rollos de pergamino atados con una cinta violeta.

Perplejos, Harry y Neville cogieron cada uno su pergamino y la niña se marchó dando traspiés.

—¿Qué es? —preguntó Ron mientras Harry desenrollaba el mensaje.

—Una invitación.

Harry
:

Me complacería mucho que vinieras al compartimiento C a comer algo conmigo.

Atentamente
,

Prof. H.E.F. Slughorn

—¿Quién es el profesor Slughorn? —preguntó Neville releyendo una y otra vez su invitación, atónito.

—El nuevo profesor. Bueno, supongo que tendremos que ir, ¿no?

—Pero ¿qué querrá de mí? —inquirió Neville, nervioso, como si temiera un castigo.

—Ni idea —contestó Harry; eso no era del todo cierto, aunque todavía no podía demostrar que sus presentimientos fueran correctos—. Espera —añadió, pues acababa de tener una idea genial—. Pongámonos la capa invisible para ir hasta allí; así por el camino quizá veamos qué hace Malfoy.

Sin embargo, su idea no sirvió para nada porque con la capa puesta resultaba imposible andar por los pasillos, abarrotados de estudiantes que esperaban ansiosos la llegada del carrito de la comida. Harry se guardó la capa de mala gana y lamentó no poder llevarla aunque sólo fuera para evitar las miradas de los curiosos, que parecían haberse multiplicado desde la anterior vez que había recorrido los pasillos. De vez en cuando, un alumno salía presuroso de su compartimiento para mirar de cerca a Harry; la excepción fue Cho Chang, que al verlo se apresuró a meterse en el suyo. Cuando él pasó por delante de la ventana, la vio enfrascada en una conversación con su amiga Marietta. Ésta llevaba una gruesa capa de maquillaje que no disimulaba del todo la extraña formación de granos que todavía tenía en la cara. Harry sonrió y siguió andando.

Cuando llegaron al compartimiento C, enseguida advirtieron que no eran los únicos invitados de Slughorn, aunque, a juzgar por la entusiasta bienvenida del profesor, Harry era el más esperado.

—¡Harry, amigo mío! —exclamó Slughorn, y se puso en pie de un brinco; su prominente barriga, forrada de terciopelo, se proyectó hacia delante. La calva reluciente y el gran bigote plateado brillaron a la luz del sol, igual que los botones dorados del chaleco—. ¡Cuánto me alegro de verte! ¡Y tú debes de ser Longbottom!

Neville, que parecía muy asustado, asintió con la cabeza. Siguiendo las indicaciones de Slughorn, los dos muchachos se sentaron en los únicos asientos que quedaban libres, junto a la puerta. Harry miró a los otros invitados y reconoció a un alumno de Slytherin de su mismo curso, un muchacho negro, alto y de pómulos marcados y ojos rasgados; también había dos alumnos de séptimo a los que no conocía, y, apretujada en el rincón al lado de Slughorn, estaba Ginny, con aspecto de no saber muy bien cómo había llegado hasta allí.

—Bueno, ¿ya los conocéis a todos? —preguntó Slughorn a Harry y Neville—. Blaise Zabini asiste a vuestro curso, claro…

Zabini no los saludó ni dio muestra alguna de reconocerlos, y tampoco lo hicieron Harry ni Neville: los alumnos de Gryffindor y los de Slytherin se odiaban por principio.

—Éste es Cormac McLaggen, quizá hayáis coincidido ya en… ¿No?

McLaggen, un joven corpulento de cabello crespo, levantó una mano y Harry y Neville lo saludaron con la cabeza.

—Y éste es Marcus Belby, no sé si…

Belby, que era delgado y parecía una persona nerviosa, forzó una sonrisa.

—¡Y esta encantadora jovencita asegura que os conoce! —terminó Slughorn.

Ginny asomó la cabeza por detrás del profesor e hizo una mueca.

—¡Qué contento estoy! —prosiguió Slughorn—. Ésta es una gran oportunidad para conoceros un poco mejor a todos. Tomad, coged una servilleta. He traído comida porque, si no recuerdo mal, el carrito está lleno de varitas de regaliz, y el aparato digestivo de un pobre anciano como yo no está para esas cosas… ¿Faisán, Belby?

El chico dio un respingo y aceptó una generosa ración de faisán frío.

—Estaba contándole al joven Marcus que tuve el placer de enseñar a su tío Damocles —informó Slughorn a Harry y Neville mientras ofrecía un cesto lleno de panecillos a sus invitados—. Un mago excepcional, con una Orden de Merlín bien merecida. ¿Ves mucho a tu tío, Marcus?

Por desgracia, Belby acababa de llevarse a la boca un gran bocado de faisán y, con las prisas por contestar a Slughorn, intentó tragárselo entero. Se puso morado y empezó a asfixiarse.


¡Anapneo!
—dijo Slughorn sin perder la calma, apuntando con su varita a Belby, que pudo tragar y sus vías respiratorias se despejaron al instante.

—No… mu… mucho… —balbuceó Belby con ojos llorosos.

—Sí, claro, ya me figuro que andará muy ocupado —opinó Slughorn, escrutándolo—. ¡Debió de emplear muchas horas de trabajo para inventar la poción de
matalobos
!

—Sí, supongo… Mi padre y él no se llevan muy bien, por eso no sé exactamente… —murmuró Belby, y no se atrevió a zamparse otro bocado por temor a que Slughorn le preguntase algo más.

Slughorn le dedicó una gélida sonrisa y luego miró a McLaggen.

—¿Y tú, Cormac? —le dijo—. Me consta que ves mucho a tu tío Tiberius. Tiene una espléndida fotografía en la que ambos aparecéis cazando
nogtails
en… Norfolk, ¿verdad?

—¡Ah, sí, ya me acuerdo! Fue divertidísimo —confirmó McLaggen—. Fuimos con Bertie Higgs y Rufus Scrimgeour, antes de que a éste lo nombraran ministro, por supuesto.

—Ah, ¿también conoces a Bertie y a Rufus? —preguntó Slughorn, radiante, mientras ofrecía a sus invitados una bandejita de pastas; curiosamente, se olvidó de Belby—. A ver, cuéntame…

La reunión era como Harry había sospechado: todos los que se encontraban allí parecían haber sido invitados porque tenían relación con alguien famoso o influyente; todos excepto Ginny. Zabini, a quien Slughorn interrogó después de McLaggen, resultó ser hijo de una bruja célebre por su belleza (por lo que Harry entendió, la bruja se había casado siete veces y sus siete maridos, muertos de forma misteriosa, le habían dejado montañas de oro). A continuación le llegó el turno a Neville; fueron diez minutos incomodísimos porque sus padres, unos famosos
aurores
, habían sido torturados hasta la locura por Bellatrix Lestrange y otros dos
mortífagos
. Al final de esa entrevista, Harry tuvo la impresión de que Slughorn todavía no sabía qué opinar del chico, en particular si había heredado o no el talento de alguno de sus progenitores.

—Y ahora… —continuó el profesor, cambiando aparatosamente de postura como un presentador que anuncia su número estrella— ¡Harry Potter! ¿Por dónde empezar? ¡Intuyo que, cuando nos conocimos este verano, apenas arañé la superficie!

Contempló unos instantes a Harry como si fuera un trozo de faisán singularmente grande y suculento, y dijo:

—¡Lo llaman «el Elegido»!

Harry no abrió la boca. Belby, McLaggen y Zabini lo miraban fijamente.

—Hace años que circulan rumores, desde luego —prosiguió el profesor, escudriñando el rostro de Harry—. Recuerdo la noche en que… Bueno, después de aquella terrible noche en que Lily y James… Tú sobreviviste, y la gente comentaba que tenías poderes extraordinarios…

Zabini emitió una tosecilla para expresar un escepticismo burlón. Una voz furibunda surgió por detrás de Slughorn:

—Sí, Zabini, tú también tienes poderes extraordinarios… para dártelas de interesante.

—¡Cielos! —exclamó el profesor riendo entre dientes, y se volvió hacia Ginny, que fulminaba a Zabini con la mirada asomando la cabeza por detrás de la prominente barriga de Slughorn—. ¡Ten cuidado, Blaise! ¡Cuando pasaba por el vagón de esta jovencita la vi realizar un maravilloso maleficio de
mocomurciélagos
! ¡Yo en tu lugar no la provocaría! —Zabini se limitó a esbozar un gesto desdeñoso—. En fin —dijo Slughorn, retomando el hilo—. ¡Menudos rumores han circulado este verano! Uno no sabe qué creer, desde luego, porque no sería la primera vez que
El Profeta
publica noticias inexactas o comete errores. No obstante, dada la cantidad de testigos que hay, parece evidente que se produjo un alboroto considerable en el ministerio y que tú estabas en medio.

Harry, al no saber cómo salir de aquella encerrona sin mentir con descaro, se limitó a asentir con la cabeza. Slughorn lo miró sonriente.

—¡Qué modesto, qué modesto! No me extraña que Dumbledore te tenga tanto aprecio. Entonces, ¿es cierto que estabas allí? Pero las otras historias, la verdad, son tan descabelladas que lo confunden a uno… Por ejemplo, esa legendaria profecía…

—Nosotros no oímos ninguna profecía —terció Neville, y se puso rojo como un tomate.

—Es verdad —confirmó Ginny, incondicional—. Neville y yo también estuvimos en el ministerio, y todo ese rollo del «Elegido» sólo son invenciones de
El Profeta
, como siempre.

—¿Vosotros también estuvisteis allí? —preguntó Slughorn con interés, mirándolos a ambos, pero ellos guardaron silencio sin ceder a la tentadora sonrisa del profesor—. Sí, claro… Es verdad que
El Profeta
suele exagerar, por descontado… —Arrugó la frente—. Recuerdo que mi querida Gwenog me contó… me refiero a Gwenog Jones, por supuesto, la capitana del Holyhead Harpies…

Inició una larga perorata, pero Harry intuyó que Slughorn todavía no había terminado con él y que Neville y Ginny no lo habían convencido.

La tarde transcurría lentamente, aderezada con otras anécdotas sobre magos ilustres a los que Slughorn había enseñado en Hogwarts; todos habían entrado de buen grado en lo que el profesor llamaba «el Club de las Eminencias». Harry deseaba marcharse, pero no sabía cómo hacerlo sin parecer maleducado. Por fin, el tren salió de otro extenso banco de neblina y por la ventana se vio una rojiza puesta de sol; Slughorn parpadeó en la penumbra.

—¡Madre mía, pero si ya empieza a anochecer! ¡No me había dado cuenta de que han encendido las luces! Será mejor que vayáis todos a poneros las túnicas. McLaggen, ven a verme cuando quieras y te prestaré ese libro sobre
nogtails
. Harry, Blaise, venid también cuando queráis. Y lo mismo te digo a ti, señorita —añadió guiñándole un ojo a Ginny—. ¡Daos prisa!

Al salir del compartimiento, Zabini le dio un fuerte empujón a Harry y le lanzó una mirada asesina que éste le devolvió con creces. Luego Harry, Ginny y Neville siguieron a Zabini por los mal iluminados pasillos del tren.

—Por fin se ha acabado —masculló Neville—. Ese Slughorn es un poco raro, ¿no os parece?

—Sí, un poco —coincidió Harry sin perder de vista a Zabini—. ¿Cómo has terminado ahí dentro, Ginny?

—Slughorn me vio hacerle el maleficio a Zacharias Smith. ¿Te acuerdas de ese idiota de Hufflepuff que iba a las reuniones del
ED
. No dejaba de preguntarme qué había pasado en el ministerio y al final me puso tan nerviosa que le hice el maleficio. Cuando Slughorn me vio, creí que me castigaría, ¡pero me felicitó por mi habilidad y me invitó a comer! Qué absurdo, ¿no?

—Más absurdo es invitar a alguien porque su madre es famosa —replicó Harry mirando con ceño la nuca de Zabini—, o porque su tío…

Pero no terminó la frase. Acababa de tener una idea, una idea imprudente pero que tal vez diera excelentes resultados: en menos de un minuto Zabini entraría de nuevo en el compartimiento de los alumnos de sexto de Slytherin, y Malfoy estaría allí, convencido de que sólo lo oían sus compañeros. Si Harry lograba colarse sin ser detectado detrás de Zabini, vería y escucharía cosas muy interesantes. Era una lástima que el viaje estuviera llegando a su fin: debía de faltar media hora escasa para que entraran en la estación de Hogsmeade, a juzgar por la espesura del paisaje que atravesaban. Sin embargo, ya que nadie parecía dispuesto a tomarse en serio las sospechas de Harry, tendría que actuar para demostrarlas.

Other books

Wild Burn by Edie Harris
Ramage And The Drum Beat by Pope, Dudley
An Almost Perfect Moment by Binnie Kirshenbaum
A Shade of Vampire by Bella Forrest
Blackening Song by Aimée & David Thurlo
Mistress by Midnight by Nicola Cornick