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Authors: Craig Smith

Tags: #Histórico, Intriga

La lanza sagrada (17 page)

Un año después, aproximadamente, una cámara de seguridad de un aparcamiento subterráneo de San Petersburgo captó otro de sus trabajos. Malloy vio el vídeo después de leer la historia. El objetivo de Chernoff era un empresario estadounidense que intentaba construir un hotel en la ciudad. Le había pagado a la mafia rusa por su protección y, al parecer, se suponía que solo estaba con su chófer. Cuando Chernoff se acercó al objetivo, un equipo de guardaespaldas llegó en un coche. La cámara grabó parte del tiroteo, aunque casi todo sucedió fuera de imagen. La pelea duró unos noventa segundos, una barbaridad de tiempo para ser un tiroteo callejero. La calidad de la película de seguridad hacía que resultase difícil saber lo que pasaba, pero una cosa estaba clara: al final, Helena Chernoff era la única que seguía en pie. Gracias a aquel incidente, las autoridades por fin habían obtenido muestras de sangre y ADN fiables de la asesina.

La Interpol había logrado montar una serie de grabaciones de las cámaras de vigilancia de la finca de Julián Corbeau en las que salía Chernoff, algunas con excelentes muestras de voz y las mejores fotografías que le habían sacado en muchos años. Aunque a Malloy le resultaba inquietante ver un tiroteo en el que él mismo había participado, lo más alarmante fue ver a Chernoff hablando sobre él con Corbeau en tres encuentros distintos. No estaba muy informada, pero el contexto de los intercambios indicaba una familiaridad con Malloy de la que él nada sabía. Teniendo en cuenta los recursos de Corbeau y la forma en que había planeado la eliminación de Malloy, le daba la impresión de que Chernoff debía de haber visto fotos suyas y; por tanto, podría reconocerlo.

Malloy no fue consciente de que ella estuviera involucrada en lo de Julián Corbeau hasta que Gilí Fine le mencionó las grabaciones de vídeo de la finca. No aceptaba la idea de que la aparición de Chernoff con Farrell fuese una extraña coincidencia, aunque no sabía bien qué pensar. Era tentador imaginarse que Farrell había buscado la ayuda de la asesina precisamente porque conocía a Malloy de vista y ya se había enfrentado a él antes, pero estaba relativamente seguro de que Jack Farrell no tenía ni idea de que Malloy hubiese propiciado las investigaciones de la Comisión. Eso significaba que un tercero lo había informado de la participación de Malloy e incluso que había contratado la ayuda de Chernoff. Pero, ¿qué clase de ayuda? Era una asesina, no una guardaespaldas, ni una contrabandista de fugitivos. Le faltaba demasiada información para intentar averiguar la verdad, aunque una cosa estaba clara: su tapadera no le servía de nada, ya que conocían su cara.

Se pasó un rato mirando las fotos de Chernoff que las distintas agencias habían recopilado a lo largo de los años. Tenía rasgos eslavos, aunque también la habilidad de alterar su apariencia radicalmente. Perdía y ganaba peso, cambiaba de color de pelo e incluso de edad, con lo que parecía un camaleón.

Después de ver las diapositivas, Malloy se levantó y se acercó a ja ventana de la habitación del hotel para contemplar la última hora de la noche. A pesar de lo que le había contado a Jane Harrison, estaba bastante seguro de que las actividades delictivas de Jack Farrell se limitaban a algunas irregularidades financieras en el extranjero, normalmente asociadas a una de las empresas de Giancarlo Bartoli y relacionadas con fraudes de quiebra. El ejemplo más destacado de tal asociación fue la compra de una empresa de alta tecnología de Milán, que Jack Farrell y Giancarlo Bartoli habían comprado y posteriormente exprimido. La idea de aquel tipo de fraudes era recuperar mucho más dinero del invertido y después declararse en bancarrota, dejando que otros se ocuparan de las pérdidas económicas. En aquella ocasión destriparon la compañía y la vendieron a su buen amigo Robert Kenyon.

Malloy no tenía ninguna forma de saber qué le contó Jack Farrell a lord Kenyon sobre la empresa, pero, sobre el papel y visto en retrospectiva, el trato era un suicidio financiero. Por algún motivo, a Kenyon le encantó la idea de adquirir la empresa y había acabado enterrándose en deudas para financiar la adquisición. Un mes después de firmar el trato, Kenyon murió en algún lugar del Eiger y la empresa fue directa al tribunal de quiebras. La viuda de Kenyon, Kate, que había puesto diez millones de libras de su propio dinero en el negocio, lo perdió todo. El total ascendía a una deuda de setenta y cinco millones de libras y exigía liquidación inmediata a costa del patrimonio de Kenyon.

En el momento de la compra, puede que la empresa pareciese tener potencial, o que Robert Kenyon no entendiese parte de la estructura de las deudas o de los contratos con los proveedores. Para Malloy, todo aquello eran señales de alarma, sobre todo porque casi todos los contratos de suministros y servicios estaban relacionados de una u otra forma con compañías controladas por Giancarlo Bartoli. A eso se le añadía que estaba llena de personas con sueldos astronómicos y contratos laborales férreos, y todos los socios eran conocidos de Bartoli...

Kate Brand nunca había comprendido por completo la mecánica de la muerte de la empresa. En aquel momento no tenía experiencia en los negocios, y había adquirido muy poca desde entonces. Para empeorar la situación, estaba de luto y, por supuesto, seguía conmocionada por lo ocurrido en el Eiger. Con toda la ingenuidad del mundo había ido a pedirle una explicación del desastre financiero a su padrino, Giancarlo Bartoli, que, por lo visto, la había convencido de que habían perdido algunos contratos pendientes por la muerte de Kenyon y que, por esa razón, la compañía no había podido sobrevivir. La explicación de Bartoli no se aproximaba a la verdad en ningún aspecto.

Hacía poco más de un año, cuando Kate y Ethan vivían en Nueva York, Kate había ido a ver a Malloy para pedirle que investigase la muerte de Kenyon. Malloy los había conocido en Suiza, cuando los tres se habían convertido de repente en objetivo de Julián Corbeau. Con vistas a establecer activos en Europa que lo hiciesen indispensable para Jane, Malloy aceptó encantado. A petición suya, Kate le dio toda la información financiera hasta llegar a la bancarrota, un resumen sobre los amigos y socios de Kenyon, sus tratos empresariales en general, e incluso el itinerario de viaje de Kenyon durante su último año de vida. Casi toda la información procedía de los detectives privados que no habían logrado dar con una pista. Algunos eran de Giancarlo Bartoli en persona, informes recargados y profesionales del personal de seguridad de su empresa. Alguna información partía del abogado de Robert Kenyon en Londres, el caballero que había llevado la liquidación de las propiedades del lord.

A Malloy no le había costado mucho dar con el motivo el asesinato: los amigos de Kenyon le habían robado toda su fortuna y lo habían asesinado antes de que se diera cuenta de la estafa. Por lo que él veía, solo había tres sospechosos: Giancarlo Bartoli, su hijo Luca y Jack Farrell. Todos parecían haberse beneficiado de la inversión de lord Kenyon y todos corrían grave peligro si Kenyon vivía lo suficiente para comprender lo que le habían vendido.

Cuando Malloy le entregó su informe preliminar a Kate, le sorprendió su respuesta. No estaba preparada para creerlo. No es que se comportara de forma completamente irracional: sabía de qué iban Giancarlo y Luca Bartoli, reconocía sin pudor que había recuperado su solvencia económica después de la quiebra gracias a sus negocios con Luca, vendiendo cuadros robados. Sin embargo, insistía en que Robert Kenyon era como un hijo para Giancarlo. En cuanto a Jack Farrell, no solo era amigo de Kenyon, sino también primo suyo, hijos únicos de dos hermanas que habían logrado pasar juntas casi todos sus veranos durante la infancia de los niños. Un verano lo pasaban en Berlín y el siguiente en Falsbury Hall, en la campiña occidental de Inglaterra. Acamparon dos veranos en la propiedad de los Farrell, en la Gold Coast de Long Island. Y otro en París, donde, a la tierna edad de trece años, habían estudiado francés por las mañanas y deambulado por el Louvre por las tardes. Su relación continuó al entrar en la universidad, sobre todo un notable verano en Italia, ya sin sus madres. En aquel viaje se alojaron con Luca Bartoli en uno de los refugios de la familia. Para Jack Farrell, cuyo padre era amigo íntimo de Giancarlo, fue el principio de una amistad que se convertiría en una relación empresarial de por vida con la familia Bartoli. Para Kenyon fue el principio de un flirteo superficial pero constante con los bajos fondos.

La amistad entre Jack Farrell, Robert Kenyon y Luca Bartoli que empezó aquel verano continuó hasta la muerte de Kenyon. De hecho, los tres jóvenes habían heredado un asiento en el consejo de administración de una organización benéfica llamada la Orden de los Caballeros de la Lanza Sagrada. Hasta los últimos meses, Kenyon, sin duda el más pobre de los tres, siempre había mantenido sus finanzas separadas de los otros dos. ¿Por qué decidió de repente echar por la borda las aburridas inversiones seguras que habían alimentado a su familia durante años para comprar una compañía de alto riesgo en un campo de alto riesgo? Kate no tenía ni idea, solo sabía que Kenyon estaba emocionado ante la perspectiva de «darles la vuelta a las cosas» y no parecía especialmente preocupado por su habilidad para conseguirlo. No cabía duda de que, en otros aspectos de su vida, era alguien adicto al peligro. Quizá había llegado a un punto en el que quería algo más, y creía que si tenía éxito en una empresa dudosa podría obtener el respecto de sus pares. Al fin y al cabo, su fortuna solo resultaba sustanciosa para alguien que no hubiese tenido nunca demasiado. En los círculos en los que se movía lord Kenyon, él era el pariente pobre, un hombre con más sangre que dinero. Estaba empezando una nueva vida con una bella esposa; su suegro poseía una fortuna dos veces superior a la suya, ganada en el negocio más peligroso de todos. Quizá, solo quizá, Robert Kenyon se cansara de vivir con una mensualidad, por muy generosa que fuera, y cayese presa de la ambición. De ser ese el caso, sus viejos amigos habían utilizado su ambición contra él.

Kate no se tragaba la teoría, no sin pruebas. Insistió en que tanto Jack Farrell como Giancarlo Bartoli ya tenían un montón de dinero legítimo y disfrutaban de enormes ganancias en aquellos momentos... de ganancias récord, de hecho. La cantidad de dinero que se manejaba en el supuesto timo a Kenyon, setenta y cinco millones de libras, no era una gran suma Para ellos, aunque representara toda la fortuna de Robert. Robert era un hombre con influencias, tenía conocidos en sitios importantes y, al ser un héroe condecorado y un par inglés, su influencia podía resultarles útil a sus amigos. Kate pensaba que eso valía más de setenta y cinco millones de libras.

Malloy nunca había conocido a nadie que no deseara más dinero, pero el argumento de Kate tenía cierta validez. Además, no entendía por qué Giancarlo había incluido a Kate en el asesinato, siendo como era su ahijada, su favorita, al parecer. Su padre y Giancarlo no eran solo socios de negocios, sino viejos amigos. Si Bartoli hubiese querido matar a Robert Kenyon por algún motivo, ¿por qué no arreglarlo sin involucrar a Kate? Aquella pregunta lo llevó a modificar su teoría. Quizá Giancarlo Bartoli fuese inocente, quizá Luca y Jack Farrell hubiesen montado la estafa y el asesinato. Luca había llevado el romance y consiguiente matrimonio de su antigua novia con una elegancia sorprendente, quizá demasiada. Puede que sintiese emociones que no quería compartir. Kate tampoco se lo creía, decía que habían vuelto brevemente a su relación después de la muerte de Kenyon, pero que entre ellos casi todo era cuestión de negocios. Casi todo era una expresión curiosa, aunque Malloy no había insistido. Además, había tenido varias relaciones como aquella cuando era joven... y había acabado con su matrimonio en el proceso. Luca estaba casado cuando pasó todo el asunto, y Kate le dijo que era de esos italianos que se casaban de por vida. Aseguraba que ella no había sido más que un capricho pasajero y que, cuando apareció Robert Kenyon, Luca se hizo a un lado sin problemas por el bien de su amigo. Después, en los meses que pasó viviendo en la granja de los Bartoli en Mallorca con Luca para aprender la profesión, pasaron unas cuantas «noches», pero nada serio. Malloy no lograba imaginárselo. Kate no era una mujer que pudiera disfrutarse sin más. Obviamente, por aquel entonces era más joven, poco más que una niña, y tendría algo de la típica chica juerguista con más dinero que sentido común. El Eiger era lo que la había convertido en la mujer que conocía... el Eiger y una década arriesgando la vida.

Malloy llevaba ya más de un año con aquel «favor» y no tenía nada más que piezas sueltas de un rompecabezas demasiado grande. No dejaba de caminar en círculos que siempre le llevaban al mismo móvil financiero. Era lo único que tenía sentido, y estaba seguro de que Jack Farrell podría explicarle lo que él no comprendía..., si pudiera mantener una conversación con aquel caballero. Sin embargo, aquella pista se había fastidiado como todas las demás y, de repente, se encontraba en Hamburgo intentando arreglar una situación que no había sido capaz de prever; y con Helena Chernoff en medio.

Su instinto le gritaba que se retirase, que estaba metiéndose en una trampa, pero retroceder en aquel punto quizá no bastase. Teniendo en cuenta la presencia de Chernoff en todo aquello, puede que la única salida fuese apretar los dientes y seguir hasta el final.

David Carlisle recibió una llamada de Helena Chernoff el sábado por la mañana para informarle de que Malloy y los dos agentes del FBI habían salido a cenar, tal como planeaban. Dentro del todoterreno, Malloy había hecho de guía turístico. Al dejar el coche habían paseado por el muelle disfrutando de las vistas, y después se habían metido en Reeperbahn y entrado en un restaurante. Durante la cena, el agente Sutter había hecho dos llamadas a su contacto en la policía y había recibido otra del mismo teléfono.

—¿Qué quería? —preguntó Carlisle.

—No pudimos saberlo en esos momentos, pero Sutter y Randal estuvieron charlando de vuelta al hotel, y resulta que Malloy quería saber desde qué cabina se hizo la llamada a la policía.

—Entonces está mordiendo el anzuelo —respondió Carlisle sonriendo.

—Al menos está apuntando en la dirección correcta. Esperemos que sea concienzudo.

Carlisle se acercó a la ventana y miró abajo, al tranquilo barrio en el que llevaba metido desde que siguiera a Malloy a su llegada al aeropuerto.

—Después de la tercera llamada, Malloy salió del restaurante y desapareció en pocos minutos entre la multitud —siguió diciendo Chernoff—. Lo único que sé con seguridad es que no volvió al hotel.

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