La música del mundo (46 page)

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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

una mañana estuvo pensando un rato, antes de levantarse de la cama, en ese curioso fenómeno de los tiempos simultáneos; hacía bastante frío, el cielo estaba nublado y Block el Perezoso no sentía deseos de salir de debajo de su edredón… su edredón era verde y ondulado, y de pronto tuvo una visión: ante él se extendía una verde región, con valles, colinas y caminos que iban de un lado a otro, él estaba en el centro, y desde donde él estaba se veían varios caminos por los que era posible caminar y perderse entre las colinas, y cada camino era distinto e independiente de los demás… uno, que partía hacia la izquierda, era el camino de Estrella; cuando rodeaba las colinas, se transformaba en el camino de Jaime, Block y Estrella, y por allí les veía a los tres caminando del brazo a través de la nieve… había otro camino que cruzaba por lo alto, que era el camino de Jaime y Estrella; era bastante parecido al camino de Estrella, pero su configuración era algo extraña, quizá debido a que existía sobre todo en el pasado… había otro camino, por el centro, que era el camino de Jaime: aquí había sobre todo conversaciones, fiestas, mujeres, y luego la Academia de los Dormidos, y después los anaqueles de la Sala de Raros e Incunables de la Biblioteca Nacional, y al fondo los pantanos de la Región Confabulada… este camino parecía por sí sólo llenar una vida completa, en la que Jaime, Block y los miembros de la Academia se perdían en extrañas mansiones y en oscuros tugurios buscando testimonios de la Región Confabulada, buscando puertas que comunicaran los dos mundos… el camino de la derecha era el camino de Montoliu; las clases de Montoliu en el Abuelo del Mar, pero sobre todo la
persona
Montoliu, Montoliu y su camping, Montoliu y
El lago Ariadna
, Montoliu y la Exposición Universal… y faltaban caminos, todavía: imaginó, en las heladas regiones que se extendían más allá de sus pies, a Mencía en su isla de Mallorca, la casa de los padres de Estrella, en el borde del mar, en Mallorca, y los amigos de Estrella, los lejanos días en que Jaime y Estrella todavía no se conocían, y también su vida de apátrida, su extraña vida sin rumbo, y su familia en Antibes, y después de todo eso casi deseó volver a dormirse para no despertar en mucho tiempo; pensó en el libro que quería escribir y entonces se dio cuenta de que quedaba un último camino, oculto entre los vericuetos del edredón… el camino de Block era el más fino, el más invisible de todos, enlazaba el Abuelo del Mar con la casa de Jaime y Estrella, y luego cruzaba por encima de la avenida de Verdulia y subía y bajaba, para llegar al Conservatorio de Países, en su cabina de piano, donde solía pasar muchas tardes y mañanas; era un camino lleno de música, de ansiedad, de hermosos mundos entrevistos, era finalmente el camino que pasaba por entre los zarzales y las ondulantes vallas pintadas de blanco, era
Blackberry winter
, y él de nuevo, como cada vez que oía esa música lánguida y siempre palpitante, siempre joven, saludando a la muchacha que levantaba el pálido brazo desde la valla, y luego los dos cogiendo zarzamoras en el bosque, encerrados, como en la escena de un camafeo, en un óvalo de zarzas esculpidas y bayas esmaltadas, con el aire lleno de copos de nieve, cada uno de los cuales contenía una minúscula estrella de hielo, y los ojos de ella mirándole desde el fondo de los mundos, los ojos verdes del gato que vivía cerca de su ventana, en las ondulaciones de los tejados de la Residencia, los ojos que llameaban en la oscuridad de las noches, y los desesperanzados cantos de los mirlos de los árboles medio despojados del Abuelo del Mar…

esa mañana tenía ganas de tocar, y decidió ir al Conservatorio, tocar unas cuantas horas y volver a tiempo para comer, leer algo y asistir a la clase de Montoliu, que ese día era la última de la tarde… le desagradó la sensación de que todo el día estaba ya armado, como un mecanismo, ¿qué haría esa noche? seguramente acercarse a casa de Jaime y Estrella, seguramente, como casi todos los días, asomarse a ese pozo de encantamientos, a esa sima de serpientes —la música le ayudaba a no pensar,
Blackberry winter
era el bello invierno, cuando Jaime, Estrella y él recorrían los tres caminos, el de Block, el de Estrella, el de Montoliu, y se sentaban después en lo alto de la colina (su rodilla derecha en aquellos momentos) y contemplaban al mismo tiempo todos los caminos, riendo y flotando como copos de nieve por el azul terciopelo del transtiempo… azul terciopelo… podían ir al cine, podían cenar en casa, o ir a casa de algún amigo, reunirse con la Academia de los Dormidos en El Cielo; vivir era fácil si uno lograba olvidarse de la cronología y vivía flotando en el transtiempo…

POR EL CAMINO DE ESTRELLA

—seamos sinceros el uno con el otro, se dice Block a sí mismo (ahora, caminando por las calles descendentes del Abuelo del Mar, rumbo a la avenida de Verdulia, rumbo al Conservatorio de Países, pero en realidad sin rumbo, dejándose llevar como una hoja), querido Block: sólo piensas en ella, sólo quieres ir a su casa para verla a ella… ¿en qué puede acabar todo esto? seamos sinceros, al fin y al cabo nadie nos oye, no, nadie puede oír lo que hablamos aquí… ¿es que te gusta tanto? ¿de veras te gusta tanto? pero ¿de qué manera te gusta? ¿te gusta mirarla, te gusta estar con ella, la deseas como mujer, estás enamorado de ella? ¿qué diablos te pasa?

—no, murmura Block (el suelo está cubierto de una tupida alfombra de hojas mojadas que amortiguan el sonido de los pasos, y se siente como andando por las nubes, en lo alto del cielo del oeste) no… me gustaría que ella fuera mi hermana, y no me puedo imaginar lo que se siente hacia una hermana joven y bonita… pero no puedo creer que no haya nada sensual; yo no podría relacionarme con ella de ninguna manera que no fuera sensual… ¿ya no recuerdas nuestra conversación, en el parque Servadac?

—¿qué conversación, amigo mío?

—la recuerdas perfectamente, se reprendió Block… estábamos en lo alto de una colina, tendidos en la hierba; habíamos llegado hasta allí huyendo de unos caníbales bastante hambrientos, lo recuerdas perfectamente… entonces nos acostamos en la hierba, nos dormimos y los dos estuvimos hablando en sueños

—quieres decir que soñaste, que soñaste con ella… pero ¿qué es exactamente lo que soñaste?

—soñé con la Pagoda de Posibles; en aquel momento no recordaba pero más tarde me he dado cuenta de que los dos que estaban sentados en el jardín de la Pagoda de Posibles, éramos nosotros dos, ella y yo… ella era la esposa de todos los monjes de la Pagoda de Posibles, por eso tenía que volver allí cada vez; iba vestida con un vestido de terciopelo azul, y yo la veía deslizarse entre los crisantemos, y me quedaba fuera de los muros de la pagoda, cerraban las dos puertas pintadas de rojo y yo me quedaba en el barrizal de fuera, soportando las risotadas de los bonzos…

—y todo lo que decíais, alguien, dentro, lo iba escribiendo, pero con palabras más escogidas, en un estilo más elegante…

—sí, no recuerdo exactamente de qué hablábamos, pero allí, los dos tumbados en el jardín mirando el cielo de la noche, entre las flores (Dios mío, ¿estuvimos cada uno en su tumba? ¿éramos dos fantasmas que salen para pasear su soledad, dos almas perdidas vagando entre los matojos y las tortugas y las estatuas del jardín?) vivíamos en esa mezcla de complicidad, humor y sensualidad propia de ciertos hermanos, o de ciertos primos hermanos… porque esto duró mucho tiempo, muchas noches, semanas y meses enteros…

—pero dime, se interrumpió Block de forma un tanto brutal, ¿tú la quieres?

—no quiero contestar a esa pregunta, se dijo Block… esa pregunta es casi ofensiva en el transtiempo

—Block, Block, te estás metiendo en un camino sin salida, tú lo sabes y yo lo sé… estás dejando que suceda

—¿el qué estoy dejando que suceda?

—has decidido enamorarte de ella, seguramente porque no tenías a nadie más a mano

—eso es absurdo, dijo Block, nadie decide de quién se enamorará

—¿a quién quieres engañar, Block? o bueno, engaña a quien quieras, engaña al mundo entero, pero a mí, querido, a mí no intentes engañarme…

—¿y si te dijera que la quiero desde el primer momento que la vi? dijo Block temblando… sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas… desde aquella mañana, cuando apareció en casa con su maleta y su pamela de paja, e incluso antes, cuando vi en casa de Jaime la fotografía que tiene entre sus libros, en la que ella mira con sus ojos de gato y un rizo de pelo rubio flota sobre su frente… ¿y si te dijera que desde la
primera
vez que vi esa foto, pero fíjate bien, desde la primera vez que la miré… sentí que ésos eran los ojos de la mujer que yo esperaba, a través de las vidas, que era ella, y que yo por una casualidad o un azar inexplicable había llegado precisamente allí hasta donde ella vivía?

PUERTA DE FUEGO

esto no tiene solución, pensó Block, ¿qué podría hacer? ¿dejar de verles? ¿cortar mi amistad con Jaime y con ella?… al fin y al cabo, ¿no es esto lo mejor que podría sucederme? ¿no es éste el mejor de los mundos posibles? y ¿quién puede estar seguro de lo que nos deparará el futuro?

—pero Block… ¡estás llorando!

—sí, dijo Block, sí, en efecto… así son las cosas, ya ves… me has obligado a hablar, ahora ya sabes, ya sabes todo lo que siento, ya no hay nada escondido

—pero Block, dijo consternado… Block, tranquilízate, estás en medio de la calle

—no me importa, dijo, caminando cada vez más rápido por entre las hojas secas, por entre las revoluciones del otoño, no me importa nada… y al fin y al cabo, ¿a quién puede extrañarle? todos ellos deberían llorar, ya que ninguno de ellos tiene ni tendrá jamás a Estrella… son ellos los que deberían llorar y gritar de dolor, porque sus ojos no pueden ver la luz de las cosas, ni sus oídos oír la música del amor, ni su cuerpo sentir el ardor de la juventud, ni sus días verse iluminados por la felicidad más alta de la tierra, ya que ninguno de ellos tiene ni tendrá jamás a Estrella… son ellos los que están condenados a una vida de tedio y de oscuridad, continuó, y a no conocer jamás el temblor de la juventud, ni del amor, ni de la belleza, porque toda la luz de la tierra, todo el amor, se guardan tan sólo en los ojos verdes de mi amada Estrella… ella vive en ti, Block, igual que tú vives en ella; y ella es lo mejor de ti, es tu amor, tu vida y tu salvación…

—mi vida, mi salvación, murmuró Block

—sí, tu salvación

—mi vida, mi salvación, murmuró Block… oh, Estrella, mi salvación, oh, Estrella, mi ángel…

las lágrimas que caían por sus ojos pertenecían, sin duda, a alguno de los mundos posibles, pero ¿a cuál? ¿al mejor o al peor? ¿al mundo del espacio o al infierno de fuego?

recordó (ah, sí, su memoria, libre como uno de esos mirlos azules del Abuelo del Mar, volando de árbol en árbol como hacia mundos cada vez más remotos e inaccesibles) aquella tarde en Viena, la tarde de su éxtasis bajo el sol y los árboles de Viena, se recordó a sí mismo descendiendo por una calle en curva que parecía «conducirle flotando hacia una región de sueños…» ah, sí, había llegado por fin a la región de los sueños, estaba ahora caminando por esa región, entre los árboles dorados de la región de los sueños, y las lágrimas caían por sus ojos porque por primera vez se sentía vivo; estaba caminando por las calles de la ciudad del sur, y sus pasos sonaban en el suelo de la realidad, zarpas dolorosas le herían con el dolor de la felicidad, con el dolor del amor, sí, todo aquello le estaba sucediendo, él, que se creía expulsado de la vida y del amor, él, que creía haber perdido su juventud en rincones de ácidas noches y en días vacíos y llenos de un deseo y una melancolía infinitas, él, había sido bendecido por los dioses… los dioses le habían sonreído, los dioses y las diosas de los cielos le amaban, y podía verles ahora entre las nubes, riendo, bebiendo y comiendo y volviendo hacia él sus ojos claros, sus ojos verdes… por encima de los autobuses y de los árboles, por encima de las nubes de Países, los dioses le sonreían y levantaban sus copas hacia él

las calles parecían abrirse para su paso, los árboles le saludaban como viejos amigos, los otros transeúntes se detenían a mirarle, sorprendidos al contemplar su felicidad: allá al fondo aparecían los bulevares de la avenida de Verdulia, como los muelles del puerto de un mar de sueños, y brillaban las hojas amarillas del otoño que se iba, y el aire era frío, y sonreían los dioses, y era suave y sin trabajo su paso por las calles de Países… y así, descendiendo con paso ligero por una de las laderas de la doble colina de la colcha, imaginaba viajes y paisajes lejanos que le aguardaban entre los pliegues, entre las evoluciones de flores de la colcha… imaginaba huir con ella —se imaginaba despertar a su lado en las camas de extraños hoteles, en los pueblos de la costa de algún país lejano; imaginaba viajes lentos por esas costas llenas de pueblos silenciosos y graves colinas cubiertas de abetos en las que a los dos les gustaba descubrir la cabaña abandonada de un poeta silvestre o las torres de una abadía en ruinas —viajes hasta la punta de las penínsulas que se adentran en el mar como vigías ansiosos, viajes a través del mar de los tifones, contemplando cerca del horizonte el deslizarse de las urcas chinas inclinadas por la fuerza del viento, navegando hacia el este bajo un sol bendecidor, viajes por el interior de continentes remotos, de países hundidos en la niebla, viajes de días perdidos por entre los brazos de un estuario casi infinito, deslizándose en largas barcas por entre los juncales y las aguas oscuras en cuyo fondo aguardaban dragones invisibles, serpientes, hasta que las torres doradas de la Ciudad aparecían allí en la linde del mar, la alegre ciudad, la ciudad de los jardines de rosas, la ciudad de las cascadas… y así iba él a conocer el mundo, así iba a ser el mundo para él, ésa iba a ser su vida, sin fin, sin fin, toda la vida música, todo «tan mágico», y tan sólo porque ELLA existía

el oído del hombre no puede oír la palabra del ángel… por el camino de Estrella, Block oía a su alrededor la música del mundo… «era una melodía el mundo, y me envolvía» había escrito Block en un poema —compuesto en el tren, camino de Países, en algún punto entre Venecia y…) era una melodía el mundo, y cuando todo significaba, cuando todas las cosas que sucedían, las hojas amarillas que caían girando, las flores que se abrían en medio del frío del otoño, el canto de los mirlos en los árboles del Abuelo del Mar, significaban que Estrella existía, cuando todo eso no era otra cosa que la felicidad de que ella existiera, cuando él era sólo una especie de fantasma de realidad perdida (mi vida, mi salvación) y lleno de la amada realidad de ella, entonces le parecía haber llegado al fin de los deseos, a la felicidad más completa de la vida, y era joven y tierno el mundo, pequeño y lejano, y lleno de mares y de islas felices y de playas doradas, y de caminos misteriosos que se pierden entre los árboles, era joven y tierno el mundo…

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