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Authors: David Simon

Homicidio (61 page)

Worden parecía mostrarse de acuerdo con la idea y a continuación procedió a ofrecerle al senador un informe de la investigación hasta el momento. Los inspectores no habían conseguido localizar a nadie en la calle McCulloh que hubiera presenciado el secuestro, ni tampoco habían descubierto ninguna prueba física en el parque Druid Hill, donde el senador afirmaba que le habían tirado de la furgoneta. Los pantalones que el senador había llevado esa noche no tenían la menor mancha de hierba en ellos. Del mismo modo, explicó Worden, las entrevistas con el asesor del senador y los padres del asesor habían planteado nuevas preguntas. El inspector le contó lo que sabían de aquella entrevista, y entonces le ofreció al senador la salida.

—Mi impresión es que se trata de una cuestión privada entre ustedes dos —dijo Worden—, algo que quizá prefirieran tratar en privado.

—Así es —dijo Young.

—Bien, si se cometió un crimen, lo investigaremos a fondo —dijo Worden—. Pero si no se ha cometido ningún delito, entonces eso pone fin a todo.

El senado comprendió inmediatamente la oferta que se le hacia, pero formuló unas pocas preguntas para asegurarse de que lo había entendido correctamente. Si les decía que no se había cometido ningún delito, eso cerraría la investigación, ¿era así? Y si les decía aquí y ahora que no se había cometido ningún delito, esa admisión no se utilizaría contra él, ¿correcto?

—No por mí —dijo Worden.

—Entonces —contestó el senador—, no hubo ningún secuestro. Preferiría solucionar este tema de forma privada.

Worden le dijo al senador que podía dar la investigación del departamento de policía por cerrada. El informe original del secuestro se había escrito como un informe sólo para la policía, como se hacía con todos los casos que implicaban a cargos electos. Y puesto que no había ninguna denuncia, no debería tampoco aparecer nada en los periódicos.

—Nuestro trabajo aquí ha terminado —dijo Worden.

Worden y Nolan le dieron la mano al senador y cerraron el trato. No habría ninguna investigación con un gran jurado ni una bola roja de la que toda una brigada de homicidios podría ordeñar horas extra, no habría preguntas incómodas sobre la vida privada del senador ni revelaciones públicas sobre el torpe intento de un político de crear un contrapeso a la agresión que él mismo había cometido. En vez de ello, la unidad de homicidios volvería a su labor habitual de resolver asesinatos. Worden regresó a la central y escribió el necesario informe de la reunión para el capitán, convencido de que había hecho lo correcto.

Pero el 14 de junio, una semana y media después de su visita al despacho del senador, la discreta solución de Worden saltó por los aires cuando todo el sórdido asunto se filtró a un periodista de televisión de la filial local de la CBS. Por la cantidad de información sobre el caso que manejaba el periodista, tanto Worden como James sospechaban que la filtración había procedido de dentro del departamento. Ese escenario tenía mucho sentido. No todo el mundo en la cadena de mando era aliado político del senador, y la extraña denuncia del secuestro podía utilizarse para avergonzarlo públicamente.

Por supuesto, una vez la información confidencial fue del dominio público, los jefazos de la policía y los fiscales empezaron a atropellarse unos a otros para evitar dar la impresión de que se había llegado a un pacto secreto o de que se había producido un encubrimiento. Presionado por un periodista, el alcalde en persona se metió en el asunto y ordenó que se publicara el informe de la denuncia original del secuestro. Con la prensa de repente amarrada a las puertas del Ayuntamiento, las prioridades cambiaron por completo. Una semana antes a los jefazos les había parecido bien que Worden concluyera la investigación de un crimen inexistente con discreción, permitiendo que los inspectores de homicidios regresaran a su trabajo; ahora a esos mismos jefes se les preguntaba en público por qué un influyente senador de Baltimore Oeste que había admitido haber hecho una denuncia falsa no había sido acusado. ¿Se había llegado a algún tipo de acuerdo con él? ¿Se mantuvo la denuncia en secreto para proteger al senador? ¿Qué tipo de influencia ejerció el senador en el desarrollo de la investigación?

Un continuo diluvio de titulares de periódicos y noticias en televisión obligó a los altos cargos de la ciudad a iniciar una investigación a fondo liderada por la oficina del fiscal del Estado, seguida por una instigación ante un gran jurado. Durante la semana siguiente hubo reuniones entre fiscales y jefes de la policía, seguidos por más reuniones entre fiscales y un influyente abogado contratado por el senador. Una tarde en particular, cuando Worden y James se iban a una reunión entre los fiscales y el abogado del senador en las oficinas de un bufete privado, al salir del edificio, los abordó el mismo periodista de televisión al que le habían filtrado la historia.

—Me pregunto quién le dijo que hoy había una reunión —dijo James, asombrado—. Sabe lo que va a pasar incluso antes que nosotros mismos…

Todo lo que Worden había querido evitar había acabado sucediendo. Había querido trabajar en asesinatos y ahora los asesinatos no eran lo prioritario. Había querido evitar perder tiempo y energías metiéndose sin motivo en la vida privada de un hombre; ahora él y otros tres o cuatro inspectores tendrían que perder incluso más tiempo aireando un trozo todavía mayor de esa vida privada. Worden, James, Nolan…, todos eran peones en un juego ridículo de políticas suicidas mientras los burócratas se pasaban unos a otros el futuro político de Larry Young como si fuera una patata caliente. ¿Y todo para qué? El día en que había convencido al senador para que se retractara de lo que había dicho, Worden tenía dos asesinatos abiertos y seguía participando activamente en la investigación ante el gran jurado del asesinato de la calle Monroe. Ahora nada de eso le importaba a nadie. Ahora lo único que querían los jefes es que se investigara a fondo el caso del senador del estado Larry Young y cómo se había retractado de una supuesta denuncia de secuestro. El departamento iba a enviar a algunos de sus mejores investigadores a la calle para que demostraran la no existencia de algo, para que probaran que un legislador del estado no había sido secuestrado por tres hombres en una misteriosa furgoneta. Luego se acusaría al senador de interponer una falsa denuncia —lo que constituía una mera falta— en preparación para un juicio que ni la oficina del fiscal ni el departamento de policía tenían la menor intención de ganar. Existía un acuerdo tácito para que el juicio no fuera más que una obra de teatro con público, un espectáculo que apaciguara a la opinión pública. Y la palabra de Worden —que se había ofrecido honestamente en la privacidad del despacho de un hombre acosado— ahora no significaba nada. Para el departamento, la palabra de Worden era un bien perfectamente fungible.

En una breve conversación que tuvo lugar unos pocos días antes de que el embrollo de Larry Young llegara a la prensa, el capitán mencionó la situación de Worden a Gary D'Addario y Jay Landsman.

—¿Sabéis? —dijo—. No me gustaría nada que un buen inspector como Worden acabara mal por todo esto de Larry Young…

¿No te gustaría nada? ¿Que no te gustaría nada? ¿Qué coño quería decir eso?, se preguntó D'Addario. El capitán había aprobado la oferta de un trato a Larry Young, todos lo habían hecho. ¿Cómo diablos iban a acabar cargándole el muerto a Worden? D'Addario se preguntó si el capitán trataba de hacerles llegar un mensaje o si simplemente dijo lo primero que se le pasó por la cabeza. Con Landsman de testigo, D'Addario habló cautelosamente, intentando concederle al capitán el beneficio de la duda.

—¿Por qué iba a acabar mal Worden, capitán? —preguntó con toda la intención—. Después de todo, estaba obedeciendo órdenes.

Sería injusto, concedió el capitán. Y no le gustaría que pasase. En ese momento D'Addario no sabía ya qué creer y se mordió la lengua. Si el comentario del capitán era una oferta de inmunidad, una sugerencia de que ambos podían evitar cualquier problema simplemente sacrificando a Worden, entonces D'Addario esperaba que su pregunta hubiera bastado para hundir el plan. Si el capitán sólo estaba dejando escapar tensión sin preocuparse de las consecuencias de lo que decía, mejor dejarlo pasar.

Landsman y D'Addario salieron confundidos del despacho del capitán. Quizá la idea de utilizar a Worden como cabeza de turco procedía del capitán, quizá de alguien más arriba. Quizá no habían interpretado correctamente el comentario. D'Addario no lo sabía, pero él y Landsman estaban de acuerdo en que si la idea de sacrificar a Worden tomaba cuerpo alguna vez, tendrían que entrar en guerra contra el capitán y quemar, si era necesario, hasta el último puente. Incluso para alguien tan curtido en la falta de ética de los mandos como D'Addario, la idea de Worden como cordero sacrificial era inadmisible. Worden era uno de los mejores hombres de la unidad y, sin embargo, en una crisis se lo consideraba carne de cañón.

La defensa que D'Addario había hecho de Donald Worden en el despacho del capitán había sido contenida, pero su tranquila y firme negativa a sacrificar a un inspector pronto fue conocida por todo el turno. Fue, y en esto todos los inspectores se mostraron de acuerdo, uno de los mejores momentos del teniente D'Addario y la prueba fehaciente de que era un hombre al que otros hombres podían seguir.

Porque una cosa era que D'Addario hubiera intentado contentar a la cadena de mando cuando el porcentaje de resolución de casos era bajo; eso no costaba nada y permitía que sus inspectores hicieran su trabajo con las mínimas interferencias posibles de los jefes. Además, ese mismo porcentaje de resolución que había hecho vulnerable a D’Addario en la primera parte del año era ahora su mejor aliado. Incuso con el diluvio de homicidios veraniegos que ya tenían encima, el porcentaje oscilaba alrededor del 70 por ciento, y el liderazgo del teniente, que antes se había cuestionado, ahora era de nuevo valioso para los jefes. D'Addario había dado la vuelta a la tortilla.

Pero incluso si el porcentaje de resolución hubiera sido bajo, D'Addario se habría sentido obligado a decir lo que dijo en el despacho del capitán. ¿Sacrificar a Worden? ¿A Donald Worden? ¿AI Gran Hombre? ¿En qué coño estaban pensando los jefes? No importa lo seriamente que hubieran considerado la idea, si es que la habían considerado, pero no se volvió a mencionar después de la conversación de D'Addario con el capitán. Y, sin embargo, el teniente sabía que su defensa de Worden sólo podía llegar hasta cierto punto; al final puede que a Worden no lo maltrataran por la parte que tuvo en el fiasco de Larry Young, pero el inspector estaba absolutamente en lo cierto al pensar que lo habían menospreciado.

Worden le había dado a otro hombre —un político, por supuesto, pero un hombre después de todo— su palabra. Y ahora, para salvar su imagen pública, el departamento de policía y el alcalde estaban mostrando cuánto valoraban esa palabra.

Aun así, incluso un inspector menospreciado tiene que comer, y, en esta mañana de verano, Worden atempera su ira con un poco de paciencia mientras espera a que Eddie y Dave Brown regresen de su escena del crimen. Cuando Dave Brown finalmente aparece en la oficina, entra en la sala del café tratando de molestar lo menos posible, consciente de que Worden lleva de mala leche una semana entera. Sin decir una palabra, deja el bocadillo vegetal con huevo frente al Gran Hombre y luego da media vuelta para regresar a su mesa.

—¿Qué te debo? —pregunta Worden.

—Nada, yo invito.

—No. ¿Qué te debo?

—No te preocupes, colega. Ya pagarás tú la próxima vez.

Worden se encoge de hombros, luego se sienta a desayunar. McLarney había tenido fiesta por la noche, y Worden, como el más veterano, había trabajado el turno de noche como supervisor en funciones. Había sido una noche miserable, y ahora Worden tenía por delante otra jornada completa pastoreando testigos hasta y desde el gran jurado que evaluaba el caso Larry Young. Aquel desastre probablemente le consumiría el resto de la semana.

—¿Qué había ahí fuera? —pregunta Worden a Dave Brown.

—Un puto asesinato de drogas, de los duros de roer.

—Vaya.

—Un negro muerto en un patio de unas adosadas. Cuando lo volvimos, todavía tenía su arma en los pantalones. Amartillada, con una bala en la recámara.

—Alguien desenfundó más rápido que él, ¿no? —aporta Rick James desde el otro lado de la habitación—. ¿Dónde le dispararon?

—En la parte superior de la cabeza. Como si el asesino hubiera estado encima de él o le hubiera disparado mientras se agachaba.

—Qué dolor.

—Tiene una herida de salida en el cuello y tenemos la bala, pero está completamente jodida, hecha una tarta. No servirá para las comparaciones balísticas.

James asiente.

—Necesito un coche para ir al depósito de cadáveres —dice Brown.

—Toma este —dice James, tirándole unas llaves—. Nosotros podemos caminar hasta el juzgado.

—No sé qué decirte, Rick —dice Worden con sarcasmo—. No sé si le podemos dar un coche para que haga el trabajo que tiene que hacer un policía. Si estuviera investigando a un senador o algo así, sería una cosa. Pero para investigar un asesinato, no creo que le debamos dar un coche…

James sacude la cabeza.

—Eh, pueden hacer lo que les de la gana —dice Worden—. A mí cobrar la nómina me hace feliz.

—Pues claro que sí —dice Dave Brown—. Y estarás ganando más dinero del que yo voy a ganar con este asesinato.

—Así es —dice Worden—. En lo que se refiere a la investigación de Larry Young, se ha levantado el límite de horas extras. De ahora en adelante, ya no me encargaré más de asesinatos. Con los asesinatos no se gana dinero…

Worden enciende otro Backwoods y se reclina contra el pladur verde, pensando que el chiste es a la vez gracioso y triste.

Hace tres semanas, el agente que descubrió el cuerpo de John Randolph Scott en un callejón de la calle Monroe se presentó ante el mismo gran jurado y se negó a contestar todas las preguntas sobre la inexplicada muerte del hombre al que había perseguido. El sargento John Wiley leyó una breve declaración al gran jurado en la que se quejaba por haber sido tratado como un sospechoso en el asesinato y luego invocó el derecho que le concedía la Quinta Enmienda a no declarar para no incriminarse. Los fiscales no le ofrecieron inmunidad a Wiley y, en consecuencia, se marchó del gran jurado, lo que hizo que, a efectos prácticos, la investigación de la calle Monroe se estancara definitivamente. En ausencia de otras pruebas, Tim Doory, el fiscal principal, no le pidió al gran jurado que formulara cargos contra nadie. De hecho, Doory tuvo que esforzarse para evitar que los miembros del gran jurado presentaran cargos después de oír el testimonio de Worden y James sobre las declaraciones contradictorias que habían hecho los agentes que habían participado en la persecución de Randolph Scott, pues varios miembros del jurado estaban más que dispuestos a hacerlo hasta que Doory los convenció de que se trataba de un juicio que estaba condenado a perderse. Presentad cargos ahora y perderemos el juicio por falta de pruebas, les dijo. Y si dentro de un año consiguiéramos pruebas nuevas, no valdrían para nada porque ya habríamos gastado nuestra única bala. A un hombre no se le puede juzgar dos veces por el mismo delito.

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