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Authors: Margaret Weis,Tracy Hickman

Tags: #Fantasía Épica

La Estrella de los Elfos (47 page)

—¡Ignición! ¡Motores! —Exclamó el viejo hechicero, plantándose en mitad del puente con el ajado sombrero ladeado sobre una oreja—. ¡La nave necesita un nuevo nombre! Uno más adecuado para un vehículo espacial.
¿Apolo? ¿Géminis? ¿Enterprise?
No, ya están usados.
¿Halcón Milenario?
Marca registrada. Todos los derechos reservados. ¡No, espera! ¡Ya lo tengo!
¡Estrella de Dragón!
¡Eso es!
¡Estrella de Dragón!

—¡Mierda! —murmuró Haplo, y volvió a poner las manos sobre la piedra de gobierno.

Lenta y firmemente, la nave se levantó del musgo. Los mensch se pusieron en pie y se acercaron a mirar por las pequeñas portillas que se alinearon a lo largo del casco. Abajo, su mundo se alejaba.

La nave dragón sobrevoló Equilan. La ciudad élfica quedaba invisible debido al humo y las llamas que la devoraban, junto con los árboles en la que había sido construida.

La nave dragón surcó el aire sobre el golfo de Kithni, teñido de sangre humana, y sobrevoló Thillia, quemada y ennegrecida. Aquí y allá, agachados a lo largo de los senderos cortados, distinguieron a algunos supervivientes solitarios y desconcertados que vagaban sin esperanza por una tierra muerta.

Ganando altitud con curso firme y seguro, la nave pasó sobre la patria de los enanos, oscura y desierta.

Después, se zambulló en el cielo verde azulado, dejando atrás aquel mundo en ruinas, y puso rumbo a las estrellas.

CAPÍTULO 32

ESTRELLA DE DRAGÓN

La primera parte del viaje a las estrellas había sido relativamente tranquila. Asombrados y atemorizados ante la visión del suelo deslizándose debajo de ellos, elfos y humanos se acurrucaban juntos, buscando de forma patética la compañía y el apoyo de los demás. En numerosas ocasiones, hablaban de la catástrofe que les había sobrevenido. Envueltos en el cálido manto de la tragedia compartida, intentaron incluso atraer a su círculo de camaradería al enano, pero Drugar no les hizo el menor caso y permaneció sentado en un rincón del puente, malhumorado y melancólico, sin apenas moverse de allí y haciéndolo, en esas contadas ocasiones, movido por la más estricta necesidad.

Los viajeros hablaron agitadamente sobre la estrella a la que se dirigían, sobre su nuevo mundo y su nueva vida. Haplo se sorprendió al advertir que, una vez estaban todos camino de una estrella, el viejo hechicero describía ésta con palabras muy evasivas.

—¿Cómo es? ¿Qué causa la luz? —inquirió Roland en cierta ocasión.

—Es una luz sagrada —respondió Lenthan Quindiniar con un tono de leve reproche—. Y no deben hacerse preguntas acerca de ella.

—En realidad, Lenthan tiene razón... en cierto modo —intervino Zifnab, con aire de creciente y extrema incomodidad—. La luz es, podría decirse, sagrada. Y existe la noche. —¿Noche? ¿Qué es la noche?.

El hechicero se aclaró la garganta con un sonoro carraspeo y, con la mirada, buscó ayuda en torno a él. Al no encontrarla, se lanzó a responder.

—Bien, ¿recordáis las tormentas de vuestro mundo? Cada ciclo, hay cierto período durante el cual llueve, ¿verdad? Pues la noche es algo parecido, sólo que cada ciclo, en determinado momento, la luz... En fin, la luz desaparece.

—¡Y todo queda a oscuras! —exclamó Rega con consternación.

—Sí, pero no produce miedo. Resulta muy agradable. Es el tiempo en que todo el mundo duerme. La oscuridad ayuda a mantener los párpados cerrados.

—¡Yo no puedo dormir a oscuras! —Rega se estremeció y miró al enano, que seguía sentado en silencio, sin hacerles el menor caso—. Ya lo he intentado. No estoy segura de que me guste esa estrella. No estoy segura de querer ir.

—Ya te acostumbrarás. —Paithan le pasó el brazo por los hombros—. Yo estaré contigo.

Los dos se abrazaron y Haplo advirtió unas muecas de desaprobación en el rostro de los elfos que observaban a la pareja de amantes. También observó las mismas expresiones en los humanos presentes.

—¡En público, no! —dijo Roland a su hermana, apartándola de Paithan de un tirón.

Tras esto, los mensch no volvieron a cruzar comentarios sobre la estrella.

Haplo previó la aparición de problemas en aquel paraíso.

Los mensch empezaron a darse cuenta de que la nave era más pequeña de lo que parecía al principio. La comida y el agua desaparecían a un ritmo alarmante. Algunos humanos empezaron a recordar que habían sido esclavos y algunos elfos se acordaron de que habían sido amos.

Las reuniones en armonía cesaron. Nadie hacía comentarios sobre su destino; al menos, en grupo. Elfos y humanos se reunían para hablar de sus cosas, pero ahora lo hacían por separado y sin alzar la voz.

Haplo percibió la creciente tensión y maldijo ésta y a sus pasajeros. No le importaban las disensiones; de hecho, estaba dispuesto a estimularlas. Pero no a bordo de su nave.

La comida y el agua no eran problema. Había cargado a bordo suministros para él y para el perro, asegurándose en esta ocasión de tener variedad de productos, y podía reproducir fácilmente cualquiera de ellos. No obstante, ¿quién sabía cuánto tiempo tendría que seguir alimentando y soportando a aquellos mensch? No sin cierto recelo, había establecido el rumbo basándose en las instrucciones del anciano. Ahora volaban hacia la estrella más brillante del firmamento y no había modo de saber cuánto tardarían en alcanzarla.

Desde luego, Zifnab no lo sabía.

—¿Qué hay de cena? —preguntó el viejo hechicero, asomándose a la bodega donde Haplo estaba sumido en aquellos pensamientos. El perro, siempre al lado del patryn, alzó la cabeza y meneó la cola. Haplo le lanzó una mirada irritada.

—¡Siéntate! —murmuró.

Al observar la cantidad relativamente pequeña de provisiones que quedaba, Zifnab pareció algo abatido, a la vez que terriblemente hambriento.

—No te preocupes, viejo. Yo me encargo de la comida —dijo Haplo. Para ello tendría que utilizar de nuevo la magia, pero, a aquellas alturas, suponía que ya no importaba si lo hacía. Lo que más le interesaba era conocer su destino y cuánto faltaba para poder librarse de todos aquellos refugiados—. Tú sabes algo de esas estrellas, ¿verdad?.

—¿Sí? —replicó Zifnab con cautela.

—Es lo que has dicho. Tanto hablar con ésos —Haplo indicó con el pulgar la zona principal del casco, donde solían congregarse los mensch— sobre ese «nuevo» mundo...

—¿Nuevo? Yo no he dicho nada de «nuevo»—protestó Zifnab. El hechicero se rascó la cabeza, haciendo caer de ella el sombrero, que se coló por la escotilla de la bodega y fue a posarse a los pies de Haplo.

—Un nuevo mundo... donde reunirse con esposas muertas hace mucho tiempo. —Haplo recogió el raído sombrero y se puso a jugar con él.

—¡Es posible! —exclamó el hechicero con voz chillona—. ¡Todo es posible! —Alargó la mano reclamando la prenda—. Ten... ten cuidado de no doblarle el ala.

—¿Qué ala? Escucha, anciano, ¿a qué distancia estamos de esa estrella? ¿Cuántos días nos llevará llegar?.

—Bueno, yo... supongo que... —Zifnab tragó saliva—. Todo depende... de... ¡de lo rápido que vayamos! ¡Eso es, depende de lo rápido que viajemos! —Empezó a darle vueltas a la idea—. Digamos que nos movemos a la velocidad de la luz... Imposible, naturalmente, si uno cree a los físicos. Que, por cierto, no es mi caso. Los físicos no creen en la magia, cosa que yo, siendo hechicero, considero muy insultante. Por lo tanto, me tomo venganza negándome a creer en la física. ¿Qué me estabas preguntando?.

Haplo empezó otra vez, intentando ser paciente.

—¿Tú sabes qué son, en realidad, esas estrellas?.

—Desde luego —replicó Zifnab con tono altivo, contemplando al patryn con similar actitud.

—¿Y qué son?.

—¿Que son, qué?.

—¡Las estrellas!.

—¿Quieres que te lo explique?.

—Si no te molesta...

—Bien, yo... creo que la mejor manera de expresarlo... —la frente del anciano se perló de sudor—, en términos vulgares y para ser breve, es decir que... son... estrellas.

—¡Aja! —Exclamó Haplo con voz torva—. Oye, hechicero, ¿alguna vez has estado cerca de una estrella?.

Zifnab se secó la frente con la punta de la barba y meditó su respuesta.

—Una vez me alojé en el mismo hotel que Clark Gable —apuntó en actitud servicial tras una interminable pausa—. ¿Te sirve eso?.

Haplo soltó un bufido de disgusto y mandó el sombrero por la escotilla.

—Muy bien, tú sigue con tu juego, viejo.

El patryn le dio la espalda y estudió las provisiones: un tonel de agua, un barril de carne de targ salada, pan y queso y un saco de tangos. Ceñudo, Haplo exhaló un suspiro y se quedó mirando el tonel de agua con expresión sombría.

—¿Te importa si miro? —preguntó Zifnab, muy educado.

—¿Sabes, anciano?, podría poner fin a esto en un abrir y cerrar de ojos. Liberarme de la «carga», supongo que me entiendes. Hay una buena caída...

—Sí, podrías —respondió Zifnab al tiempo que tomaba asiento en cubierta y dejaba las piernas colgando por el hueco de la escotilla—. Y lo harías en cualquier momento, además. Nuestras vidas no significan nada para ti, ¿verdad, Haplo? El único que te ha importado siempre eres tú mismo, ¿verdad?.

—Te equivocas, viejo. Por encima de todo, hay alguien que tiene mi fidelidad, mi lealtad absoluta. Daría mi vida por salvar la suya y, aun así, me sentiría frustrado de no poder hacer más.

—¡Ah, sí! —Comentó Zifnab en voz baja—. Tu señor. El que te ha enviado aquí.

Haplo torció el gesto. ¿Cómo diablos se habría enterado aquel viejo estúpido? Atando cabos de las cosas que había dejado caer, por supuesto. ¡Maldita sea!, se recriminó el patryn. ¿Cómo podía ser tan descuidado?. ¡Todo estaba saliendo mal!. Lanzó una violenta patada al tonel de agua y varios maderos se astillaron, derramando un diluvio de agua tibia sobre sus pies.

«Estoy habituado a mantener el control», se dijo; «toda mi vida, bajo cualquier situación, siempre he mantenido el control. Fue así cómo sobreviví en el Laberinto y cómo pude completar con éxito mi misión en Ariano. Ahora, en cambio, estoy haciendo cosas que no tenía intención de hacer, y diciendo cosas que me había propuesto no revelar. Un hatajo de mutantes con la inteligencia de una col ha estado a punto de destruirme. Y, por último, estoy transportando a un grupo de mensch hacia una estrella y estoy soportando a un viejo excéntrico que está completamente chiflado.»

—¿Por qué? —exigió saber Haplo en voz alta, apartando al perro que lamía con ansia el líquido derramado—. Sólo dime por qué.

—Recuerda que la curiosidad ha matado a más de un gato —murmuró el anciano, complacido.

—¿Es una amenaza? —Haplo alzó la vista con el entrecejo fruncido.

—¡No! ¡Cielos, no! —Se apresuró a decir Zifnab, al tiempo que sacudía la cabeza—. Sólo una advertencia, querido muchacho. Hay gente que considera la curiosidad una noción muy peligrosa. Hacer preguntas repetidamente conduce a la verdad. Y eso lo puede meter a uno en muchos problemas.

—Sí, bien, depende de en qué verdad crea uno, ¿no te parece, viejo?.

Haplo alzó un pedazo de madera empapada, trazó un signo mágico sobre él con el dedo y lo volvió a arrojar al suelo. Al instante, los demás fragmentos del tonel se alzaron del suelo y se unieron al primero. En un abrir y cerrar de ojos, el tonel quedó recompuesto. El patryn trazó unas runas sobre el tonel y junto a éste, en el aire. El tonel se duplicó y muy pronto numerosos toneles, todos ellos llenos de agua, ocuparon la bodega. Haplo trazó de nuevo unas enérgicas runas en el aire, haciendo que varios barriles de carne de targ salada se sumaran a las hileras de toneles de agua. Las jarras de vino se multiplicaron, entrechocando con un tintineo musical. En unos instantes, la bodega quedó rebosante de provisiones.

Haplo subió la escalerilla y Zifnab se hizo a un lado para dejarle paso.

—Todo depende de en qué verdad crea uno, viejo —repitió el patryn.

—Sí. Panes y peces. —Zifnab le hizo un guiño socarrón—. ¿Verdad, Salvador?.

El agua y la comida condujeron, indirectamente, a la crisis que estuvo a punto de solucionar todos los problemas de Haplo.

—¿Qué es ese hedor? —Preguntó Aleatha—. ¿Piensas hacer algo al respecto?.

Llevaban una semana de viaje, más o menos. Para calcular el tiempo disponían de una flor de horas mecánicas que los elfos habían llevado a bordo. Aleatha había subido al puente para contemplar la estrella a la que se dirigían.

—Es la sentina —respondió Haplo distraídamente, mientras intentaba encontrar algún sistema para medir la distancia entre la nave y su destino—. Ya os dije que deberíais turnaros todos en vaciarla con la bomba.

Los elfos de Ariano, que habían construido y diseñado la nave, habían incorporado un método efectivo de recuperación de desperdicios que utilizaba magia y maquinaria élfica. El agua era un bien escaso y valiosísimo en Ariano, el mundo del aire, donde se utilizaba como moneda de cambio y no se despilfarraba una sola gota. Varios de los primeros encantamientos creados en Ariano tenían que ver con la conversión de aguas residuales en líquido purificado. Los hechiceros humanos del agua actúan directamente sobre los elementos de la naturaleza, obteniendo agua pura de la contaminada. Los magos elfos empleaban máquinas y alquimia para conseguir el mismo efecto, y muchos elfos aseguraban que su hechicería química producía un agua de mejor sabor que la de los humanos con su magia de los elementos.

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