Authors: John Scalzi
—Podemos seguir apostando a que ese universo continúa existiendo. Pero casi con toda seguridad somos las dos únicas personas de allí que estamos en
este
universo.
—No sé qué pensar —dije.
—Que no te preocupe demasiado —me aconsejó Alan—. Desde un punto de vista cotidiano, saltar de universo no importa. Funcionalmente hablando, todo es casi igual estés en el universo que estés.
—Entonces ¿para qué necesitamos las naves espaciales? —preguntó Ed.
—Obviamente, para que te lleven a donde quieras una vez estás en tu nuevo universo —explicó Alan.
—No, no —replicó Ed—. Quiero decir, si puedes saltar de un universo a otro, ¿por qué no hacerlo de planeta en planeta, en vez de usar naves espaciales? Hacer que la gente aparezca directamente en la superficie de un planeta. Nos ahorraría tener que ser lanzados al espacio, eso está claro.
—El universo prefiere que se salte lejos de grandes pozos gravitatorios, como planetas y estrellas —dijo Alan—. Sobre todo cuando saltamos a otro universo. Puedes saltar muy cerca de un pozo de gravedad, y por eso entramos en los nuevos universos cerca de nuestros destinos, pero para partir es mucho más fácil alejarte, y por eso viajamos un poco antes de saltar. Hay una relación exponencial que podría mostrarte, pero…
—Sí, sí, lo sé, no tengo un nivel de matemáticas suficiente para comprenderlo —lo cortó Ed.
Alan estaba a punto de responder de manera conciliadora cuando todos nuestros CerebroAmigos se conectaron. La
Modesto
acababa de recibir la noticia de la masacre de Coral. Y eso fue algo horripilante en cualquier universo que se estuviera.
* * *
Coral era el quinto planeta que colonizaron los humanos, y el primero indiscutiblemente mejor aclimatado para éstos; más incluso que la Tierra misma. Era geológicamente estable, con sistemas climatológicos que se extendían desde una creciente zona templada por sus generosas masas de tierra, repleto de plantas nativas y especies animales lo bastante parecidas genéticamente a la Tierra como para cubrir las necesidades nutritivas y estéticas humanas. Al principio, se habló de llamar a la colonia Edén, pero se sugirió que ese nombre sería un reclamo kármico de problemas.
Se decidió entonces llamarlo Coral, por las criaturas parecidas al coral que gloriosamente creaban diversos archipiélagos y arrecifes submarinos alrededor de la zona tropical del planeta. La expansión humana en Coral se mantuvo, curiosamente, al mínimo, y los humanos que vivían allí eligieron hacerlo de un modo sencillo y casi preindustrial. Era uno de los pocos lugares del universo donde los humanos intentaron adaptarse al ecosistema existente en vez de explotarlo e introducir, por ejemplo, maíz y ganado. Y funcionó; la presencia humana, pequeña y adaptable, se mezcló con la biosfera de Coral y vivió de una manera modesta y controlada.
Por tanto, no estaba preparada para la llegada de la fuerza invasora raey, que descendió en una proporción de un soldado por colono. La guarnición de tropas de la FDC estacionada en Coral y sus alturas plantó una breve pero valiente defensa antes de ser derrotada; los colonos también hicieron pagar a los raey caro su intento. Sin embargo, la colonia fue arrasada, y los colonos supervivientes
fueron
literalmente troceados, pues los raey habían desarrollado hacía tiempo el gusto por la carne humana cuando podían conseguirla.
Uno de los fragmentos de transmisión que nos llegó vía CerebroAmigo fue un segmento de un programa culinario interceptado, donde uno de los más famosos chefs raey discutía la mejor forma de trinchar un humano para diversos usos culinarios, siendo los huesos del cuello particularmente apreciados para sopas y consomés. Además de asquearnos, el vídeo era una prueba incidental de que la masacre de Coral había sido planeada con tanto detalle que incluso llevaron a famosos raey de segunda fila para participar en los festejos. Claramente, los raey planeaban quedarse.
Después de la invasión, no perdieron tiempo y se dedicaron a su primer objetivo. Tras matar a todos los colonos, los raey desembarcaron plataformas para empezar a explotar las islas de Coral. Los raey habían tratado de negociar con anterioridad con el gobierno colonial para explotar las minas de esas islas: los arrecifes de coral habían sido abundantes en el mundo natal raey hasta que una combinación de contaminación industrial y minería comercial los destruyó. El gobierno colonial negó el permiso de explotación, tanto por los deseos de los colonos de mantener el planeta tal cual, como por las bien conocidas tendencias antropófagas de los raey. Nadie quería a los raey sobrevolando las colonias, buscando humanos desprevenidos que convertir en chicharrones.
El fallo del gobierno colonial fue no reconocer que los raey habían convertido en una prioridad la explotación coralina (más allá del comercio, había un aspecto religioso que los diplomáticos coloniales pasaron por alto), ni hasta dónde estaban dispuestos a llegar. Los raey y el gobierno colonial ya habían discutido un par de veces: las relaciones nunca fueron buenas (¿puedes sentirte cómodo con una raza que te ve como una parte jugosa de un desayuno completo?). Sin embargo, cada uno se ocupaba de sus asuntos. De repente cuando los últimos corales nativos de los raey se encaminaban hacia su extinción, el grado de su deseo por las fuentes de Coral nos golpeó en plena cara. Se habían apoderado del planeta y, para recuperarlo, nosotros tendríamos que devolverles el golpe con más fuerza.
* * *
—La cosa está muy chunga —nos dijo el teniente Keyes a los jefes de escuadrón—, y para cuando lleguemos lo estará todavía más.
Nos encontrábamos en la sala de preparativos, las tazas con el café enfriándose mientras accedíamos a una página tras otra con datos de atrocidades e información de vigilancia desde el sistema de Coral. Las naves robot que no habían sido borradas del cielo por los raey comunicaban una llegada continua de naves raey, tanto para la batalla como para transportar coral. Menos de dos días después de la masacre, casi mil naves raey flotaban en el espacio sobre el planeta, esperando para iniciar sus acciones depredadoras.
—Esto es lo que sabemos —dijo Keyes, e hizo aparecer una gráfica del sistema de Coral en nuestros CerebroArnigos—. Calculamos que la porción más grande de actividad de naves raey en el sistema de Coral es comercial e industrial; por lo que deducimos del diseño de las naves, una cuarta parte de ellas, unas trescientas, tienen capacidades militares ofensivas y defensivas, y muchas de ellas son de transporte de tropas, con escudos y potencia de fuego mínimos. Pero las que son acorazadas, son más grandes y más resistentes que nuestras naves equivalentes. También estimamos que hay unos cien mil soldados raey en la superficie, y que han empezado a atrincherarse para la invasión.
»Esperan que luchemos por Coral, y nuestros datos sugieren que esperan que lancemos un ataque dentro de cuatro o seis días: el tiempo que tardaremos en hacer maniobrar nuestras naves en posición de salto. Saben que las FDC prefieren exhibiciones de fuerza abrumadoras, y que esto va a llevarnos algún tiempo.
—Entonces ¿cuándo vamos a atacar?
—Dentro de once horas —respondió Keyes.
Todos nos agitamos incómodos en nuestros asientos.
—Y ¿cómo vamos a hacerlo, señor? —preguntó Ron Jensen—. Las únicas naves que tendremos disponibles son las que ya están a distancia de salto, o las que lo estarán dentro de las próximas horas. ¿Cuántas podrá haber?
—Sesenta y dos, contando la
Modesto
—
contestó Keyes, y nuestros CerebroAmigos descargaron la lista de naves disponibles. Advertí brevemente la presencia de la
Hampton Roads
en la lista; era donde estaban destinados Harry y Jesse—. Seis naves más están aumentando su velocidad para alcanzar la distancia de salto, pero no podemos contar con que estén allí cuando ataquemos.
—Cristo, Keyes —dijo Ed McGuire—. Serán cinco naves contra una, y dos contra uno en tierra, suponiendo que podamos desembarcar. Creo que me gusta más nuestra tradición de mostrar fuerzas abrumadoras.
—Cuando tuviéramos suficientes naves para atacar, ellos estarían ya preparados —dijo Keyes—. Es mejor que enviemos una fuerza más pequeña mientras no están listos y así causarles tanto daño como sea posible ahora mismo. Llegará una fuerza de ataque nuestra más grande dentro de cuatro días: doscientas naves dando caña. Si hacemos bien nuestro trabajo, tendrán poco que hacer con lo que quede de las fuerzas raey.
Ed hizo una mueca.
—Nosotros no vamos a estar por allí para apreciarlo.
Keyes sonrió, tenso.
—Qué falta de fe. Mirad, sé que esto no es pan comido, pero tampoco vamos a hacer el tonto. No vamos a ofrecerles el cuello sin más sino a atacar objetivos concretos. Vamos a golpear a los transportes de tropas para impedir que traigan refuerzos. Desembarcaremos soldados para interrumpir las operaciones mineras antes de que éstas empiecen y a dificultar que los raey nos abatan sin llevarse también por delante a sus propias tropas y equipo. Nos iremos cargando objetivos comerciales e industriales según se nos vayan presentando las oportunidades, e intentaremos sacar las grandes naves de la órbita de Coral, para que, cuando lleguen nuestros refuerzos, estemos por delante y por detrás de ellos.
—Me gustaría volver a esa parte del desembarco de soldados —dijo Alan—. ¿Vamos a desembarcar soldados y luego nuestras naves van a intentar
alejar
a las naves raey? ¿Significa eso que las tropas que desembarquen se quedarán como creo que se quedarán?
Keyes asintió.
—Sí. Estaremos aislados durante al menos tres o cuatro días.
—Cojonudo —opinó Jensen.
—Es la guerra, atontados —replicó Keyes—. Lamento que no os resulte terriblemente conveniente ni cómodo.
—¿Qué pasa si el plan no funciona y nuestras naves son eliminadas del cielo? —pregunté.
—Bueno, entonces supongo que estaremos jodidos, Perry —contestó Keyes—. Pero no continuemos con esa suposición. Somos profesionales, tenemos un trabajo que hacer. Para eso nos han entrenado. El plan tiene riesgos, pero no son riesgos estúpidos, y si funciona, recuperaremos el planeta y les causaremos serios daños a los raey. Supongamos todos que vamos a conseguirlo, ¿qué decís? Es una idea loca, pero puede funcionar. Y si la apoyáis, las posibilidades de que funcione serán mayores. ¿De acuerdo?
Más agitación en los asientos. No estábamos convencidos, pero había poco que hacer. Tendríamos que hacerlo, nos gustara o no.
—¿Cuáles son esas seis naves que tal vez formen parte del grupo? —quiso saber Jensen.
Keyes tardó un segundo en acceder a la información.
—La
Little Rock
,la
Waco
,la
Muncie
,la
Gavilán
—
contestó.
—¿
La Gavilán
? —dijo Jensen—. No joda.
—¿Qué pasa con la
Gavilán
? —
pregunté. El nombre era poco habitual: las naves de combate tradicionalmente llevaban nombres de ciudades de tamaño medio.
—Brigadas Fantasma, Perry —explicó Jensen—. Las fuerzas especiales de las FDC. Cabronazos de fuerza descomunal.
—Nunca había oído hablar de ellos antes —comenté. En realidad me parecía que sí, pero se me escapaba el cuándo y el dónde.
—Las FDC los reserva para ocasiones especiales —dijo Jensen—. No se andan con chiquitas. Es bueno contar con ellos cuando llegamos a un planeta. Nos ahorra el problema de morir.
—Sería bueno que estuvieran allí, pero probablemente no sucederá —dijo Keyes—. Éste es nuestro espectáculo, chicos y chicas. Para bien o para mal.
* * *
La
Modesto
saltó a la órbita del espacio de Coral diez horas más tarde, y en sus primeros diez segundos de llegada fue alcanzada por seis misiles disparados a bocajarro por un crucero de batalla raey. Los motores de estribor quedaron destrozados, y la nave empezó a dar volteretas salvajemente. Mi escuadrón y el de Alan estaban en una lanzadera de transporte cuando la nave fue alcanzada por los misiles; la fuerza del súbito cambio de inercia producida por el impacto derribó a varios de nuestros soldados contra los costados del transporte. En la bodega de la nave, equipo y material suelto salieron volando, alcanzando a alguno de los otros transportes pero no al nuestro. Las lanzaderas, sujetas por electroimanes, por suerte no se movieron.
Activé a Gilipollas para que comprobara el estado de la nave. La
Modesto
había sido severamente dañada y un escaneo activo de la nave raey indicaba que se preparaba para otra andanada de misiles.
—Es hora de irse —le grité a Fiona Eaton, nuestra piloto.
—No tengo permiso de Control —dijo ella.
—Dentro de diez segundos nos va a alcanzar otra andanada de misiles —dije—. Ése es tu puñetero permiso.
Fiona gruñó.
Alan, que también estaba conectado con los controles de la
Modesto
,gritó desde atrás.
—¡Misiles fuera! —dijo—. ¡Veintiséis segundos para el impacto!
—¿Es tiempo suficiente para largarnos de aquí? —le pregunté a Fiona.
—Ya veremos —respondió ella, y abrió un canal con las otras lanzaderas—. Aquí Fiona Eaton, pilotando el Transporte Seis. Aviso que ejecutaré el procedimiento de apertura de emergencia de la puerta de la bodega en tres segundos. Buena suerte. —Se volvió hacia mí—. Ahora agarraos —dijo, y apretó un botón rojo.
Las puertas de la bodega se recortaron con un brusco destello de luz; el estampido de las puertas al estallar se perdió con el rugido del aire que escapaba. Todo lo que no estaba amarrado salió volando por el agujero; más allá de los escombros, el campo estelar giró de forma mareante a medida que la
Modesto
giraba. Fiona dio impulso a los motores y esperó el tiempo suficiente a que los escombros despejaran la puerta antes de cortar las ataduras electromagnéticas y hacernos salir disparados por la puerta. Compensó el giro de la
Modesto
al salir, pero a duras penas: rozamos el techo.
Accedí al vídeo de la zona de atraque. Otras lanzaderas salían por las puertas en grupos de dos y tres. Cinco consiguieron escapar antes de que la segunda andanada de misiles alcanzara la nave, cambiando bruscamente la trayectoria de giro de la
Modesto
,y destruyendo así varias lanzaderas que intentaban salir. Al menos una explotó; los escombros golpearon la cámara y la destruyeron.