La meta (16 page)

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Authors: Eliyahu M. Goldratt

Tags: #Descripción empresarial

—Bien ¿preparado todo el mundo? — Preparados.

Entrego el dado a Andy.

Saca un dos. Andy toma dos cerillas de la caja y las coloca en el cuenco de Ben. Al sacar un dos, Andy ha perdido 1,5 de su cuota y yo anoto esa desviación en la cuadrícula.

Le toca a Ben, que saca un cuatro.

—¡Eh, Andy!, necesito un par de cerillas más —exige.

—No, no, no, no. Ese no es el juego. Sólo puedes pasar las cerillas que ya tengas en tu cuenco.

—Pero sólo tengo dos.

—Entonces, sólo puedes pasar dos.

—¡Bah!

Y pasa sus cerillas a Chuck. Le apunto también una desviación de —1,5 en su casilla.

Ahora a Chuck. Saca un cinco. Y, nuevamente, sólo hay dos cerillas que mover.

—Oiga, esto no es justo —se queja el chico.

—Claro que lo es. Se trata de mover cerillas. Si Andy y Ben hubiesen sacado un cinco, tú tendrías cerillas para mover. Pero como ellos no lo han hecho, tú tampoco puedes.

Se le escapa una aviesa mirada sobre Andy:

—La próxima vez procura sacar un número más alto. — Oye, ¿y qué culpa tengo?

—No preocuparos —interviene Ben—, ya lo recuperaremos.

Chuck pasa sus escasas dos cerillas a Dave y yo apunto de nuevo una desviación de -1,5 también en la casilla de Chuck. Miramos a Dave tirar el dado. Saca un uno. Por tanto, pasa una cerilla a Evan. Evan también saca uno. Coge la cerilla y la pone al final de la mesa. Tanto para Dave como para Evan apunto una desviación de -2,5.

—Bueno, vamos a ver si la próxima vuelta nos sale mejor.

Andy agita su dado durante lo que parece casi una hora. Le gritan que tire ya. El dado rueda sobre la mesa girando. Miramos. Es un seis.

—Muy bien.

—Adelante, Andy.

Coge seis cerillas de la caja y se las entrega a Ben. Apunto una ganancia de 2,5 que coloca su cuota en 1,0.

También Ben saca un seis. Se producen nuevas aclamaciones. Pasa las seis cerillas a Chuck. Apunto el mismo resultado de Andy a Ben.

Pero Chuck saca sólo un tres. Así que, después de pasar tres cerillas a Dave, le quedan otras tres en su cuenco. Y yo anoto una pérdida de —0,5 en la cuadrícula.

Tira Dave y saca otro seis. Pero sólo tiene cuatro cerillas para pasar (las tres de Chuck y otra que tenía de la vuelta anterior). Entrega las cuatro a Evan y yo apunto una ganancia de 0,5 en su casilla.

Evan obtiene un tres en su tirada. De esta forma otras tres cerillas van a sumarse a la una solitaria al final de la mesa. Evan todavía conserva una en su cuenco y yo señalo una pérdida de -0,5 para él.

Al final de las dos vueltas la cuadrícula presenta estas anotaciones:

Continuamos. El dado rueda sobre la mesa
y
pasa de mano en mano. Las cerillas salen de la caja y circulan de cuenco a cuenco. Los número que saca Andy son, digamos, medios. Consigue mantener su cuota y ganar algo. Al otro extremo de la mesa la historia es otra.

—Venga, a ver si llegan esas cerillas.

—Eso, necesitamos más aquí abajo.

—Sigue tirando seises, Andy.

—No es él, es Chuck. ¡Fíjate, ha sacado un cinco!

Después de cuatro vueltas, tengo que añadir más números, números negativos, al final de la cuadrícula. No por Andy, Ben o Chuck, sino para Dave y Evan. Para estos últimos no parece haber cuadrícula suficiente.

Después de la quinta vuelta, la cuadrícula tiene este aspecto:

ANDY BEN CHUCK DAVE EVAN


¿Lo
hago muy mal, señor Rogo? —me pregunta Evan.

—Bueno, chico, ¿has oído hablar del Titanic? Parece muy deprimido.

—Todavía te quedan cinco vueltas. A lo mejor puedes recuperarte.

—Claro, recuerda la ley de las probabilidades —le anima Chuck.

—Como tenga que lavar los platos por culpa vuestra, que no me pasáis suficientes cerillas… —se desquita Evan, dejando flotar en el aire cierta amenaza.

—Yo cumplo aquí arriba —responde Andy.

—Desde luego. ¿Qué os pasa ahí abajo?

—Es ahora cuando empiezo a tener cerillas. Antes, ni las veía —dice Dave.

En efecto. Finalmente, parte del inventario acumulado en los tres primeros cuencos ha comenzado a llegar hasta Dave. Pero ahora es allí donde se encuentra atascado. Después del par de tiradas altas de las primeras vueltas, y justo ahora que tiene inventario que mover, saca números bajos.

—¡Venga, Dave, pásame algunas cerillas! —le anima Evan. Tira un uno.

—¡Ay! ¡Dave, uno! Ben pregunta:

—Andy, ¿sabes qué hay de cenar?

—Spaguettis, creo.

—Chico, sí que se van a pringar lavando platos.

—Espera y verás, tú sólo tienes que esperar hasta que Dave saque algo bueno, verás cómo cambian las cosas —dice Evan.

Pero las cosas no mejoran.

—¿Qué tal lo estamos haciendo ahora, señor Rogo? —pregunta Evan.

Creo estar viendo ya un estropajo con tu nombre.

—Estupendo. Esta noche nada de lavar platos —grita entusiasmado Andy.

Miro la cuadrícula y apenas puedo creerlo. Era un sistema equilibrado. Y aun así, los «ingresos» se han reducido. El «inventario» ha subido. ¿Y los «gastos de operación»? Bien, si hubiéramos tenido costes derivados del almacenamiento de cerillas, los gastos de operación habrían subido también.

El inventario de Dave en las tiradas 8, 9 y 10 fue respectivamente 11, 14 y 17 cerillas.

¿Y si hubiese sido una fábrica de verdad, con clientes de verdad? ¿Cuántas unidades hemos conseguido vender? Creíamos que treinta y cinco. ¿Han sido ésos nuestros ingresos? ¡Sólo veinte! Como la mitad. Y nadie se ha acercado a su capacidad potencial máxima. Si hubiese sido una fábrica de verdad, la mitad o más de nuestros pedidos se habrían retrasado. Seríamos incapaces de asegurar una fecha específica de entrega. Porque, en caso de hacerlo, nuestro crédito con los clientes descendería al nivel del suelo.

¿No me resulta todo esto familiar?

—Un momento, no podemos parar ahora — exclama Evan. Eso, hay que seguir jugando — le secunda Dave.

—De acuerdo, ¿qué te apuestas ahora? — le reta Andy.

—¿Nos jugamos quién cocina esta noche? — propone Ben.

—Estupendo.

—Te toca — termina Dave.

Lanzan el dado para empezar otra ronda de veinte vueltas, pero me he quedado sin papel con las anotaciones de Dave y Evan. ¿Qué es lo que esperaba? En principio, la cuadrícula preveía una variación de +6 — 6. Creo que esperaba encontrarme con cierta regularidad de números altos y bajos, formando una sinusoide normal. Nada por el estilo. En su lugar, la cartulina parece un plano transversal del Gran Cañón del Colorado. El inventario se mueve a lo largo del sistema, no en un flujo controlable, sino en ondas. Cuando el montón de cerillas en el cuenco de Dave pasa al de Ben y, finalmente, a la mesa, una nueva onda reemplaza a la anterior. Y el sistema acumula más y más retraso.

—¿Jugamos otra vez? — pregunta Andy.

—Sí, pero ahora me toca en tu sitio — exige Evan.

—Ni hablar.

Chuck, en el medio, se resigna a perder. Bueno, ya es hora de emprender de nuevo la marcha.

—Curioso juego, ¿eh? — dice Evan.

—Sí, curioso juego — respondo, pensativo.

15

Por un rato, vigilo la fila que tengo ante mis ojos. Nuevamente los huecos comienzan a ensancharse. Muevo la cabeza desazonado. Si no lo consigo con esta tropa, ¿cómo puedo pensar en resolverlo en la fábrica?

¿Cuál era el problema en el modelo equilibrado del juego de dados? Durante una hora sigo dándole vueltas a la cabeza. Por dos veces tengo que parar la fila para reagruparnos. Poco después, he comenzado a vislumbrar lo que pasa.

Cuando los chicos de atrás, en el modelo equilibrado, se retrasaban, no podían recuperarse porque carecían de capacidad extra para procesar el exceso de inventario que tenían delante. Y a medida que las desviaciones negativas se acumulaban, se hundían más
y
más en el agujero. Me viene a la memoria una clase de Matemáticas, hace mucho tiempo, sobre algo llamado… covarianza, la influencia de una variable sobre otras del mismo grupo. Según un principio matemático, en una dependencia lineal de dos o más variables, las fluctuaciones de las variables posteriores oscilarán alrededor de la desviación máxima producida en las variables precedentes. Lo que explicaría lo sucedido en el modelo equilibrado.

Muy bien. Y ahora, ¿qué hago?

En la excursión puedo pedir que se den prisa, cuando nos quedamos rezagados. O a Ron que vaya más despacio o se pare. Y así nos podemos reagrupar. Dentro de una fábrica, cuando algunas secciones comienzan a retrasarse y el inventario en curso empieza a acumularse, se empieza a mover al personal de un lado a otro, se hacen horas extras, la dirección presiona y los productos terminan por salir y el inventario disminuye lentamente. Es decir, aceleramos el paso para recuperar retrasos. La otra opción, mandar parar a algunos trabajadores. .., es tabú. Entonces, ¿por qué no podemos recuperar retrasos en mi fábrica? Da la impresión de que siempre estamos corriendo. Corremos tanto que nos quedamos sin aliento.

Miro la fila. Los huecos siguen produciéndose y, además, se ensanchan cada vez más rápido. Observo algo extraño. Ya nadie estorba a nadie en la fila. Salvo a mí, que me encuentro estancado detrás de Herbie.

¿Herbie? ¿Qué es lo que hace Herbie aquí detrás?

Me inclino hacia un lado para ver mejor la fila. Ron ya no va a la cabeza sino que se encuentra en tercer lugar. Delante de él va Dave, pero no consigo saber quién dirige ahora la columna. Está muy lejos. ¡Qué puñeteros!, han cambiado el orden de marcha por su cuenta y riesgo.

—Herbie, ¿cómo es que estás aquí atrás?

—¡Oh!, hola, señor Rogo — y se vuelve hacia mí—. Pensé que era mejor irme hasta donde usted, para no retrasar a nadie.

Camina vuelto hacia atrás mientras habla.

—¡Ah! Bien pensado por tu parte. ¡Cuidado!

Herbie tropieza con una raíz, sale volando y aterriza sobre su trasero. Le ayudo a incorporarse.

—¿Estás bien?

—Sí, pero creo que es mejor que camine mirando hacia adelante. Lo malo es que es difícil hablar así.

—No importa, Herbie — le digo, cuando comenzamos a andar de nuevo—. Disfruta de la excursión. Yo, de todas formas, tengo muchas cosas en qué pensar.

Y no miento. Puede que Herbie me haya puesto sobre la pista de algo. Creo que Herbie es el más lento del grupo, a no ser que se esfuerce duramente, como lo hizo antes del almuerzo. Parece un buen chico y todo lo demás, incluso claramente consciente, pero más lento que los demás. Alguien tiene que serlo. Cuando Herbie marcha a lo que yo llamo vagamente, su paso óptimo, o sea, al que se siente cómodo, se mueve más despacio que los que van detrás. En este caso, yo.

Por el momento, Herbie no impide la marcha a nadie, excepto a mí. De hecho, los chicos se las han arreglado, no sé si casualmente o a propósito, de forma que nadie limita la marcha de nadie. No veo a nadie que se quede atrás por ese motivo. El orden en que se han colocado sitúa al chico más rápido a la cabeza y al más lento en la cola. Cada cual ha encontrado su velocidad óptima por sí mismo. Si esta fuera mi fábrica, sería como si diese trabajo, ininterrumpidamente, a cada recurso, sin tiempos muertos en los mismos.

Pero, veamos lo que sucede: la longitud de la fila se ha ensanchado más y más rápidamente que nunca. Los huecos entre los chicos han aumentado. Cuanto más cerca de la cabeza, más grandes son los huecos y más rápidamente se amplían.

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