338
Respondióle el prudente Telémaco:
339
—No, ¡por Zeus y por los trabajos de mi padre, que ha fallecido o va errante lejos de Ítaca!, no difiero, oh Agelao las nupcias de mi madre; antes la exhorto a casarse con aquel que, siéndole grato, le haga muchísimos presentes, pero me daría vergüenza, arrojarla del palacio contra su voluntad y con duras palabras. ¡No permitan los dioses que así suceda!
345
Así dijo Telémaco. Palas Atenea movió a los pretendientes a una risa inextinguible y les perturbó la razón. Reían con risa forzada, devoraban sanguinolentas carnes, se les llenaron de lágrimas los ojos y su ánimo presagiaba el llanto.
350
Entonces Teoclímeno, semejante a un dios les habló de esta manera:
351
—¡Ah, míseros! ¿Qué mal es ese que padecéis? Noche obscura os envuelve la cabeza, y el rostro, y abajo las rodillas; crecen los gemidos, báñanse en lágrimas las mejillas; y así los muros con los hermosos intercolumnios están rociados de sangre. Llenan el vestíbulo y el patio las sombras de los que descienden al tenebroso Érebo; el sol desapareció del cielo y una horrible obscuridad se extiende por doquier.
358
Así se expresó, y todos rieron dulcemente. Entonces Eurímaco, hijo de Pólibo, comenzó a decirles:
360
—Está loco ese huésped venido de país extraño. Ea, jóvenes, llevadle ahora mismo a la puerta y váyase al ágora, ya que aquí le parece que es de noche.
363
Contestóle Teoclímeno, semejante a un dios:
364
—¡Eurímaco! No pido que me acompañen. Tengo ojos, orejas y pies, y en mi pecho la razón, que está sin menoscabo; con su auxilio me iré afuera, porque veo claro que viene sobre vosotros la desgracia de la cual no podréis huir ni libraros ninguno de los pretendientes que en el palacio del divino Odiseo insultáis a los hombres, maquinando inicuas acciones.
371
Cuando esto hubo dicho, salió del cómodo palacio y se fue a la casa de Pireo, que lo acogió benévolo. Los pretendientes se miraban los unos a los otros y zaherían a Telémaco, riéndose de sus huéspedes. Y entre los jóvenes soberbios hubo quien habló de esta manera:
376
—¡Telémaco! Nadie tiene con los huéspedes más desgracia que tú. El uno es tal como ese mendigo vagabundo, necesitado de que le den pan y vino, inhábil para todo, sin fuerzas, carga inútil de la tierra; y el otro se ha levantado a pronunciar vaticinios. Si quieres creerme —y sería lo mejor—, echemos a los huéspedes en una nave de muchos bancos y mandémoslos a Sicilia; y allí te los comprarán por razonable precio.
384
Así decían los pretendientes, pero Telémaco no hizo ningún caso de estas palabras; sino que miraba silenciosamente a su padre, aguardando el momento en que había de poner las manos en los desvergonzados pretendientes.
387
La discreta Penelopea hija de Icario, mandó colocar su magnífico sillón enfrente de los hombres, y oía cuanto se hablaba en la sala. Y los pretendientes reían y se preparaban el almuerzo, que fue dulce y agradable, pues sacrificaron multitud de reses; pero ninguna cena tan triste como la que pronto iban a darles la diosa y el esforzado varón, porque habían sido los primeros en maquinar acciones inicuas.
1
Atenea, la deidad de ojos de lechuza, inspiróle en el corazón a la discreta Penelopea, hija de Icario, que en la propia casa de Odiseo les sacara a los pretendientes el arco y el blanquizco hierro, a fin de celebrar el certamen que había de ser el preludio de su matanza. Subió Penelopea la alta escalera de la casa; tomó en su robusta mano una hermosa llave bien curvada, de bronce, con el cabo de marfil; y se fue con las siervas al aposento más interior, donde guardaba las alhajas del rey —bronce, oro y labrado hierro—, y también el flexible arco y la aljaba para las flechas, que contenía muchas y dolorosas saetas; dones ambos que a Odiseo le había hecho su huésped Ifito Eurítida, semejante a los inmortales, cuando se juntó con él en Lacedemonia. Encontráronse en Mesena, en casa del belicoso Ortíloco. Odiseo iba a cobrar una deuda de todo el pueblo, pues los mesenios se habían llevado de Ítaca, en naves de muchos bancos, trescientas ovejas con sus pastores:
20
Por esta causa Odiseo, que aún era joven, emprendió como embajador aquel largo viaje, enviado por su padre y otros ancianos. A su vez, Ifito iba en busca de doce yeguas de vientre con sus potros, pacientes en el trabajo, que antes le habían robado y que luego habían de ser la causa de su muerte y miserable destino; pues, habiéndose llegado a Heracles, hijo de Zeus, varón de ánimo esforzado que sabía acometer grandes hazañas, ése le mató en su misma casa, sin embargo de tenerlo por huésped. ¡Inicuo! No temió la venganza de los dioses, ni respetó la mesa que le puso él en persona: matóle y retuvo en su palacio las yeguas de fuertes cascos. Cuando Ifito iba, pues, en busca de las mentadas yeguas, se encontró con Odiseo y le dio el arco que antiguamente había usado el gran Eurito y que éste legó a su vástago al morir en su excelsa casa; y Odiseo por su parte, regaló a Ifito afilada espada y fornida lanza; presentes que hubieran originado entre ambos cordial amistad, mas los héroes no llegaron a verse el uno en la mesa del otro, porque el hijo de Zeus mató antes a Ifito Eurítida, semejante a los inmortales. Y el divino Odiseo llevaba en su patria el arco que le había dado Ifito, pero no lo quiso tomar al partir para la guerra en las negras naves; y lo dejó en el palacio como memoria de su caro huésped.
42
Así que la divina entre las mujeres llegó al aposento y puso el pie en el umbral de encina que en otra época había pulido el artífice con gran habilidad y enderezado por medio de un nivel alzando los dos postes en que había de encajar la espléndida puerta; desató la correa del anillo, metió la llave y corrió los cerrojos de la puerta, empujándola hacia dentro. Rechinaron las hojas como muge un toro que pace en la pradera —¡tanto ruido produjo la hermosa puerta al empuje de la llave!— y abriéronse inmediatamente. Penelopea subió al excelso tablado donde estaban las arcas de los perfumados vestidos; y, tendiendo el brazo, descolgó de un clavo el arco con la funda espléndida que lo envolvía. Sentóse allí mismo, teniéndolo en sus rodillas, lloró ruidosamente y sacó de la funda el arco del rey. Y cuando ya estuvo harta de llorar y de gemir, fuese hacia la habitación donde se hallaban los ilustres pretendientes; y llevó en su mano el flexible arco y la aljaba para las flechas, la cual contenía abundantes y dolorosas saetas. Juntamente con Penelopea, llevaban las siervas una caja con mucho hierro y bronce que servían para los juegos del rey.
63
Cuando la divina entre las mujeres hubo llegado adonde estaban los pretendientes, paróse ante la columna que sostenía el techo sólidamente construido, con las mejillas cubiertas por luciente velo y una honrada doncella a cada lado. Entonces habló a los pretendientes, diciéndoles estas palabras:
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—Oídme, ilustres pretendientes, los que habéis caído sobre esta casa para comer y beber de continuo durante la prolongada ausencia de mi esposo, sin poder hallar otra excusa que la intención de casaros conmigo y tenerme por mujer. Ea, pretendientes míos, os espera este certamen: pondré aquí el gran arco del divino Odiseo, y aquél que más fácilmente lo maneje, lo tienda y haga pasar una flecha por el ojo de las doce segures, será con quien yo me vaya, dejando esta casa a la que vine doncella, que es tan hermosa, que está tan abastecida, y de la cual me figuro que habré de acordarme aun entre sueños.
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Tales fueron sus palabras; y mandó en seguida a Eumeo, el divinal porquerizo, que ofreciera a los pretendientes el arco y el blanquizco hierro. Eumeo lo recibió llorando y lo puso en tierra; y desde la parte contraria el boyero, al ver el arco de su señor, lloró también.
84
Y Antínoo les increpó, diciéndoles de esta suerte:
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—¡Rústicos necios que no pensáis más que en lo del día! ¡Ah, míseros! ¿Por qué, vertiendo lágrimas, conmovéis el ánimo de esta mujer, cuando ya lo tiene sumido en el dolor desde que perdió a su consorte? Comed ahí, en silencio, o ídos afuera a llorar; dejando ese pulido arco que ha de ser causa de un certamen fatigoso para los pretendientes, pues creo que nos será difícil armarlo. Que no hay entre todos los que aquí estamos un hombre como fue Odiseo. Le vi y de él guardo memoria, aunque en aquel tiempo yo era niño.
96
Así les habló, pero allá dentro en su ánimo tenía esperanzas de armar el arco y hacer pasar la flecha por el hierro; aunque debía gustar antes que nadie la saeta despedida por las manos del intachable Odiseo, a quien estaba ultrajando en su palacio y aun incitaba a sus compañeros a que también lo hiciesen.
101
Mas el esforzado y divinal Telémaco les dijo:
102
—¡Oh, dioses! En verdad que Zeus Cronión me ha vuelto el juicio. Dice mi madre querida, siendo tan discreta, que se irá con otro y saldrá de esta casa; y yo me río y me deleito con ánimo insensato. Ea, pretendientes, ya que os espera este certamen por una mujer que no tiene par en el país aqueos ni en la sacra Pilos, ni en Argos, ni en Micenas, ni en la misma Ítaca, ni en el oscuro continente, como vosotros mismos lo sabéis. ¿Qué necesidad tengo yo de alabar a mi madre? Ea, pues, no difiráis la lucha con pretextos y no tardéis en hacer la prueba de armar el arco, para que os veamos. También yo lo intentaré; y si logro armarlo y traspasar con la flecha el hierro, mi veneranda madre no me dará el disgusto de irse con otro y desamparar el palacio; pues me dejaría en él, cuando ya pudiera alcanzar la victoria en los hermosos juegos de mi padre.
118
Dijo; y, poniéndose en pie, se quitó el purpúreo manto y descolgó de su hombro la aguda espada. Acto continuo comenzó hincando las segures, abriendo para todas un gran surco, alineándolas a cordel, y poniendo tierra a entrambos lados. Todos se quedaron pasmados al notar con qué buen orden las colocaba sin haber visto nunca aquel juego.
124
Seguidamente fuese al umbral y probó a tender el arco. Tres veces lo movió, con el deseo de armarlo, y tres veces hubo de desistir de su intento; aunque sin perder la esperanza de tirar de la cuerda y hacer pasar la flecha a través del hierro. Y lo habría armado tirando con gran fuerza por la cuarta vez; pero Odiseo se lo prohibió con una seña y le contuvo contra su deseo.
130
Entonces habló de esta manera el esforzado y divinal Telémaco:
131
—¡Oh, dioses! O tengo que ser en adelante ruin y menguado, o soy aún demasiado joven y no puedo confiar en mis brazos para rechazar a quien me ultraja. Mas, ea, probad el arco vosotros, que me superáis en fuerzas, y acabemos el certamen.
136
Diciendo así, puso el arco en el suelo, arrimándolo a las tablas de la puerta que estaban sólidamente unidas y bien pulimentadas, dejó la veloz saeta apoyada en el hermoso anillo, y volvióse al asiento que antes ocupaba.
140
Y Antínoo, hijo de Eupites, les habló de esta manera:
141
—Levantaos consecutivamente, compañeros, empezando por la derecha del lugar donde se escancia el vino.
143
Así se expresó Antínoo y a todos les plugo cuanto dijo. Levantóse el primero, Leodes, hijo de Enope, el cual era el arúspice de los pretendientes y acostumbraba sentarse en lo más hondo, al lado de la magnífica cratera, siendo el único que aborrecía las iniquidades y que se indignaba contra los demás pretendientes. Tal fue quien primero tomó el arco y la veloz flecha.
149
En seguida se encaminó al umbral y probó el arco; mas no pudo tenderlo, que antes se le fatigaron, con tanto tirar, sus manos blandas y no encallecidas. Y al momento hablóles así a los demás pretendientes:
152
—¡Oh, amigos! Yo no puedo armarlo; tómelo otro. Este arco privará del ánimo y de la vida a muchos príncipes, porque es preferible la muerte a vivir sin realizar el intento que nos reúne aquí continuamente y que nos hace aguardar día tras día. Ahora cada cual espera en su alma que se le cumplirá el deseo de casarse con Penelopea, la esposa de Odiseo; mas, tan pronto como vea y pruebe el arco, ya puede dedicarse a pretender a otra aquea, de hermoso peplo, solicitándola con regalo de boda; y luego se casará aquélla con quien le haga más presentes y venga designado por el destino.
163
Dichas estas palabras, apartó de sí el arco, arrimándolo a las tablas de la puerta, que estaban sólidamente unidas y bien pulimentadas, dejó la veloz saeta apoyada en el hermoso anillo, y volvióse al asiento que antes ocupaba.
167
Y Antínoo le increpó, diciéndole de esta suerte:
168
—¡Leodes! ¡Qué palabras tan graves y molestas se te escaparon del cerco de los dientes! Me indigné al oírlas. Dices que este arco privará del ánimo y de la vida a los príncipes, tan sólo porque no puedes armarlo. No te parió tu madre veneranda para que entendieses en manejar el arco y las saetas; pero verás cómo lo tienden muy pronto otros ilustres pretendientes.
175
Así le dijo, y al punto dio al cabrero Melantio la siguiente orden:
176
—Ve Melantio, enciende fuego en la sala, coloca junto al hogar un sillón con una pelleja y trae una gran bola de sebo del que hay en el interior, para que los jóvenes, calentando el arco y untándolo con grasa, probemos de armarlo y terminemos este certamen.
181
Así dijo. Melantio se puso inmediatamente a encender el fuego infatigable, colocó junto al mismo un sillón con una pelleja y sacó una gran bola de sebo del que había en el interior.
184
Untándolo con sebo y calentándolo en la lumbre, fueron probando el arco todos los jóvenes; mas no consiguieron tenderlo, porque les faltaba gran parte de la fuerza que para ello se requería.
186
Y ya sólo quedaban sin probarlo Antínoo y el deiforme Eurímaco que eran los príncipes entre los pretendientes y a todos superaban por su fuerza.
188
Entonces salieron juntos de la casa el boyero y el porquerizo del divinal Odiseo; siguióles éste y díjoles con suaves palabras así que dejaron a su espalda la puerta y el patio:
193
—¡Boyero y tú, porquerizo! ¿Os revelaré lo que pienso o lo mantendré oculto? Mi ánimo me ordena que lo diga. ¿Cuáles fuerais para ayudar a Odiseo, si llegara de súbito porque alguna deidad nos lo trajese? ¿Os pondríais de parte de los pretendientes o del propio Odiseo? Contestad como vuestro corazón y vuestro ánimo os lo dicten.