Read Impacto Online

Authors: Douglas Preston

Tags: #Aventuras, Ciencia Ficción, Intriga, Misterio

Impacto (19 page)

—Tú quédate tumbada —dijo.

—En el centro. Haz como si te hubieran pegado un tiro. Yo me escondo en la punta, y cuando él reviente la puerta, salto y le doy un cuchillazo.

—¿Estás loca? ¡Tiene una pistola!

—Está hasta el culo de droga. Hazme caso, túmbate.

Jackie se encogió en el suelo, impotente y llorosa.

Abbey se metió en la punta de la cabina y cerró la puerta, dejando un resquicio minúsculo por el que veía la escalera. Se puso en tensión, preparada para saltar.

Oyó los golpes de las botas de Worth por la cubierta.

—¡Papi ya está en casa!

Espió por el resquicio, apretando el cuchillo.

Se oyó el ruido de unos pasos que cruzaron lentamente la cubierta hasta entrar en la cabina. El joven sacudió el tirador de la puerta.

—¡Te vas a enterar de lo que quiere decir «más adentro», puta negra de mierda! Tú y tu amiga tortillera. ¡Me voy a llevar vuestro tesoro, y os voy a dar una lección que nunca olvidaréis!

¿Tesoro? El muy estúpido se lo había creído. Lo entrecortado de su respiración y el temblor de su voz asustaron todavía más a Abbey que los disparos.

—Pero si… no tenemos ningún tesoro —dijo Jackie, hecha un ovillo, con voz sofocada por el miedo.

Una risa ronca.

—¿Qué te crees, so zorra, que soy tonto? A mí no me vas a engañar. He venido a por el puto tesoro… y a enseñaros lo que es el respeto.

—Te juro que no tenemos…

La interrumpió una patada en la puerta, tan endeble que casi se partió en dos. Jackie chilló.

—¡No, no!

Abbey se puso tensa.

A la siguiente patada, la puerta se rompió y se quedó colgando del marco en dos mitades. Worth apareció al final de la escalera, asomando la cabeza, con una pistola enorme en la mano.

—¡Wendy, estoy en casa!

Dio una patada a los trozos de puerta y apoyó una bota grande en el primer escalón: un paso, y otro, y otro, hasta el principio de la escalerilla. Jackie seguía acurrucada en el suelo, sollozando. Worth la apuntó con la pistola, que sujetaba de lado.

—¿Dónde está el tesoro?

—Por favor, te lo juro… No hay ningún tesoro… —Jackie sollozó y se tapó la cabeza, encogida.

—No hay tesoro… Por favor… Solo un cráter…

—¡Y una mierda! —berreó él, sacudiendo la pistola.

—¡No me tomes el pelo, coño!

Un paso más…

Worth lo dio.

Abbey salió y descargó el cuchillo con todas sus fuerzas en la espalda de Worth, pero él la oyó y la apartó con su brazo libre. El cuchillo salió disparado. Después Worth disparó a ciegas contra Abbey, haciendo otro agujero en el casco muy por debajo de la línea de flotación.

Entró un chorro de agua.

Abbey se arrojó contra Worth, pero él le dio un puñetazo en la barriga que la hizo caer doblada de rodillas en el suelo, sofocada, sin apenas poder respirar, bajo una cascada de agua helada.

—¿Dónde está el tesoro, zorra?

La agarró por el pelo, le echó la cabeza hacia atrás y le clavó el cañón en una oreja.

Abbey logró absorber algo de aire. Él le giró la cabeza y le metió la pistola en la boca.

—¡Oye, Jackie, o me dices dónde está el tesoro, o aprieto el gatillo!

—Lo del tesoro era mentira —dijo Jackie, sin respiración. —Créetelo, por favor. Solo era una excusa…

Worth amartilló la pistola.

—¡Ni una mentira más, puta, o la mato! ¿Bueno, qué, dónde coño está? ¡Ve ahora mismo a buscarlo!

Abbey intentó decir algo, pero no podía. El agua entraba muy rápidamente.

—¡Ultimo aviso!

—¡Vale, vale, ya te lo digo! —chilló Jackie. —¡Para y te lo digo!

—¿Dónde? —berreó Worth, rota la voz en los agudos.

—En la cabina de popa, debajo de la escotilla trasera: pegada con cinta adhesiva debajo de la cubierta, por encima de la caja del timón.

—¡Deprisa, ve a buscarlo, que se está hundiendo el barco!

Jackie se puso en pie. Estaba empapada. El agua ya alcanzaba los quince centímetros de profundidad.

—¡Tú, Abbey, ve con ella!

Le sacó la pistola de la boca, partiéndole un diente. Después la levantó de un tirón, la arrojó escaleras arriba y la hizo cruzar a empujones la cabina del timón, hacia la popa.

—¡Abre! —le gritó a Jackie sin soltar a Abbey, a quien tenía encañonada en la cabeza.

Jackie intentó abrir la escotilla, levantando y retorciendo la palanca.

—¡Rápido o la mato!

Jackie apretó y apretó, con todas sus fuerzas.

—¡No puedo! ¡Está atascada! ¡Tiene que ayudarme alguien!

Worth tiró a Abbey a la cubierta.

—¡Ve a ayudarla!

Tenía el rostro desencajado y rojísimo, los tendones del cuello muy marcados, el pelo aceitoso pegado a la cabeza y unos dientes podridos que exhalaban un aliento fétido.

Abbey cruzó la cubierta dando tumbos y cogió un lado de la palanca, mientras Jackie sujetaba el otro. Se miraron. Simularon intentar abrirla, pero no cedía.

—¡Más fuerte!

Siguieron bregando con la palanca.

—Poneos en el otro lado del barco —dijo Worth.

—Aquí, las dos.

Se lo indicó con la pistola.

Abbey y Jackie fueron al otro lado del barco y se quedaron muy juntas. Abbey dio un codazo a Jackie y le indicó con la mirada el martillo que aún llevaba encima. Jackie se lo puso en la mano.

Lentamente, sin quitarles la vista de encima, Worth dejó la pistola, cogió las dos asas y las hizo girar. La escotilla se abrió sin resistencia.

—Debiluchas de mierda —dijo al deslizarla a un lado.

Vaciló al clavar una mirada ávida en la oscuridad de la abertura. Incapaz de resistirse, metió la cabeza para echar un vistazo por debajo de la cubierta.

Justo cuando la sacaba, Abbey dio un salto y le asestó un martillazo con ambas manos. El martillo hizo un ruido repugnante al estamparse contra la coronilla de Worth, como el choque de un murciélago con un tronco seco. Este cayó de bruces. Por la fractura hundida empezó a brotar sangre, que se esparció por la cubierta, mezclándose con el agua de la lluvia. El meñique del chico tembló grotescamente, hasta quedarse quieto. Jackie se lanzó hacia la mochila, sacó el spray de autodefensa y roció con él el bulto inerte de Worth.

Tras un largo silencio, habló con tono de estupefacción:

—Dios mío, está muerto…

Abbey se quedó mirándolo. Parecía irreal, como una película. No podía moverse, ni tampoco respirar.

—¿Abbey? —dijo Jackie.

—Nos estamos hundiendo.

El barco de su padre se estaba hundiendo. Soltó el martillo y corrió hacia el panel del motor. Las dos bombas de sentina funcionaban a tope, pero justo cuando Abbey evaluaba los daños se oyó bullir el agua al llegar a la altura de las cajas de las baterías, y se produjo un cortocircuito. Los sistemas eléctricos se apagaron de golpe, y el zumbido de ambas bombas dejó paso al silencio.

Jackie entró en acción. Se arrojó hacia la cabina y empezó a examinar los agujeros, chapoteando con los pies. Después cogió una manta y un cabo suelto y los lanzó hacia la cubierta.

—¡Abbey, ayúdame! —Echó el cabo. —¡Córtalo en cuatro y ata los trozos a las esquinas de la manta!

Mientras su amiga obedecía, Jackie se quitó los zapatos, aguantó la respiración y se zambulló. Volvió a salir.

—¡Pásame una punta de la manta! ¡La ataremos alrededor del barco para tapar los agujeros!

Abbey echó la manta por la borda. Jackie cogió una punta, buceó para cubrir los agujeros con la tela y salió por el lado opuesto, con las cuerdas en la mano. Sacó la cabeza, jadeando.

—¡Coge estos!

Abbey ató los cabos a la borda y ayudó a Jackie a trepar a cubierta. El
Marea
empezaba a escorarse.

—¿Funcionará? —preguntó.

—Quizá nos dé un poco de tiempo. Usaremos el barco de Worth como remolcador, y vararemos el nuestro en la isla más cercana —respondió Jackie. —Sígueme.

Saltó del
Marea
al
Old Salt,
que seguía amarrado al primero, con el motor en punto muerto. Se colocó al timón, seguida por Abbey, y puso la velocidad al máximo. Con un rugido del motor, el barco avanzó dificultosamente, arrastrando a su lado el
Marea
mientras Jackie hacía los ajustes de timón necesarios para compensar el peso muerto.

—¿Adonde vamos? —preguntó Abbey a grito pelado.

—A Franklin. Tendremos que llevar los dos barcos hasta la playa. Es la única manera. Abbey, echa un vistazo a los escálamos, a ver si aguantan.

Mientras Abbey hacía la comprobación, Jackie bajó la VHF y empezó a emitir una señal de auxilio.

—Aquí el
Marea, Marea, Marea,
posición 43° 50° norte 69' 23' oeste. Mi barco se está hundiendo, y llevamos a un pasajero herido de gravedad. Nos está remolcando otro barco. Solicito ayuda inmediata. Corto y cambio.

Cortó la transmisión y se mantuvo a la espera. La respuesta llegó al cabo de un minuto.

—Marea,
aquí el puesto de guardacostas de Tenants Harbor. El barco más próximo a su posición es el langostero
Misty Sue,
al sur de Friendship Long Island. Se dirige en su ayuda a diez nudos. El
Misty Sue
se comunicará con usted por el canal seis. Corto.

—¿No hay nadie más cerca? —gritó Jackie. —¡Nos estamos hundiendo!

—Hay pocos barcos en el mar,
Marea.
Les enviamos el
Admiral Fitch,
de la guardia costera, que ha salido de Tenants Harbor con equipo médico. Corto.

—Tendré que intentar vararlo en Franklin —informó Jackie.

—Marea,
¿de qué herida se trata?

—Creo que está muerto. Un martillazo en la cabeza.

Silencio.

—Repita, por favor.

—He dicho que está muerto. Randall Worth. Ha disparado contra nuestro barco y ha subido a bordo. Intento de robo. Hemos tenido que matarlo.

Una pausa.

—¿Hay algún otro herido?

—No, tanto como eso no.

—Pues entonces se ha producido un delito, y como tal hay que tratar el lugar de los hechos. Se le informa de que…

La voz siguió hablando, monótona. A duras penas alcanzaban los tres nudos, y cuanta más agua entraba en el
Marea,
más se reducía su velocidad. Abbey hizo una comprobación: la manta había aminorado el flujo de agua, pero sin cortarlo del todo. Franklin estaba a siete kilómetros: a aquella velocidad, más de una hora de viaje.

—¡Mierda! —exclamó Jackie en voz alta al cortar a los guardacostas y sintonizar el canal seis.

—Aquí el
Marea,
llamando al
Misty Sue,
¿cuál es su posición?

—Estamos saliendo del paso de Allen Island. ¿Qué ocurre?

—Estoy remolcando un barco que se hunde. Necesito más potencia de arrastre. Intento vararlo en Franklin.

—Calculo que llegaré en… cuarenta minutos.

El barco de Worth trataba de avanzar, arrastrando a su lado al
Marea,
que se hundía. Este último se había escorado mucho, y su peso muerto reducía la potencia de la embarcación en la que iban ellas dos.

—Tendremos que soltarlo —dijo Jackie—. Cuando se hunda nos hará volcar, y nos arrastrará.

—¡No! —gritó Abbey.

—Por favor. Lo desatamos del lado, lo atamos a popa y lo arrastramos por detrás. Así iremos más deprisa.

—Vamos a intentarlo.

Abbey desató el
Marea y,
después de adelantarlo, ató un cabo entre el palo del ancla y una de las cornamusas de popa del barco de Worth.

—La cornamusa no aguantará —advirtió Jackie.

—Mejor que la otra.

Aceleró despacio, para que la tensión aumentase gradualmente. El
Marea
ya se había escorado tanto hacia babor que empezaba a entrar agua por uno de los imbornales de popa. El barco de Worth iba a tope, avanzando con gran estrépito, y el cabo estaba tenso como una cuerda de violín; aun así, apenas se movían.

—¡Abbey, por Dios, se está hundiendo! ¡Nos va a arrastrar!

—¡No, por favor, es el único barco de mi padre! ¡Tú sigue!

Jackie aumentó al máximo la velocidad. El esfuerzo arrancó un grito al motor. Se oyó una especie de detonación, y la cornamusa se llevó un trozo de popa al partirse. Ya sin resistencia, el barco de Worth dio un salto hacia delante. Jackie giró bruscamente a babor e hizo que el barco regresase hacia el
Marea,
pero era demasiado tarde: suspirando, el langostero expulsó aire al quedar de costado y después se hundió bajo las olas, dejando solo una mancha de gasolina.

—Dios mío —se lamentó Jackie. —Worth aún estaba a bordo.

Abbey miraba fijamente, horrorizada, sin acabar de asimilar la gravedad de lo ocurrido.

—El barco de mi padre… Se ha hundido como si nada.

36

La boya de la boca del puerto de Round Pond se dibujó en la llovizna, mecida por un oleaje cada vez más fuerte. Abbey, al timón del barco de Worth, entró en el puerto siguiendo al
Admiral Fitch,
el barco de los guardacostas, que les había dado alcance aproximadamente a dos kilómetros de la costa, cuando de poco servía ya. En esos momentos la guardia costera se daba el gusto de «escoltarlas» de regreso. Se había levantado casi toda la niebla, dejando el mundo en un crepúsculo húmedo y deprimente. Cuando aparecieron los embarcaderos, Abbey vio parpadear un sinfín de luces en el aparcamiento de encima del muelle.

—Parece que hay un comité de bienvenida.

Al entrar en el puerto, redujo la velocidad y miró a Jackie. Tenía un aspecto lamentable, con el pelo mojado, lacio y sucio, unas ojeras muy oscuras y barro en las manos, la cara y la ropa.

—¿Qué les decimos? —preguntó Jackie.

—Todo menos lo del meteorito. Estábamos buscando el tesoro de Dixie Bull. Lo que creen, vaya.

—Hummm… ¿Y por qué no lo del meteorito?

—Quizá aún podamos sacar dinero de todo esto.

—¿Cómo?

—No lo sé. Dame un poco de tiempo para pensarlo.

Un largo silencio.

—Quizá puedan reflotar el barco de mi padre —dijo Abbey—, y ponerlo otra vez en funcionamiento.

—Claro que lo reflotarán —la tranquilizó Jackie. —Es el lugar de los hechos, y hay un cadáver a bordo. Pero ya no tiene arreglo, Abbey. Se ha hundido treinta metros. Lo siento.

Al mirar a su amiga de reojo, Abbey vio que lloraba.

—Vamos, Jackie… Vamos… Tú has hecho todo lo que has podido para salvarlo. —Le pasó un brazo por detrás de los hombros. —Pero ¡cuánto lamento haberte arrastrado a este disparate! Es como todas las otras locuras en las que te he metido. No sé por qué sigues siendo mi amiga.

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