Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
—Ya ves que no, pero tal vez pueda encontrarla.
Tía Del se alisó la falda.
—En ese caso creo que puedo ayudarte.
Link se rascaba la cabeza. Conocía a la tía Del, pero no había visto ninguna demostración de sus dotes de Palimpsest y era evidente que no comprendía cómo podía ayudarnos una anciana tan distraída. Tras pasar una noche con ella en la tumba de Genevieve Duchannes, yo sí sabía lo que cabía esperar de ella.
Agarré el pesado picaporte de hierro y llamé. Tía Caroline abrió la puerta. Llevaba un delantal de una conocida asociación: Chicas Educadas en el Sur, en el que secó sus manos mojadas. Me miró sonriendo y con un brillo en los ojos.
—Ethan, ¿qué haces aquí? No sabía que estuvieras en Savannah.
No me había molestado en idear una buena mentira, así que opté por una de las fáciles.
—He venido a ver a un amigo.
—¿Dónde está Lena?
—No ha podido venir —dije, y me aparté de la puerta para distraerla con las presentaciones—. Ya conoces a Link. Estas son Liv y Delphine, la tía de Lena.
Estaba seguro de que lo primero que haría tía Caroline después de que nos marcháramos sería llamar a mi padre para decirle lo agradable que le había resultado la visita. Lo cual, ciertamente, no aumentaba las posibilidades de que mi paradero continuara siendo secreto para Amma y, por tanto, yo viviera lo suficiente para ver mi decimoséptimo cumpleaños.
—Me alegro de verla, señora.
Siempre podía contar con Link, que cuando era necesario se portaba como un chico bueno y formal. Intenté pensar en alguna persona de Savannah que mi tía no conociera, pero era imposible. Savannah es mucho mayor que Gatlin, pero todas las poblaciones del Sur se parecen porque en ella todo el mundo se conoce.
Tía Caroline nos llevó al salón. Desapareció y en cuestión de segundos volvió a aparecer con té helado y un plato de Benne Babies, pastas de arce aún más dulces que el té helado.
—Ha sido un día muy extraño.
—¿Qué quieres decir? —pregunté cogiendo una galleta.
—Esta mañana mientras estaba en el museo han entrado en casa. Pero eso no es lo más raro. Lo más raro es que no se han llevado nada. Han puesto el ático de patas arriba y no han tocado el resto de la casa.
Miré a Liv. Los dos pensábamos lo mismo: las casualidades no existen. Y tía Del debía coincidir con nosotros aunque era difícil saber qué estaría pensando. Parecía mareada, como si le resultara complicado distinguir entre las muchas cosas que debían de haber ocurrido en aquella casa desde 1820, año de su construcción. Mientras nosotros comíamos pastas, ella tal vez contemplaba doscientos años de historia en unos segundos. Recordé lo que dijo sobre su peculiar capacidad la noche del cementerio con Genevieve. Ser Palimpsest era un gran honor y una carga más grande todavía.
Me pregunté qué podría poseer tía Caroline que mereciera la pena robar.
—¿Qué hay en el ático?
—Nada importante. Adornos de navidad, los planos de la casa, papeles viejos de tu madre… —Liv me dio un golpecito en el pie por debajo de la mesa. Otra vez estábamos pensando lo mismo. ¿Por qué aquellos papeles no estaban en el archivo?
—¿Qué papeles?
Tía Caroline sacó más pastas. Link se las zampaba de tres en tres.
—No estoy muy segura. Más o menos un mes antes de morir, tu madre me preguntó si podía dejar unas cajas aquí. Ya sabes cómo era, siempre con sus archivos.
—¿Te importa que eche un vistazo? Estoy trabajando en la biblioteca con tía Marian y puede que alguno de esos papeles le interesen —dije, procurando no dar mucha importancia a mis palabras.
—Adelante, aunque ya te he dicho que el ático está totalmente revuelto —dijo mi tía levantándose y recogiendo el plato de pastas vacío—. Tengo que hacer algunas llamadas y todavía tengo que terminar de rellenar el formulario de denuncia. Si me necesitas, llámame.
Tía Caroline tenía razón, el ático parecía arrastrado por un huracán. Había ropa y papeles tirados por todas partes, y un gran montón de cosas revueltas en el centro, donde habían vaciado las cajas. Liv cogió unos folios sueltos.
—¿Cómo dem…? —dijo Liv, y se interrumpió al acordarse de que tía Del estaba presente—. Quiero decir, ¿creen que podremos encontrar algo en medio de este caos? Además, ¿qué estamos buscando? —dijo, y dio una patada a una caja vacía que se deslizó por el suelo.
—Todo lo que pudiera ser de mi madre. Alguien ha estado aquí buscando algo — dije y los cuatro nos pusimos a rebuscar en el montón.
Tía Del encontró la caja de un sombrero llena de balas redondas y casquillos de la guerra de la Secesión.
—Qué sombrero más bonito guardaba esta caja —comentó.
Cogí el libro de recuerdo de los años de instituto de mi madre y una guía del campo de batalla de Gettysburg. El libro estaba prácticamente nuevo, la guía muy manoseada, un detalle revelador de la forma de ser de mi madre.
—Creo que he encontrado algo —dijo Liv—. Me parece que estos papeles eran de tu madre pero no tienen importancia. Son dibujos de Ravenwood Manor y algunas notas sobre la historia de Gatlin.
Todo lo que tenía que ver con Ravenwood tenía valor. Liv me entregó las notas y las hojeé. Eran documentos de Gatlin de la época de la guerra, bocetos ya amarillentos de Ravenwood Manor y otros edificios antiguos del pueblo: la Historical Society, el cuartel de bomberos e incluso nuestra casa, Wate’s Landing. Pero ninguno parecía de interés.
—Eh, gatito, ven aquí. Miren, he encontrado un amigo para… —dijo Link mostrándonos un gato negro conservado gracias al arte de la taxidermia. Lo soltó de inmediato al darse cuenta de que tenía la piel llena de sarna—.
Lucille
.
—Tiene que haber algo más. Quien haya estado aquí no buscaba documentos de la Guerra de Secesión.
—Tal vez encontrara lo que vino a buscar —dijo Liv.
Miré a tía Del.
—Sólo hay una forma de averiguarlo.
Pocos minutos después estábamos los cuatro sentados en el suelo con las piernas cruzadas como en un campamento o como en… una sesión de espiritismo.
—No estoy seguro de que esto sea buena idea.
—Es la única manera de saber quién ha entrado aquí y por qué.
Tía Del asintió, pero no estaba muy convencida.
—Está bien. Recuerden: si se marean, agachen la cabeza. Y ahora, agárrense de las manos.
—¿De qué está hablando? —preguntó Liv en voz baja—. ¿Por qué nos íbamos a marear?
Le cogí la mano completando el círculo. Era suave y blanda. Pero antes de poder pensar en que nos estábamos agarrando de la mano, las imágenes empezaron a pasar ante mis ojos…
Una tras otra, abriéndose y cerrándose como puertas. Cada imagen conducía a la siguiente, como en el juego de dominó o en un folioscopio, uno de esos libros con dibujos cuyas páginas se pasan muy deprisa creando una ilusión de movimiento.
Lena, Ridley y John volcando cajas en el ático…
—
Tiene que estar aquí, seguid buscando
. —John tira al suelo unos libros viejos.
—¿
Por qué estás tan seguro?
—Lena rebusca en otra caja. Tiene la mano pintada con tinta negra.
—
Ella supo cómo encontrarla sin la estrella
.
Se abrió otra puerta. Tía Caroline arrastra cajas por el suelo del ático. Se arrodilla, saca de una caja una foto vieja de mi madre y pasa la mano por encima. Solloza.
Y otra. Mi madre lleva el pelo suelto y por los hombros, pero lo sujeta detrás de las orejas con sus gafas de cerca rojas. La veo con tanta claridad que parece que la tengo delante. Escribe frenéticamente en un diario de piel, arranca la página, la dobla y la mete en un sobre. Garabatea algo en el sobre y lo guarda en la última página del diario. Arrastra un baúl viejo y lo separa de la pared. Tira de una tabla suelta del zócalo, mira a su alrededor como si tuviera la sensación de que alguien la está mirando y mete el diario debajo de la tabla.
Tía Del suelta mi mano.
—¡Joder, joder, joder!
Link no se sentía en la obligación de comportarse de manera civilizada delante de una señora. Se puso verde y agachó la cabeza de inmediato, poniéndola entre las rodillas como si estuviera a punto de abordar un aterrizaje forzoso. No lo había visto tan mal desde el día en que Savannah Snow lo desafió a beberse una botella de pepermint.
—Lo siento. Sé que es difícil aclimatarse después de un viaje —dijo tía Del dándole palmadas en la espalda—. Lo has hecho muy bien para ser tu primera vez.
No teníamos tiempo de reflexionar sobre todo lo que habíamos visto, así que me centré sólo en una cosa: ella supo cómo encontrarla sin la estrella. John se refería a la Frontera. Creía que mi madre sabía algo y podría haberlo anotado en su diario. Liv y yo debíamos de estar pensando lo mismo otra vez, porque tocamos el viejo baúl al mismo tiempo.
—Pesa mucho, ten cuidado. —Tiramos de él. Parecía lleno de ladrillos.
Liv tanteó el zócalo de la pared y encontró la tabla suelta. Metí la mano en el hueco y toqué el viejo diario. Lo saqué. Pesaba. Lo abrí por la última página. Era un objeto muy querido de mi madre, su delicada letra me miraba desde el sobre.
Macon
.
Rasgué el papel y saqué la hoja doblada.
Si estás leyendo esto, significa que no he podido llegar a hablar contigo para contártelo en persona. La situación es mucho peor de lo que podríamos imaginar. Puede que sea demasiado tarde, pero si existe una oportunidad por mínima que sea, tú eres el único que sabrá evitar que nuestros peores temores se hagan realidad.
Abraham está vivo. Se estaba escondiendo. Y no está solo. Como devota discípula de tu padre, Sarafine lo acompaña.
Tienes que detenerlos antes de que el tiempo se agote.
LJ
Me quedé mirando la firma. LJ. Lila Jane. Y me fijé en la fecha. Fue como si me dieran un puñetazo en el estómago. 21 de marzo. Un mes antes del accidente de mi madre. Un mes antes de que la asesinaran.
Liv se apartó al ser consciente de que presenciaba un momento íntimo y doloroso.
Pasé las páginas del diario en busca de respuestas, encontré una transcripción del árbol genealógico de los Ravenwood. Ya lo había visto en el archivo, pero este parecía distinto, con algunos nombres tachados.
Pasé las páginas y un papel doblado cayó al suelo. Lo recogí. Era papel vitela, muy delgado y traslúcido. Lo abrí. Cerca del margen había dibujadas unas formas geométricas extrañas: óvalos irregulares con curvas cóncavas y convexas como las nubes que dibujan los niños. Me volví hacía Liv y le mostré el papel. Ella negó con la cabeza sin decir nada. Ninguna de las dos sabía lo que aquello significaba.
Doblé el delicado papel y volví a colocarlo entre las páginas del diario. Seguí hojeando y llegué a la última página. Antes sólo había reparado en el sobre, ahora me fijé en unas palabras que no tenían sentido, al menos para mí:
In Luce Caecae Caligines sunt,
Et in Caliginibus, Lux.
In Arcu imperium est,
Et in imperio, Nox.
Arranqué la página instintivamente y me la guardé en el bolsillo. Mi madre había muerto por lo que había escrito en el sobre anterior y, probablemente, a causa de aquel texto. Ahora ambas cosas me pertenecían.
—Ethan, ¿estás bien? —preguntó tía Del con visible preocupación.
Hacía tanto tiempo que no me sentía bien que ya no recordaba lo que era. Tenía que salir de aquella habitación, alejarme del pasado de mi madre y de mis pensamientos.
—Ahora vuelvo.
Bajé de las escaleras de tres en tres, llegué al cuarto de invitados y me tumbé en la cama sin importarme que mi ropa estuviera sucia. Me quedé mirando al techo, pintado de azul celeste, como el de mi habitación. Estúpidas abejas que ni siquiera se daban cuenta de cuándo eran objeto de una broma.
O tal vez el objeto de broma fuera yo.
Estaba aturdido, como cuando intentas percibir todo al mismo tiempo. Ahora sabía cómo se sentía la tía Del.
Abraham Ravenwood no era un recuerdo del pasado. Estaba vivo y se ocultaba entre las sombras con Sarafine. Mi madre lo descubrió y Sarafine la mató.
Lo veía todo borroso. Me froté los ojos suponiendo que los tenía llenos de lágrimas, pero estaban completamente secos. Los cerré apretando los párpados y al abrirlos, en vez de habérseme aclarado la vista, contemplé luces y colores que pasaban ante mí difuminados como si corriera a toda velocidad. Vi detalles fugaces: una pared, latas aplastadas en la basura, colillas. Volvía a experimentar lo mismo que ante el espejo de mi cuarto de baño. Intenté incorporarme, pero estaba demasiado mareado. Las imágenes continuaban pasando ante mis ojos. Finalmente se aquietaron y mi mente pudo asimilarlas.
Me encontraba en una habitación. Un dormitorio seguramente, aunque desde mi posición era complicado precisarlo. El suelo era de cemento y las paredes blancas, aunque en ellas alguien había pintado los mismos trazos negros de las manos de Lena. Al mirarlos me pareció que se movían.
Recorrí la habitación con la vista. Ella tenía que estar en alguna parte.
—Me siento muy distinta a los demás, incluso a los Casters.
Era Lena, la busqué con la mirada siguiendo su voz.
Estaban encima de mí, tumbados en el techo negro. Lena tenía la cabeza junto a la de John. Dialogaban sin mirarse. Miraban al suelo igual que yo las noches en que no podía conciliar el sueño y me quedaba mirando el techo de mi habitación. Lena llevaba el pelo suelto. Se pegaba al techo como si estuviera tendida en el suelo.