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Authors: Marta Rivera de La Cruz

Tags: #Drama

La vida después (14 page)

—Chloe… Lo más lógico sería que viviese contigo.

—Ah,
mais non…
Eso es imposible. Estoy todo el día viajando de aquí para allá, y no paso en casa ni un minuto. ¿Cómo voy a ocuparme de ella?

—Bueno, Chloe, Solange ya no necesita a alguien que la cuide las veinticuatro horas. Es una chica lista y bastante independiente, así que tampoco va a hacer falta que tú…

—Lo mejor sería buscarle un buen colegio. Un internado, una casa de estudiantes. Claro que puede pasar conmigo algún fin de semana, cuando yo esté en París.

—Ya, pero ella quiere vivir con su madre.

—Pues, querida, yo no estoy en condiciones de vivir con mi hija. Pero le encontraré un buen sitio, un pensionado agradable, donde pueda conocer gente y sentirse como en un hogar.

Había llegado el momento de poner las cartas boca arriba. Victoria notó cómo se le aceleraba el ritmo cardiaco, y tuvo que reconocer que llevaba muchos años esperando el momento para atacar a Chloe con toda la artillería.

—Chloe, si quisiese enviar a Solange a un pensionado, a una residencia de señoritas o a un reformatorio no te habría llamado a ti. Acaba de perder a su padre, y por muy difícil que me resulte entenderlo, quiere vivir contigo durante un tiempo. No creo que sea tan terrible compartir tu casa durante un curso con una cría que da la casualidad de que es tu hija, y que hasta ahora no puede decirse que te haya dado demasiados problemas.

Hubo un silencio. En un alarde de ingenuidad impropio de ella, Victoria se dijo que a lo mejor Chloe estaba reflexionando. ¿De verdad iba a reconsiderar su postura?

—Victoria, querida… —su voz sonaba ahora lejana y dulce—, las cosas no son tan fáciles, ¿sabes? Hace… hace unos meses que salgo con alguien. Es un buen tipo. Más joven que yo. Me ha costado mucho trabajo convencerle de que debíamos vivir juntos. ¿Cómo crees que reaccionará si le digo que mi hija adolescente va a trasladarse a mi casa? ¿Piensas que se va a poner muy contento de poder jugar a las familias? ¿O crees, como yo, que no tardará ni un segundo en coger sus cosas y largarse? Me hago mayor, Victoria. Tú también, pero supongo que no le das tantas vueltas porque estás casada con un hombre rico y guapo. El asunto es que no quiero quedarme sola y ésta puede ser mi última oportunidad.

Ahora fue Victoria quien no supo qué decir. Con esto no contabas, chica. Chloe siguió hablando.

—Sé que no te gusto. Oh, no te molestes en negarlo. Siempre has pensado lo peor de mí, y supongo que tienes motivos. Soy una persona muy egoísta, sobre todo si se me compara contigo, con Jan o con esa santurrona que se casó con él y crió a mi hija. Marga me parece una idiota, pero sé que tengo muchas cosas que agradecerle. Ha hecho un buen trabajo con Solange. Y, si yo fuese como ella, o incluso como tú, entendería que es mi turno y traería a mi hija a vivir conmigo. Pero no lo soy, Victoria. Si no me sacrifiqué por Solange cuando tenía veintitantos años y toda la vida por delante, ¿cómo voy a hacerlo ahora, que tengo cuarenta y dos y empiezo a sentirme vieja? Lo siento, pero soy así. Y me sorprende que tú, siendo tan lista, no te hayas dado cuenta.

Desde el otro lado de la línea, Victoria seguía paralizada por aquel brutal ataque de sinceridad… o de cinismo en estado puro. Sí, conocía perfectamente a Chloe. Sí, sabía qué esperar de ella —la naturaleza del escorpión, no lo olvidemos—, pero, aunque había previsto una negativa, no esperaba escuchar semejante declaración de principios. Se sentía profundamente tonta. Intentó recuperar un poco del terreno perdido.

—Había imaginado que dirías que no. Pero Solange está tan empeñada en vivir contigo que no quería negarle la posibilidad sin que hablásemos de ello. No te preocupes, tu hija se quedará en Madrid.

—Recuerda que puedo encontrarle una plaza en un buen internado…

—Déjate de gilipolleces, Chloe —le pareció que soltar una grosería era una forma de volver a tomar la delantera—. Meter a la niña en una residencia cuando su madre vive en la misma ciudad sería como restregarle por las narices el hecho evidente de que es una molestia. No creo que sea una buena idea que se entere de que su madre pasa de ella justo después de quedarse huérfana. Que acabe el bachillerato español, y cuando empiece la universidad ya veremos qué quiere hacer con su vida.

¿Por qué estaba dando tantas explicaciones si estaba claro que a Chloe no le importaba nada el futuro de Solange? En el fondo, se dijo abochornada, le encantaba demostrar al mundo que tenía todo bajo control, que era capaz de enderezar el rumbo de cualquier cosa en el último momento. «No tienes remedio, Vic…»

—Una cosa, Victoria… Deberíamos hablar de dinero.

—¿Cómo dices?

—Sí. No sé si lo sabes, pero Jan se ocupaba enteramente de las necesidades de Solange. Ahora que él ha muerto, no es justo que sea Marga quien cargue con todo. Las cosas me han ido bien en los últimos años, y estoy en condiciones de colaborar en los gastos de mi hija.

Otra sorpresa. Chloe sacando a pasear su pequeñísimo sentido de la equidad.

—Había pensado en enviar mil euros al mes.

—Háblalo con Marga.

—Oh, no, no, no. Esa tonta testaruda querrá que las cosas continúen como cuando Jan vivía y rechazará el dinero, sin caer en la cuenta de que todo ha cambiado mucho. No sé cuál es su situación, pero apostaría a que Jan no ha dejado precisamente una fortuna, y no creo que ese negocio que tiene sea un pozo de petróleo. Voy a abrir una cuenta a nombre de Solange en un banco español. Te incluiré a ti como firma autorizada e ingresaré el dinero todos los meses. Úsalo como quieras: para comprar ropa, para pagar sus matrículas y sus libros, para que pueda hacer un viaje…

Una vez más, Victoria no sabía qué decir. Tenía que reconocer que la propuesta era sensata. Era posible que Marga tuviese algunos problemas económicos a partir de entonces Y, en el mejor de los casos, ese dinero podría servir más adelante para financiar los estudios universitarios de Solange, así que «de lo perdido, saca lo que puedas».

—Muy bien. Te mandaré un correo con mis datos para que puedas hacer el papeleo.

—Gracias por todo, Victoria. Te lo digo de corazón.

«Te lo digo de corazón.»

—Ya. Adiós, Chloe.

Colgó, y se quedó un buen rato mirando a la pared.

«Estupendo. Todo un éxito, sí señor.»

Marga recibió la noticia como Victoria esperaba, con un nuevo acceso de llanto. Ni siquiera sabía por qué lloraba, por Solange o por ella misma. Aunque, seguramente, llorase por Jan, y todas las pequeñas calamidades que se abatían sobre ella no hacían sino avivar la única razón para el llanto: Jan no estaba.

Victoria se ofreció a hablar con Solange para hacerle saber que su viaje a París quedaba cancelado. Marga, cómo no, se lo agradeció llorando. Así, al menos, no podría adjudicarle a ella el papel de aguafiestas. Victoria tuvo que reconocer que eso era precisamente lo que Solange hubiese hecho de ser la buena de Marga la portadora de las malas nuevas. Aquella misma noche, antes de cenar, pidió a Solange que la acompañara al hotel para recoger sus cosas, aunque no tenía nada más que una maleta medio vacía, y tras recomponer el magro equipaje le propuso tomar un refresco en el bar del vestíbulo.

—Bueno, tú dirás…

—¿Cómo?

—Tía Vi… Que no soy tonta… Me has traído hasta aquí para hablar conmigo lejos de Marga. Así que dime lo que quieras. Te escucho.

He aquí una adolescente que sobrevalora su inteligencia: no sólo se cree muy lista, sino que está convencida de que todos los demás son idiotas. Esa desenvoltura, esa suficiencia, ese tono de superioridad… Victoria sonrió con indulgencia. Ella había sido igual, y tuvo sobradas ocasiones para corregirse. Ya te darás de bruces con la dura realidad, querida niña.

—Muy bien. Pues entonces, vayamos al grano. Antes de entrar en materia, una petición. Me gustaría que corrigieses tu modo de tratar a Marga.

—¿Y cómo la trato?

—Solange… Lo sabes muy bien. Me temo que tu forma de dirigirte a ella sólo puede calificarse de grosera. Y eso no me gusta. Al margen de que no creo que Marga lo merezca.

Solange dio un sorbito a su Coca-Cola
light
antes de atusarse la melena y seguir hablando.

—Mira, ya sé que vas a empezar con lo de que Marga es un ángel y todas esas cosas. Y yo no digo que sea mala, que conste. Entre otras cosas porque para eso hay que ser bastante más lista de lo que ella es…

Crueldad adolescente. Victoria supuso que la tristeza de Solange estaba multiplicando sus efectos.

—… Pero, a pesar de que sea una santa, no la soporto. Cuando papá vivía era distinto, ¿sabes? Me limitaba a no hacerle mucho caso. Pero ahora… En fin, qué te voy a contar. La voy a tener siempre encima, mirándome, vigilándome. A veces me recuerda a un búho.

—Te quiere mucho…

—Pues peor para ella. Además, no estoy diciendo que no la quiera. Pero no me apetece vivir a su lado. No sin estar papá. Quiero irme a París, con Chloe. Me he dado cuenta de que apenas conozco a mi madre…

«¡Ay, Solange! Me temo que tu madre no tiene gran interés en que la conozcas. Y, además, si llegaras a hacerlo, no creo que te gustara mucho.»

—No me parece lógico que te marches ahora. Tienes dieciséis años. No es la mejor edad para cambios radicales, teniendo en cuenta además que atraviesas un momento delicado.

—Pues precisamente por eso me quiero marchar. Me… me estoy haciendo adulta, y no quiero crecer junto a Marga.

—¿Por qué?

—Porque no.

A Victoria le gustó la respuesta infantil. Abría una nueva vía de ataque. Lo malo era que Solange ya estaba embalada.

—Además, ¿qué va a aportarme ella? ¿Crees que puede enseñarme algo? Es una persona tan gris… Siempre está triste, siempre está asustada, como si tuviese miedo de su propia sombra. Y luego, su abandono personal. ¿No te has fijado en cómo se peina? ¿En cómo se viste?

Solange no se dio cuenta de que Victoria había fruncido el ceño y, además, le temblaba la barbilla. Ante esos síntomas, Jan hubiese interrumpido la conversación para reconducirla, pero Solange no conocía a Victoria, y de todos modos estaba demasiado enredada en su diatriba como para reparar en cualquier otra cosa.

—Cualquiera con un poco de sentido la tomaría por una
homeless.
¿Por qué no puede vestirse como tú? ¿O como Chloe? Quiero ser diseñadora, tía Vi… Tengo que convivir con alguien de quien pueda asimilar cierto buen gusto. Si paso mucho más tiempo con Marga, acabaré convirtiéndome en una hortera. Con mi madre no…

—¡Se acabó!

Los ojos acuosos de Solange se agrandaron un poco. El palmetazo que había dado Victoria sobre la mesa tuvo el efecto deseado para subrayar el grito de interrupción.

—Pero, tía Vi…

—Ni tía Vi ni nada. ¿De verdad te has escuchado? ¿Quién te has creído que eres, Solange? ¿París Hilton? Porque lo que estás diciendo parece sacado de un libro de estilo para descerebradas. Pensaba que eras una buena chica, pero veo que te has convertido en una mocosa egoísta… una chiquilla malcriada sin consideración ni respeto. ¿Cómo puedes hablar así de Marga? ¿Despreciar de esa forma a una mujer que te ha tratado siempre como si fueses su hija?

—Vi, pero es que ella no es mi madre…

—Oh, claro que no lo es. Por eso tiene más mérito todo lo que ha hecho por ti. Todo lo que está dispuesta a hacer a partir de ahora. Me decepcionas, Solange. Y si pudiera escucharte ahora, también tu padre se sentiría decepcionado.

Aquella frase tuvo un efecto inmediato. Solange se echó a llorar. Victoria sintió la tentación de abrazarla. Después de todo, era sólo una pobre niña confundida. Una niña sin padre que aún no había aprendido a dirigir sus afectos en la dirección correcta. Pero no era el momento de prodigarle gestos de cariño. Tenía que darse cuenta, siquiera por unos segundos, de lo terrible que es llorar sin que nadie te consuele, que era lo que acabaría haciendo si dejaba a Marga. Supo que era el momento de entrar a matar. Solange estaba ya contra las cuerdas, y nada de lo que le dijera iba a hacer que se sintiese peor.

—Sol… lo siento, pero tienes que madurar. No puedes irte a París. Ni instalarte con tu madre, que tiene una vida de locos y no está en condiciones de ocuparse de ti.

—Esto es cosa de Marga, ¿verdad?

—No, Solange. Te doy mi palabra. Ella estaba dispuesta a dejarte marchar. Pero tu madre y yo tuvimos una larga conversación esta tarde, y hemos decidido que lo mejor es que permanezcas en Madrid hasta acabar el bachillerato. Luego, cuando llegue el momento de ingresar en la universidad, podrás decidir lo que prefieres hacer, dónde quieres vivir y cómo quieres organizarte. Entretanto, tu sitio está aquí.

—Así que no puedo elegir.

—Eso me temo —le dedicó una sonrisa—. Si te sirve de consuelo, es lo que pasa a tu edad: siempre hay alguien que escoge por ti.

—Es que echo tanto de menos a papá que me parece imposible vivir en esa casa sin él… y con Marga…

«No eres la única.»

—Solange… Marga puede tener muchos defectos, pero es una persona honesta que te quiere mucho. Tardarás en darte cuenta, pero lo que ahora necesitas es tener cerca a alguien como ella, generosa, amable, y buena hasta decir basta. No me digas que no hay cosas que aprender de alguien así. Y, además, también estoy yo… Te conozco desde que naciste, así que puedo servirte de ayuda en caso de emergencia.

—Júralo.

«Como si hiciese falta que te lo jurase a ti, querida. Como si tu padre no se te hubiese adelantado exigiendo compromisos póstumos.»

—Lo juro. Y ahora, deja de gimotear y ve a lavarte la cara. No quiero que Marga te vea así. Bastante tiene ella con lo que tiene. ¿Estamos? Recuerda que no eres la única que lo está pasando mal. Volvamos a casa. Es tardísimo…

Las recibió un suave olor a mantequilla derretida. Desde la cocina llegaba un confuso concierto de chisporroteos y cacerolas que chocaban. Solange puso los ojos en blanco.

—Ya estamos…

—¿Qué pasa?

—Le ha dado por guisar con mantequilla.

—¿Desde cuándo?

—Yo qué sé. Un par de meses, creo. Fue a un curso de gastronomía francesa o algo así.

—Bueno, no te quejes. Marga cocina de miedo…

—Sí, gracias a Dios. Si voy a ponerme como una vaca, al menos que sea por comer cosas ricas. Pero preferiría que volviese al aceite de oliva. Ahí está.

Marga se acercaba envuelta en un enorme delantal de rayas azules y blancas que le llegaba hasta los pies. Se había recogido el pelo bajo un gorrito elástico y llevaba en la mano una cuchara de madera. Muy a su pesar, Victoria reconoció que ofrecía un aspecto más bien ridículo.

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