La caverna (4 page)

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Authors: José Saramago

Tags: #Ciencia Ficción

3

Marcial Gacho telefoneó al final de la tarde, tras acabar su turno de trabajo. Respondió a la mujer con breves y mal ligadas palabras, sin dar muestras de lástima, inquietud o enfado por la descortesía comercial de que el suegro fuera víctima. Habló con una voz ausente, una voz que parecía estar pensando en otra cosa, dijo sí, ah sí, comprendo, de acuerdo, supongo que es normal, iré así que pueda, a veces no, sin duda, pues sí, comprendo, no necesitas repetirlo, y remató la conversación con una frase finalmente completa, aunque sin relación con el asunto, Quédate tranquila, no me olvidaré de las compras. Marta comprendió que el marido había estado hablando delante de testigos, colegas de trabajo, tal vez un superior que inspeccionaba el pabellón, y disimulaba para evitar curiosidades incómodas, o incluso peligrosas. La organización del Centro fue concebida y montada según un modelo de estricta compartimentación de las diversas actividades y funciones, las cuales, aunque no fuesen ni pudiesen ser totalmente estancas, sólo por vías únicas, frecuentemente difíciles de discriminar e identificar, podían comunicarse entre sí. Está claro que un simple guarda de segunda clase, tanto por la naturaleza específica de su cargo como por su diminuto valor en la plantilla del personal subalterno, una cosa derivada de la otra como inapelable consecuencia, no está pertrechado, generalmente hablando, de discernimiento y perceptibilidad suficientes para captar sutilezas y matices de ese carácter, en realidad casi volátiles, pero Marcial Gacho, a pesar de no ser el más avispado de su categoría, cuenta en su favor con un cierto fermento de ambición que, teniendo como meta conocida el ascenso a guarda residente y, en un segundo tiempo, naturalmente, la promoción a guarda de primera clase, no sabemos adonde podrá llegar en un futuro próximo, y menos aún, en un futuro distante, si lo tuviera. Por haber andado con los ojos bien abiertos y tener los oídos afinados desde el día en que comenzó a trabajar en el Centro, pudo aprender, en poco tiempo, cuándo y cómo era más conveniente hablar, o callar, o hacer como que. Tras dos años de matrimonio Marta cree conocer bien al marido que le tocó en el juego de poner y quitar a que casi siempre se reduce la vida conyugal, le dedica todo su afecto de esposa, incluso no se mostraría reluctante, suponiendo que el interés del relato exigiera profundizar en su intimidad, a hacer uso de una extrema vehemencia al respondernos que lo ama, pero no es persona para engañarse a sí misma, así que es más que probable, si llevásemos tan lejos la insistencia, que acabara confesando que a veces él le parece demasiado prudente, por no decir calculador, suponiendo que a área tan negativa de la personalidad osáramos dirigir la indagación. Tenía la certeza de que el marido se retiró contrariado de la conversación, de que le estaría ya inquietando la perspectiva de un encuentro con el jefe del departamento de compras, y no por timidez o modestia de inferior, verdaderamente Marcial Gacho siempre ha tenido a gala proclamar que le disgusta llamar la atención cuando no se trata de asuntos de trabajo, sobre todo, añadirá quien piense conocerlo, si se da la circunstancia de que esos asuntos no le aportan beneficio. Finalmente, la tal buena idea que Marta creyó tener sólo pareció buena porque, en aquel momento, como dijo el padre, era la única posible. Cipriano Algor estaba en la cocina, no pudo oír los fragmentos del discurso, sueltos e inconexos, emitidos por el yerno, pero fue como si los hubiese leído todos, y rellenado los vacíos, en el rostro abatido de la hija, cuando, un largo minuto después, ella salió del cuarto. Y como no merece la pena cansar la lengua por tan poco, ni siquiera perdió tiempo preguntándole Entonces, fue ella quien le comunicó lo obvio, Hablará con el jefe del departamento, que tampoco para decir esto necesitaba Marta cansarse, dos miradas bastarían. La vida es así, está llena de palabras que no valen la pena, o que valieron y ya no valen, cada una de las que vamos diciendo le quitará el lugar a otra más merecedora, que lo sería no tanto por sí misma, sino por las consecuencias de haberla dicho. La cena transcurrió en silencio, silenciosas fueron las dos horas pasadas después ante la televisión indiferente, en un determinado momento, como viene sucediendo con frecuencia en los últimos meses, Cipriano Algor se durmió. Tenía el entrecejo fruncido con una expresión de enfado, como si, al mismo tiempo que dormía, estuviese recriminándose por haber cedido tan fácilmente al sueño, cuando lo justo y equitativo sería que la irritación y el disgusto lo mantuvieran despierto de noche y de día, el disgusto para que sufriese plenamente la injuria, la irritación para hacerle soportable el sufrimiento. Expuesto así, desarmado, con la cabeza caída hacia atrás, la boca medio abierta, perdido de sí mismo, presentaba la imagen lacerante de un abandono sin salvación, como un saco roto que dejara escapar por el camino lo que llevaba dentro. Marta miraba al padre con fervor, con una intensidad apasionada, y pensaba, Este es mi viejo padre, son exageraciones disculpables de quien todavía está en los primeros albores de la edad adulta, a un hombre de sesenta y cuatro años, aunque de ánimo un poco marchito como en éste se está observando, no se debería, con tan inconsciente liviandad, llamarle viejo, habría sido ésa la costumbre en las épocas en que los dientes comenzaban a caerse a los treinta años y las primeras arrugas aparecían a los veinticinco, actualmente la vejez, la auténtica, la insofismable, aquélla de la que no podrá haber retorno, ni siquiera fingimiento, sólo comienza a partir de los ochenta años, de hecho y sin disculpas, a merecer el nombre que damos al tiempo de la despedida. Qué será de nosotros si el Centro deja de comprar, para quién fabricaremos lozas y barros si son los gustos del Centro los que determinan los gustos de la gente, se preguntaba Marta, no fue el jefe de departamento quien decidió reducir los pedidos a la mitad, la orden le llegó de arriba, de los superiores, de alguien para quien es indiferente que haya un alfarero más o menos en el mundo, lo que ha sucedido puede haber sido apenas el primer paso, el segundo será que dejen definitivamente de comprar, tendremos que estar preparados para ese desastre, sí, preparados, pero ya me gustaría saber cómo se prepara una persona para encajar un martillazo en la cabeza, y cuando asciendan a Marcial a guarda residente, qué haré con padre, dejarlo solo en esta casa y sin trabajo, imposible, imposible, hija desnaturalizada, dirían de mí los vecinos, peor que eso, diría yo de mí misma, las cosas serían diferentes si madre viviera, porque, en contra de lo que se suele decir, dos debilidades no hacen una debilidad mayor, hacen una nueva fuerza, probablemente no es así ni nunca lo ha sido, pero hay ocasiones en que convendría que lo fuese, no, padre, no, Cipriano Algor, cuando yo salga de aquí vendrás conmigo, aunque te tenga que llevar a la fuerza, no dudo de que un hombre sea capaz de vivir solo, pero estoy convencida de que comienza a morir en el mismo instante en que cierra tras de sí la puerta de su casa. Como si lo hubiesen sacudido bruscamente por un brazo, o como si hubiese percibido que hablaban de su persona, Cipriano Algor abrió de repente los ojos y se enderezó en el sillón. Se pasó las manos por la cara y, con la expresión medio confusa de un niño sorprendido en falta, murmuró, Me he quedado dormido. Decía siempre estas mismas palabras, Me he quedado dormido, cuando se despertaba de sus breves sueños delante del televisor. Pero esta noche no era como las otras, por eso tuvo que añadir, Hubiera sido mucho mejor que no me despertara, murmuró, al menos, mientras dormía, era un alfarero con trabajo, Con la diferencia de que el trabajo que se hace soñando no deja obra hecha, dijo Marta, Exactamente como en la vida despierta, trabajas, trabajas y trabajas, y un día despiertas de ese sueño o de esa pesadilla y te dicen que lo que has hecho no sirve para nada, Sí sirve, sí, padre, Es como si no hubiese servido, Hoy hemos tenido mal día, mañana pensaremos con más calma, veremos cómo encontrar salida para este problema que nos han buscado, Pues sí, veremos, pues sí, pensaremos. Marta se acercó al padre, le dio un beso cariñoso, Váyase a la cama, venga, y duerma bien, descánseme esa cabeza. A la entrada del dormitorio Cipriano Algor se detuvo, se volvió atrás, pareció dudar un momento y acabó diciendo, como si pretendiera convencerse a sí mismo, Tal vez Marcial llame mañana, tal vez nos dé una buena noticia, Quién sabe, padre, quién sabe, respondió Marta, él me dijo que se tomaría la cuestión muy a pecho, ésa era su disposición.

Marcial no telefoneó al día siguiente. Pasó todo ese día, que era miércoles, pasó el jueves y pasó el viernes, pasaron sábado y domingo, y sólo el lunes, casi una semana después del desaire a la alfarería, el teléfono volvió a sonar en casa de Cipriano Algor. En contra de lo anunciado, el alfarero no salió a dar una vuelta por los alrededores en busca de compradores. Ocupó sus arrastradas horas en pequeños trabajos, algunos innecesarios, como el de inspeccionar y limpiar meticulosamente el horno, de arriba abajo, por dentro y por fuera, junta a junta, teja a teja, como si estuviese preparándolo para la mayor cochura de su historia. Amasó una porción de barro que la hija necesitaba pero, al contrario de la atención escrupulosa con que había tratado el horno, lo hizo con poquísimo celo, tanto es así que Marta, a escondidas, se vio obligada a amasarlo otra vez para reducirle los grumos. Cortó leña, barrió la explanada, y la tarde en que, durante más de tres horas, cayó una de esas lluvias finas y monótonas a las que antes se le daba el nombre de calabobos, estuvo todo el tiempo sentado en un tronco debajo del alpendre, unas veces mirando al frente con la fijeza de un ciego que sabe que no verá si vuelve la cabeza en otra dirección, otras veces contemplando las propias manos abiertas, como si en sus líneas, en sus encrucijadas, buscase un camino, el más corto o el más largo, en general ir por uno o por otro depende de la mucha o poca prisa que se tenga en llegar, sin olvidar esos casos en que alguien o algo nos va empujando por la espalda, sin que sepamos por qué ni hacia dónde. En esa tarde, cuando la lluvia paró, Cipriano Algor bajó el camino que llevaba a la carretera, no se dio cuenta de que la hija lo miraba desde la puerta de la alfarería, pero ni él tenía necesidad de decir adonde iba, ni ella de que se lo dijese. Hombre obstinado, pensó Marta, debería haberse llevado la furgoneta, de un momento a otro puede volver a llover. Es natural la preocupación de Marta, es lo que se debe esperar de una hija, porque en verdad, por más que históricamente se haya exagerado en declaraciones contrarias, el cielo nunca ha sido mucho de fiar. Esta vez, sin embargo, aunque la llovizna vuelva a descargar desde el ceniciento uniforme que cubre y rodea la tierra, la mojadura no será de las de empapar, el cementerio de la población está muy cerca, ahí al final de una de estas calles transversales a la carretera, y Cipriano Algor, pese a la edad entre aquí y allí, todavía conserva el paso largo y rápido de que los más jóvenes se sirven para las prisas. Viejo o joven, que nadie se las pida hoy. Tampoco tendría sentido que Marta le aconsejara que se llevara la furgoneta, porque a los cementerios, sobre todo a éstos de aldea, campestres, bucólicos, siempre deberemos ir andando con los pies en la tierra, no por efecto de algún imperativo categórico o imposición de lo trascendente, sino por respeto a las conveniencias simplemente humanas, al fin y al cabo son tantos los que van en pedestres peregrinaciones a venerar la tibia de un santo, que no se entendería que se fuera de otra forma a donde de antemano sabemos que nos espera nuestra propia memoria y tal vez una lágrima. Cipriano Algor permanecerá algunos minutos junto a la tumba de la mujer, no para rezar unas oraciones que ha olvidado, ni para pedirle que, allá en la empírea morada, si a tan alto la llevaron sus virtudes, interceda por él ante quien algunos dicen que lo puede todo, apenas protestará que no es justo, Justa, lo que me han hecho, se han reído de mi trabajo y del trabajo de nuestra hija, dicen que las vajillas de barro han dejado de interesar, que ya nadie las quiere, por tanto también nosotros hemos dejado de ser necesarios, somos una fuente rajada con la que ya no vale la pena perder tiempo poniéndole lañas, tú tuviste más suerte mientras vivías. En los estrechos caminos de sablón del cementerio hay pequeñas pozas de agua, la hierba crece por todas partes, no serán necesarios cien años para que deje de saberse quién fue metido debajo de estos montículos de lodo, y aunque todavía se sepa es dudoso que saberlo interese verdaderamente, los muertos, alguien lo ha dicho ya, son como platos rajados en los que no vale la pena enganchar esas también desusadas grapas de hierro que unen lo que se había roto y separado, o, en el caso que corre, explicando el símil con otras palabras, las lañas de la memoria y de la nostalgia. Cipriano Algor se aproximó a la sepultura de la mujer, tres años son los que lleva ahí abajo, tres años sin aparecer en ninguna parte, ni en la casa, ni en la alfarería, ni en la cama, ni a la sombra del moral, ni bajo el sol abrasador de la barrera, no ha vuelto a sentarse a la mesa, ni al torno, no retira las cenizas caídas de la parrilla, ni vuelve las piezas que se están secando, no pela las patatas, no amasa el barro, no dice, Así son las cosas, Cipriano, la vida no tiene más que dos días para darte, y hay tanta gente que apenas ha vivido día y medio y otros ni eso, ya ves que no podemos quejarnos. Cipriano Algor no se quedó más de tres minutos, tenía inteligencia suficiente para no necesitar que le dijesen que lo importante no era estar allí parado, con rezos o sin rezos, mirando una sepultura, lo importante era haber venido, lo importante es el camino que se ha hecho, la jornada que se anduvo, si tienes conciencia de que estás prolongando la contemplación es porque te observas a ti mismo o, peor todavía, es porque esperas que te observen. Comparando con la velocidad instantánea del pensamiento, que sigue en línea recta incluso cuando parece haber perdido el norte, lo creemos porque no nos damos cuenta de que él, al correr en una dirección, está avanzando en todas las direcciones, comparando, decíamos, la pobre palabra está siempre necesitando pedir permiso a un pie para hacer andar al otro, e incluso así tropieza constantemente, duda, se entretiene dando vueltas a un adjetivo, a un tiempo verbal que surge sin hacerse anunciar por el sujeto, ésa debe de ser la razón por la que Cipriano Algor no ha tenido tiempo para decirle a la mujer todo cuanto venía pensando, aquello de que no es justo, Justa, lo que me han hecho, pero es bastante posible que los murmullos que estamos oyéndole ahora, mientras va caminando hacia la salida del cementerio, sean precisamente lo que le había quedado por decir. Ya iba callado cuando se cruzó con una mujer vestida de luto que entraba, siempre ha sido así, unos que llegan, otros que parten, ella dijo, Buenas tardes, señor Cipriano, el tratamiento de respeto se justifica tanto por la diferencia de generación como por la costumbre del campo, y él retribuye, Buenas tardes, si no dijo su nombre no fue por desconocimiento, antes bien por pensar que esta mujer de luto cerrado por un marido no irá a tener parte en los sombríos acontecimientos futuros que se anuncian ni en la relación que de ellos se haga, aunque también es cierto que, al menos ella, tiene intención de acercarse mañana a la alfarería a comprar un cántaro, según está anunciando, Mañana iré a comprar un cántaro, pero ojalá sea mejor que el último, que se me quedó el asa en la mano cuando lo levanté, se partió en pedazos y me inundó toda la cocina, imagínese lo que fue aquello, es verdad, para ser sinceros, que el pobrecillo ya tenía una edad, y Cipriano Algor respondió, Excusa ir a la alfarería, yo le llevo un cántaro nuevo que sustituya al que se ha roto, y no tiene que pagarlo, es regalo de la fábrica, Dice eso porque soy viuda, preguntó la mujer, No, qué idea, es sólo una oferta, nada más, tenemos una cantidad de cántaros que a lo mejor nunca llegaremos a vender, Siendo así, le quedo muy agradecida, señor Cipriano, No hay de qué, Un cántaro nuevo es algo, Sí, pero es únicamente eso, algo, Entonces hasta mañana, allí le espero, y una vez más muchas gracias, Hasta mañana. Ahora bien, corriendo el pensamiento simultáneamente en todas las direcciones, como antes se dejó bien explicado, y avanzando al mismo tiempo con él los sentimientos, no deberá sorprendernos que la satisfacción de la viuda por recibir un cántaro nuevo sin necesidad de pagarlo haya sido la causa de que se moderara de un instante a otro el disgusto que la hizo salir de casa en tarde tan tristona para visitar la última morada del marido. Claro que, a pesar de que todavía estamos viéndola detenida a la entrada del cementerio, ciertamente regocijándose en su interior de ama de casa con el inesperado regalo, no dejará de ir a donde la convocaban el luto y el deber, pero tal vez, cuando llegue, no llore tanto cuanto había pensado. La tarde ya oscurece lentamente, comienzan a aparecer luces mortecinas dentro de las casas vecinas al cementerio, pero el crepúsculo todavía ha de durar el tiempo necesario para que la mujer pueda rezar sin susto de los fuegos fatuos o de las almas en pena su padrenuestro y su avemaría, que en su paz se quede y en su paz descanse.

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