La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento (43 page)

He aquí por qué sentimos en todas las grandes obras del Renacimiento la atmósfera carnavalesca que las penetra, el aliento libre de la plaza pública durante la fiesta popular. En su construcción misma, en la lógica original de sus imágenes, es fácil entonces vislumbrar la base carnavalesca, incluso cuando no está expresada de manera tan concreta y clara como lo hace Rabelais.

Un análisis idéntico al que nosotros empleamos para Rabelais permitiría poner igualmente en evidencia el aspecto carnavalesco primordial que preside la organización del drama shakesperiano. Nosotros sólo queremos hablar del segundo plano bufonesco en sus dramas, pues la lógica carnavalesca de los coronamientos-destronamientos — bajo una forma latente o aparente — organiza también su plano serio. Lo esencial para nosotros es la convicción, inherente al drama shakespeariano, de que es posible separarse de la verdadera estructura de la vida, y que determina el realismo temerario, extremadamente lúcido (pero alejado del cinismo), de Shakespeare, así como su adogmatismo absoluto. La inspiración carnavalesca de las renovaciones y cambios radicales constituyen para Shakespeare el fundamento de la sensación del mundo, que le permite ver la alternancia de las épocas que se produce en la realidad y, al mismo tiempo, comprender sus límites.

Hallamos en su obra múltiples manifestaciones del elemento carnavalesco: imágenes de lo «bajo» material y corporal, obscenidades ambivalentes, banquetes populares, etc. (de lo que ya hemos hablado en nuestra introducción).

El fundamento carnavalesco de
Don Quijote,
así como de las novelas de Cervantes, es absolutamente cierto: la novela está organizada directamente como un acto carnavalesco complejo, provisto de todos sus accesorios exteriores. La profundidad y la lógica del realismo de Cervantes son, a su vez, determinados por la inspiración puramente carnavalesca de los cambios y renovaciones.

La literatura del Renacimiento merecería un estudio especial, realizado a la luz de las formas carnavalescas de la fiesta popular
cabalmente comprendidas.

El libro de Rabelais es, en toda la literatura mundial, el que da mayor cabida a la fiesta. Ha encarnado la esencia misma de la fiesta popular. Y, en cuanto tal, se separa violentamente de la literatura seria, cotidiana, oficial y solemne de los siglos siguientes, especialmente del
XIX
. Esta es la razón por la que es imposible comprender a Rabelais adoptando una concepción del mundo totalmente
ajena a la fiesta.

Bajo la influencia de la cultura burguesa, la noción de fiesta no ha hecho sino reducirse y desnaturalizarse, aunque no llegara a desaparecer. La fiesta es la categoría primera e indestructible de la civilización humana. Puede empobrecerse, degenerar incluso, pero no puede eclipsarse del todo. La fiesta privada, del interior, que es la del individuo en la época burguesa, conserva a pesar de todo su naturaleza verdadera, aunque desnaturalizada: en los días de fiesta, las puertas de la casa son abiertas a los invitados (en última instancia, a todos, al mundo entero); en tales ocasiones, todo es distribuido profusamente (alimentos, vestidos, decoración de las piezas), los deseos de felicidad de todo tipo subsisten aún (si bien han perdido casi su valor ambivalente), así como las promesas, los juegos y camuflajes, la
risa alegre,
las bromas, danzas, etc. La fiesta está separada de todo sentido utilitario (es un reposo, una tregua). Es la fiesta la que, liberando de todo utilitarismo, de todo fin práctico, brinda los medios para entrar temporalmente a un universo utópico. No es posible reducir la fiesta a un contenido determinado y limitado (por ejemplo, a la celebración de un acontecimiento histórico), pues en realidad ella misma transgrede automáticamente los límites. Tampoco se puede separar la fiesta de la vida del cuerpo, de la tierra, de la naturaleza, del cosmos. En esta ocasión, «el sol se divierte en el cielo», y parece incluso que existe un «tiempo de fiesta» independiente.
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En la época burguesa, todo esto habría de declinar.

Es un hecho significativo que la filosofía occidental de los últimos años, y más precisamente la filosofía antropológica, trate de revelar la sensación de fiesta particular del hombre (humor festivo), el aspecto de fiesta particular del mundo, y de utilizarlo para vencer el pesimismo de la concepción existencialista. La antropología filosófica con su método fenómeno-lógico no tiene nada que ver con la ciencia histórica y social verdadera y no puede dar ninguna solución a este problema; además, está orientada hacia la noción de fiesta deteriorada de la época burguesa.
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Capítulo 4

EL BANQUETE DE RABELAIS

Tenemos aquí ante nosotros algo especialmente elevado: en esta bella imagen se ha encarnado el principio de la alimentación, sobre el cual reposa el mundo entero y del cual está penetrada toda la naturaleza.

G
OETHE
(a propósito de
La Vaca
de Mirón).

En el libro de Rabelais, las imágenes del banquete, es decir, del comer, beber, de la ingestión, están directamente ligadas a las formas de la fiesta popular estudiadas en el capítulo precedente. No se trata por cierto del beber y del comer cotidianos, que forman la existencia cotidiana de los individuos aislados. Se trata del
banquete
que se desarrolla
durante la fiesta popular,
en el centro de la
gran-comida.
La poderosa tendencia a la
abundancia
y a la universalidad está presente en cada una de las imágenes del beber y el comer que nos presenta Rabelais, y determina la formulización de estas imágenes, su
hiperbolismo positivo, su tono triunfal y alegre.
Esta tendencia a la abundancia y a la universalidad es la levadura añadida a todas las imágenes de alimentación; gracias a ella, estas imágenes se elevan, crecen, se hinchan hasta alcanzar el nivel de lo superfluo y lo excesivo. En Rabelais, todas las imágenes del comer son idénticas a las salchichas y panes gigantes, habitualmente llevados con gran pompa en las procesiones del carnaval.

Las imágenes del banquete se asocian orgánicamente a todas las otras imágenes de la fiesta popular. El banquete es una parte necesaria en todo regocijo popular. Ningún acto cómico esencial puede prescindir de él. Hemos visto que el señor de Basché hizo apalear a los Quisquillosos durante una comida de bodas. A su vez, Tappecoue es despedazado cuando los diablos se hallan reunidos en una taberna para banquetear. Evidentemente, nada de esto es fortuito.

El rol de las imágenes del banquete en el libro de Rabelais es enorme. Casi no hay página donde estas imágenes no figuren, al menos en estado de metáforas y epítetos relacionados con los campos del beber y del comer.

Las imágenes del banquete están estrechamente ligadas a las del cuerpo grotesco. Es a veces difícil trazar una frontera precisa entre ambas, a tal punto están orgánica y esencialmente vinculadas; por ejemplo, en el episodio de la matanza del ganado (mezcla de cuerpos que comen y cuerpos comidos). Si examinamos el primer libro (escrito), es decir
Pantagruel,
veremos de golpe hasta qué punto las imágenes están imbricadas. El autor cuenta que, después de la muerte de Abel, la tierra
bebió
su sangre, que la hizo excepcionalmente fértil. Los hombres que comieron los nísperos que brotaron sobre esta tierra tienen
hinchazones
enormes
sobre el cuerpo. El motivo de la gran boca abierta
—motivo dominante en
Pantagruel
— y el de la
deglución
que le está asociado, son finalmente las mismas imágenes del cuerpo y las del beber y el comer. En el momento en que Pantagruel debe venir al mundo, surgen del
vientre abierto
de su madre una hilera de bestias de carga, llevando sal y
entremeses salados,
lo que nos permite ver hasta qué punto las imágenes de la alimentación están ligadas a las del cuerpo y de la reproducción (fertilidad, crecimiento, alumbramiento).

Sigamos el rol que desempeñan las imágenes del banquete a través del libro.

Las primeras hazañas que efectúa Pantagruel en la cuna están todas referidas a
hazañas alimenticias.
La imagen del asado a la brasa domina el episodio turco de Panurgo. Con un banquete concluye el episodio del proceso que opone a los señores de Baisecul y Humevesne, y al de Thaumaste. Hemos visto el rol principalísimo que desempeña el banquete en el episodio de los caballeros asados. Todo lo referente a la guerra con el rey Anarche rebosa de imágenes del banquete, esencialmente la sal y el vino elevados al rango de principal arma de guerra. La visita de Epistemon al reino de ultratumba está plena de imágenes de banquete. La guerra contra Anarche acaba con una banquete popular saturnalesco en la capital de los Amaurotas.

En el segundo libro, el rol de las imágenes del banquete no es menos grande. La acción empieza con uno, dado en honor de la matanza del ganado. Las imágenes del comer juegan un rol capital en la educación de Gargantúa. Cuando, al inicio de la guerra picrocholina, vuelve a su país, Grandgousier da un banquete en el que los platos y las aves son enumerados en el menú. Hemos visto el papel desempeñado por el pan y el vino en el estallido de la guerra picrocholina y en el episodio del combate del hermano Juan en el claustro del monasterio. Este libro abunda en todo tipo de metáforas y comparaciones tomadas del vocabulario del comer y beber. Concluye con estas palabras: «¡Y una buena mesa!».
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Si las imágenes del banquete son menos numerosas en el
Tercer Libro,
están sin embargo diseminadas en los diferentes episodios. Señalemos que es precisamente durante una comida cuando Panurgo consulta a un teólogo, un médico y un filósofo. El tema de todo el episodio —libre debate sobre la naturaleza de las mujeres y los problemas del matrimonio— es típico de las «charlas de mesa».

En el
Cuarto Libro,
el rol de las imágenes del banquete es más fuerte. Predominan en el episodio carnavalesco de la guerra de las Morcillas. En este libro figura el episodio de los Gastrólatras y la enumeración de platos y bebidas más amplia de la literatura mundial. Es aquí también donde se celebra a Gaster y sus invenciones. La absorción de alimentos desempeña un rol esencial en el episodio del gigante Bringuenarilles y en el de la «isla de vientos» donde se alimentan solamente de vientos. Aquí se sitúa la historia de «monjes en la cocina». En fin, el libro acaba con un festín a bordo del navío por medio del cual Pantagruel y sus compañeros «mejoran el tiempo». La última palabra del libro, que concluye con una tirada escatológica de Panurgo, es «¡Bebamos!». Es también la última palabra que escribió Rabelais.

¿Cuál es la importancia de estas imágenes del banquete? Ya hemos explicado que están indisolublemente ligadas a las fiestas, a los actos cómicos, a la imagen grotesca del cuerpo; además, y en forma esencial, están vinculadas
a la palabra, a la sabia conversación, a la festiva verdad.
Hemos notado también su tendencia inherente a la abundancia y a al universalidad. ¿Cómo explicar este rol excepcional y universal de las imágenes del banquete?

El comer y el beber son una de las manifestaciones más importantes de la vida del cuerpo grotesco. Los rasgos particulares de este cuerpo son el ser abierto, estar inacabado y en interacción con el mundo. En
el comer
estas particularidades se manifiestan del modo más tangible y concreto: el cuerpo se evade de sus límites; traga, engulle, desgarra el mundo, lo hace entrar en sí, se enriquece y crece a sus expensas.
El encuentro del hombre con el mundo
que se opera en la boca abierta que tritura, desgarra y masca es uno de los temas más antiguos y notables del pensamiento humano. El hombre degusta el mundo, siente el gusto del mundo, lo introduce en su cuerpo, lo hace una parte de sí mismo.

La conciencia del hombre que se despertaba no podía dejar de concentrarse en este aspecto, no podía dejar de extraer un serie de imágenes esenciales que determinaban sus relaciones.
Este encuentro con el mundo en medio de la absorción de alimentos era alegre y triunfante.
El hombre
vencía al mundo,
lo engullía en vez de ser engullido por él; la frontera entre el hombre y el mundo se anulaba en un sentido que le era favorable.

En el sistema de imágenes de la Antigüedad, el comer era inseparable del
trabajo.
Era la coronación del trabajo y de la lucha.
El trabajo triunfaba en la comida.
El encuentro del hombre con el mundo en el trabajo y su lucha con él, concluían con la absorción de los alimentos, es decir, de una parte del mundo que le ha sido arrebatada.
Como última etapa victoriosa del trabajo,
el comer reemplaza frecuentemente en el sistema de imágenes al proceso del trabajo en su conjunto. En los sistemas de imágenes más antiguos, no pueden existir, de manera general, fronteras nítidas entre el comer y el trabajo, pues se trataba de dos fases de un mismo fenómeno: la lucha del hombre con el mundo que terminaba con la victoria del primero.

Es conveniente señalar que el trabajo y el comer eran colectivos; que toda la sociedad participaba en ellos por igual. El comer colectivo, coronación de un trabajo colectivo, no es un acto biológico o animal, sino más bien un acontecimiento social. Si se aísla el comer del trabajo, cuya coronación es, y si se le considera como un fenómeno de la vida privada, no quedará nada de las imágenes del encuentro del hombre con el mundo, de la degustación del mundo, de la gran boca abierta, de los vínculos esenciales del comer con la palabra y la alegre verdad, no quedarán más que una serie de metáforas afectadas y desprovistas de sentido. Mientras que en el sistema de imágenes
del pueblo laborioso,
que continúa ganándose la vida y sus alimentos en ese combate que es el trabajo, que prosigue
engullendo la parte del mundo que acaba de conquistar, de vencer,
las imágenes del banquete mantenían siempre su importancia máxima, su universalismo, su vínculo esencial con la vida, la muerte, la lucha, la victoria, el triunfo, el renacimiento. Es ésta la razón por la cual dichas imágenes han seguido viviendo, en su sentido universalista, en todos los campos de la obra creativa popular. Continuaron desarrollándose, renovándose, enriqueciéndose con matices nuevos, entablando nuevas vinculaciones con los fenómenos más recientes; fueron ampliadas y renovadas al mismo tiempo que el pueblo que las creara.

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