Harry Potter. La colección completa (70 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—¿Así que usted se ha estado llevando la gloria de lo que ha hecho otra gente? —dijo Harry, que no daba crédito a lo que oía.

—Harry, Harry —dijo Lockhart, negando con la cabeza—, no es tan simple. Tuve que hacer un gran trabajo. Tuve que encontrar a esas personas, preguntarles cómo lo habían hecho exactamente y encantarlos con el embrujo desmemorizante para que no pudieran recordar nada. Si hay algo que me llena de orgullo son mis embrujos desmemorizantes. Ah..., me ha llevado mucho esfuerzo, Harry. No todo consiste en firmar libros y fotos publicitarias. Si quieres ser famoso, tienes que estar dispuesto a trabajar duro.

Cerró las tapas de los baúles y les echó la llave.

—Veamos —dijo—. Creo que eso es todo. Sí. Sólo queda un detalle.

Sacó su varita mágica y se volvió hacia ellos.

—Lo lamento profundamente, muchachos, pero ahora os tengo que echar uno de mis embrujos desmemorizantes. No puedo permitir que reveléis a todo el mundo mis secretos. No volvería a vender ni un solo libro...

Harry sacó su varita justo a tiempo. Lockhart apenas había alzado la suya cuando Harry gritó:


¡Expelliarmus!

Lockhart salió despedido hacia atrás y cayó sobre uno de los baúles. La varita voló por el aire. Ron la cogió y la tiró por la ventana.

—No debería haber permitido que el profesor Snape nos enseñara esto —dijo Harry furioso, apartando el baúl a un lado de una patada. Lockhart lo miraba, otra vez con aspecto desvalido. Harry lo apuntaba con la varita.

—¿Qué queréis que haga yo? —dijo Lockhart con voz débil—. No sé dónde está la Cámara de los Secretos. No puedo hacer nada.

—Tiene suerte —dijo Harry, obligándole a levantarse a punta de varita—. Creo que nosotros sí sabemos dónde está. Y qué es lo que hay dentro. Vamos.

Hicieron salir a Lockhart de su despacho, descendieron por las escaleras más cercanas y fueron por el largo corredor de los mensajes en la pared, hasta la puerta de los aseos de Myrtle
la Llorona
.

Hicieron pasar a Lockhart delante. A Harry le hizo gracia que temblara.

Myrtle
la Llorona
estaba sentada sobre la cisterna del último retrete.

—¡Ah, eres tú! —dijo ella, al ver a Harry—. ¿Qué quieres esta vez?

—Preguntarte cómo moriste —dijo Harry.

El aspecto de Myrtle cambió de repente. Parecía como si nunca hubiera oído una pregunta que la halagara tanto.

—¡Oooooooh, fue horrible! —dijo encantada—. Sucedió aquí mismo. Morí en este mismo retrete. Lo recuerdo perfectamente. Me había escondido porque Olive Hornby se reía de mis gafas. La puerta estaba cerrada y yo lloraba, y entonces oí que entraba alguien. Decían algo raro. Pienso que debían de estar hablando en una lengua extraña. De cualquier manera, lo que de verdad me llamó la atención es que era un chico el que hablaba. Así que abrí la puerta para decirle que se fuera y utilizara sus aseos, pero entonces... —Myrtle estaba henchida de orgullo, el rostro iluminado— me morí.

—¿Cómo? —preguntó Harry.

—Ni idea —dijo Myrtle en voz muy baja—. Sólo recuerdo haber visto unos grandes ojos amarillos. Todo mi cuerpo quedó como paralizado, y luego me fui flotando... —dirigió a Harry una mirada ensoñadora—. Y luego regresé. Estaba decidida a hacerle un embrujo a Olive Hornby. Ah, pero ella estaba arrepentida de haberse reído de mis gafas.

—¿Exactamente dónde viste los ojos? —preguntó Harry

—Por ahí —contestó Myrtle, señalando vagamente hacia el lavabo que había enfrente de su retrete.

Harry y Ron se acercaron a toda prisa. Lockhart se quedó atrás, con una mirada de profundo terror en el rostro.

Parecía un lavabo normal. Examinaron cada centímetro de su superficie, por dentro y por fuera, incluyendo las cañerías de debajo. Y entonces Harry lo vio: había una diminuta serpiente grabada en un lado de uno de los grifos de cobre.

—Ese grifo no ha funcionado nunca —dijo Myrtle con alegría, cuando intentaron accionarlo.

—Harry —dijo Ron—, di algo. Algo en lengua
pársel
.

—Pero... —Harry hizo un esfuerzo. Las únicas ocasiones en que había logrado hablar en lengua
pársel
estaba delante de una verdadera serpiente. Se concentró en la diminuta figura, intentando imaginar que era una serpiente de verdad.

—Ábrete —dijo.

Miró a Ron, que negaba con la cabeza.

—Lo has dicho en nuestra lengua —explicó.

Harry volvió a mirar a la serpiente, intentando imaginarse que estaba viva. Al mover la cabeza, la luz de la vela producía la sensación de que la serpiente se movía.

—Ábrete —repitió.

Pero ya no había pronunciado palabras, sino que había salido de él un extraño silbido, y de repente el grifo brilló con una luz blanca y comenzó a girar. Al cabo de un segundo, el lavabo empezó a moverse. El lavabo, de hecho, se hundió, desapareció, dejando a la vista una tubería grande, lo bastante ancha para meter un hombre dentro.

Harry oyó que Ron exhalaba un grito ahogado y levantó la vista. Estaba planeando qué era lo que había que hacer.

—Bajaré por él —dijo.

No podía echarse atrás, ahora que habían encontrado la entrada de la cámara. No podía desistir si existía la más ligera, la más remota posibilidad de que Ginny estuviera viva.

—Yo también —dijo Ron.

Hubo una pausa.

—Bien, creo que no os hago falta —dijo Lockhart, con una reminiscencia de su antigua sonrisa—. Así que me...

Puso la mano en el pomo de la puerta, pero tanto Ron como Harry lo apuntaron con sus varitas.

—Usted bajará delante —gruñó Ron.

Con la cara completamente blanca y desprovisto de varita, Lockhart se acercó a la abertura.

—Muchachos —dijo con voz débil—, muchachos, ¿de qué va a servir?

Harry le pegó en la espalda con su varita. Lockhart metió las piernas en la tubería.

—No creo realmente... —empezó a decir, pero Ron le dio un empujón, y se hundió tubería abajo. Harry se apresuró a seguirlo. Se metió en la tubería y se dejó caer.

Era como tirarse por un tobogán interminable, viscoso y oscuro. Podía ver otras tuberías que surgían como ramas en todas las direcciones, pero ninguna era tan larga como aquella por la que iban, que se curvaba y retorcía, descendiendo súbitamente. Calculaba que ya estaban por debajo incluso de las mazmorras del castillo. Detrás de él podía oír a Ron, que hacía un ruido sordo al doblar las curvas.

Y entonces, cuando se empezaba a preguntar qué sucedería cuando llegara al final, la tubería tomó una dirección horizontal, y él cayó del extremo del tubo al húmedo suelo de un oscuro túnel de piedra, lo bastante alto para poder estar de pie. Lockhart se estaba incorporando un poco más allá, cubierto de barro y blanco como un fantasma. Harry se hizo a un lado y Ron salió también del tubo como una bala.

—Debemos encontrarnos a kilómetros de distancia del colegio —dijo Harry, y su voz resonaba en el negro túnel.

—Y debajo del lago, quizá —dijo Ron, afinando la vista para vislumbrar los muros negruzcos y llenos de barro.

Los tres intentaron ver en la oscuridad lo que había delante.


¡Lumos!
—ordenó Harry a su varita, y la lucecita se encendió de nuevo—. Vamos —dijo a Ron y a Lockhart, y comenzaron a andar. Sus pasos retumbaban en el húmedo suelo.

El túnel estaba tan oscuro que sólo podían ver a corta distancia. Sus sombras, proyectadas en las húmedas paredes por la luz de la varita, parecían figuras monstruosas.

—Recordad —dijo Harry en voz baja, mientras caminaban con cautela—: al menor signo de movimiento, hay que cerrar los ojos inmediatamente.

Pero el túnel estaba tranquilo como una tumba, y el primer sonido inesperado que oyeron fue cuando Ron pisó el cráneo de una rata. Harry bajó la varita para alumbrar el suelo y vio que estaba repleto de huesos de pequeños animales. Haciendo un esfuerzo para no imaginarse el aspecto que podría presentar Ginny si la encontraban, Harry fue marcándoles el camino. Doblaron una oscura curva.

—Harry, ahí hay algo... —dijo Ron con la voz ronca, cogiendo a Harry por el hombro.

Se quedaron quietos, mirando. Harry podía ver tan sólo la silueta de una cosa grande y encorvada que yacía de un lado a otro del túnel. No se movía.

—Quizás esté dormido —musitó, volviéndose a mirar a los otros dos. Lockhart se tapaba los ojos con las manos. Harry volvió a mirar aquello; el corazón le palpitaba con tanta rapidez que le dolía.

Muy despacio, abriendo los ojos sólo lo justo para ver, Harry avanzó con la varita en alto.

La luz iluminó la piel de una serpiente gigantesca, una piel de un verde intenso, ponzoñoso, que yacía atravesada en el suelo del túnel, retorcida y vacía. El animal que había dejado allí su muda debía de medir al menos siete metros.

—¡Caray! —exclamó Ron con voz débil.

Algo se movió de pronto detrás de ellos. Gilderoy Lockhart se había caído de rodillas.

—Levántese —le dijo Ron con brusquedad, apuntando a Lockhart con su varita.

Lockhart se puso de pie, pero se abalanzó sobre Ron y lo derribó al suelo de un golpe.

Harry saltó hacia delante, pero ya era demasiado tarde. Lockhart se incorporaba, jadeando, con la varita de Ron en la mano y su sonrisa esplendorosa de nuevo en la cara.

—¡Aquí termina la aventura, muchachos! —dijo—. Cogeré un trozo de esta piel y volveré al colegio, diré que era demasiado tarde para salvar a la niña y que vosotros dos perdisteis el conocimiento al ver su cuerpo destrozado. ¡Despedíos de vuestras memorias!

Levantó en el aire la varita mágica de Ron, recompuesta con celo, y gritó:


¡Obliviate!

La varita estalló con la fuerza de una pequeña bomba. Harry se cubrió la cabeza con las manos y echó a correr hacia la piel de serpiente, escapando de los grandes trozos de techo que se desplomaban contra el suelo. Enseguida vio que se había quedado aislado y tenía ante si una sólida pared formada por las piedras desprendidas.

—¡Ron! —grito—, ¿estás bien? ¡Ron!

—¡Estoy aquí! —La voz de Ron llegaba apagada, desde el otro lado de las piedras caídas—. Estoy bien. Pero este idiota no. La varita se volvió contra él.

Escuchó un ruido sordo y un fuerte «¡ay!», como si Ron le acabara de dar una patada en la espinilla a Lockhart.

—¿Y ahora qué? —dijo la voz de Ron, con desespero—. No podemos pasar. Nos llevaría una eternidad...

Harry miró al techo del túnel. Habían aparecido en él unas grietas considerables. Nunca había intentado mover por medio de la magia algo tan pesado como todo aquel montón de piedras, y no parecía aquél un buen momento para intentarlo. ¿Y si se derrumbaba todo el túnel?

Hubo otro ruido sordo y otro ¡ay! provenientes del otro lado de la pared. Estaban malgastando el tiempo. Ginny ya llevaba horas en la Cámara de los Secretos. Harry sabía que sólo se podía hacer una cosa.

—Aguarda aquí —indicó a Ron—. Aguarda con Lockhart. Iré yo. Si dentro de una hora no he vuelto...

Hubo una pausa muy elocuente.

—Intentaré quitar algunas piedras —dijo Ron, que parecía hacer esfuerzos para que su voz sonara segura—. Para que puedas... para que puedas cruzar al volver. Y..

—¡Hasta dentro de un rato! —dijo Harry, tratando de dar a su voz temblorosa un tono de confianza.

Y partió él solo cruzando la piel de la serpiente gigante.

Enseguida dejó de oír el distante jadeo de Ron al esforzarse para quitar las piedras. El túnel serpenteaba continuamente. Harry sentía la incomodidad de cada uno de sus músculos en tensión. Quería llegar al final del túnel y al mismo tiempo le aterrorizaba lo que pudiera encontrar en él. Y entonces, al fin, al doblar sigilosamente otra curva, vio delante de él una gruesa pared en la que estaban talladas las figuras de dos serpientes enlazadas, con grandes y brillantes esmeraldas en los ojos.

Harry se acercó a la pared. Tenía la garganta muy seca. No tuvo que hacer un gran esfuerzo para imaginarse que aquellas serpientes eran de verdad, porque sus ojos parecían extrañamente vivos.

Tenía que intuir lo que debía hacer. Se aclaró la garganta, y le pareció que los ojos de las serpientes parpadeaban.

—¡Ábrete! —dijo Harry, con un silbido bajo, desmayado.

Las serpientes se separaron al abrirse el muro. Las dos mitades de éste se deslizaron a los lados hasta quedar ocultas, y Harry, temblando de la cabeza a los pies, entró.

17
El heredero de Slytherin

Se hallaba en el extremo de una sala muy grande, apenas iluminada. Altísimas columnas de piedra talladas con serpientes enlazadas se elevaban para sostener un techo que se perdía en la oscuridad, proyectando largas sombras negras sobre la extraña penumbra verdosa que reinaba en la estancia.

Con el corazón latiéndole muy rápido, Harry escuchó aquel silencio de ultratumba. ¿Estaría el basilisco acechando en algún rincón oscuro, detrás de una columna? ¿Y dónde estaría Ginny?

Sacó su varita y avanzó por entre las columnas decoradas con serpientes. Sus pasos resonaban en los muros sombríos. Iba con los ojos entornados, dispuesto a cerrarlos completamente al menor indicio de movimiento. Le parecía que las serpientes de piedra lo vigilaban desde las cuencas vacías de sus ojos. Más de una vez, el corazón le dio un vuelco al creer que alguna se movía.

Al llegar al último par de columnas, vio una estatua, tan alta como la misma cámara, que surgía imponente, adosada al muro del fondo.

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