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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (8 page)

Desde su asiento en la platea del auditorio, Chase utilizó su programa para localizar el palco de Yuen. Merodeando por el vestíbulo hasta justo antes de que empezara la representación, había localizado a dos de los guardaespaldas que habían llegado con Yuen bajando las escaleras. Por lo que parecía, no eran aficionados a la ópera. Con suerte, eso significaba que solo habría dos hombres en el palco con Yuen y Sophia.

Aún quedaban los dos matones del pasillo, pero estaba seguro de que podría ocuparse de ellos cuando llegase el momento.

Y ese momento llegó aproximadamente a los veinte minutos de que se iniciase la representación. Abandonó su asiento, ganándose chasquidos de enfado de la gente de su fila mientras pasaba entre ellos apretadamente, y después se dirigió al vestíbulo y subió las escaleras. Tal y como había esperado, el personal del teatro que atendía el cordón se había ido en cuanto todo el mundo estuvo sentado.

Eso dejaba solo a los dos guardias armados.

Chase atisbó por la esquina. Estaban situados justo fuera de la entrada del palco de Yuen: uno, apoyado contra la pared, al lado de una larga manguera antiincendios enrollada, con pinta de estar mortalmente aburrido; el otro, jugueteando y recorriendo con un dedo el cuello de la camisa. Chase conocía esa sensación.

Se desabrochó la chaqueta del esmoquin y avanzó.

O, más exactamente, avanzó a trompicones. Los dos guardias se enderezaron, mirándolo con cautela. Cuando se acercó, vio que ambos tenían radios y que unos cables en espiral les bajaban por el cuello desde unos pequeños dispositivos en las orejas.

—¡Ay, colegas! —dijo Chase en voz alta, arrastrando las palabras, mientras se acercaba—. ¿No me podríais ayudar, verdad? Creo que he bebido un poco de más y me he perdido. Estoy buscando los retretes, ¡pero todos los carteles están en chino!

Solo estaba a tres metros de ellos, dos…

—¿Me podéis decir por dónde están?

Uno de los guardias extendió un dedo gordo para señalar un cartel de la pared. Las indicaciones estaban en mandarín y en inglés, al lado de los símbolos internacionales de hombre y mujer. Chase los miró, entrecerrando los ojos.

—¡Oh, están en inglés! Joder, debo estar más mamado de lo que pensaba. Gracias, tíos.

Sonrió a los dos hombres con ojos legañosos. Ellos le devolvieron la sonrisa… y Chase golpeó con el puño la cara del hombre más cercano.

El guardia se cayó hacia atrás, inconsciente, despidiendo sangre por la nariz aplastada. El otro hombre lo miró, boquiabierto, y después hurgó en su chaqueta y ladró una palabra en chino…

Chase saltó hacia él y lo embistió contra la pared. Agarró la chaqueta del hombre, enganchando el transmisor de debajo de su solapa y arrancándoselo. Un cable quedó colgando cuando lo tiró al suelo pulido. Al mismo tiempo, le asestó un sonoro puñetazo en los riñones con su otro brazo. La cara del guardaespaldas se retorció de dolor.

Pero eso no le impidió golpear la cabeza de Chase con su otro puño.

Chase se tambaleó, esta vez de verdad. Lleno de una furia repentina, se lanzó con el hombro por delante contra el pecho del guardia, estrellándolo de nuevo contra la pared, con tal fuerza que le extrajo todo el aire de los pulmones.

Antes de que el hombre pudiese recuperar la respiración, Chase le agarró la cabeza con una llave y lo empujó de espaldas por el pasillo. La cabeza del guardia se golpeó contra el soporte de la manguera con un «¡bang!» que dejó una marca en el metal. Se derrumbó inmediatamente, inconsciente.

Pero había conseguido dar la alarma, aunque fuese brevemente. Los otros matones de Yuen saldrían de golpe del palco privado en cualquier momento.

Chase cogió la boca de la manguera antiincendios y la liberó con un tirón de su soporte. Varios metros de goma recubierta de tela la siguieron. La agitó por encima de la cabeza, cada vez más rápido, soltando más manguera con cada giro.

La puerta se abrió…

Y el primero de los matones de Yuen que salió recibió toda la fuerza de la boca de la manguera en su mandíbula. El impacto fue tan fuerte que se cayó hacia atrás, dando una voltereta involuntaria, y la sangre y los dientes describieron un arco en el pasillo.

Gritos desde el vestíbulo. Chase miró hacia atrás. Oyó pasos resonando en las escaleras: más guardaespaldas de Yuen en camino.

Y uno más dentro del palco.

Chase inclinó el brazo levantado, moviendo todavía la manguera como un lazo, pero bajándolo y acercándolo al suelo mientras el otro guardia saltaba por encima de su compañero caído y sacaba una pistola de la chaqueta…

La manguera lo golpeó en los tobillos.

El hombre tropezó, levantando los brazos para mantener el equilibrio. Antes de que pudiese apuntar de nuevo con la pistola, Chase cargó contra él, doblándose para embestirlo por la cintura y levantándolo en vilo. Sin reducir su velocidad, entró en el palco a oscuras, viendo las caras sorprendidas de Yuen y Sophia al pasar a su lado, y lanzó al guardia por encima del borde del palco.

La manguera se retorció a su paso con una velocidad aterradora y el guardaespaldas dejó escapar un agudo alarido de terror…

El alarido se silenció de golpe cuando la manguera se tensó y se oyó un chasquido, como el de una cuerda de guitarra en un punteo. Chase miró hacia abajo. La caída del guardaespaldas se había detenido. La cabeza le había quedado a pocos centímetros del pasillo principal del auditorio. La ópera continuó, los actores y los músicos no podían ver lo que acababa de pasar por el brillo de las luces… aunque Chase sí que oyó un coro de «¡Shhhh!» sobre las voces de los cantantes.

Se giró hacia los ocupantes del palco. Sophia lo miraba fijamente, asombrada, mientras que la expresión de Yuen era más de incredulidad y de una ira que iba en aumento.

—Sophia, levántate —le ordenó Chase.

Ella le obedeció. La izó y la colocó sobre su hombro izquierdo al estilo bombero, al advertir que todavía llevaba puestos los tacones. Murmurando una maldición, retrocedió hasta el borde del palco.

—Agárrate a mí, y hagas lo que hagas, no te sueltes.

Ella se aferró a él.

—¿Qué vas a…?

Él se enrolló la manguera alrededor del brazo derecho, la levantó sobre la barandilla del palco… y a continuación saltó por encima del borde.

La manguera susurró mientras se deslizaba por ella y Chase sintió el cortante calor de la fricción a través de la manga. Sophia chilló de la impresión mientras bajaban hacia el suelo. El guardaespaldas seguía balanceándose, abajo…

Chase apretó la manguera con las piernas y utilizó las suelas del revés del guardia como pista de aterrizaje para sus pies. Dobló las rodillas para absorber el impacto.

—¡Prepárate! —le dijo, desenredando el brazo y saltando los últimos metros hasta el suelo.

Sintió los músculos del estómago de Sophia tensos contra él justo antes del impacto y se puso colorado.

Viejos recuerdos…

Tocaron suelo. Sophia jadeó. Chase miró desde el pasillo hacia la salida trasera. Era consciente de que el público lo observaba, boquiabierto. Alguien gritó desde arriba. Yuen se inclinó sobre el palco, señalándolos. Chase lo saludó con una mano en la frente y después corrió por el pasillo, con Sophia aún en el hombro. Pequeñas volutas de humo se desprendieron de su manga derecha. La tela negra se había chamuscado hasta adquirir un tono pardo. Esperaba que Mei no hubiese pagado un depósito por el esmoquin, porque no lo iba a recuperar.

—¿Estás bien? —le preguntó a Sophia.

—¡Estoy bien! —le respondió ella, sin resuello—. Ha sido… ¡me ha recordado un poco a la forma en que nos conocimos!

—Sí, pero entonces tenía una ametralladora y no había ningún civil cerca por el que preocuparse. ¡Cuidado con la cabeza!

Se puso de lado para abrir de golpe las puertas dobles con el hombro derecho y entrar en el iluminadísimo vestíbulo. Las piernas de Sophia tomaron ventaja y la situaron por delante de él. Los tacones destellaron.

—¡Te dije que te quitases esos malditos tacones!

—¡No sabía que ibas a entrar así de golpe, como un rinoceronte loco, en medio de la ópera! —protestó Sophia mientras él corría hacia la salida—. ¡Me esperaba algo más sutil!

—No me conoces ni un poquito, ¿verdad?

Llegaron más gritos desde arriba. Chase levantó la vista y vio a los dos guardaespaldas de Yuen que quedaban bajando rápidamente las escaleras, pistolas en ristre. El puñado de personas que había en el vestíbulo gritó al ver las armas y corrió hacia las salidas.

—¡Por todos los demonios! ¿Esos tíos nos dispararán aunque te tenga conmigo?

—¡Espero de verdad que no!

—¡Pues asegúrate y diles que no lo hagan!

Miró hacia atrás mientras ella gritaba órdenes en mandarín. Solo había cruzado medio vestíbulo, los dos guardaespaldas estaban casi sobre él…

—¡Suelte a lady Sophia! —le gritó uno de los hombres, con un fuerte acento inglés.

Fuese lo que fuese lo que les había dicho Sophia, había funcionado; ninguno de los empleados había bajado el arma, pero ya no los apuntaban con ellas.

—¡Suéltela ahora mismo!

—¡Ven a cogerla! —le contestó Chase, girándose para encararlos, con el brazo derecho extendido para equilibrar el peso de Sophia sobre el hombro.

Se movieron para rodearlo, uno a cada lado.

—¿Has seguido practicando autodefensa? —le preguntó él.

Ella estaba atónita.

—Sí.

—Bien, ¡porque te acabas de convertir en mi arma! Prepárate…

Uno de los guardaespaldas corrió hacia ellos. Chase giró sobre sí mismo y lo golpeó de lleno en la cara con los pies de Sophia mientras ella lanzaba una patada y las pesadas suelas de plataforma le rompían la mandíbula. La cabeza del hombre se ladeó con un ruido seco. Cayó al suelo, aturdido y ensangrentado.

—¡Buen golpe! —le dijo Chase, girándose para buscar al segundo guardia.

Se había aproximado desde el otro lado, pero se había parado en seco y su cara empezaba a reflejar que era consciente de que Sophia estaba ayudando a su captor. Levantó el arma.

Chase giró a mayor velocidad, esperando que Sophia pensase todavía tan rápido como solía hacerlo. Y así fue: atacó al guardia con uno de sus pies enfundados en sus carísimos zapatos.

La pistola que salió despedida de la mano del guardaespaldas repiqueteó por el suelo de mármol del vestíbulo. Él se quedó mirando fijamente, sorprendido, la punta del tacón de aguja que sobresalía de su palma. Sophia tiró de su pierna hacia ella y un chorro de sangre manó del agujero de la mano del hombre cuando extrajo el tacón. Se oyó un aullido… pero el grito de dolor se acalló bruscamente cuando Chase le dio un puñetazo en la cara, tirándolo de espaldas.

—¿Te alegras ahora de que me haya dejado los zapatos puestos? —dijo Sophia.

—Vale, tú ganas esta vez —le respondió Chase, precipitándose hacia la salida.

—Sin embargo, habría sido mucho más fácil que le hubieras disparado, simplemente.

—No he traído pistola —admitió Chase.

La voz de Sophia estaba llena de incredulidad.

—¿Qué? ¿Por qué no?

—Estoy tratando de reducir el número de gente a la que le disparo. Demasiado papeleo.

—¿Desde cuándo te preocupa el papeleo?

—¡Mi vida ha cambiado!

Dio un puntapié a una de las puertas de cristal para abrirla y se apresuró a salir, mirando hacia atrás, buscando señales que indicasen que los perseguían. Yuen bajaba las escaleras corriendo y el guardaespaldas al que Sophia había golpeado en la cabeza luchaba por ponerse en pie.

Escucharon la bocina de un coche pitando frenéticamente. Un taxi cruzaba la plaza hacia la fachada del Gran Teatro y los peatones saltaban para apartarse de su camino.

—¡Ese es el nuestro! —le dijo a Sophia, haciéndole un gesto a Mei con la mano mientras ella acercaba el taxi y lo frenaba con un chirrido delante de ellos. Chase abrió la puerta de atrás y se inclinó rápidamente para depositar a Sophia en la acera con un clic de sus tacones.

—Entra, rápido —le ordenó, concentrado de nuevo en la misión.

Detrás, Yuen estaba congregando a sus tropas: un guardaespaldas ayudaba a levantarse al segundo hombre y otro bajaba de los palcos.

Chase empujó a Sophia al interior del taxi y después entró de un salto en él. Mei pisó con fuerza el acelerador antes incluso de que él cerrase la puerta y el taxi emprendió la marcha con un chirrido de los neumáticos. Asomó la cabeza por la ventanilla de atrás…

—¡Agáchate! —gritó, protegiendo a Sophia con su cuerpo. Yuen y uno de los guardaespaldas se encontraban fuera del teatro y uno de los de seguridad estaba levantando la pistola. Chase escuchó cuatro tiros, pero ninguno pareció darle al veloz vehículo.

—¡Me alegro de que no sea mi taxi! —gritó Mei, virando bruscamente sobre un arcén de hierba. Derrapó en él, creando una lluvia verde, y atravesó a toda velocidad una acera. La gente se apartaba a saltos de su camino, increpándolos con obscenidades mientras Mei volvía a girar y se introducía entre un grupo de taxis idénticos y aceleraba para alejarse.

Chase miró hacia atrás. Yuen era una silueta iracunda contra el vestíbulo de cristal iluminado… Después, los árboles le taparon la visión.

—Vale, estamos a salvo. Buena carrera, Mei.

—Esto no ha sido nada. ¡Deberías verme cuando necesito llegar a casa para mear! —Miró a Sophia por el retrovisor—. ¿Entonces has rescatado a tu novia? Hola, soy Mei.

—Sophia Blackwood —le dijo Sophia—. ¡Estoy muy contenta de conocerte!

La expresión de Mei mostró su confusión.

—¿Sophia? ¿Pero ese no era el nombre de tu primera esposa…? —Miró a Chase—. ¿Es de ella de quien me hablabas antes, la que…?

—No —dijo Chase con énfasis—. Vamos a la estación. Cuanto antes salgamos Sophia y yo de aquí, mejor.

—Primero tenemos que ir a la sede de la compañía de mi marido —dijo Sophia.

Era una orden, no una petición.

Chase levantó una ceja.

—¿Que qué?

—Si no, no voy a poder salir del país… Richard guarda mi pasaporte en la caja fuerte de su oficina. Ya te decía en la carta que me estaba controlando —continuó, ante la mirada atónita de Chase.

—Espera, ¿y tú se lo permitiste? ¿Tú?

—No empecemos, por favor… —suspiró Sophia, exasperada—. Se trata de algo más que mi pasaporte. Tengo acceso a sus archivos del ordenador… y puedo proporcionarte pruebas de que tuvo algo que ver con el hundimiento de la plataforma del SBX.

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