La oscuridad más allá de las estrellas (52 page)

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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

A
l siguiente período de tiempo, el Capitán sabía que había perdido un arma. Cuando fui a verle por asuntos de la nave, estaba convertido en una furia de labios tensos, aunque no mostró indicios de que sospechara de mí. Banquo era el objeto de su ira, y fui un testigo silencioso de su interrogatorio. Había entrado con algunas tablillas con estadísticas de suministros en el momento en que el Capitán se encaraba con un pálido Banquo al otro lado de su escritorio.

—Estabas de servicio, empezó un alboroto y abandonaste tu puesto. Así de simple. ¿Nunca se te ocurrió que podría tratarse de una diversión?

Para mi sorpresa, Banquo se defendió.

—Era mi deber investigar; usted me lo habría ordenado de haber estado despierto. Y verifiqué lo sucedido con los tripulantes.

—Querían que fueras a investigar porque sabían que no estaba despierto... ¿es que no era obvio?

—Como he dicho, fui a comprobar qué pasaba. Cumplí con mi deber...

Ocurrió tan repentinamente que no pude creérmelo. El Capitán golpeó en la cara a Banquo con el reverso de la mano, dejándole una marca blanca en un lado, que se volvió roja con rapidez. Banquo se tocó la mejilla con los dedos; estaba rojo de ira. Se quedó inmóvil un momento, temblando, un hombre enorme que había sido leal al Capitán durante toda su vida y que ahora, en un instante, veía su lealtad destrozada en pedazos. Aunque era de la vieja tripulación, tenía una aversión instintiva a la violencia, y de eso también lo habían despojado. No tenía ni idea de lo que iba a hacer, sospechaba que ni él mismo lo sabía.

Hubo un silencio ominoso, y entonces el Capitán habló en voz baja.

—Te doy permiso, Banquo, vamos, pégame.

El Capitán había perdido el control, pensé con asombro. Las venas de su cuello y frente latían con ira, sus ojos se habían estrechado por la rabia. Banquo se le quedó mirando durante un momento; entonces su rubor desapareció. Se giró sin decir una palabra y se impulsó para salir al corredor y ocupar su puesto de costumbre. Al principio pensé que el Capitán lo había amilanado por pura fuerza de voluntad, pero luego vi la verdad: si Banquo le hubiera golpeado, el Capitán lo habría matado.

El Capitán me miró airadamente y gruñó:

—Probablemente fue él quien se llevó el arma. —Luego asintió a las tablillas que tenía en mi mano—. Déjalas. No quiero ver más estadísticas hasta dentro de doce períodos, ni a ti tampoco.

Me había quedado flotando, atenazado por la culpabilidad, y salí tan rápido como me fue posible. Era un aspecto del Capitán que jamás había visto antes, y que esperaba no volver a ver. Sudando de ira, descontrolado, capaz de cometer un asesinato... No estábamos a la altura, y empecé a pensar que jamás estaríamos preparados para enfrentarnos a él.

Nuestro plan era sencillo, demasiado sencillo. Escogeríamos un momento específico, luego inutilizaríamos la nave. Teníamos mucho que hacer de antemano, desde un esfuerzo final para subvertir a tantos hombres del Capitán como pudiéramos a un análisis del funcionamiento de la nave de forma que pudiéramos deshabilitarla con ataques precisos. El resultado final sería obligar al Capitán a regresar a la Tierra. El que no podía gobernar la nave él solo se había convertido en un dogma de fe, y una vez que lo convenciéramos de eso, tendría que regresar.

En retrospectiva, todo eso no eran más que fantasías. Me despertaba en medio de un período de sueño dándome cuenta de lo torpe que era nuestro plan, y sin embargo no podía encontrar ningún defecto en su lógica. El Capitán
tendría
que regresar...

Pero no teníamos ningún manual sobre motines, y el nuestro tenía un defecto desde el mismo principio. Se paró en seco muchísimas veces antes de que estuviéramos dispuestos a llevarlo a cabo, y fuera lo que fuera, no sería un golpe al funcionamiento de la nave. Todo el mundo tenía su idea favorita sobre cómo utilizar la
Astron
, intentaba esa idea primero, y
luego
me la contaba. El motín nunca se descontroló porque jamás estuvo bajo control.

El primer golpe fue en Hidropónica, un bloqueo en una válvula de nutrientes que no fue descubierto hasta que tres hileras de plantas se volvieron marrones y se echaron a perder.

Nadie dio la alarma; las plantas se podían haber estropeado en el transcurso natural de los acontecimientos. Y entonces una Ibis orgullosa me contó lo que había hecho. Fui duro y probablemente la asusté, pero no quería alertar al Capitán de lo que planeábamos por nada del mundo.

El siguiente asalto llegó durante el desayuno del período siguiente, y fue mucho más serio que simplemente cerrar una espita en Hidropónica. A la mitad del desayuno, Agachadiza arrugó la nariz. Al principio pensé que el dispensador de comida se había averiado, o que uno de los niños presentes en el compartimento no había llegado a tiempo al eyector de desperdicios. Alguien, nunca descubrí quién, había conectado las unidades de procesamiento de desechos al suministro de aire. Hacía mucho tiempo que estábamos acostumbrados al aire viciado y maloliente, pero no estábamos acostumbrados a los nuevos hedores y dudé que nadie pudiera acostumbrarse.

El último intento fue contra el sistema de agua. Sin previo aviso, el agua potable empezó a saber a bilis.

Los tres sucesos en menos de una docena de períodos convencieron a todo el mundo de que no se trataba de una coincidencia. Y lo más importante de todo: puso en alerta al Capitán. Su jugada fue inmediata y drástica. Todas las futuras madres fueron detenidas y llevadas a un pasillo declarado zona restringida, con guardias armados en ambos extremos y nadie podía verlas sin un permiso.

La presión ya no estaba en el Capitán, estaba sobre nosotros. Había tomado rehenes y nadie sabía qué planes tenía para ellos. Pero no podía olvidar la conversación con Ofelia sobre limitar el tamaño de la tripulación una vez nos adentráramos en la Oscuridad.

El siguiente período de sueño me lo pasé contemplando el techo y pensando en Bisbita y en las demás madres, preguntándome qué haría el Capitán a continuación. Falta de sueño combinada con una imaginación hiperactiva; lo que ocurrió entonces fue espontáneo y no formaba parte de los planes de nadie.

Uno de los hombres del Capitán perdió los nervios, yo perdí los estribos, y empezó la sangrienta revuelta.

29

A
l siguiente período tomamos el desayuno en silencio. Gavia operaba el dispensador de comida, con resultados mediocres, aunque la mayoría de nosotros no teníamos mucho apetito. Cuervo estaba encorvado en un rincón mientras Ofelia le hablaba en voz baja; luego lo dejó por imposible y se alejó de él, mirándome y negando con la cabeza. Corin estaba nervioso y comía fingiendo ánimo cordial. Zorzal entró flotando, miró alrededor, percibió el estado de ánimo general y se escabulló. Los ojos oscuros de Cuervo lo siguieron y pude sentir la batalla que se libraba en su interior; el programa de crianza de Julda pronto tendría que pasar su prueba de fuego. Entonces Cuervo le pasó su plato a Gavia y salió disparado al pasillo.

Aparté mi plato a un lado y salí tras él.

Agachadiza me agarró del brazo.

—No puedes ayudarle, Gorrión.

—No puedo ayudar a ninguno de ellos —dije con amargura—. Pero puedo evitar que Cuervo cometa una estupidez.

El pasillo de detención estaba a cuatro niveles por debajo, a uno por encima de Reducción. Había unos treinta tripulantes en un extremo, casi todos ellos nueva tripulación, discutiendo con el asustado hombre del Capitán que estaba de guardia. Tenía una pistola de proyectiles al faldellín, pero no hizo ademán alguno de tocarla, intentando contener a la multitud con los brazos extendidos. Lo recordé de verlo en Mantenimiento, un desgarbado veinteañero llamado Ganso. Probablemente se había alistado con los hombres del Capitán para presumir de llevar la cinta roja en el antebrazo y la ocasional sonrisa y palmadita en la espalda por parte del Capitán.

Me mezclé con la gente y escuché los rumores, algunos de los cuales me pusieron los pelos de punta. Los permisos de nacimiento se saltarían toda una generación, iban a hacer abortar a las madres, las madres serían esterilizadas... alcancé a Cuervo, que consiguió forzar una sonrisa torcida.

—Estoy aquí sólo para observar, Gorrión. Por ahora.

—No mientas —dije—. ¿Qué ibas a hacer?

Apartó la vista con expresión agónica.

—No lo sé.

—¡El Capitán ha prohibido la presencia de personal no autorizado en este pasillo!

La voz de Ganso sonaba aguda y nerviosa. La muchedumbre lo empujaba gradualmente hacia atrás, pero ninguno le golpeó o le amenazó. Eché un vistazo al pasillo a mis espaldas. El Capitán debía conocer la conmoción que se había producido; los refuerzos llegarían en cualquier momento.

—¡No tenéis derecho! —gritó alguien, lo que me pareció sorprendente, ya que para entonces ya deberían saber que nadie tenía derechos a ojos del Capitán.

—¡Que venga el Capitán! —Divisé a Águila y a su lado, a Halcón. Ninguno de los dos podía dejar pasar la oportunidad de verse metido en un jaleo así. Pero me preocupaba que la gente se estuviera entregando al Capitán al hacer lo que éste quería. Estaba madurando, y temía lo que vendría a continuación.

Cuervo me leyó y dijo en tono amargo:

—No harán nada. No pueden.

Julda había castrado a toda una generación... Y luego me pregunté qué podrían hacer en cualquier caso. El Capitán tenía las armas; controlaba la nave. Y ésta no era el tipo de protesta capaz de convencerle de nada.

Miré a mi alrededor e intenté localizar a los líderes. Había unos pocos al frente y varios en el medio que eran los que más gritaban, pero no parecía que estuviera planeado. Era una demostración espontánea de miedo e ira, una de las muchas cosas con las que no habíamos contado.

Otro de los hombres del Capitán apareció al otro extremo del pasillo, Catón en persona, y supuse que habría más deslizándose por los pasillos que teníamos detrás. Tiré de Cuervo y le dije:

—Salgamos de aquí o quedaremos atrapados. —Empezó a retirarse y me giré para seguirle, y en ese momento vi a Gaviotín al frente de la gente, cerca de Ganso. Gaviotín estaba enamorado de Vencejo, recordé haberlo visto esperando por fuera de su compartimento durante el ritual; y Gavia había dicho que tenían intención de emparejarse tras el nacimiento del niño.

Aparecieron más hombres del Capitán al otro extremo del pasillo. Cambié de idea e intenté abrirme paso a través de la gente para llegar hasta Gaviotín, al tiempo que gritaba a los que estaban allí que se dispersaran. La protesta sería una oportunidad de oro para que el Capitán enjuiciara a los que habían desobedecido su edicto.

—¡Gaviotín!

Me oyó y se giró hacia mí brevemente, y luego siguió discutiendo con Ganso. Casi había llegado hasta él cuando apartó a Ganso de un empujón y salió disparado por el corredor, gritando el nombre de Vencejo.

Creo que nadie aparte de mí oyó el ruido de la pistola de proyectiles por encima del griterío de la gente. El aire en el corredor se volvió de rosa por una fina neblina y hubo un abrupto silencio cuando los actores se quedaron inmóviles en el escenario. Estoy seguro de que al principio pensaron que el sistema de ventilación había sido saboteado de nuevo. Entonces se dieron cuenta de lo que había ocurrido y un gemido bajo llenó el pasillo. Recordé cuando jugaba con los niños de la guardería. Si uno se hacía daño, todos lo sentían.

Y si Gaviotín se estaba muriendo, la nueva tripulación sentiría cada momento de agonía.

Al otro extremo del pasillo, un hombre del Capitán tiró su pistola de proyectiles y vomitó en su faldellín. Probablemente se trataba del que había disparado, algo que no se perdonaría a sí mismo durante el resto de su vida.

Me abrí paso más allá de Ganso y volé hacia Gaviotín, que flotaba inerte en el aire. Lo cogí con suavidad y lo hice girar para ver la herida. El disparo le había atravesado el cuello y la sangre manaba en glóbulos de su garganta desgarrada para flotar en las corrientes de aire o estrellarse contra los mamparos en manchas de rojo brillante.

Sus labios se movieron mientras murmuraba el nombre de Vencejo, luego sus ojos se vidriaron y por primera vez en mi vida como Gorrión vi algo vivo; algo que podía pensar, hablar, comer y hacer el amor, que moría. Un momento estaba vivo, temblando en mis brazos, al siguiente se había ido. Lo que era Gaviotín había desaparecido y sostenía entre mis brazos algo que sólo servía para ser enviado a Reducción.

El pasillo se había vaciado exceptuando a unos cuantos tripulantes que habían sido detenidos sin muchos ánimos por los hombres del Capitán. Todo el mundo parecía enfermo y los que habían sido amigos de Gaviotín lloraban. Recordé los esfuerzos fallidos de Tibaldo por instruirnos en las prácticas de tiro y la negativa de Gaviotín a dispararle a la representación simbólica de algo vivo.

Julda tenía razón: necesitaría cinco generaciones más. Pero no las tenía, y los miembros de la nueva tripulación iban a pagar un precio espantoso.

—Tú eres el responsable —me farfulló un nervioso Catón, mostrándome los dientes como si fuera a morderme—. Tú y Ofelia, hablando en contra del Capitán...

—Apártate de mi camino —le gruñí, y le empujé a un lado. Salí disparado por el pasillo hacia los alojamientos del Capitán. Sin percatarme hasta más tarde que si Catón me hubiera disparado por la espalda, hubiera recibido elogios del Capitán por su acción.

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