Read La formación de Francia Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de Francia (17 page)

Luego, el 5 de Junio de 1316, el rey murió de una pleuresía que cogió, se dice, por beber vino en exceso, después de haberse acalorado mucho jugando a la pelota. Tenía veintisiete años en el momento de su muerte.

No fue un rey muy competente, pero su muerte dejó a Francia en una situación peculiarmente delicada. A lo largo de un período de tres siglos y cuarto, Francia había sido gobernada por doce reyes Capetos. Algunos fueron mejores o más fuertes que otros, pero los once primeros tuvieron algo en común: todos trasmitieron la corona a un hijo. Nunca hubo una sucesión disputada, y esto explica en buena medida el constante aumento de poder y prosperidad de Francia durante ese período. (Inglaterra tuvo muchos más problemas a este respecto, y pasó por un momento de anarquía cuando Enrique I murió sin dejar un heredero.)

Ahora, el décimo segundo rey Capeto había muerto sin dejar un hijo. Pero tenía una hija de cuatro años, Jeanne (o Juana), y ¿no podría ella subir al trono? Aun admitiendo que la costumbre general en la realeza era dar a un hijo la precedencia sobre una hija, aunque la hija fuera mayor, sin duda, si no había hijos, una hija podía heredar. Las hijas heredaron tierras y títulos en muchos casos. Leonor había sido titular del enorme ducado de Aquitania, y Matilde estuvo cerca de hacerse aceptar como reina de Inglaterra.

Sin embargo, los gobernantes femeninos no tenían más remedio que casarse, y entonces era el marido quien realmente gobernaba, como el marido de Leonor, Enrique II, había gobernado Aquitania. Esto hacía que una reina fuese una incógnita. ¿Quién podía saber con quién se casaría? Tal vez con alguien a quien la nación rechazaba totalmente. Y una reina niña era peor aún, por supuesto.

Además, en este caso particular, también había otro problema. Juana era hija de Margarita de Borgoña, la primera esposa de Luis X. En los últimos años de Felipe IV fue juzgada por adulterio y condenada. Fue puesta en prisión de por vida, pero murió poco después del ascenso de su marido al trono. (Según algunos rumores, Luis la hizo matar para poder casarse nuevamente.) En estas condiciones, ¿quién podía estar seguro de que Juana era realmente hija del rey?

Finalmente, la segunda esposa de Luis X, Constancia de Hungría, contra cuya fidelidad no corría el menor murmullo, anunció que en el momento de la muerte de su esposo estaba embarazada y, por supuesto, el vástago en camino podía ser un niño.

Carlos de Valois habría deseado que Juana fuese reina de Francia, pues con cualquier monarca que fuese un niño podía mantener su ascendencia. Pero la opinión pública estaba a favor de esperar el resultado del embarazo, y tuvo que armarse de paciencia.

Había otra persona, un hombre apuesto y anhelante, que era Felipe, el hermano menor de Luis X. Si Juana era excluida de la sucesión y si el vástago esperado era también una niña, sin duda él sería el sucesor lógico. Estaba en las provincias cuando murió Luis X, pero se apresuró a volver y se proclamó sonoramente regente en nombre de su posible sobrino aún no nacido.

El 12 de noviembre, cinco meses después de la muerte del rey, nació la criatura y era un niño. Fue llamado Juan y ha pasado a la historia como el rey Juan I de Francia. Pero la alegría de su nacimiento se convirtió en pesadumbre cuando el niño murió a la semana. El décimo tercer rey Capeto en línea directa había desaparecido.

Esto hizo retroceder el problema al punto de partida, excepto que ahora no había esperanza de nuevos hijos.

El regente, Felipe, resolvió el problema actuando rápidamente; se proclamó rey con el nombre de Felipe V y fijó la fecha de la coronación para el 9 de enero de 1317. El único que podía haber pensado en disputarle la sucesión era Carlos de Valois, pero si tal idea pasó por su mente, la rechazó.

Inmediatamente después de su ascenso al trono, Felipe V convocó una reunión de los nobles y el clero, para hacer su posición más firme y segura. Hizo que esa asamblea proclamase que en Francia la regla era que ninguna mujer podía heredar el trono. Esto estableció un precedente que persistiría durante toda la historia francesa. No se dio ninguna razón de esa regla; sencillamente se proclamó, pues de lo contrario Felipe V no podía ser rey. En tiempos posteriores, surgió la teoría de que había una llamada «Ley Sálica», que se remontaba a los francos salios, quienes habían iniciado la conquista de la Galia Romana en el siglo V, y según la cual el trono no podía ser heredado por mujeres, pero se trataba de un precedente muy dudoso. Parecía correcto sólo porque en toda la historia de Francia, y del Reino Franco que la precedió, nunca habían faltado los candidatos lógicos masculinos y ninguna mujer había tenido ocasión de poner a prueba la regla.

Felipe V (también llamado «Felipe el Largo») trató de recobrar el terreno perdido ante los señores y el clero bajo Luis X a fin de fortalecer a los burgueses, les otorgó el derecho a portar armas, en ciertas condiciones. También trató de unificar la acuñación y las medidas en la nación, pero halló la oposición de quienes se beneficiaban con los antiguos usos o sencillamente estaban acostumbrados a ellos. Convocó numerosas asambleas de los Estados Generales para discutir problemas monetarios, no siempre con éxito.

Siempre es útil para un rey tener algún sector impopular de la población al cual poder acosar y usar como pararrayos para canalizar las insatisfacciones de sus súbditos. Pero los templarios habían desaparecido, los herejes del sur habían suprimido y ni siquiera quedaban muchos judíos. Pero Felipe halló una nueva minoría, particularmente inerme, a la cual destruir: los leprosos. Fueron acusados de conspirar contra el gobierno y muchos recibieron la muerte; un particular estado de cosas, sin duda, en que una enfermedad de la piel se convertía en un crimen capital.

Felipe V murió el 2 de enero de 1322, después de reinar cinco años y alcanzar los veintiocho años de edad. Felipe había tenido un hijo, pero había muerto en 1317, cuando todavía era un niño. Sólo le sobrevivió una hija que, nuevamente, era una esposa embarazada. Otra vez la nación esperó, más esta vez la criatura era una niña. Por el precedente que el mismo Felipe había establecido, tampoco podía sucederle, y la corona pasó claramente al tercero y el menor de los hijos de Felipe IV.

Reinó con el nombre de Carlos IV y también es llamado «Carlos el Hermoso».

Bajo su gobierno, se inició una pequeña guerra en el sudoeste contra las posesiones de Inglaterra. Los ingleses, que aún estaban allí, se hallaban bajo el gobierno de Eduardo II, un rey débil que fue también cuñado de Carlos IV. La hermana mayor de Carlos, Isabel (una hija de Felipe IV), se había casado con Eduardo en 1308, cuando ella tenía dieciocho años y él veinticuatro. Fue un matrimonio desdichado, como era de esperar, porque Eduardo era un homosexual que se dedicó a sus varones favoritos y trató con desdén a su mujer. Naturalmente, Isabel tuvo amantes.

En 1326, ella y su amante, Roger de Mortimer, se rebelaron contra el rey, le obligaron a abdicar y en 1327 lo hicieron matar brutalmente. Carlos IV, naturalmente, la apoyó, en parte porque era su hermana, pero principalmente porque toda guerra civil en Inglaterra era útil para Francia. Como resultado de los infortunios de Eduardo II, la guerra en el sudoeste terminó con algunas ganancias para Francia, pues Isabel necesitaba la paz a cualquier precio razonable para consolidar su posición en Inglaterra.

El rápido cambio de reyes en Francia desde la muerte de Felipe IV podía haber sido desastroso para el Reino, si no hubiese coincidido, afortunadamente, con el reinado de Eduardo II en Inglaterra. Quizás tampoco Francia parecía tener mucho que temer de Inglaterra, de todos modos. Francia ya no era una nación dividida frente a un Reino Anglonormando centralizado.

En cambio, Francia tenía una población homogénea de 15 millones de personas bajo un gobierno centralizado. Si algunos franceses estaban bajo el gobierno inglés en Guienne, estaban lejos de la misma Inglaterra, que tenía una población de menos de cuatro millones. Ninguna ciudad inglesa, tampoco, podía compararse con la metrópoli francesa, París, con su población de 200.000 habitantes.

Pero en enero de 1328, Carlos IV cayó enfermo y murió; fue el tercer (y último) hijo de Felipe que murió después de un reinado relativamente breve. Si la muerte de sus hermanos mayores había planteado un problema sucesorio, éste no fue nada comparado con lo que sucedió ahora.

6. La catástrofe

Tío contra sobrino

Por tercera vez en una docena de años, un rey francés moría dejando sólo una hija y una viuda embarazada. En esa docena de años, habían muerto tres hijos de Felipe IV y dos nietos pequeños también. La línea masculina de Felipe IV se había extinguido, a menos que, por supuesto, la esposa de Carlos IV, a quien le faltaban dos meses para dar a luz, tuviese un niño.

Pues bien, ¿qué hacer ahora? Esperar el parto de la reina, ciertamente, pero, ¿y si daba a luz una niña? No había un cuarto hermano de los últimos tres reyes. Sin duda, aún había una hija sobreviviente de Felipe IV, Isabel, quien ahora gobernaba Inglaterra Junto con Mortimer. Pero, según el precedente sentado en 1317, no podía ser reina, como ninguna de las nietas de Felipe IV.

Sin embargo, la reina Isabel de Inglaterra introdujo una complicación. Tenía un fornido hijo de dieciséis años, un joven corpulento y promisorio, que era Eduardo III de Inglaterra (el cual aún gobernaba bajo la sombra de

su madre). El precedente de 1317 simplemente decía que las mujeres no podían heredar el trono francés, pero no decía que no pudiesen transmitir la herencia.

Para los ingleses, la herencia, ciertamente, podía ser trasmitida. Aunque los ingleses no habían aceptado a Matilde como reina, dos siglos antes, y habían preferido un varón de parentesco más lejano, luego aceptaron al hijo de Matilde, quien gobernó gloriosamente como Enrique II. Más aún, Enrique asumió la realeza aunque su madre aún estaba viva en el momento de la coronación. Por este precedente, los ingleses podían argüir que Eduardo III, sobrino de los últimos tres reyes de Francia y nieto de Felipe IV, no sólo era rey de Inglaterra, sino también legítimamente rey de Francia.

Mas para los franceses, esto, correcto o erróneo, lógico o no, era absolutamente intolerable. El nuevo nacionalismo que Felipe IV había cultivado hacía impensable que la monarquía francesa estuviese en manos de un inglés. Debía hallarse alguna alternativa y establecerse alguna regla que hiciese posible tal alternativa.

Felipe III había tenido dos hijos. El mayor había reinado con el nombre de Felipe IV, y el más joven era Carlos de Valois, quien había gobernado realmente detrás de la figura de Luis X. La línea masculina de Felipe IV se había extinguido, de modo que lo natural era pasar a la línea masculina de Carlos de Valois. El mismo Carlos había muerto en 1325, pero había dejado un hijo. Felipe de Valois, quien, por lo tanto, era primo carnal de los últimos reyes de Francia y sobrino de Felipe IV. Su parentesco era un poco más distante que el de Eduardo, pero era a través de su padre, mientras que el de Eduardo era por línea materna.

Los Estados Generales se reunieron y decidieron que si una mujer no tenía derecho a heredar el trono, tampoco podía trasmitir este derecho. Se seguía de esto que sólo podían gobernar a Francia quienes pudiesen hacer remontar su ascendencia,
a través de hombres solamente
, a algún rey anterior de Francia. Esto fue agregado a lo que posteriormente se llamó la Ley Sálica, aunque no hay ninguna mención de este término preciso en la época. La Ley Sálica (para darle ese nombre) no sólo excluía a Eduardo III, sino también a todos los hijos de las nietas de Felipe IV. Entonces, siempre que la viuda de Carlos IV no tuviese un hijo, Felipe de Valois era el único varón cualificado para el trono y, si se aceptaba la regla, no tenía por qué haber disputa por la sucesión.

Cuando finalmente la viuda de Carlos IV dio a luz, el 1° de abril de 1328, y la criatura resultó ser otra hija, Felipe de Valois inmediatamente reclamó el trono y se convirtió en Felipe VI de Francia.

Felipe VI, por supuesto, era tan Capeto como cualquiera de los reyes anteriores, puesto que descendía, por una sucesión ininterrumpida de varones (de los cuales sólo uno, su padre, no fue rey) de Hugo Capeto. Pero, por primera vez desde Hugo Capeto, reinó un rey cuyo padre no había sido rey, sino sólo un conde de Valois. Por ello, es habitual considerar a Felipe VI y a sus descendientes como pertenecientes a la Casa de Valois.

Durante un tiempo todo pareció marchar bien. El Joven Eduardo III protestó un poco, pero aceptó la decisión francesa y no hizo ningún intento inmediato de reclamar la corona. Formalmente, cumplió con los ritos de reconocer a Felipe como su señor feudal, en 1329. En 1330, tomó el gobierno de manos de su madre, y luego, en 1331, como gobernante cabal de las tierras, efectuó nuevamente los ritos.

Pero luego hubo problemas; problemas que surgieron en Flandes.

Desde la batalla de Courtrai, las ciudades de Flandes habían mantenido una considerable independencia, no sólo con respecto a la monarquía francesa, sino también a sus propios condes. Siguieron apuntalando esta independencia, orientando sus simpatías hacia Inglaterra. Los ingleses, a su turno, estaban siempre deseosos de estimular a las ciudades flamencas a conservar la mayor independencia posible, ya que esto era una espina clavada en un costado de Francia y contribuía a aliviar la

presión sobre las posesiones inglesas del sudoeste. Las simpatías de Eduardo III hacia Flandes también tenían un aspecto personal, pues en 1328 se casó con Felipa de Henao, un distrito del este de Flandes.

A los franceses les interesaba mantener a Flandes bajo un estricto control; la aristocracia francesa, además, seguía ansiosa de vengarse por la batalla de Courtrai y borrar la vergüenza de esa derrota.

Cuando las ciudades se rebelaron contra su conde, Luis de Nevers, Felipe VI condujo inmediatamente un ejército contra los insolentes burgueses flamencos.

Nuevamente, los piqueros flamencos esperaron impasiblemente el ataque de los caballeros franceses. Esta vez, los piqueros, que luchaban en Cassel, a cincuenta kilómetros al oeste de Courtrai, no eligieron tan bien el terreno como sus predecesores. Y los caballeros franceses, cuando cargaron, el 23 de agosto de 1328, tampoco lo hicieron tan imprudentemente. El ejército francés era suficientemente grande como para rodear a los infantes flamencos, que no tenían apoyo. Fue difícil abrir una brecha entre las picas y los flamencos lucharon fieramente, pero, poco a poco, los caballeros se abrieron paso y, cuando la muralla de picas se derrumbó, cargaron y mataron a los flamencos prácticamente hasta el último hombre.

Other books

Twisted by Smirnova, Lola
The Secrets of a Courtesan by Nicola Cornick
Recollections of Rosings by Rebecca Ann Collins
America's Trust by McDonald, Murray
Ultima Thule by Henry Handel Richardson
Knowing Me Knowing You by Mandy Baggot