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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Fantástico

La cazadora de profecías (38 page)

—Pero tú acabarías matándome igualmente —le dijo Eyrien en tono acusador, sintiéndose desesperada porque la ya ansiada muerte no llegaba.

—Posiblemente —reconoció Ashzar con suavidad—. Pero hasta entonces gozarías de una vida placentera y envidiable, te lo aseguro. Ya no tendrás que preocuparte más por la crueldad de la vida. Yo no soy cruel, creo que ya te diste cuenta de ello.

Eyrien recordó que, bajo aquel aspecto amenazador y engañosamente delicado, había conocido una dulzura y una explosión de sentimientos que, aunque sólo por un momento, le habían hecho olvidar todas sus desazones. Y aquellos labios finos y rojos eran letales, pero también eran dulces y suaves. Recordó con un escalofrío las suaves caricias de las manos del vampiro en su espalda, aunque mientras la abrazaba tan delicadamente le estaba absorbiendo la vida. Qué fácil hubiese sido dejarse llevar por aquel placer ambiguo de nuevo y olvidarlo todo, dejando atrás los sinsabores de su corta vida. No, se dijo sintiéndose amargamente orgullosa de sí misma. Tal como había dicho una vez, ella no era de aquel tipo de elfas.

—No —dijo lentamente, y se sintió liberada.

—Entonces morirás —le dijo el vampiro.

Eyrien apoyó la espalda en la pared y resbaló hasta el suelo, dirigiendo una última mirada a sus amigos. Cuando notó los ojos verdes de River sobre ella, sonrió por una vez.

—No —repitió ahora con más convencimiento.

Ashzar desvió su mirada hacia atrás unas fracciones de segundo.

—¿El hechicero? —dijo entre incrédulo y divertido—. Pues no te consueles mucho con su imagen porque por lo que sé, dudo muchísimo que te sobreviva mucho tiempo...

Eyrien acercó rápidamente una mano a su bota. Ashzar enseguida pensó que no era la desesperación lo que había llevado a Eyrien a dejarse caer hasta el suelo.

—¿Aún no desistes? —le dijo con respeto—. Me encanta.

Desde lejos, River vio el brillo de la daga que Eyrien había sacado de un tahalí oculto en su tobillo. Miró a su alrededor, buscando alguna forma de ayudarla ahora que parecía contar con algunos minutos más para defenderse; no podía aceptar que tenían que verla morir así, impotentes, después de que ella se había sacrificado tanto por todos ellos. Se fijó en el arco que llevaba colgado a la espalda uno de los soldados que aguardaba en las escaleras, pero una exclamación de angustia lo hizo mirar hacia abajo. Allí, la regia elfa que había venido con Eriesh y cuyos cabellos y ojos brillaban en tono transparente como el cristal, se llevaba las manos a los labios grises mientras las lágrimas le corrían por las mejillas.

—¡Eyrien! —gritó angustiada, y River se giró bruscamente a mirar hacia la Dama de la Noche.

Tuvo que sujetarse en el brazo de Eriesh para no caer al suelo. Ahora el vampiro miraba a Eyrien contrariado, mientras ella le devolvía una desafiante mirada de triunfo. No se había levantado ni interponía la daga entre ella y el íncubo, había dirigido la afilada punta metálica hacia sí misma. Eyrien había decidido quitarse la vida ella misma para que no lo hiciese el vampiro. Con sangre fría levantó la daga hasta la altura del corazón. Si expiraba rápidamente, su magia se habría disipado con su espíritu antes de que el vampiro la hubiese alcanzado.

—Eyrien... —murmuró Eriesh destrozado. Nadie más sabía que la Hija de Siarta le había pedido como último favor que cuidara del mago.

Agarrando el puñal con fuerza, Eyrien no esperó a que el vampiro diese un paso hacia ella. Respiró hondo, tomó impulso y, cerrando los ojos, dirigió el puñal hacia su corazón. Casi no oyó los desgarrados gritos de angustia de aquellos que la habían querido.

Eyrien volvió a abrir los ojos rápidamente, con gesto de dolor, mirando incrédula la daga que se negaba a hundirse en su pecho. Con su propia magia, Ashzar la estaba conjurando para impedirle que se clavara la daga. La afilada hoja temblaba en sus manos a pocos centímetros de su pecho, sin moverse ni a un lado ni al otro; aquella fue la lucha más ardua que mantuvieron. Ambos hacían cuanta fuerza podían y Eyrien sentía aterrada que sus manos no le obedecían. Finalmente exhaló un gemido, exhausta, y la daga voló de sus manos haciéndole un largo corte en la palma de la mano izquierda. Eyrien extendió esa misma mano hacia el lado con desesperación, pero la daga quedaba ahora fuera de su alcance. Sus ojos se humedecieron mientras bajaba la cabeza, vencida al fin, apretando su pequeño puño contra el suelo. Todo había terminado, no había otro desesperado intento. El vampiro había sido mejor, había ganado su premio. Entonces Eyrien hizo algo que demostró hasta qué punto era la digna Hija de la Casa de Siarta; miró a la muerte a la cara.

Se levantó del suelo sin titubear, sin desmoronarse y dirigió al vampiro una mirada impenetrable. En su mente ya sólo quedaba la idea de evitar que aquellos que la querían la vieran sufrir al morir, no quería ser un recuerdo amargo y doloroso para aquellos que iban a seguir existiendo. Ashzar, sin embargo, sonrió casi con ternura; él estaba lo suficientemente cerca como para ver el miedo y la angustia que se ocultaban en lo más profundo de los ojos de la elfa.

—Pobre princesita, tan joven y con una vida tan prometedora por delante. Qué injusto, ¿verdad? Esto no tenía por qué ser así, tú no te merecías morir. Pero en fin, es lo que tú has escogido —dijo Ashzar con una voz dulce y compasiva que hacía a Eyrien sentir rabia. El vampiro pareció leerle el pensamiento, porque dijo—: Reconozco que soy un ser ambicioso, y tú eres todo poder, hermosa princesita. Tranquila, casi no te dolerá. No es una muerte amarga. Además para mí es un honor matarte y seré delicado. Aunque eso, ya lo sabes también.

Eyrien no tembló cuando el vampiro se acercó a ella, ni tampoco dejó de sostenerle la mirada con dureza. por un momento Eyrien pensó que jamás podría olvidar aquella mirada gris, aunque otra parte de su cerebro le recordó rápidamente que no iba a vivir lo suficiente como para poder mantener ningún recuerdo. Sin poder evitarlo, notó que las lágrimas le humedecían los ojos. El vampiro sonrió cuando estuvo a escasos centímetros de ella.

—Tranquila —le susurró alargando una mano para acariciarle alentadoramente los cabellos.

A Eyrien lo que le sorprendió fue que funcionase.

Mientras veía cómo Eyrien se mantenía serena ante su propio final, River creyó que se volvía loco de angustia. A la vez sintió que pensaba con más claridad que nunca, mientras una idea se abría paso en su mente con una resolución inamovible. Se separó de Eriesh y Killian y se acercó al soldado que cargaba el arco a la espalda. Casi le dislocó un brazo cuando se lo quitó de un tirón y fue sólo en parte consciente de que murmuraba una disculpa. Le puso el arco en las manos a Killian, que le miró sin verlo a través de las lágrimas que inundaban sus ojos.

—Dispárale —le dijo con calma.

—¡No puedo! —dijo Killian con un sollozo de desesperación.

—A Eyrien no, al vampiro.

—No va a servir de nada, River —le dijo Eriesh suavemente, poniéndole una mano en el brazo, aunque su rostro reflejaba cómo el dolor lo consumía por dentro—. El vampiro ha vencido.

River se acercó a Killian e hizo prender un fuego azulado en la afilada punta de la flecha.

—Yo no soy un elfo y no voy a aceptarlo. Tú, dispárale —le repitió a su amigo.

Killian se enjugó las lágrimas que no le dejaban ver y alzó el arco para situar la flameante flecha a la altura de sus ojos; él tampoco creía que sirviese para nada, pero cualquier cosa era mejor que ver cómo River se derrumbaba por la angustia. Cerró un ojo para apuntar mejor y, visualizando su objetivo, disparó.

Tanto Eyrien como Ashzar se quedaron mirando en silencio la flecha que a éste se le había clavado en el brazo, haciendo ondear sobre sus ropas un fuego azulado. El Vampiro alzó las cejas al ver que el fuego mágico se propagaba rápidamente por su cuerpo como si estuviese vivo.

—¡Vaya! Parece que el mago tiene recursos, ¿verdad? —dijo como si estuviese más sorprendido que molesto—. Aunque no los suficientes, por supuesto.

Cuando el vampiro empezó a contrarrestar la magia con su propia mente, River sintió que sus fuerzas se agotaban, evaporándose como agua en el desierto. El fuego frío era uno de los conjuros más avanzados con los que podía lidiar un hechicero humano, y él era todavía un mero estudiante del Centro Umbanda. Sabía que estaba sobrepasando sus límites, pero no estaba dispuesto a ceder. ¿No le había dicho a Eyrien que moriría por ella? Pues aquél era el momento; si no hubiese dejado que la atacasen por segunda vez, quizás en aquella tercera hubiese tenido fuerzas para defenderse. Concentró todas las fuerzas de su mente en consumir el cuerpo del vampiro entre las llamas. Sólo fue en parte consciente de que Eriesh lo cogía veloz de la túnica para evitar que cayera al nivel inferior; no iba a desperdiciar ni una sola gota de energía en nada que no fuera el último conjuro de su mente.

Mientras tanto, Eyrien miraba paralizada las llamas azuladas que se movían por las ropas de Ashzar. Le vino a la mente el pensamiento de preguntarle si es que no le dolía, porque el vampiro se mantenía impertérrito y parecía que simplemente se sentía un poco contrariado. Ashzar incluso se giró a mirar a River, y cuando devolvió su mirada a Eyrien sonreía con guasa.

—¿Has visto que enternecedor? —le dijo mientras la mitad de su cuerpo era presa de las frías llamas—. Se está matando por ti. Sin duda has calado hondo en su frágil corazón humano. Pero resulta un poco inoportuno.

Eyrien reaccionó. ¿Qué hacía parada mientras River se consumía hasta la muerte? Miró a su alrededor y fue a coger la espada de Ashzar, que estaba un poco más allá. Él la lanzó al nivel inferior con un barrido del brazo.

—No hará falta, no dejaré que el mago muera tampoco esta vez —dijo con calma, ajeno a las llamas que se enroscaban a su alrededor—. Es la tercera vez que las circunstancias te salvan de mí, la próxima no tendrás tanta suerte. Hasta pronto, princesita.

Se consumió entre las llamas con rapidez, como si él mismo hubiese aumentado la potencia del fuego azulado. Desapareció dejando sólo tras de sí un pequeño montón de cenizas grisáceas. Abajo, la dama Islandis, provocó un golpe de energía que dispersó las cenizas en el aire cálido de la tarde. Eyrien le sonrió sin darse cuenta siquiera de que caía de rodillas al suelo, mientras oía los gritos de júbilo que se levantaban de elfos y humanos. Ignoró los sonidos que indicaban que la lucha contra los guls se había reanudado y se fijó en que Eriesh se cargaba sobre un hombro el cuerpo de River. Eyrien se dijo que no debía estar muerto, porque Freyn y Killian volvieron a la lucha junto a Suinen. Fue sólo consciente en parte de que Eriesh llegaba a su lado y se inclinaba, poniendo con dulzura ambas manos en sus mejillas.

—Ya ha pasado —dijo Eriesh intentando mantenerse sereno—. Ahora tenemos que acabar con los guls. No, tú no —dijo reteniéndola, porque Eyrien había hecho el amago de alzarse sin siquiera pensarlo—. Tú quédate aquí. Y cuida del mago, casi se mata.

Eyrien asintió con la cabeza. Entonces ya no pensó en nada más.

18
El mensajero alado

River se sorprendió al abrir los ojos de pronto. No era consciente de haber estado durmiendo, pero parecía evidente que tampoco había estado despierto. Sus sentidos se llenaron de sensaciones rápidamente, demostrándole lo vivo que estaba todavía, y entonces recordó. Sintiéndose palidecer, trató de erguirse para buscar a Eyrien, para saber si su esfuerzo había servido para algo y ella seguía viva o si el vampiro se había hecho finalmente con su premio. Una mano se posó sobre su pecho e hizo fuerza para mantenerlo contra el suelo. Con la mirada aún borrosa trató de zafarse, pero Killian siempre había sido más fuerte que él.

—Tranquilo, amigo, has estado ausente un buen rato —dijo la voz familiar de su amigo—. Le he prometido a Eyrien que no te dejaría levantar hasta asegurarme de que no te ibas a volver a caer. Venga, ya puedes erguirte, pero no te muevas de aquí. Ahora que eres el gran salvador de la Dama de Siarta, tienen poco interés en que mueras. Aunque no creas que las cosas son fáciles ahí abajo.

River se irguió, sintiendo dolor en cada músculo de su cuerpo; el esfuerzo había sido excesivo, lo que le sorprendía era no estar muerto. Lo primero que vio fue que Killian tampoco había salido muy bien parado al final de la batalla. Le sangraba una ceja y tenía las mangas desgarradas, y aquí y allá había pequeñas manchas de sangre que se extendían por su sucia ropa. Aun así sonreía, cansado, con el vivo aspecto de un curtido guerrero que sabe su quehacer bien hecho. En el patio inferior la batalla contra los guls parecía haber llegado a su fin, en el patio tan sólo quedaban los sentristianos y los cuatro Elfos de las Rocas, rodeados de un sin fin de cadáveres humanos y guls. Suinen daba sus últimas órdenes sin descanso, antes de desaparecer hacia la parte sur de la ciudad, donde la lucha siempre había sido más cruda. River sintió una honda pena al ver que el hechicero que los había llevado hasta allí había caído con un largo corte en el tórax. Entonces vio a Eyrien y su corazón se inflamó de nuevo. La Elfa de la Noche se encontraba junto a Eriesh y Freyn, que sollozaba sin avergonzarse. Eyrien parecía encontrarse bien, o al menos lo simulaba, porque estaba pálida y su rictus era severo aun cuando se trataba de consolar al enano. Entonces, de repente, Eyrien se dio cuenta de que la estaba mirando y le dedicó una breve mirada de sus ojos almendrados.

—Casi te matas por mi culpa —le dijo—. Te dije que me mataras a mí, no que te mataras tú.

River se quedó perplejo, parpadeando mientras veía a la elfa secar las lágrimas de Freyn. Desde luego, aquella era una forma curiosa de empezar la conversación tras todo lo que había ocurrido desde la última vez que habían hablado.

—¿Qué... estás enfadada conmigo? —preguntó aturdido y empezando a enfadarse él también.

—¡No quiero que vuelvas a hacerlo! —exclamó Eyrien mentalmente, pese a que su postura no había cambiado.

No le dio tiempo a replicarle. Killian le dio un codazo y le señaló a la majestuosa elfa que había llegado con Eriesh, y cuyos cabellos y ojos brillaban aún con un tono iridiscente y transparente que parecía reflejar el sol.

—¿Ves a aquella elfa? —le dijo Killian poniéndose serio—. Es Islandis de Greisan, una Hija del Diamante y Señora de los Elfos de las Rocas. Tiene sólo 368 años pero es la Señora de Eriesh y del resto de los Elfos de Greisan. Nadie esperaba su presencia aquí, pero ha venido a buscar a Eyrien.

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