Read La gente como nosotros no tiene miedo Online
Authors: Shani Boianjiu
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La historia está a punto de acabar
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Hay polvo en el módulo prefabricado donde damos clase, y Mira, la profesora, tiene el pelo teñido de naranja y quemado en las puntas. Estamos en último curso de secundaria, tenemos diecisiete años, casi hemos terminado la historia de Israel. Terminamos la historia del mundo en primero. Hay páginas en el libro de texto donde se habla de 1982, apenas unos años antes de que naciéramos, solo un año antes de que construyeran este pueblo, cuando aquà en la frontera con el LÃbano no habÃa más que pinos y montañas de basura. Las palabras de Mira, la profesora, no se alejan mucho de las que nuestros padres dicen las noches de borrachera. Y además Mira es la madre de Avishag.
La historia está a punto de acabar.
âHabrá ocho definiciones en el examen sobre la guerra de la Paz en Galilea del próximo viernes, y no hay nada que no hayamos visto. La OLP. Los MTA. La FAI. Los hijos de los RPG âdice Mira. Creo que conozco todos los términos, salvo quizá la de los hijos de los RPG. No se me dan tan bien las definiciones en las que hay palabras de verdad. Me asustan un poco.
Aunque el examen me da igual. Casi lo jurarÃa; no me importa nada.
TodavÃa tengo el sándwich en la mochila, esperándome. Lleva tomate, mayonesa, mostaza, sal y nada más. Lo mejor de todo es que mi madre lo mete en una bolsa de plástico envuelto en servilletas azules y tardas como dos minutos en desenvolverlo. AsÃ, incluso un dÃa que no tengo hambre, sé que me espera algo. Eso es algo y me ayuda a no ponerme a gritar.
Hace ocho años que descubrà la combinación mostaza-mayonesa-tomate.
Chasqueo los dedos bajo la barbilla. Pongo los ojos en blanco. Rechino los dientes. Hago esas cosas en clase desde pequeña. No puedo seguir asà mucho más. Me duelen los dientes.
Cuarenta minutos para el recreo, pero no puedo quedarme aquà sentada, no puedo, no pienso hacerlo, no me da la gana y no voy a c...
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Cómo se hacen los aviones
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âLa OLP. Los MTA. La FAI. Los hijos de los RPG âdice Mira, la profesoraâ. ¿Quién quiere leer algunas definiciones en voz alta, para practicar antes del examen?
Los MTA son un tipo de submarinos sirios. Y la FAI es la Fuerza Aérea IsraelÃ. Sé lo que son «hijos», y que los hijos de los RPG eran niños que intentaban disparar con lanzamisiles a nuestros soldados y acababan quemándose unos a otros, por ignorancia y porque eran niños, pero puede que eso sea una definición redundante. La última vez la muy bruja me quitó cinco puntos porque decÃa que habÃa usado la palabra «muy» siete veces en la misma definición, y además en sitios en que no se puede usar «muy».
Me está mirando, o igual mira a Avishag, que se sienta a mi lado, o a Lea, que se sienta al lado de Avishag. Deja escapar un suspiro. Creo que le hace falta una cirugÃa ocular muy correctiva. Lea le sostiene la mirada, como si estuviera convencida de que la mira a ella. Siempre cree que todo el mundo la mira.
â¿PodrÃas por lo menos fingir que escribes, Yael? âme pregunta Mira y se sienta tras su escritorio.
Aparto la mirada de Lea. Cojo el bolÃgrafo y escribo:
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¿cuándo vamos a dejar de pensar en cosas que no importan para empezar a pensar en cosas que importan? fóllame duro
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Tengo que ir al baño. Saliendo del barracón de la clase está la caseta de los lavabos. Cuando me subo encima de la tapa del váter y pego la nariz a la ventana minúscula alcanzo a ver el final del pueblo y huelo la lejÃa que usan para limpiar el maldito cristal hasta que me mareo. Veo casas, jardines, madres con bebés sentadas en los bancos, todo desperdigado como piezas de Lego que un niño gigante hubiera abandonado junto a la carretera de cemento que lleva a las montañas de arenisca dormidas del fondo. Al otro lado de las puertas del colegio veo a un muchacho. Lleva una camisa marrón y tiene la piel bronceada, podrÃa desaparecer en esta montaña si no fuera por sus ojos verdes, dos hojas en medio de la nada.
Es Dan. Mi Dan. El hermano de Avishag.
Estoy casi segura.
Al volver a clase del lavabo veo que alguien ha escrito en el cuaderno, una libreta vieja y gruesa, justo debajo de mi pregunta. Avishag y yo nos escribimos en cuadernos desde segundo de primaria. Durante un tiempo continuamos las historias que escribÃamos con Lea cuando jugábamos juntas a Cadáver Exquisito, también en un cuaderno, hasta que en séptimo Lea dejó de jugar con nosotras o con cualquiera de sus amigas de antes. Empezó a coleccionar niñas, mascotas que hacÃan lo que ella querÃa. Avishag pensó que nosotras dos debÃamos seguir escribiendo un cuaderno, aunque dos personas solas no pudieran jugar a Cadáver Exquisito. Dijo que los cuadernos duran más que las notas en hojas sueltas y que asÃ, cuando tuviéramos dieciocho años, podrÃamos mirar atrás y recordar a toda la gente que nos querÃa de pequeñas. Y de paso también podrÃa poner allà sus dibujos y sabrÃa que yo los verÃa. Cuando cumplimos catorce años dijo que además podÃamos poner la palabra «follar» en todas las frases cuando quisiéramos sin que nos pillaran. Y queremos, porque nos da la gana y porque sÃ. Es una regla.
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fóllame más duro
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De un tiempo a esta parte es como si Avishag no existiera. Todo lo que digo, lo repite un poco más fuerte. Luego se queda callada. Juega con la cadena de oro que le cuelga sobre la piel oscura del pecho. Se ajusta la tira del sujetador. Se queda ensimismada mirándose el pelo sin decir nada. Supongo que yo también hago esas cosas.
Pero la cuestión es que, por primera vez en la historia del mundo, alguien que no es Avishag ha escrito en el cuaderno mientras yo no estaba.
Estoy casi segura. Hay una lÃnea que no encaja, y tampoco dice «follar».
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siempre estamos solos. solos, incluso ahora
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Cierro el cuaderno.
Me dan ganas de preguntarle a Avishag si su hermano Dan ha entrado en clase mientras yo no estaba, pero no lo hago. Mira, la madre de Avishag y Dan, es una madre especial porque es profesora. Es profesora porque tuvo que venir y ser profesora en un pueblo en lugar de en Jerusalén. El padre de Avishag los abandonó, asà que no les llegaba el dinero para vivir en Jerusalén. Mi madre trabaja en el pueblo, en la fábrica de componentes para las máquinas con las que se hacen los aviones. La madre de Lea también trabaja en el pueblo, en la fábrica de componentes para las máquinas con las que se hacen las máquinas que sirven para hacer aviones. Siempre estoy sola.
Se me ocurre una idea.
Voy a hacer una fiesta aunque me cueste la vida. Aún no sé dónde será la fiesta, y no puedo saberlo ni sabré nada en los próximos veinte minutos porque estoy en clase pero, que Dios me ayude, Dan va a venir a esa fiesta. Vendrá si lo llamo para invitarlo, aunque sea por educación, y esa es la idea genial que se me acaba de ocurrir de buenas a primeras, una fiesta, y si una sola persona más me dice que a veces se está bien solo, chillaré y será una situación incómoda.
âPaz âdigo, y me levanto a buscar mi mochila. Cuando Avishag se levanta, arrastra la silla por el suelo de linóleo y a Mira se le fruncen los labios como si acabara de comerse un limón entero del árbol de la familia Levy.
âAún quedan veinte minutos de clase âdice Mira, la profesora. Igual cree que nos quedaremos, pero nos vamos.
âA la mierda. Paz âdice Avishag. Qué raro. Avishag no soporta que se digan palabrotas en voz alta. Solo le gustan por escrito, asà que es raro. Cuatro chicos se levantan también. En cuarto uno de ellos se comió un limón entero del árbol de la familia Levy porque lo desafiaron, pero después no pasó nada.
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No se puede hablar con nadie
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Avishag y yo vamos subiendo la avenida sin asfaltar que lleva al pueblo desde la escuela. Cuando abro la boca siento el sabor del polvo que levantan las pisadas de los compañeros de clase que van delante, y de las nuestras del dÃa anterior. Apenas puedo hablar, con tanto polvo en la boca.
âSiento, no sé, como que estoy muriendo. Vamos a montar una fiesta esta noche. Tenemos que hacer unas llamadas âdigo.
âNoam y Emuna me dijeron que Yochai les dijo que su hermano se ha enterado por Sarit, la hermana de Lea, de dónde hay cobertura âdice Avishag, entrecerrando sus ojos negros.
Los teléfonos móviles no funcionan en el pueblo. Al principio solo fallaba la cobertura en el colegio, pero desde el miércoles no pillamos señal ni cuando saltamos la valla de madera y pasamos de la clase de matemáticas. A Avishag le aparecieron dos rayitas en la pantalla pero solo diez segundos, asà que no dio tiempo de llamar a nadie. Luego solo quedó una rayita y ya no pasó de ahÃ.
Fuimos hasta la tienda de comestibles, pero allà tampoco habÃa cobertura, asà que compramos un paquete de Marlboro y ositos de gominola, y fuimos hasta el cajero automático, pero tampoco habÃa cobertura, y alguien habÃa vomitado en el único columpio donde caben dos, asà que ni nos quedamos, y ya no habÃa ningún otro sitio en el pueblo adonde ir.
âEn realidad no me lo dijeron Noam y Yochai âdice Avishagâ. Fue Dan. Ahora ya me habla. O al menos lo básico para decirme que hay cobertura al lado de la antena.
No la miro mientras me habla. Quiero preguntarle si Dan entró en clase y escribió en mi cuaderno, pero más vale que no lo haga.
La antena. Claro. A veces pienso que si no fuera por gente como Dan el pueblo entero se morirÃa, de tan imbéciles que somos.
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Qué es el amor
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Solo una vez en toda mi vida decidà que amaba a un chico, al hermano de Avishag, Dan. Moshe ha sido mi único novio desde los doce años, pero la verdad es que no es justo porque no decidà amarle. Era un amigo de la familia que me tiraba manzanas, asà que en realidad no tuve elección. Hace dos semanas rompimos. También rompimos hace nueve semanas. De todos modos lleva seis meses en el ejército. Dan ya ha terminado con todo eso.
Dan solÃa hacer una prueba. Por eso decidà que le amaba. Joder, esa prueba lo volvÃa loco, loco de verdad.
Justo al final de la calle Jerusalén hay una vista preciosa. La mejor vista del pueblo. Una vista del mundo entero y su mundo hermano. En serio. Desde lo alto de ese montÃculo se ven cuatro montañas cubiertas de bosque mediterráneo, siempre verde. Se ven mantos de anémonas rojas, y cojines de anémonas lilas, y cÃrculos de margaritas amarillas. Y pequeñas cuevas protegidas por los sauces, y bueno, duele con solo mirarlo. Igual que ver a los hijos de los otros al otro lado de la calle.
Y claro, justo al final de la calle Jerusalén hay unos bancos, asà que lo lógico es que uno pudiera ir allà a sentarse y contemplar la vista. Pues no. Porque si se sentara estarÃa de espaldas al paisaje mirando de frente la casa de la calle Jerusalén número 24, y quizá verÃa la ropa interior tendida a secar, o una correa de perro huérfana sobre la hierba amarillenta, o el cubo del reciclaje fuera, en el porche.
Y la cuestión es que Dan llevaba allà a la gente y preguntaba
qué es lo que no encaja en la imagen, qué es lo que no encaja, vamos, qué es lo que no encaja,
y como nadie se lo decÃa, se volvÃa loco, empezaba a gritar y decÃa que si no fuera por gente como él, el puto pueblo se morirÃa de tan estúpidos que somos todos. A veces es arrogante. Y entonces la persona del pueblo a la que hubiera llevado, una compañera de clase, la amiga de su madre, su hermana, su otra hermana, se quedaba allà sentada mirando la hierba amarillenta hasta que al final decÃa: «Me habÃas dicho que Ãbamos a dar una vuelta. No lo entiendo».
Yo lo entendÃ.
En séptimo, un dÃa al irme de la casa de Avishag, Dan apareció por detrás de un olivo. Las copas de los sicomoros importados y unos pájaros invisibles revoloteando a toda velocidad en lo alto proyectaban a su alrededor un baile de luces, como en una discoteca. Dio un paso hacia mÃ. Luego otro. Estaba tan cerca que vi dos pestañas caÃdas en su mejilla izquierda. Bajé la mirada por timidez y me di cuenta de que iba descalzo y de que tenÃa unos pies muy largos. Con los nervios empecé a chasquear los dedos debajo del cuello. Era muy alto, igual que Avishag. O quizá yo era baja.
â¿Quieres ir a dar una vuelta? âme preguntó.
Al principio, cuando me senté en el banco, solo me sentà cansada. Me daba la vuelta a cada momento y apartaba la vista para que Dan no viera lo emocionada que estaba y asà quedarme con otra cosa bonita en la que pensar. Y entonces me di cuenta.
âO sea que alguien viene aquÃ, le dan dos bancos y le dicen: «Planta estos bancos en el suelo con cemento». Y, bueno... âdije. Sólo querÃa hablar de cualquier cosa, pero los ojos verdes de Dan brillaban y no paraba de enarcar las cejas.
Luego nos sentamos un rato en el suelo a mirar los mantos rojos y las cuevas a lo lejos, y le conté todos mis secretos. Creo que esa noche le quise un poco, pero no sé si fue amor de verdad o fue porque me di cuenta de que yo, o algo que dije, le gustaba. Se sabÃa por el modo en que se mecÃa de atrás hacia delante, y también porque cuando le enseñé el cuaderno prometió que algún dÃa escribirÃa en él, algo que fuera la hostia de inteligente.
No volvà a hablar con él nunca más después de aquella noche. Dos meses después le contó a Avishag uno de mis secretos. Al cabo de dos años se marchó al ejército y cuando volvió al pueblo, en lugar de ponerse a trabajar en la fábrica de componentes para las máquinas con las que se hacen las máquinas que sirven para hacer aviones, se quedó en casa dibujando botas militares. Lo sé porque mi hermana fue la semana pasada a jugar con su hermana pequeña y al volver dijo que habÃa dibujos y dibujos de botas. Toda la pared de la cocina parecÃa empapelada de negro, con todas aquellas botas pesadas.
âDan me ha dicho que te echa de menos âdijo mi hermanaâ. Dice que ya no vas nunca con él a dar una vuelta âañadió, y empezó a lanzar besos al aire. Luego subió el volumen de sus dibujos animados de
Bully, el muñeco de nieve
para que no le gritara.