La última astronave de la Tierra

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Authors: John Boyd

Tags: #Ciencia ficción

 

El mundo del futuro inmediato… Los matemáticos teóricos son la escala superior de la sociedad; los técnicos en genética deciden la selección de las parejas; el Papa es una computadora; Infierno es un planeta distante. Los viajes por el espacio han sido ya superados y abandonados.

Haldane IV, joven matemático, se enamora de Helix, poetisa… una unión prohibida, y más no habiendo utilizado la preceptiva contracepción. Una vez descubiertos, son llevados a juicio.

John Boyd

La última astronave de la Tierra

Super Ficción - 53

ePUB v1.2

libra_861010
27.06.12

Título original:
The last starship from Earth

John Boyd, 1968.

Traducción: Amparo García Burgos

Editor original: libra_861010 (v1.0 a v.1.2)

A la memoria de Henry Tudor VIII

Extracto de
El discurso de Johannesburgo

Aunque confiamos tiernamente y oramos con fervor para que pase rápidamente este horrible azote de la guerra, sin embargo no podemos derogar la promesa de la ciencia láser, tan mal utilizada por los ángeles inferiores de nuestra naturaleza.

La aceleración de los quanta de luz, a la vez que barre las viejas fronteras de la ciencia física, supone un serio aviso para las ciencias sociales. Aún podemos emanciparnos de la historia para convertirnos en jueces de nuestro pasado… dioses de nosotros mismos, por así decirlo.

Conduzcámonos en la justicia, tal como nosotros vemos la justicia, de forma que estas generaciones no se desvanezcan de los anales del tiempo.

A. LINCOLN

1

Pocas veces se le concede a un hombre el don de conocer el día y la hora en que el hado interviene en su destino pero, como había mirado el reloj justo antes de ver a la muchacha de las caderas, Haldane IV supo el día, la hora y el minuto. En Punto Sur, California, el 5 de septiembre a las dos y dos minutos, tomó una dirección equivocada y empezó a recorrer el camino hacia Infierno.

Por irónico que parezca iba siguiendo las indicaciones que le diera su compañero de habitación, y si algo había aprendido en los dos años que llevaba en Berkeley era que los estudiantes de cibernética teológica no distinguían la derecha de la izquierda. Se dirigía en coche a ver un modelo de cápsula de propulsión láser en funcionamiento, y Malcolm le había dicho que el museo de ciencias estaba a la derecha de la calle, frente a la galería de arte. Giró hacia la derecha y se encontró en el área de aparcamiento de dicha galería, exactamente al otro lado de la calle y frente al museo de ciencias.

Los pundonorosos estudiantes de matemáticas pocas veces visitaban las galerías de arte, pero ésta parecía llamarle y atraerle desde la explanada ante la entrada, que subía en curva a partir del aparcamiento hasta un punto rocoso donde el edificio, que recordaba a una gaviota dispuesta a alzar el vuelo, se hallaba en equilibrio sobre el Pacífico a setenta metros más abajo.

Era un día agradable. La brisa procedente del océano atemperaba el calor del sol. El pórtico del edificio ofrecía una perspectiva del océano hacia el noroeste. Miró el reloj y decidió que podía perder un poco de tiempo.

Había aparcado el coche, y se dirigía hacia la entrada, cuando vio a la chica delante de él. Caminaba a largos pasos y sus caderas se movían suavemente a cada paso, como si la pelvis fuera un motorcito que originara una notable fuente de energía en torno a su eje. Pasaron varios microsegundos antes de que la estética del movimiento derrotara a estos conceptos matemáticos. Las proletarias solían caminar así a fin de seducir al varón, pero esta muchacha llevaba la blusa y la falda plisada de una profesional.

Redujo el paso a fin de mantenerse a poca distancia de ella cuando la muchacha entró en la rotonda y se detuvo a mirar un cuadro. Ansioso por contemplar su geometría frontal, Haldane se puso a su lado y, mientras la chica estudiaba el cuadro, la inspeccionó disimuladamente. Vio un cabello castaño, brillante y de reflejos dorados; una barbilla enérgica pero redondeada; las cejas muy finas y en arco sobre unos ojos azules; un cuello largo, senos altos y erectos y un estómago plano que se fundía con la V alargada de sus muslos.

Ella se volvió de pronto y le pilló mirándola. Fingiendo un aire de desconcierto, Haldane alzó la mano hacia el cuadro.

—¿Qué es?

Como resultaba adecuado en una profesional, ella no le miró sino que habló como si mirase a través de él:

—Representa el movimiento.

Lanzó él ahora al lienzo lo que confiaba fuese una mirada de entendido y dijo:

—Bueno, las líneas sí parecen moverse.

La respuesta salió bruscamente de sus labios.

—Y giran. Me están trastornando el estómago.

Él bajó la vista a la A-7 estarcida en su blusa. La A significaba que era una estudiante de arte, pero no sabía qué subclase representaba el 7… probablemente la de crítico de arte.

—He oído decir que el té es un buen remedio para las náuseas. ¿Puedo invitarte a una taza de té como primeros auxilios?

El rostro de le muchacha seguía siendo impasible, pero ahora clavó sus ojos en él.

—¿Sueles abordar a las mujeres en las galerías de arte?

—Generalmente trabajo en las iglesias, pero hoy es sábado.

En la máscara que era su rostro rieron los ojos.

—Puedes invitarme a una taza de té si quieres perder el tiempo con una virgen extracategórica.

—El sábado es mi día para las vírgenes.

La llevó al pórtico y eligió una mesa junto a la barandilla desde la que podían contemplar directamente el oleaje en la base del acantilado. Una vez la ayudó a sentarse, y hubo hecho un gesto a la camarera, dijo:

—Soy Haldane IV, M-5, 138270, 31/10/46.

—Y yo Helix, A-7, 48361, 13/15/47.

—Desde el instante en que te hablé comprendí que eras sueca, pero ¿qué significa el 7?

—Poesía.

—Eres la primera de esa categoría que he conocido.

—No somos muchas —dijo ella cuando la camarera hizo rodar una bandeja hasta la mesa—. ¿Azúcar y leche?

—Un terrón, por favor, y un poquito de leche… Pues es una tragedia que seáis tan pocas —dijo él admirando la armonía fluida del movimiento del brazo y la muñeca al poner los terrones.

—Tiene gracia que un matemático hable así de la poesía.

—Yo no hablaba de eso. Lamentaba tan sólo que dispongáis de una selección de varones tan escasa entre los que elegir. Probablemente acabarás con algún bardo de pelo liso que te abandonará en una pradera mientras se aleja para declamar sus versos a una florecilla mustia.

—Ciudadano, tú eres un atávico —le reprochó ella, y su voz bajó una octava—, pero yo simpatizo con las emociones primitivas. Mi especialidad es la poesía romántica del siglo XVIII… ¿Sabías que antes del Hambre había un culto de inseminadores llamados «amantes», y que uno de los más grandes fue un poeta llamado Lord Byron?

—Tendré que buscarlo en un libro.

—Pues que no te coja tu madre leyéndolo.

—Imposible. Está muerta. Murió en una caída por accidente.

—¡Oh!, lo lamento. Yo tengo más suerte. Tengo padres adoptivos, pero los dos viven y me quieren muchísimo. Mis padres murieron en un accidente de nave espacial…

»Pero me sorprende que sepas tan poco de mi categoría. Uno de vuestros grandes matemáticos, un M-5 si no recuerdo mal, escribió poesías que jamás me han interesado, pero que, al parecer, aún leen los intelectuales. Tal vez hayas oído hablar de Fairweather I, el hombre que diseñó al Papa.

—Ciudadana, ¿pretendes decirme que Fairweather escribió eso… poesía? —la miraba con auténtico desconcierto.

—No te escandalices tanto, Haldane. Después de todo entretenerse con baladas no es lo mismo que retozar con una damisela.

Ahora sí se sintió él escandalizado, horrorizado y satisfecho. No estaba seguro de la palabra «damisela», pero podía interpolar y sabía que, por primera vez en su vida, había oído una respuesta ingeniosa en los labios de una mujer. Además, era también la primera vez en su vida que una profesional, y no en una casa de recreo, le diera voluntariamente una muestra de ingenio tan cautivadora y tras fachada tan hermética.

En aquella chica había encontrado la raíz cuadrada de menos uno.

—Tengo derecho a sentirme escandalizado —dijo, ocultando la confusión inmediata tras una confusión más profundamente arraigada—. Precisamente mi especialidad son las matemáticas de Fairweather. He estudiado a ese hombre desde que estaba en la escuela primaria. Hoy vine hasta aquí para ver un modelo de cápsula de propulsión láser inventada por él, en ese museo de ahí enfrente. Sé que tenía la mente más inventiva que jamás ha existido, a excepción de la tuya y la mía, pero ninguno de mis profesores, ni catedráticos, ni compañeros de estudios, ni siquiera mi padre, mencionó jamás que hubiera escrito una línea de poesía. Hasta ahora mismo creía ser el mejor experto del mundo sobre Fairweather I, así que tendrás que perdonarme si parezco un poco desconcertado.

—Estoy segura de que nadie intentaba ocultarte ese hecho —dijo ella—. Tal vez ninguno de tus profesores lo sepa. Tal vez se avergüencen de ello y, en este caso, creo que quizá tengan derecho a avergonzarse.

—¿Por qué?

—Me alegro de que tu Fairweather tuviera tanto éxito en matemáticas, y sé que triunfó también en teología, pero, en mi opinión, fracasó miserablemente como poeta.

—Helix, eres una chica muy lista. No me atrevería a discutir tus conocimientos en tu especialidad, pero cualquier cosa que hiciera ese hombre tenía que hacerla de un modo soberbio. Yo no distinguiría un verso anapéstico de un antipasto pero, si él lo escribió, tenía que ser bueno.

—La prueba de la pila está en los protones —dijo ella—. Yo tengo una memoria fotográfica, y lo único escrito por él que puedo citarte son unos versos que me dijo un hombre muy viejo cuando era pequeña, y se me dijeron más como una curiosidad que como un poema.

—Recítamelo —de pronto se sentía interesado.

—El título es casi tan largo como el poema —dijo ella—. Lo tituló: «Reflexiones desde un Lugar más Elevado. Revisado». Y dice:

Puesto que estás torturada en el potro de la opresión del tiempo.

Yo te mataré, amada, como mi bendición final.

Te hiciste demasiado vieja demasiado pronto.

El discurso ha acallado tu lengua.

Haciendo acopio de toda mi gracia social mezclaré la cicuta a tu gusto,

nos dijo, desde otro lugar, que el que pierde gana la carrera,

que las líneas paralelas llegan a encontrarse en el espacio.

Sin embargo, amada mía, lloraré por tu rostro enojado.

Hizo una mueca de desaprobación.

—Le encantan esas pequeñas y tontas paradojas como el potro compresor y la bendición del asesinato. Todo es pura teoría.

Haldane meditó un momento.

—Parece que estuviera parafraseando el Sermón de la Montaña modificado por la Teoría General de Einstein. «El que pierde la carrera» es otro modo de decir «los mansos heredarán la tierra». Eso explicaría el título también. El «lugar más elevado» es el Monte, y las reflexiones fueron «revisadas» por Einstein.

Ella le miró con asombro y admiración.

—¡Vaya, Haldane IV, eres un genio del Neanderthal! Tienes razón, estoy segura. Ni el viejo ni yo pensamos jamás en eso, y tu interpretación explicaría lo de los muertos vivientes.

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