La saga de Cugel (33 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

El fuego ardía bajo, y los reunidos se fueron reluctantes a sus camas, con más de una mirada por encima del hombro y un intercambio de comentarios nerviosos.

Así pasó la noche. La estrella Achernar ascendió por el cuadrante oriental y declinó por el oeste. Los farlocks gruñeron y resoplaron mientras dormían. Allá a lo lejos, en la desolación, una luz azul parpadeó y nació a la existencia por unos breves segundos, luego murió y no volvió a ser vista. El horizonte oriental brilló primero púrpura, luego con el rojo de la sangre coagulada. Al cabo de varios intentos en vano, el sol apareció por el horizonte y flotó en el cielo.

Con la reactivación del fuego la caravana volvió a la vida. Se sirvió el desayuno; fueron enganchados los farlocks, y se ultimaron los preparativos para la marcha.

Los pasajeros hicieron su aparición a bordo del Avventura. Uno a uno miraron de rostro en rostro como si medio esperaran otra desaparición. Porraig el camarero sirvió el desayuno a todos, y llevó una bandeja a la cabina de popa. Llamo.

—Señora Nissifer, le traigo su desayuno. Estamos preocupados por su salud.

—Estoy bien —llegó la susurrada respuesta—. No deseo nada. Fuera.

Después del desayuno, Cugel llevó al doctor Lalanke aparte.

—He tomado consejo con Varmous —dijo—. Me asegura que, como jefe del Avventura, puedo efectuaros una demanda por los daños sufridos como resultado de vuestra negligencia. Aquí está la cuenta total. Debéis pagar la suma inmediatamente.

El doctor Lalanke dedicó una breve inspección a la cuenta. Sus negras cejas se alzaron más altas que nunca.

—Este artículo: ¡sorprendente! Cera para las botas, un bote. Valor: mil terces. ¿Lo decís en serio?

—¡Naturalmente! El bote contenía una valiosa y rara cera.

El doctor Lalanke devolvió la cuenta.

—Debéis presentar esta cuenta a las personas culpables de lo ocurrido, es decir, Sush, Skasja y Rlys.

—¿Qué conseguiré con eso?

El doctor Lalanke se encogió de hombros.

—No puedo aventurar una respuesta. Sea como sea, me inhibo de todo el asunto. —Hizo una inclinación de cabeza y se alejó para reunirse con Clissum, en quien hallaba cualidades compatibles con las suyas.

Cugel fue a proa, donde Shilko estaba ya en su puesto. Shilko mostró de nuevo su tendencia voluble; Cugel, como la otra vez, respondió tensamente, y Shilko terminó guardando silencio. Mientras tanto, la caravana se había dirigido a una región donde las colinas se alzaban a cada lado, con el camino siguiendo el curso del valle entre ellas.

Shilko miró por entre aquella desolación.

—No veo nada por esta zona que deba preocuparnos. ¿Qué dices tú, Cugel?

—Por el momento, yo tampoco veo nada.

Shilko echó una última mirada al paisaje.

—Discúlpame un momento; tengo un mensaje para Porraig. —Se alejó, y al cabo de poco Cugel oyó sonidos joviales procedentes de la cocina.

Un poco más tarde regresó Shilko, tambaleante por el vino que había consumido. Dijo con voz alegre:

—¡Hey, capitán Cugel! ¿Cómo van las alucinaciones?

—No comprendo tu alusión —dijo Cugel heladamente.

—¡No importa! Son cosas que pueden ocurrirle a cualquiera. —Shilko escrutó las colinas—. ¿Tienes algo que informar?

—Nada.

—¡Muy bien! ¡Ésa es la forma de manejar este trabajo! Una rápida mirada aquí y una aguda mirada allí, luego a la cocina a por un poco de vino.

Cugel no hizo ningún comentario y Shilko, por puro aburrimiento, se puso a hacer crujir sus nudillos.

En la comida del mediodía, Shilko consumió de nuevo más de lo que quizás era aconsejable, y por la tarde volvió a mostrarse adormilado.

—Voy a echar una cabezada para calmar los nervios —le dijo a Cugel—. Observa con atención los lagartos y llámame si aparece algo más importante. —Se arrastró hasta la tienda de Cugel e inmediatamente se puso a roncar.

Cugel se reclinó en la barandilla, formulando planes para reparar su fortuna. Ninguno parecía realizable, especialmente si se tenía en cuenta que el doctor Lalanke conocía algunos conjuros de magia elemental… ¡Peculiares, aquellas formas oscuras a lo largo de la cresta! ¿Qué podía hacer que saltaran y se movieran de aquella forma? Era como si altas sombras se alzaran rápidamente para observar el paso de la caravana, y luego volvieran a ocultarse inmediatamente fuera de la vista.

Cugel tiró de la pierna de Shilko.

—¡Levántate!

Shilko emergió de la tienda parpadeando y rascándose la cabeza.

—¿Qué ocurre? ¿Ha traído ya Porraig el vino de la tarde?

Cugel señaló la cresta.

—¿Qué ves?

Shilko miró con ojos enrojecidos la línea del cielo, pero las sombras se habían ocultado ahora detrás de las colinas. Volvió una mirada interrogadora a Cugel.

—¿Qué ves tú? ¿Trasgos disfrazados de ratas rosas, o ciempiés bailando el kazatska?

—Ninguna de las dos cosas —dijo Cugel friamente—. Sólo que creí era una banda de demonios palo al viento, ahora se ocultan en el lado más alejado de la colina.

Shilko observó con cautela a Cugel y se retiró un paso.

—Muy interesante. ¿Cuántos viste?

—No los pude contar, pero será mejor que demos la alarma a Varmous.

Shilko miró de nuevo a la línea del cielo.

—Yo no veo nada. ¿Puede que los nervios te estén jugando otra pasada?

—¡Absolutamente no!

—Bien, entonces, por favor, asegúrate antes de llamarme de nuevo. —Shilko se dejó caer sobre manos y rodillas y se arrastró a la tienda. Cugel miró a Varmous, allá abajo, conduciendo plácidamente el carruaje de cabeza. Abrió la boca para dar la alarma, luego se lo pensó mejor y reanudó, sombrío, su vigilancia.

Pasaron los minutos, y el propio Cugel empezó a dudar de lo que había visto.

El camino pasaba junto a una larga y estrecha laguna de agua verde álcali que alimentaba varios bosquecillos de quebradizos arbustos de sal. Cugel se inclinó hacia delante y centró su mirada en los arbustos, pero sus delgados tallos no proporcionaban ninguna protección. ¿Y la laguna en si? Parecía demasiado poco profunda para ocultar ningún peligro importante.

Cugel se enderezó con la sensación del trabajo bien hecho. Alzó la vista hacia la cresta, para descubrir que los demonios palo al viento habían reaparecido en número mayor que antes, alzándose mucho para mirar a la caravana, luego agachándose rápidamente fuera de la vista.

Cugel tiró de la pierna de Shilko.

—¡Los demonios palo al viento han regresado con todas sus fuerzas!

Shilko salió de la tienda y se puso en pie con un esfuerzo.

—¿Qué ocurre esta vez?

Cugel señaló la cresta.

—¡Mira por ti mismo!

Los demonios palo al viento, sin embargo, habían completado ya su vigilancia, y Shilko no vio nada. Esta vez se limitó a alzarse débilmente de hombros y se preparó para reanudar su descanso. Cugel, sin embargo, se asomó por la barandilla y gritó a Varmous:

—¡Demonios palo al viento, por docenas! ¡Están reunidos al otro lado de la cresta!

Varmous detuvo su carruaje.

—¿Demonios palo al viento? ¿Dónde está Shilko?

—Estoy aquí, naturalmente, manteniendo una atenta guardia.

—¿Qué hay de esos «demonios palo al viento»? ¿Los has observado?

—Con toda franqueza, y con el debido respeto a Cugel, debo decir que no los he visto.

Varmous eligió cuidadosamente sus palabras.

—Cugel, me siento obligado hacia ti por tu aviso de alerta, pero esta vez creo que seguiremos adelante. ¡Shilko, sigue con tu vigilancia!

La caravana prosiguió avanzando. Shilko bostezó y se preparó para volver a su descanso.

—¡Espera! —exclamó Cugel, frustrado—. ¿Ves esa garganta entre las colinas allí delante? Si los demonios deciden seguirnos, tendrán que saltarla, y entonces seguro que los verás.

Shilko se resignó a regañadientes a la espera.

—Esas fantasías, Cugel, son preocupantes. ¡Considera hasta qué lamentables extremos pueden conducir! Para tu propia salud debes salirte de esto… ¡Bien, ahí está la garganta! Ya estamos llegando. Mira con gran atención y dime dónde ves demonios saltando por ella.

La caravana pasó delante de la garganta. En una agitación de grandes formas humosas, los demonios palo al viento saltaron de la colina y se precipitaron sobre la caravana.

—¡Ahora! —dijo Cugel.

Por una fracción de segundo Shilko permaneció inmóvil, con la mandíbula temblando, luego aulló a Varmous:

—¡Cuidado! ¡Demonios palo al viento al ataque!

Varmous no consiguió oír lo que le decían y alzó la vista hacia el barco. Descubrió una agitación de formas oscuras que se le venían encima, pero la defensa era ya imposible. Los demonios saltaron de un lado a otro por entre los carros, mientras caravaneros y pasajeros huían hacia las heladas aguas de la laguna.

Los demonios hicieron todo el daño que quisieron a la caravana, volcando carros y carruajes, rompiendo ruedas a patadas, desparramando carga y equipajes. Luego dirigieron su atención al Avventura, pero Cugel hizo que la cuerda se alargara y el barco flotó alto. Los demonios saltaron hacia arriba intentando aferrarse al casco, pero se quedaron quince metros cortos. Abandonando el ataque, se apoderaron de todos los farlocks, se metieron uno bajo cada brazo, luego saltaron hacia las colinas y desaparecieron.

Cugel hizo descender el barco, mientras caravaneros y pasajeros emergían de la laguna. Varmous había quedado atrapado debajo de su carruaje volcado, y se necesitó la ayuda de todos para sacarlo de allí.

Varmous se puso en pie con dificultad, sosteniéndose sobre sus lastimadas piernas. Observó los daños y lanzó un desanimado gruñido.

—¡Esto se halla más allá de toda comprensión! ¿Por qué somos tan maldecidos? —Miró a su alrededor, a los desmoralizados componentes de la caravana—. ¿Dónde están los vigías? ¿Cugel? ¿Shilko? ¡Tened la bondad de avanzar!

Cugel y Shilko se dejaron ver, reacios. Shilko se humedeció los labios y dijo ansiosamente:

—Yo di la alarma; ¡todos pueden atestiguarlo! ¡De otro modo, el desastre hubiera podido ser mucho peor!

—Tu alarma fue dilatoria; ¡los demonios estaban ya sobre nosotros! ¿Cuál es tu explicación?

Shilko miró al cielo a su alrededor.

—Tal vez suene extraño, pero Cugel deseaba aguardar hasta que los demonios saltaran por la garganta.

Varmous se volvió hacia Cugel.

—¡Estoy completamente desconcertado! ¿Por qué no quisiste avisarnos del peligro?

—¡Lo hice, si lo recuerdas! Cuando vi por primera vez los demonios, pensé en dar la alarma, pero…

—Esto es de lo más confuso —dijo Varmous—. ¿Viste a los demonios antes de avisarnos?

—Si, pero…

Varmous, con un gesto de dolor, alzó una mano.

—Ya he oído suficiente. Cugel, tu conducta ha sido torpe y estúpida, por decirlo con palabras suaves.

—¡Esto no es un juicio justo! —exclamó acalorado Cugel.

Varmous hizo un gesto de desánimo.

—¿Lo crees de veras? ¡La caravana ha sido destruida! Nos hallamos impotentes en medio de las tierras desoladas de Ildish! Dentro de un mes el viento soplará sobre nuestros huesos.

Cugel contempló sus botas. Estaban sucias y manchadas, pero era posible que todavía retuvieran algo de magia. Alzó su voz en tonos dignos.

—La caravana aún puede seguir adelante, gracias a una cortesía del denigrado y salvajemente denunciado Cugel.

—Por favor, explícate más claro —dijo con brusquedad Varmous.

—Es posible que aún quede algo de magia en mis botas. Prepara tus carros y carruajes. Los alzaré por los aires y proseguiremos como antes.

Varmous se convirtió inmediatamente en un ser lleno de energía. Dio instrucciones a sus caravaneros, que pusieron orden de la mejor manera posible a sus carros. Fueron atadas cuerdas a cada uno, y los pasajeros ocuparon sus lugares. Cugel, yendo de vehículo en vehículo, fue aplicándoles puntapiés para transmitirles aquella fuerza levitatoria que aún se aferraba a sus botas. Los carros y carruajes derivaron en el aire; los caravaneros sujetaron las cuerdas y aguardaron la señal. Varmous, cuyos arañados músculos y distendidas articulaciones le impedían andar, decidió ir a bordo del Avventura. Cugel fue a seguirle, pero Varmous le detuvo.

—Necesitamos sólo un vigía, un hombre de probado buen juicio, y éste será Shilko. Si no me sintiera impedido, tiraría alegremente del barco, pero esa tarea debe recaer ahora sobre ti. Toma la cuerda, Cugel, y conduce la caravana a lo largo del camino a tu mayor velocidad.

Reconociendo la futilidad de protestar, Cugel tomó la cuerda y avanzó camino adelante, arrastrando al Avventura tras él.

Al atardecer, los carros y carruajes fueron bajados, y se dispuso el campamento para la noche. Slavoy, el jefe de caravaneros, bajo la supervisión de Varmous, instaló la cerca de seguridad; fue encendido un fuego, y se sirvió vino para animar un poco el ambiente.

Varmous hizo una tensa declaración.

—Hemos sufrido un serio revés, y hemos recibido gran daño. Sin embargo, no sirve de nada señalar con el dedo de la vergüenza. He hecho cálculos y tomado consejo del doctor Lalanke, y creo que cuatro días de viaje nos llevarán hasta Kaspara Vitatus, donde podremos efectuar reparaciones. Hasta entonces, espero que nadie sufra más de lo necesario. ¡Una última observación! Los acontecimientos de hoy se hallan ahora en el pasado, pero dos misterios siguen oprimiéndonos: las desapariciones de Ivanello y Ermaulde. Hasta que estos asuntos queden aclarados, todos debemos ir con extremo cuidado. Que nadie se aleje solo! Y ante cualquier cosa sospechosa, notificádmelo.

Fue servida la cena, y un talante de casi frenética alegría se apoderó de la concurrencia. Sush, Skasja y Riys efectuaron una serie de ejercicios de saltos y volteretas, y pronto quedó claro que estaban imitando a los demonios palo al viento.

Clissum se sintió elevado por el vino.

—¿No es maravilloso? —exclamó—. ¡Esta excelente cosecha ha estimulado los tres segmentos de mi mente, de modo que mientras uno observa este fuego y las tierras desoladas de Ildish que se abren más allá, otro compone odas exquisitamente hermosas, mientras el tercero teje festones de imaginarias flores para cubrir la desnudez de las ninfas que pasan, también imaginarias!

El eclesiarca Gaulph Rabi escuchó a Clissum con desaprobación y echó cuatro gotas de aspergantium, en vez de las tres habituales, a su vino.

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