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Authors: Dylan Thomas

Tags: #Relato, #Cuentos

La Navidad para un niño en Gales (3 page)

—Apuesto algo a que la gente cree que han pasado unos hipopótamos.

—¿Qué harías si vieras un hipopótamo bajando por nuestra calle?

—Haría esto: ¡pam! Le arrojaría sobre los raíles y le echaría rodando colina abajo para después hacerle cosquillas debajo de la oreja; él menearía la cola.

—¿Qué harías si vieras dos hipopótamos?

Cuando pasamos por la casa del Sr. Daniel vimos a los hipopótamos con los costados de hierro que se dirigían hacia nosotros bramando, golpeándose y rechinando por la nieve resbaladiza.

—Dejémosle al Sr. Daniel una bola de nieve en su buzón.

—Mejor escribamos algo en la nieve.

—Escribamos: «El Sr. Daniel se parece a un Spaniel corriendo por su pradera».

Otras veces, caminábamos por el litoral nevado.

—¿Los peces podrán ver que está nevando?

El cielo, silencioso y encapotado, se deslizaba suavemente hasta el mar.

Ahora nos habíamos convertido en unos viajeros cegados por el reflejo de la nieve, perdidos en medio de las colinas del norte, cuando vimos a unos perros inmensos con papada y un barril colgando del cuello que venían hacia nosotros despacio, en desorden, recitando Excelsior
[1]
entre ladridos. Volvimos a casa por unas calles solitarias en las que solo había algunos chicos manoseando con sus dedos rojos y desnudos la nieve repleta de rodaduras; nos silbaron pero, mientras caminábamos con esfuerzo colina arriba, sus voces fueron desapareciendo entre los graznidos de los pájaros del puerto y las sirenas de los barcos que estaban en medio de la erizada bahía. Y después, a la hora del té, los tíos se mostraban alegres; y en el centro de la mesa aparecía la tarta glaseada como una lápida de mármol. La tía Hannah echaba ron al té, por aquello de que una vez al año no hace daño.

Desempolvemos ahora las increíbles historias que contábamos junto al fuego mientras la luz de gas burbujeaba como un buceador. Los fantasmas ululaban como los búhos en aquellas largas noches en las que no me atrevía ni a mirar sobre mi hombro; los animales se ocultaban en los chiribitiles que había debajo de la escalera y el contador del gas avanzaba, tic-tic-tic. Y recuerdo una vez que fuimos a cantar villancicos, en la que no asomaba ni una rodajita de luna que alumbrara las calles vacías. Al final de una carretera muy larga, había un camino que llevaba a una casa enorme, y aquella noche nos tropezamos con la oscuridad del camino, todos aterrados, todos con una piedra en la mano por si acaso, todos demasiado orgullosos para decir ni una sola palabra. El viento soplaba a través de los árboles y hacía ruidos como los de los abominables hombres primitivos que resuellan en las cavernas, con sus patas posiblemente palmeadas. Alcanzamos la casa. Era una mole negra.

—¿Qué vamos a cantarles? ¿
Hark the Herald
?

—No —dijo Jack—. Mejor,
Good King Wenceslas
. A la de tres.

Una, dos y tres, y comenzamos a cantar; nuestras voces sonaban alto y aparentemente distantes en la oscuridad tapizada por la nieve, alrededor de aquella casa habitada por alguien a quien no conocíamos. Nos mantuvimos juntos, los unos pegados a los otros, cerca de la lóbrega puerta.

«
Good King Wencelas looked out

On the Feast of Stephen
…»
[2]

Y después, una vocecita seca, como la de alguien que no ha hablado durante mucho tiempo, se unió a nosotros; una voz susurrante, áspera y discordante, que sonó desde el otro lado de la puerta; una voz baja y desapacible que surgió de la cerradura.

Y cuando paramos de correr estábamos ya enfrente de nuestra casa; el salón estaba precioso; los globos flotaban bajo las botellas de agua caliente de las lámparas de carburo; todo estaba en orden de nuevo y la ciudad relucía.

—A lo mejor era un fantasma —dijo Jim.

—A lo mejor era un trol —dijo Dan, que siempre estaba leyendo.

—Vamos adentro a comprobar si queda algo de gelatina —dijo Jack. Y eso fue lo que hicimos.

En la noche de Navidad siempre sonaba algo de música. Un tío tocaba el violín, un primo cantaba «Cherry Ripe», y otro tío «Drake's Drum». En nuestra pequeña casa hacía mucho calor. La tía Hannah, que se había pasado al vino de chirivías, cantó una canción sobre los corazones heridos y la muerte, y después otra en la que decía que su corazón era como el nido de un pájaro; y después todos volvieron a reír; y después yo me fui a la cama. Mirando a través de la ventana de mí dormitorio la luz de la luna y la nieve interminable del color del humo, pude ver las luces de las ventanas de las otras casas que había en nuestra colina, y escuchar la música que surgía de ellas en aquella noche larga y tranquila. Apagué la lámpara de gas y me metí en la cama. Dediqué algunas palabras a la cercana y santa oscuridad, y después me dormí.

F I N

DYLAN THOMAS, (Swansea, Gales, 1914 - Nueva York, 1953). Poeta galés en lengua inglesa. Durante un tiempo trabajó como periodista para el South Wales Evening Post y durante la Segunda Guerra Mundial, como guionista para la BBC. Escribió también guiones radiofónicos y cinematográficos. Se dio a conocer como poeta con
Dieciocho poemas
(1934). Defendió sus concepciones estéticas en Retrato del artista cachorro. Murió en Nueva York el 9 de noviembre de 1953; sus últimas palabras fueron: «
He bebido 18 vasos de whisky, creo que es todo un récord
».

Notas

[1]
Poema de Walt Whitman (N. del T.)
<<

[2]
«El buen rey Wenceslao miraba hacia fuera. En la fiesta de San Esteban […]» (N. de la T.)
<<

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