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Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

La voz de los muertos (17 page)

—Lo llevaba atado a la pierna.

—Ayer no. Siempre miramos ahí. Por favor, suéltelo.

—¿Estás segura? Creo que se ha estado afilando los dientes contra el cemento.

—No entiendo mucho el stark —advirtió la niña.

—Grego —le dijo al niño —, no se amenaza a la gente con el cuchillo. Está mal hecho.

Grego gruñó.

—La muerte de Padre, ya sabe.

—¿Tan unidos estaban?

Un reflejo de amarga diversión cruzó su cara.

—Apenas. Grego siempre ha sido un ladrón, desde que fue capaz de caminar y agarrar algo a la vez. Pero ahora lo hace para lastimar a la gente. Eso es nuevo. Por favor, bájelo.

—No —dijo Ender.

Los ojos se le estrecharon y pareció desafiarle.

—¿Le va a secuestrar? ¿Para llevarlo adónde? ¿Para pedir un rescate?

—Tal vez no comprendes —dijo Ender —. Me atacó. No me has dado ninguna garantía de que no lo volverá a hacer. No vas a intentar castigarle cuando lo suelte.

Como Ender había esperado, la furia apareció en sus ojos.

—¿Quién se cree que es? ¡Ésta es la casa de Grego, no la suya!

—La verdad es que he caminado un buen trecho desde la praça hasta aquí, y Olhado mantuvo un paso agotador. Me gustaría sentarme.

Ella le indicó una silla. Grego se retorció y forcejeó contra la presión de Ender, que lo alzó en el aire hasta que sus caras estuvieron casi juntas.

—Sabes, Grego, si consigues liberarte, te darás con la cabeza contra el suelo. Si hubiera alfombra, puede que tuvieras oportunidad de permanecer consciente. Pero no la hay. Y, sinceramente, no me importaría oír el sonido de tu cabeza rompiéndose.

Ender sabía que Grego comprendía bastante bien. Vio que alguien se movía fuera de la habitación. Olhado había regresado y estaba en el pasillo que daba a la cocina. Quara estaba junto a él. Ender les sonrió alegremente y luego se dirigió a la silla que la niña le había indicado. Al hacerlo, lanzó a Grego al aire, volteándolo de forma que sus brazos y piernas giraron frenéticamente durante un instante, lleno de pánico. El niño aulló de miedo ante el dolor que seguramente le asaltaría cuando golpeara el suelo. Ender se sentó tranquilamente en la silla y cogió al niño al vuelo y aprisionó instantáneamente sus brazos. Grego se las arregló para clavarle los talones en las espinillas, pero puesto que no llevaba zapatos, fue una maniobra poco efectiva. Un momento después, Ender volvía a tenerlo completamente a su merced.

—Se está muy bien sentado —dijo —. Gracias por vuestra hospitalidad. Me llamo Andrew Wiggin. He conocido a Olhado y Quara, y está claro que Grego y yo somos buenos amigos.

La niña mayor extendió una mano, como si fuera a tendérsela para que la estrechara, pero no la ofreció.

—Me llamo Ela Ribeira. Ela es el diminutivo de Elanora.

—Encantado de conocerte. Veo que estás muy ocupada preparando la cena.

—Sí, muy ocupada. Creo que debería volver mañana.

—Oh, continúa. No me importa esperar.

Otro niño, más mayor que Olhado pero más pequeño que Ela, entró en la habitación.

—¿No ha oído a mi hermana? ¡No le queremos aquí!

—Sois demasiado amables conmigo —dijo Ender —. Pero he venido a ver a vuestra madre, y esperaré hasta que vuelva a casa del trabajo.

La mención de su madre los hizo callar.

—Supongo que está trabajando. Si estuviera aquí, todos estos excitantes sucesos la habrían hecho venir corriendo.

Olhado sonrió levemente ante esto, pero el niño mayor se ensombreció.

—¿Por qué quiere verla? —preguntó Ela, que tenía una expresión dolorida.

—La verdad es que quiero veros a todos —sonrió al niño mayor —. Tú debes ser Esteváo Rei Ribeira. Llamado así por San Esteban el mártir, que vio a Jesús sentado a la derecha del Padre.

—¿Qué sabe usted de esas cosas, ateo?

—Según tengo entendido, San Pablo estaba allí presente sosteniendo las túnicas de los hombres que lo lapidaban. Por lo que parece, entonces no era creyente. En realidad, creo que estaba considerado el enemigo más temible de la Iglesia. Y sin embargo se arrepintió más tarde, ¿no? De modo que sugiero que penséis en mí, no como enemigo de Dios, sino como un apóstol que aún no ha sido detenido en el camino de Damasco —sonrió Ender.

El niño se le quedó mirando, con los labios fruncidos.

—Usted no es San Pablo.

—Al contrario. Soy el apóstol de los cerdis.

—Nunca les verá. Miro no le dejará.

—Tal vez sí —dijo una voz desde la puerta.

Los otros se giraron de inmediato para verlo entrar. Miro era joven; seguramente aún no tenía veinte años. Pero su cara y su aspecto llevaban el peso de una responsabilidad y un sufrimiento que sobrepasaban con mucho su edad. Ender vio cómo todos los demás le dejaban sitio. No se retiraban de la manera como podrían retirarse ante alguien a quien temieran. Al contrario, se orientaron hacia él, colocándose a su alrededor, formando parábolas, como si fuera el centro de gravedad de la habitación y todo lo demás se moviera por la fuerza de su presencia.

Miro caminó hasta el centro de la habitación y se encaró a Ender. Sin embargo, dirigió la mirada a su prisionero.

—Suéltelo —dijo. Había hielo en su voz.

Ela lo tomó suavemente por el brazo.

—Grego intentó apuñalarlo, Miro.

Pero su voz también decía: tranquilo, está bien, Grego no corre peligro y este hombre no es nuestro enemigo. Ender oyó todo esto; lo mismo hizo Miro.

—Grego —dijo Miro —. Te dije que algún día te toparías con alguien que no te tendría miedo.

Grego, al ver que un aliado se volvía de pronto su enemigo, empezó a llorar.

—Me está matando, me está matando.

El muchacho miró fríamente a Ender. Ela tal vez confiaba en el Portavoz de los Muertos, pero Miro no, no todavía.

—Le estoy haciendo daño —dijo Ender. Había descubierto que la mejor manera de ganarse la confianza era decir la verdad —. Cada vez que hace esfuerzos por liberarse, le produce un poco de incomodidad. Y todavía no ha dejado de revolverse.

Ender sostuvo la mirada de Miro, y éste comprendió su silenciosa petición. No insistió en que soltara a Grego.

—No te puedo sacar de ésta, Greguinho.

—¿Vas a dejarle que haga esto? —pregunto Estêvao.

Miro le hizo un gesto para que se callara y le pidió disculpas a Ender.

—Todo el mundo lo llama Quim —el apodo se pronunciaba como la palabra rey en stark —. Empezamos a hacerlo así porque su segundo nombre es Rei. Pero ahora es, porque se cree que manda por derecho divino.

—Bastardo —dijo Quim, y salió de la habitación.

Al mismo tiempo, los otros dieron un paso adelante para seguir la conversación. Miro había decidido aceptar al extraño, al menos temporalmente; por tanto, podían bajar un poco la guardia. Olhado se sentó en el suelo; Quara regresó a su antigua posición en la cama. Ela se apoyó contra la pared. Miro cogió otra silla y se sentó de cara a Ender.

—¿Por qué ha venido a esta casa? —preguntó.

Ender vio por la forma en que lo hacía que, como Ela, no le había dicho a nadie que había requerido a un Portavoz. Así que ninguno de los dos sabía que el otro le esperaba. Y, en realidad, no le esperaban tan pronto sin ninguna duda.

—Para ver a vuestra madre —contestó Ender.

El alivio de Miro fue casi palpable, aunque no hizo ningún gesto obvio.

—Está en el trabajo —dijo —. Trabaja hasta tarde. Está intentando desarrollar una modalidad de patata que pueda competir con la hierba de aquí.

—¿Como el amaranto?

Él sonrió.

—¿Ya se ha enterado de eso? No, no queremos que sea tan buen competidor. Pero la dieta aquí es limitada, y las patatas serían una buena adición. Además, el amaranto no fermenta bien y no proporciona una buena bebida. Los mineros y granjeros han creado ya una mitología sobre el vodka que lo convierte en el rey de las bebidas destiladas.

La sonrisa de Miro inundó la casa como la luz del sol a través de las grietas de una caverna. Ender pudo sentir que la tensión se aflojaba. Quara empezó a balancear las piernas como cualquier niña normal. Olhado tenía una expresión en la cara estúpidamente feliz, los ojos semicerrados, de modo que la placa metálica no era tan monstruosamente evidente.

La sonrisa de Ela era mayor de lo que merecía el buen humor de Miro. Incluso Grego se relajó y dejó de revolverse contra la tenaza de Ender.

Entonces, un súbito calor en su regazo le dijo que Grego, al menos, no estaba dispuesto a rendirse tan pronto. Ender se había entrenado, para no responder con un acto reflejo a las acciones de un enemigo hasta que hubiera decidido conscientemente que sus reflejos le guiaran. Por tanto, el flujo de orina de Grego no le hizo dar más que un leve respingo.

Sabía lo que estaba esperando Grego: un grito de cólera y que lo soltara lleno de disgusto. Entonces estaría libre, sería su triunfo. Ender no estaba dispuesto a concederle la victoria.

Ela, sin embargo, se dio cuenta por la expresión de la cara de Grego. Sus ojos se ensancharon y luego dio un paso airado hacia el niño.

—Grego, ¡eres un imposible mal…!

Pero Ender le guiñó un ojo y sonrió, deteniéndola donde estaba.

—Grego me ha dado un regalito. Es la única cosa que tiene, y la ha hecho él mismo, así que significa mucho. Me gusta tanto que nunca le soltaré.

Grego chilló y se revolvió de nuevo, con todas sus fuerzas, para liberarse.

—¿Por qué hace esto? —preguntó Ela.

—Espera que Grego actúe como un ser humano —contestó Miro —. Hacía falta, y nadie más se ha molestado en intentarlo.

—¡Yo sí! —dijo Ela.

Quim gritó desde la otra habitación.

—¡No le digáis a ese bastardo nada de nuestra familia!

Ender asintió gravemente, como si Quim hubiera ofrecido una brillante proposición intelectual.

Miro chasqueó la lengua y Ela hizo girar los ojos y se sentó en la cama junto a Quara.

—No somos una familia muy feliz —dijo Miro.

—Comprendo —contestó Ender —. Con vuestro padre muerto tan recientemente…

Miro sonrió sardónicamente. Olhado tomó la palabra.

—Con Padre tan recientemente vivo, querrá decir.

Ela y Miro estaban obviamente de acuerdo con él, pero Quim gritó de nuevo.

—¡No le digáis nada!

—¿Os lastimó? —preguntó Ender con suavidad. No se movió a pesar de que la orina de Grego se volvía fría y pestilente.

—No nos pegaba, si eso es lo que quiere decir —respondió Ela.

Pero, para Miro, las cosas habían ido demasiado lejos.

—Quim tiene razón. No es asunto de nadie mas que de nosotros.

—No —dijo Ela —. Es asunto suyo.

—¿Y cómo?

—Porque está aquí para Hablar de la Muerte de Padre.

—¡La muerte de Padre! —dijo Olhado —. ¡Chupa pedras! ¡Padre murió hace tres semanas nada más!

—Ya venía en camino para Hablar de otra muerte —dijo Ender —. Pero alguien solicitó un Portavoz para la muerte de vuestro padre, y por tanto yo Hablaré por él.

—Contra él —dijo Ela.

—Por él —repitió Ender.

—Le traje aquí para que dijera la verdad —dijo ella amargamente —, y toda la verdad sobre Padre está en su contra.

El silencio se apoderó de la habitación, haciendo que se quedaran quietos, hasta que Quim entró lentamente. Sólo miró a Ela.

—Tú lo llamaste —dijo suavemente —. Tú.

—¡Para que diga la verdad! —respondió ella. Su acusación obviamente le había hecho daño; no tuvo ni siquiera que decirle cómo había traicionado a su familia y a su iglesia al traer a este infiel para que revolviera lo que estaba establecido durante tanto tiempo —. Todo el mundo en Milagro es tan amable y comprensivo… Nuestros profesores pasan por alto cositas como los robos de Grego y el silencio de Quara. ¡Ni siquiera importa que no haya dicho nunca una palabra en la escuela! Todo el mundo pretende que somos niños normales… los brillantes nietos de Os Venerados, ¿no? ¡Con un Zenador y dos biologistas en la familia! ¡Qué prestigio! ¡Sólo miran a otro lado cuando Padre se emborracha y se vuelve violento y viene a casa y golpea a Madre hasta que no puede caminar!

—¡Cállate! —gritó Quim.

—Ela… —dijo Miro.

—Y gritándote a ti, Miro, diciendo cosas terribles hasta que tuviste que huir de casa, huiste, dando tumbos porque apenas podías ver…

—¡No tienes derecho a decírselo! —reprendió Quim.

Olhado se puso en pie de un salto y se plantó en medio de la habitación.

Se dio la vuelta para mirarlos a todos con sus ojos inhumanos.

—¿Por qué sigues queriendo ocultarlo? —preguntó suavemente.

—¿Qué pasa contigo? —le contestó Quim —. Nunca te hizo nada. Sólo te desconectaba los ojos y te quedabas ahí con los cascos puestos, escuchando batuque o Bach o cualquier cosa…

—¿Desconectarme los ojos? —dijo Olhado —Nunca me desconectaba los ojos.

Se dio la vuelta y se dirigió al terminal, que estaba en la esquina de la habitación, en el lugar más alejado de la puerta. Con unos pocos movimientos rápidos lo conectó y luego recogió un cable de interface y se lo colocó en la hendidura de su ojo derecho. Fue el simple enlace de un ordenador, pero a Ender le recordó el ojo de un gigante, abierto y expectante, mientras él cavaba y penetraba en el cerebro y le hacía dar tumbos a la vez que moría. Se quedó inmóvil un momento antes de recordar que aquello no había sido real, sino un juego que había ejecutado contra el ordenador de la Escuela de Batalla. Tres mil años, aunque para él fuera solamente veinticinco, no eran una distancia tan grande para que la memoria hubiera perdido su poder. Habían sido sus recuerdos y sueños de la muerte del gigante lo que los insectores habían sacado de su mente para convertirlo en la señal que dejaron para él y que, eventualmente, terminó por conducirle a la crisálida de la reina colmena.

Fue la voz de Jane, susurrando desde la joya en su oído, lo que lo trajo de vuelta al presente.

«Si no te importa, mientras conecta ese ojo, voy a echarle un vistazo a todo lo que tiene almacenado ahí»

Una escena empezó a representarse en el aire sobre el terminal. No era holográfica, sino como un bajorrelieve que se hubiera aparecido a un solo observador. Era esta misma habitación, vista desde el lugar en el suelo donde Olhado había estado sentado un momento antes… aparentemente era su lugar favorito. En medio de la habitación había un hombre grande y violento que amenazaba y gritaba a Miro, quien permanecía inmóvil, la cabeza gacha, escuchando a su padre sin ningún signo de furia. No había sonido. La imagen era solamente visual.

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