La torre de la golondrina (7 page)

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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

Así es la vida, Halconcillo.

Ciri estaba asombrada y decepcionada, pero se le olvidó pronto. Aprendió. También el que no había que asombrarse mucho ni esperar demasiado. Porque entonces la decepción es menos profunda.

—Yo, queridos Ratas —decía ahora Hotsporn—, tendría un remedio para todos vuestros problemas. Para los Nissiros, los barones, los prefectos, hasta para Bonhart. Sí, sí. Porque aunque el lazo se está apretando sobre vuestros cuellos, yo tengo una forma de escapar de la soga.

Chispas bufó, Reef se carcajeó. Pero Giselher los hizo callar de un gesto, permitió continuar a Hotsporn.

—La noticia es —dijo al cabo el mercader— que un día de éstos se anunciará una amnistía. Si alguien está bajo condena, qué digo, incluso si la soga cuelga ya sobre alguien, se le respetará si sólo se presenta y proclama su culpa. A vosotros también os afecta.

—¡Gelipolleces! —gritó Kayleigh, algo lloroso, pues acababa de meterse en la nariz una punta de fisstech—. ¡Un engaño nilfgaardiano, una argucia! ¡No será a nosotros, que somos perros viejos, a los que nos van a engatusar con esas fullerías!

—Despacito —le detuvo Giselher—. No te aceleres, Kayleigh. Hotsporn, a quien bien conocemos, no ha por costumbre hablar por hablar, ni hacerlo a tontas ni a locas. Más bien acostumbra a saber de lo que platica. Así que entonces nos dirá de dónde sale esta repentina benevolencia nilfgaardiana.

—El emperador Emhyr —departió sereno Hotsporn— va a tomar esposa. Pronto tendremos emperatriz en Nilfgaard. De ahí que vayan a hacer pública la amnistía. Parece ser que el emperador se siente feliz en extraordinaria forma y desea que otros también lo sean.

—La felicidad imperial me la trae floja —anunció Mistle con altivez—. Y me permito no usar de la tal amnistía porque para mí que la tal benevolencia nilfgaardiana huele más bien a esparto fresco. A algo así como a palo con una punta bien aguda, je, je.

—Dudo que esto sea una añagaza. —Hotsporn se encogió de hombros—. Es una cosa política. Y bien grande. Mucho más grande que vosotros, Ratas, y que todas las partidas de estos lares puestas juntas. Se trata de política.

—Es decir, ¿de qué? —Giselher frunció el ceño—. Porque no entendí ni jota.

—El esposorio de Emhyr es político y los asuntos políticos han de ser resueltos con ayuda del tal esposorio. El emperador formará una unión con su matrimonio, quiere unir aún más el imperio, poner punto final a los tumultos de la frontera, traer la paz. Porque, ¿sabéis con quién se va a casar? Con Cirilla, la heredera del trono de Cintra.

—¡Mentira! —gritó Ciri—. ¡Absurdo!

—¿A cuenta de qué doña Falka me acusa de faltar a la verdad? —Hotsporn alzó los ojos hacia ella—. ¿Acaso está mejor informada?

—¡Por supuesto!

—Silencio, Falka. —Giselher se enfadó—. ¿Te estabas calladita ahí en la mesa cuando te andaban pinchando en el chocho y ahora te revuelves? ¿Qué es esa Cintra, Hotsporn? ¿Quién es esa Cirilla? ¿Por qué ha de ser todo esto tan importante?

—Cintra —se entrometió Reef mientras se vertía fisstech en un dedo— es un paisucho en el norte por el que el imperio estuvo peleando con los gerifaltes de por allí. Hará como unos tres o cuatro años.

—Cierto —confirmó Hotsporn—. Los imperiales vencieron a Cintra e incluso atravesaron el río Yarra, pero luego tuvieron que retroceder.

—Porque les dieron una buena en el Monte de Sodden —gritó Ciri—. ¡Se volvieron tan aprisa que a poco no perdieron los calzones!

—Doña Falka, por lo que veo, está versada en la historia contemporánea. Digno de admirar a tan joven edad. ¿Se puede preguntar dónde acudiera doña Falka a la escuela?

—¡No se puede!

—¡Basta! —advirtió de nuevo Giselher—. Habla de esa Cintra, Hotsporn. Y de la amnistía.

—El emperador Emhyr —dijo el mercader— decidió hacer de Cintra un estado hedéreo...

—¿Lo qué?

—Hedéreo, de hiedra. Porque, como la hiedra, no puede existir sin un fuerte tronco alrededor del cual se enreda. Y este tronco, por supuesto, es Nilfgaard. Ya existen países así, como por ejemplo Metinna, Maecht, Toussaint... Reinan allá dinastías locales. En apariencia, se ha de entender.

—A esto se le llama autonomía apariente —se jactó Reef—. Lo he oído decir.

—El problema con la tal Cintra en cualquier caso fue que la línea real de allá se extinguió...

—¿Se extinguió? —Parecía que de los ojos de Ciri estaban a punto de saltar chispas verdes—. ¡Vaya una extinción! ¡Los nilfgaardianos asesinaron a la reina Calanthe! ¡Simplemente la mataron!

—Reconozco —Hotsporn detuvo con un gesto a Giselher, quien parecía dispuesto de nuevo a reconvenir a Ciri por interrumpir— que realmente doña Falka nos deslumbra con su conocimiento. En efecto, la reina de Cintra cayó durante la guerra. Desapareció también, por lo que parecía, su nieta Cirilla, la última de sangre real. Así que Emhyr no tenía mucho de lo que sacar la tal, como bien ha dicho don Reef, autonomía aparente. Hasta que hete aquí que de pronto, sin comerlo ni beberlo, apareció la tal Cirilla.

—Vaya un cuento —bufó Chispas, apoyándose en el brazo de Giselher.

—Ciertamente. —Hotsporn afirmó con la cabeza—. Hay que reconocer que un poco como un cuento de hadas es. Dicen que una malvada hechicera habíala retenido a la susodicha Cirilla en una torre encantada. Pero ella, Cirilla, logró escapar de la torre, huir y pedir asilo en el imperio.

—¡Eso es una puta, gorda y mentirosa mentira! —estalló Ciri, mientras tendía las manos temblorosas hacia la cajita del fisstech.

—Por su parte el emperador Emhyr, como cuenta el rumor —siguió sin alterarse Hotsporn—, apenas la vio, se enamoró de ella sin remedio y ahora la quiere tomar como esposa.

—El Halconcillo tiene razón —dijo Mistle con voz dura, acentuando lo dicho golpeando con el puño en la mesa—. ¡Eso es una puta tontería! ¡Por el joder de los joderes que no puedo comprender de qué va todo esto! Una cosa es segura: fiándose de tal estupidez sería aún más estúpido el confiar en la benevolencia nilfgaardiana.

—¡Así es! —la apoyó Reef—. Nada hay para nosotros en el bodorrio del emperador. Aunque no sé con quién se haya de casar el emperador, a nosotros siempre nos esperará una prometida. ¡La soga!

—No se trata de vuestros pescuezos, Ratas queridos —le recordó Hotsporn—. Es cosa de política. En las fronteras del norte del imperio todo el tiempo menudean la rebelión, los motines y la sedición, en especial en Cintra y sus alrededores. Y si el emperador toma por mujer a la heredera de Cintra, Cintra se apaciguará. Si hay una amnistía festiva, las partidas de rebeldes bajarán de los montes, dejarán de molestar a los imperiales y de darles disgusto. Bah, si la cintriana se sienta en el trono, los rebeldes ingresarán en el ejército real. Y sabéis que en el norte, al otro lado del río Yarra, la guerra continúa, cada soldado cuenta.

—Aja. —Kayleigh se enfadó—. ¡Ahora lo entiendo! ¡Ésta es la amnistía! Te dan a elegir: aquí el palo afilado, allí los colores imperiales. O palo en el culo o colores en el lomo. ¡Y a la guerra, a diñarla por el imperio!

—En la guerra —dijo Hotsporn con lentitud—, las cosas pueden ir de distintas maneras, como dice la canción. Al fin y al cabo no todos han de guerrear, queridos Ratas. Es posible que, por supuesto tras cumplir las condiciones de la amnistía, esto es, el revelarse y reconocer la culpa, haya una cierta forma de... servicio sustitutorio.

—¿Lo qué?

—Yo sé de lo que se trata. —Los dientes de Giselher brillaron un instante en su boca bronceada y azulada del vello afeitado—. El gremio de los mercaderes, niños, tendría el gusto de recibirnos. De abrazarnos y cuidarnos. Como una madre.

—Como su puta madre, más bien —rebufó Chispas por lo bajini. Hotsporn hizo como que no lo había oído.

—Tienes toda la razón, Giselher —dijo con voz gélida—. El gremio puede, si le apetece, daros trabajo. Oficialmente, para variar. Y cuidaros. Daros protección. También oficialmente y para variar.

Kayleigh quería decir algo, Mistle quería decir algo, pero la rápida mirada de Giselher los dejó a los dos sin palabras.

—Haz saber al gremio, Hotsporn —dijo el caudillo de los Ratas con voz helada—, que le estamos agradecido por esta oferta. Reflexionaremos, pensaremos en ello, hablaremos. Decidiremos en concejo lo que hacer.

Hotsporn se levantó.

—Me voy.

—¿Ahora, de noche?

—Pernoctaré en el pueblo. Aquí no me siento bien. Y mañana directito a la frontera de Metinna, luego, por el camino real hasta Forgeham, donde pasaré hasta el equinoccio o, quién sabe, quizá más tiempo. Esperaré allí a aquéllos que ya hayan reflexionado, estén dispuestos a revelarse y a esperar la amnistía bajo mi cuidado. Y vosotros tampoco os demoréis, os aconsejo, con tanta reflexión y pensamiento. Porque Bonhart está dispuesto a preceder a la amnistía.

—Todo el tiempo nos estás asustando con el Bonhart ése —dijo Giselher lentamente mientras también se levantaba—. Pensaríase que el tal canalla está ahí en nuestros talones... Y él seguro que anda donde la diosa perdió el gorro...

—... en Los Celos —respondió Hotsporn con serenidad—. En la posada La Cabeza de la Quimera. Como a unas treinta millas de aquí. Si no hubiera sido por vuestros zigzags en Velda, de seguro que os lo habríais tropezado ayer. Pero esto no os asusta, ya sé. Adiós, Giselher. Adiós, Ratas. Maestro Almavera. Voy a Metinna y siempre gusto de compañía para el viaje... ¿Qué habéis dicho, maestro? ¿Qué con agrado? Tal pensaba. Recoged pues vuestros útiles. Ratas, pagadle al maestro por sus artísticos esfuerzos.

La estación de postas olía a cebolla frita y a sopa de patatas que había preparado la mujer del jefe de estación, a la que habían dejado salir temporalmente de su arresto en la cámara. La vela en la mesa chasqueó, vibró, expulsó una línea de llamas. Los Ratas se inclinaron sobre la mesa de tal modo que la llama ardía por encima de sus cabezas que casi se tocaban.

—Está en Los Celos —dijo Giselher bajito—. En la posada de La Cabeza de la Quimera. A un día de viaje rápido. ¿Qué pensáis de ello?

—Lo mismo que tú —gritó Kayleigh—. Vayamos allá y matemos al hijoputa.

—Vengaremos a Valdez —dijo Reef—. Y al Oronjas.

—Y no vendrán a echarnos a la cara —silabeó Chispas— ningunos Hotspornes las glorias y fantasías ajenas. Nos cargaremos al Bonhart, ese comecadáveres, ese lobizón. ¡Clavaremos su cabeza en la puerta de la taberna para que le pegue el nombre! Y para que todos sepan que no fue tío con un par sino mortal como todos y que al final con mejores que él se topó. ¡Se verá qué cuadrilla es la mejor desde Korath hasta el Pereplut!

—¡Se cantarán canciones sobre nosotros por las tabernas! —dijo petulante Kayleigh—. ¿Qué digo? ¡Y hasta por los castillos!

—Vamos. —Asse dio un palmetazo en la mesa con la mano—. Vayamos y matemos al canalla.

—Y luego —Giselher se mostró pensativo— recapacitaremos sobre la tal amnistía... Sobre el gremio... ¿Por qué tuerces los morros, Kayleigh, como si te anduviera picando una chinche? Nos pisan los talones y el invierno se acerca. Pienso así, Ratillas míos: invernaremos, nos calentaremos el culo en la chimenea, la amnistía nos protegerá del frío, beberemos cerveza caliente amnistiada. Aguantaremos en la amnistía corteses y obedientes... así como hasta la primavera. Y en la primavera... cuando la yerba salga de por bajo la nieve...

Los Ratas se rieron a coro, bajito, con malignidad. Los ojos les ardían como a las ratas de verdad cuando por las noches, en algún oscuro callejón, se acercan a un hombre herido e incapaz de defenderse.

—Bebamos —dijo Giselher—. ¡Por que le den por saco a Bonhart! Comamos la sopa y luego a dormir. Descansad porque al alba nos iremos.

—Cierto —bufó Chispas—. Tomad ejemplo de Mistle y Falka, que ya llevan una hora en la cama.

Ciri alzó la cabeza, durante un largo rato guardó silencio, contemplando la llamita apenas existente del candil en el que se estaban quemando ya los restos del aceite de ballena.

—Me deslicé entonces de la estación como una ladrona —siguió con la narración—. De madrugada, en completa oscuridad... Pero no conseguí huir sin ser advertida. Mistle debía de haberse despertado cuando salí de la cama. Me alcanzó en el establo cuando me estaba subiendo al caballo. Pero no se mostró sorprendida. Y no intentó detenerme... Ya comenzaba a amanecer...

—Ahora también falta poco para el alba. —Vysogota bostezó—. Es hora de ir a dormir, Ciri. Mañana seguirás con el relato.

—Puede que tengas razón. —Bostezó también, se levantó, respiró con fuerza—. Porque también a mí se me cierran los ojos. Pero a este paso, ermitaño, no voy a terminar nunca. ¿Cuántas noches llevamos ya? Por lo menos diez. Me temo que toda la historia nos puede llevar mil y una noches.

—Tenemos tiempo, Ciri. Tenemos tiempo.

—¿De quién huyes, Halconcillo? ¿De mí? ¿O de ti misma?

—Ya he terminado de huir. Ahora quiero perseguir algo. Por eso tengo que volver... allá, donde todo comenzó. Tengo que hacerlo. Compréndelo, Mistle.

—Por eso... por eso has sido tan tierna conmigo hoy. Por vez primera en tantos días... ¿La última vez, la despedida? ¿Y luego el olvido?

—Yo no te olvidaré nunca, Mistle.

—Me olvidarás.

—Nunca. Te lo prometo. Y no fue la última vez. Te encontraré. Vendré a por ti... Vendré en una carroza de oro. Con un cortejo palaciego. Ya lo verás. Dentro de poco voy a tener... posibilidades. Muchas posibilidades. Haré que cambie tu suerte... Ya lo verás. Te convencerás de todo lo que voy a poder hacer. De todo lo que voy a poder cambiar.

—Mucho poder hará falta para ello —suspiró Mistle—.Y magia poderosa...

—Y también esto será posible. —Ciri se pasó la lengua por los labios—. Y la magia también... la puedo recuperar... Todo lo que perdí puede volver... y de nuevo ser mío. Te lo prometo, te asombrarás cuando nos volvamos a ver.

Mistle volvió su cabeza rapada, se quedó contemplando las estelas de color azul y rosa que el alba había pintado ya sobre el confín oriental del mundo.

—Cierto —dijo en voz baja—. Me asombraré mucho si alguna vez nos volvemos a encontrar. Si alguna vez te vuelvo a ver, pequeña. Vete ya. No alarguemos esto.

—Espérame. —Ciri aspiró con fuerza por la nariz—. Y no te dejes matar. Piensa en la amnistía de la que habló Hotsporn. Incluso si Giselher y los otros no quisieran... piensa tú en ella, Mistle. Puede ser una forma de sobrevivir... Porque yo volveré a por ti. Te lo juro.

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