La búsqueda del dragón (51 page)

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Authors: Anne McCaffrey

No supo cuánto tiempo permaneció allí, pasando revista mentalmente a la Impresión, a la liberación de Brekke, a la hazaña de Jaxom, a la cena, a todo lo que había sucedido en el curso de aquel memorable día.

Había mucho que hacer, desde luego, pero F'nor se sentía incapaz de alejarse de Canth.

Lo que se había grabado con más fuerza en su memoria era la impresión de Andemon cuando el hombre se dio cuenta de que F'lar había propuesto el final de los dragoneros. Sin embargo... la idea de F'lar no era esa. F'nor estaba absolutamente convencido de ello.

Aquellas lombrices... sí, devoraban a las Hebras antes de que pudieran amadrigarse y proliferar. Pero eran repugnantes a la vista y no inspiraban respeto ni gratitud. No eran obvias ni impresionantes como los dragones. La gente no vería lombrices devorando Hebras. No tendría la satisfacción de contemplar a los dragones eructando llamas, quemando, achicharrando a las Hebras en el aire, antes de que el temible enemigo alcanzara al tierra. Seguramente que F'lar se daba cuenta de esto, sabía que los hombres necesitaban una prueba visible de la derrota de las Hebras. ¿Se convertirían los dragoneros en meros símbolos? ¡No! Eso les haría más parásitos que las Hebras. Sería un recurso repulsivo, insoportable para un hombre tan íntegro como F'lar. Pero, ¿cuál era su plan?

Las lombrices podrían ser la respuesta definitiva, pero no —de un modo especial después de millares de Revoluciones de condicionamiento— una respuesta aceptable para los perneses de toda condición, ni para los dragoneros

XVI

Atardecer en el Weyr de Benden

Anochecer en el Weyr de Fort

Durante los días siguientes, F'nor estuvo demasiado ocupado para preocuparse. Brekke estaba recobrando sus fuerzas e insistió en que, él debía reintegrarse a sus actividades. Al mismo tiempo logró que Manora le permitiera bajar a las Cavernas Inferiores y ser de alguna utilidad. Manora la puso a atar cabos en la barra de un tapiz ya terminado, lo cual permitía a Brekke vivir en medio de las hormigueantes actividades de la Caverna. Los lagartos de fuego la acompañaban de un modo casi continuo. Grall era presa de deseos contradictorios cuando F'nor se marchaba a realizar alguna tarea, y el caballero pardo tenía que ordenarle que se quedara con Brekke.

F'lar había supuesto correctamente que Asgenar y Bendarek aceptarían cualquier solución susceptible de conservar los bosques. Pero la incredulidad y la resistencia inicial con las que tropezó le demostraron lo ingente de la tarea que había emprendido. El Señor del Fuerte y el Maestro Artesano habían adoptado una actitud de franco escepticismo hasta que se presentó N'ton con un punado de Hebras vivas –podía oírselas sisear en el recipiente— y las dejó caer en una gran maceta llena de verdeante vegetación. Al cabo de unos instantes, la maraña de Hebras que habían visto caer sobre los renuevos de fellis habían sido devoradas por las lombrices. Deslumbrados, aceptaron incluso la afirmación de F'lar de que las hojas perforadas y humeantes sanarían en muy pocos días.

Había muchas cosas acerca de las lombrices que los dragoneros desconocían, tal como F'lar se encargó de explicar. Cuanto tiempo tardarían en proliferar de modo que una zona determinada pudiera ser considerada «a prueba de Hebras»; la longitud del ciclo vital de las lombrices; qué densidad de lombrices sería necesaria para asegurar la cadena de protección.

Pero habían decidido dónde empezar en el Fuerte Lemos: entre los valiosos árboles de madera dura tan solicitados para la fabricación de muebles, tan vulnerables a las incursiones de las Hebras.

Dado que los anteriores residentes del Weyr Meridional no habían recibido ningún adiestramiento para la agricultura, no habían prestado la menor atención al significado de las bolsas de larvas en los bosques meridionales. Ahora era otoño en el hemisferio sur pero F'nor, N'ton y otro jinete se habían puesto de acuerdo para viajar por el inter a la primavera anterior. La ayuda de Brekke resultó muy útil también, ya que conocía tantos aspectos de la vida y el gobierno del Weyr Meridional que pudo decirles dónde no colisionarían con otros en el pasado. Aunque criada en un Artesanado agrícola, Brekke había actuado como enfermera durante su estancia en el Sur, permaneciendo deliberadamente al margen de las tareas agrícolas del Weyr para cortar toda conexión con su vida pasada.

Aunque F'lar no apremió al Maestro Agricultor Andemon, siguió adelante con sus planes como si contara con la colaboración del Artesanado agrícola. En varias ocasiones, Andemon pidió lombrices y Hebras que le fueron enviadas inmediatamente, sin que por su parte informara de ningún progreso.

El Maestro Herrero Fandarel y Terry habían sido puestos al corriente del proyecto, y se preparó una demostración especial para ellos. Una vez dominada la repugnancia inicial ante las lombrices y el horror de encontrarse tan cerca de Hebras vivas, Terry se había mostrado tan entusiasmado como el que más. La exhibición de las lombrices sólo arrancó un profundo gruñido del Maestro Herrero, que limitó sus comentarios a una crítica sarcástica de la cacerola de mango largo en la cual eran capturadas las Hebras.

—Ineficaz. Ineficaz. Sólo puede abrirse una vez para atrapar a los bichos —y había cogido la cacerola, encaminándose hacia el dragón—mensajero que le estaba esperando.

Terry se había apresurado a asegurar que el Maestro Herrero estaba indudablemente impresionado, y que colaboraría en todo lo que estuviera a su alcance. Sus palabras fueron interrumpidas por un aullido de impaciencia de Fandarel, y Terry fue a reunirse con él, tras inclinarse profundamente ante los desconcertados dragoneros.

—Creí que Fandarel encontraría eficaces a las lombrices, al menos —observó F'lar.

—Tal vez se quedó mudo de asombro —sugirió F'nor.

—No —y Lessa hizo una mueca—. ¡Le enfureció la ineficacia!

Lo cual provocó la risa de sus compañeros. Aquella misma noche llegó un mensajero del Taller de Fandarel, con la cacerola que el Herrero se había llevado y otro aparato realmente notable. Tenía forma de bulbo y un mango muy largo desde cuyo extremo podía abrirse la tapadera, accionando un dispositivo que discurría por el interior del mango cilíndrico. Lo realmente ingenioso, aparte de la tapadera, era la forma del recipiente, que impedía que las Hebras pudieran escapar una vez atrapadas en su interior, aunque la tapadera volviera a abrirse.

El mensajero confió también a F'lar que el Maestro Herrero estaba teniendo dificultades con su aparato de escribir a distancia. Todo el alambre tenía que ser cubierto con un tubo protector para que las Hebras no pudieran cortar el superfino metal. El Herrero había hecho pruebas con diversos materiales, pero no disponía de tiempo para completarlas, ya que sus talleres estaban agobiados con la reparación de lanzallamas encasquillados o quemados. Las Caídas de Hebras eran ahora muy frecuentes, y los equipos de tierra se dejaban ganar por el pánico cuando el material les fallaba a media Caída, de modo que resultaba imposible no atender todas las urgentes peticiones de reparación. Los Señores de los Fuertes, a los cuales se les habían prometido los aparatos de escribir a distancia como medio de comunicación entre los aislados Fuertes, empezaban a reclamar soluciones. Y la definitiva —para ellos— solución: la propuesta expedición a la Estrella Roja.

F'lar había empezado a convocar diariamente un consejo de sus Lugartenientes y consejeros íntimos a fin de que no se descuidara ningún aspecto del plan general. Ellos decidieron también qué Señores y Maestros Artesanos podían aceptar el conocimiento radical, pero se habían movido cautelosamente.

Asgenar les dijo que Larad del Fuerte Telgar era de ideas mucho más conservadoras de lo que suponían, y que la limitada demostración en las Habitaciones no sería un argumento tan persuasivo como un campo protegido bajo un ataque en masa de las Hebras. Por desgracia, la joven esposa de Asgenar, Famira, en una visita a su hogar, aludió inadvertidamente al proyecto. Menos mal que tuvo la presencia de ánimo de su lagarto de fuego a su Señor, el cual llevó a sus parientes consanguíneos al Weyr de Benden para una explicación y demostración «a fondo». Larad no quedó convencido y se enfureció por lo que calificó de «cruel engaño y alevoso abuso de confianza» de los dragoneros. Cuando, más tarde, Asgenar insistió en que Larad visitara el sector de bosque que estaba siendo protegido y viera como se dejaban caer Hebras vivas sobre un arbolito recién plantado, arrancándolo a continuación para demostrar que la protección era eficaz, la rabia del Señor del Fuerte de Telgar empezó a remitir.

Los amplios valles de Telgar habían sido muy afectados por las casi continuas Caídas de Hebras. Los equipos de tierra de Telgar estaban desalentados por la perspectiva de una incesante vigilancia.

—Lo que no tenemos es tiempo —había exclamado Larad de Telgar al ser informado de que la protección a base de lombrices era un proyecto a largo plazo—. Perdemos campos de cereales y de raíces todos los días. Los hombres están cansados ya de luchar interminablemente contra las Hebras, no les quedan energías para nada. En el mejor de los casos tenemos solamente la perspectiva de un invierno difícil, y temo lo peor si me guío por lo ocurrido en estos últimos meses.

—Sí, resulta muy duro ver la ayuda tan próxima... y tan lejana como el ciclo vital de un insecto tan pequeño como un dedo meñique —dijo Robinton, una parte integrante de aquella confrontación. Estaba acariciando al pequeño lagarto de fuego que había Impresionado hacía muy pocos días.

—¿Qué pasa con ese aparato de mirar a distancia? —inquirió Larad con los labios apretados y el rostro contraído por la preocupación—. ¿Se ha hecho algo con respecto a la expedición a la Estrella Roja?

—Sí —respondió F'lar, manteniéndose con firmeza en una actitud paciente y razonable—. Se han aprovechado todas las noches claras para efectuar observaciones. Wansor ha adiestrado a un escuadrón de observadores y ha pedido prestados al Maestro Tejedor Zurg sus mejores dibujantes, los cuales han realizado innumerables bocetos de las masas del planeta. Ahora conocemos sus caras...

—¿Y...? —apremió Larad.

—No podemos ver ninguna característica suficientemente clara como para orientar a los dragones.

El Señor de Telgar suspiró con resignación.

—Creemos—y F'lar advirtió con la mirada a N'ton, ya que el joven caballero bronce tomaba tanta parte como Wansor en las investigaciones— que esas Caídas frecuentes cesarán dentro de unos meses.

—¿Cesarán? ¿Cómo puedes saberlo? —La esperanza entró en conflicto con la suspicacia en el rostro del Señor de Telgar.

—Wansor opina que los otros planetas de nuestro cielo han estado afectando al movimiento de la Estrella Roja; haciéndolo más lento, al ejercer una tracción desde varias direcciones. Tenemos vecinos muy próximos, ¿sabes? Uno de ellos se encuentra ahora ligeramente por debajo de la parte central de nuestro planeta, y dos por encima y más allá de la Estrella Roja, lo cual es una rara conjunción. Wansor cree que, cuando los planetas se alejen, se restablecerá la antigua rutina de la Caída de las Hebras.

—¿Dentro de unos meses? Eso no nos hará ningún bien. ¿Y puedes estar seguro?

—No, no podemos estar seguros... y por eso no hemos anunciado la teoría de Wansor. Pero lo sabremos a ciencia cierta dentro de unas semanas —F'lar alzó una mano para interrumpir las protestas de Larad—. Seguramente habrás observado que las estrellas más brillantes, que son nuestros planetas hermanos, se mueven de oeste a este durante el año. Mira esta noche y verás la azul ligeramente encima de la verde, y muy brillante. Y la Estrella Roja debajo de ellas. Bien, ¿recuerdas el diagrama de la Sala del Consejo del Weyr de Fort? Nosotros estamos convencidos de que es el diagrama de los cielos alrededor de nuestro sol. Has visto a los muchachos jugar a hacer girar una bola atada al extremo de un cordel. Tú mismo habrás jugado a eso más de una vez. Sustituye los planetas por las bolas, el sol por el jugador, y tendrás la idea general. Algunas bolas giran más rápidamente que otras, debido a factores tales como la fuerza impulsora y la longitud y tensión del cordel. Básicamente el principio de las estrellas alrededor del sol es el mismo.

Robinton había estado dibujando algo en una hoja, y le entregó el diagrama a Larad.

—Tengo que ver esto en el cielo por mí mismo —dijo el Señor de Telgar, sin ceder un palmo de terreno.

—Es todo un espectáculo, te lo aseguro —dijo Asgenar—. A mí me fascina, y si —sonrió, con su delgado rostro súbitamente todo grietas y dientes— Wansor llega a construir algún día duplicados de ese aparato de mirar a distancia quiero instalar uno en las alturas de Lemos. Desde allí pueden verse perfectamente los cielos septentrionales. ¡Me gustaría contemplar a través de un aparato de mirar a distancia esas lluvias de estrella que tenemos cada verano!

—¡Bah! —exclamó Larad desdeñosamente.

—Es fascinante, de veras —insistió Asgenar, con los ojos brillantes de entusiasmo. Luego añadió, en un tono distinto—: No soy el único enamorado de ese espectáculo. Cada vez que voy a Fort, tengo que discutirle a Meron de Nebol la oportunidad de utilizar el aparato.

—¿Nabol?

Asgenar se mostró ligeramente sorprendido ante el impacto de su casual observación.

—Sí, Nabol está siempre allí. Al parecer, tiene más interés que cualquier dragonero en encontrar coordenadas.

Nadie encontró graciosa la suposición.

F'lar miró a N'ton con aire interrogador.

—Sí, es cierto, siempre está allí. Si no fuera Señor de un Fuerte...—y N'ton se encogió de hombros.

—¿Por qué? ¿Dice él por qué?

N'ton volvió a encogerse de hombros.

—Dice que busca coordenadas. Pero eso es lo que hacemos nosotros. Y no hay ninguna característica suficientemente clara. Sólo masas disformes grisáceas y verdigrises oscuras. No cambian, y aunque su estabilidad es obvia, ¿son tierra? ¿O mar? —N'ton empezó a captar la acusadora tensión en la estancia y parpadeó nerviosamente—. Además, la cara queda oscurecida con demasiada frecuencia por esas espesas nubes. Es desalentador.

—¿Se desalienta Meron? —preguntó F'lar en tono incisivo.

—No estoy seguro de que me guste tu actitud, Benden —dijo Larad frunciendo el ceño—. No pareces muy interesado en descubrir alguna coordenada.

F'lar miró a Larad directamente a los ojos.

—Creí que habíamos explicado el problema con el que nos enfrentamos. Tenemos que saber adónde vamos antes de poder enviar a los dragones allí. —Señaló el lagarto verde posado en el hombro de Larad—. Has estado intentando adiestrar a tu lagarto de fuego, de modo que puedes apreciar la dificultad. —Larad tensó su cuerpo, a la defensiva, y su lagarto siseó, amenazador. Pero F'lar continuó—: El hecho de que en los Archivos no exista ninguna referencia a una tentativa para ir allí revela claramente que los antiguos, que construyeron el aparato para mirar a distancia y que sabían lo suficiente como para trazar el mapa de nuestro cielo con nuestros planetas vecinos, no fueron. Debían tener un motivo, un motivo válido. ¿Qué tendría que hacer yo, Larad? —inquirió F'lar, moviéndose de un lado para otro en su agitación—. ¿Pedir voluntarios? Tú, y tú, y tú —dijo F'lar, apuntando con un dedo a una imaginaria formación de jinetes—, en marcha, saltad por el inter hasta la Estrella Roja. ¿Coordenadas? Lo siento, no tengo ninguna. Decidles a vuestros dragones que echen una buena mirada a medio camino de allí. Si no regresáis, maldeciremos a la Estrella Roja por vuestras muertes. Pero moriréis sabiendo que habéis resuelto nuestro problema: los hombres no pueden ir a la Estrella Roja.

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