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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Las ranas también se enamoran (45 page)

—Mami, escúchame yo...

—No. No te quiero escuchar. Y no me llames mami que cada vez que escucho ese apelativo es para echarse a temblar.

Philip sonrió. Esa era su Marta.

—Oh... sí. Sí que me vas a escuchar y a él también.

—Eso no te lo crees tú ni jarta de vino, Vanesa —gritó su madre colérica.

Philip al ver que aquellas comenzaban a discutir, recordó algo. Sacó su cartera y de ella dos papeles. Y con determinación acercándose a Marta dijo:

—Tengo dos vales tuyos. Por lo tanto, tengo derecho a dos deseos.

—¡Bien, Philip! Buena idea —aplaudió Vanesa.

Marta, sorprendida, por lo bien que se llevaban aquellos dos les miró. ¿Qué les había pasado? Luego volviéndose hacia él blasfemó al ver que este le enseñaba los malditos vales. Esos vales que ella meses atrás le regaló. Poniéndose las manos en las caderas en actitud guerrera dijo:

—¿Quieres que te diga dónde te puedes meter los vales?

Philip fue a contestar pero la niña se le adelantó.

—Oh... no... mami eso sí que no —se quejó Vanesa—, los vales que nosotras damos son sagrados y...

—Los únicos vales sagrados que existen para mí son los tuyos —aclaró Marta y volviéndose hacia Philip dijo cada según do más agotada—: Pero, de acuerdo. No faltaré a mi palabra. Dime qué quieres y luego vete de una maldita vez de mi casa.

Nervioso, aunque no lo parecía, Philip pensó rápidamente qué decir. Pero al ver la impaciencia de ella en sus ojos dijo para ganar tiempo.

—Lo primero que quiero es que te tranquilices y te sientes.

Marta, al escucharle, sonrió y tras sentarse alargó la mano y dijo:

—Deseo concedido. Dame el vale.

Philip se lo dio y ella con gesto rabioso lo rompió y tiró los cachitos ante sus narices.

—Muy bien. Te queda otro. Terminemos ya con esta tontería.

Bloqueado por lo que sentía al tenerla ante él, Philip apenas podía pensar con claridad. Parecía mentira que un tío como él que acostumbraba a tratar asuntos importantes para una gran empresa, estuviera tan noqueado por una mujer. Solo tenía una oportunidad para que ella le escuchara y por primera vez en su vida no sabía cómo aprovecharla.

Marta, consciente de ese desconcierto, levantó las cejas y mirándole le apremió:

—Si no le importa, señor Martínez, no tengo todo el día para estar mirándole. Por lo tanto, espabilando.

Philip miró a Vanesa y esta sonrió. Pero estaba tan agobiado que dijo:

—Marta, mi segundo deseo es que me escuches. Necesito aclarar ciertos asuntos contigo.

La mujer, al escucharle, resopló con desesperación. Volver a revivir lo pasado era lo que menos le apetecía, pero espachurrándose en el sillón asintió y dijo:

—De acuerdo. Desembucha.

Vanesa, al oír el tono de voz de su madre, dijo:

—Iré a la cocina para preparar algo de cena mientras habláis.

—Haz cena para dos. El señor Martínez no se quedará —dijo Marta en un tono nada conciliador.

Aquella fachada de indiferencia a Marta le estaba costando horrores mantenerla. Entre lo mal que se encontraba y la emoción de tenerle frente a ella estaba aturdida. Lo que más le apetecía en el mundo era un abrazo de aquel hombre al que amaba. Anhelaba sus besos, sus caricias y su manera tan pasional de hacerle el amor. Pero no, ni loca podía pensar en aquello.

Philip no podía dejar de mirarla y admirarla. El tiempo pasado había hecho mella en el cuerpo de aquella preciosidad. Su rostro se veía cansado, agotado. Apenas sonreía y eso le dolió. Marta siempre había sido una muchacha alegre y verla con aquel gesto tan serio le martirizó. Sin poder evitarlo, pasó su vista por aquel cuerpo que tanto añoraba y sus claros ojos se quedaron parados en la redonda tripa que aquel peto vaquero escondía. Saber que allí estaba su hija le enterneció como a un bobo, por ello, se aclaró la garganta y susurró:


Honey
, yo...

—Marta, mi nombre es Marta —aclaró ella.

—Marta —repitió él—. Me siento fatal por todo lo que ha pasado entre nosotros. He sido un idiota al no darme cuenta de lo evidente y...

—Tienes razón. Eres un idiota. ¡Un tremendo idiota además de soso!—vociferó—. ¿Qué tal vas de ligues ahora que eres libre de nuevo? ¿Las llevas al jacuzzi? Por cierto, yo he conocido un par de hotelillos muy majos para ir a desfogarse sexualmente. Cuando quieras te doy la dirección.

Intentaba enfadarle por todos los medios, pero no lo con seguiría. Había ido allí por un propósito y costara lo que le costara, lo debía conseguir.

—Sobre Ana, la amiga con la que salí en la prensa, ella es...

—No me interesa nada saber quién es su amiga. Vayamos al grano.

Aquella indiferencia por parte de ella le estaba molestando, pero suspirando continuó.

—Vanesa me ha confesado lo del teléfono. Solo puedo decirte que lo siento y que me disculpes, pero me puse celoso. Terriblemente celoso. —Marta le miró—. Durante el tiempo que estuve en China, no pude dejar de pensar en ti y cuando adelanté mi viaje para estar contigo, te llamé, y me dijiste que preferías estar con tus amigos a estar conmigo me encolericé. No podía creer que estuvieras jugando conmigo y por eso salí esa noche con Ana y unos amigos.

—Por lo menos lo pasarías bien —dijo ella con retintín.

Clavándole los ojos con rotundidad contestó haciéndola estremecerse:

—Lo pasé fatal. Solo podía pensar en ti y en con quién estarías.

«Ay señor... ¿Porqué? ¿Por qué me haces esto? Solo deseo que me abrace y me bese. Pero no. No puedo perdonar las cosas que me dijo. Fue horrible» pensó mirándole con adoración y tristeza.

—La mañana que viniste a pedirme explicaciones fue una mañana terrible para mí. Había pasado un fin de semana horrible sin recibir tu llamada y pensando las mayores locuras en cuanto a nosotros. Y para colmo, la reunión que tuve ese día fue un desastre. Luego tú llegaste, pagué contigo todo mi mal humor y me comporté como un energúmeno. Te dije cosas que nunca sentí y de las que me arrepiento y me arrepentiré mientras viva. —Ella atrayendo su atención se tocó la barriga y la boca a Philip se le secó—. Marta, he hablado con Vanesa y entre nosotros todo está aclarado. Podemos entendernos, tú lo has visto.

—Sí, ya he visto vuestro buen rollito —se mofó ella—. ¡Qué ideal!


Honey
, te quiero y no puedo vivir sin ti, y sé que tú me quieres y...

—Eso no es verdad. Yo no te quiero. ¿Quién te ha dicho semejante chorrada? Anda... anda y no flipes tú sólito que ya eres mayorcito para eso —dijo desconcertada.

Aquel gesto de Marta, pero en especial la duda en su voz, hizo que Philip en ese momento se creciera. La conocía bastante y sabía que ella estaba comenzando a ablandarse. Sin darle un respiro para pensar, se puso de cuclillas ante ella como horas antes ante Vanesa y, levantándole el mentón con un dedo le susurró con una media sonrisa:

—Mentirosa. Sé que me quieres.

«Ay, Dios. Ay, Dios mío que mis fuerzas comienzan a derretirse» pensó horrorizada ante el suave y delicioso contacto de su mano en su barbilla. Durante unos segundos ambos estuvieron callados. Solo hablaron sus miradas.

—Apártate de mí ahora mismo y termina de hablar. Tu vale se está agotando por momentos.

Consciente del terreno ganado, Philip se levantó y se volvió a sentar donde estaba. Cada vez más seguro de lo que debía hacer y decir preguntó:

—¿Por qué no me lo dijiste?

—¿El qué?

—Que esperabas un hijo mío.

—¿Tuyo?... Tú lo flipas. Más quisieras tú que este bebé fuera tuyo —se mofó ella.

Philip sonrió. Esa mujer y sus ingeniosas contestaciones le encantaba.

—Según me ha dicho Vanesa, Noa es tan hija mía como tuya.

«La madre que parió a mi hija ¡chaquetera!» pensó.

—¡Vanesa, te voy a matar! ¿Qué mentira le has contado al señor Martínez?

Pero su hija no respondió, solo se carcajeó. Siguió en la cocina preparando algo de cena. Aquella carcajada desesperó a Marta que retirándose el pelo de la cara miró a Philip.

—Vamos a ver... vamos a ver... que yo creo que aquí hay una enorme confusión.

—No lo dudo —se repanchingó él en el sofá.

Molesta porque cada vez le notaba más centrado y tranquilo, Marta se levantó, cogió el vale que descansaba encima de la mesa y dijo:

—Este bebé es solo mío y tú no tienes nada que ver con él.

—No te creo, cielo.

Con las pulsaciones a mil porque su plan se desmoronaba por segundos, señalándole con el dedo dijo:

—Pero bueno tú que te crees, ¿el ombligo del mundo?

—No,
honey
—respondió con sinceridad.

—Pues entonces, olvídate de mí y déjanos vivir en paz.

—No puedo. Te quiero, y quiero estar contigo y mis hijas.

—¿Hijas?

—Sí, mami —gritó Vanesa desde la cocina—. Estaré encantada de tratar a Philip como a un padre. Lo hemos hablado y a ambos nos apetece.

Escuchar palabras como aquellas a Marta la descongelaban por segundos. Pero sin querer dar su brazo a torcer preguntó:

—¿Os habéis vuelto locos los dos? —Y mirando a Philip dijo—: Olvídalo. Vanesa y mi bebé son solo hijos míos. Siempre ha sido así y siempre lo será. Tú, maldito
guiri
, en esto no tienes nada que ver.

Con una dulzona y traviesa sonrisa de superioridad en los labios él dijo:

—Haré las pruebas de paternidad. Las exigiré cuando nazca Noa.

—Ay, Dios mío —susurró Marta sin poder evitarlo mientras se llevaba las manos a la cabeza. De pronto todo su puzle se resquebrajó y gritó:

—¡Y una chorra!

—Hablo en serio,
honey
. Muy en serio.

—Tú no harás eso porque yo no lo voy a permitir. ¿Y sabes? —dijo rompiendo el vale —. Mi tiempo y tu deseo se han acabado. ¡Fuera de mi casa!

Philip se levantó con una cautivadora sonrisa y anduvo hacia ella.

—Marta cariño te quiero... te quiero. Escúchame.

Retirándose de él y a punto de llorar dijo:

—No me toques o te juro que te achucho a
Feo
.

Philip miró al animal que dormido y tranquilo estaba junto al sillón y prosiguió.


Honey
...

—¡Ni
honey
ni leches! —gritó ella cada vez más atraída por él—. He dicho que no te escucho y punto. Tenías dos vales y he cumplido mi palabra. Pero una vez concluido el tema, adiós, señor Martínez. Que le vaya bien.

Resignado por su cabezonería se volvió a acercar. Pero esta aprovechó para empujarle hacia la entrada de los espejos. Philip no quería resistirse. Temía que un mal movimiento pudiera hacerle daño. Pero de pronto Vanesa apareció ante ellos como un vendaval con una libreta y dándosela a Philip dijo:

—Toma. Aquí tienes firmados trescientos vales por mí y si hacen falta te firmaré más —y volviéndose hacia su desconcertada madre dijo—: Tú siempre has dicho que mis vales eran los que más te importaban. Pues bien, se los regalo todos a Philip porque se los merece.

—Vanesa... hija —susurró Marta mientras Philip sonreía por la genial idea de la muchacha. En ella tenía una buena aliada.

—Mira, mami, me da igual si mañana o pasado mañana me castigas y te enfadas conmigo. Me importa un pimiento todo. Yo jorobé la historia tan bonita que había entre vosotros y no... no quiero cargar con la culpa el resto de mi vida. He hablado con Philip y él me ha perdonado y me ha dado de nuevo una oportunidad. He hablado contigo y tú me has perdonado. ¿Por qué tú no puedes perdonarle a él por algo de lo que yo soy culpable, y ser capaz de darle otra oportunidad? ¿No te das cuenta que te quiere? Que nos quiere a ti, a Noa y a mí, incluso a
Feo
.

Sobrecogida por aquellas palabras y por como aquellos dos la miraban Marta rompió a llorar. Philip al verla alargo el brazo, la atrajo hacia él y la acunó. Marta, al sentirse entre sus brazos sin poder evitarlo dejó atrás su fachada de frialdad y le abrazó. Le quería. Le amaba tanto como él a ella. Philip estaba conmovido por como ella le hacía sentir mientras la sentía sollozar entre sus brazos. Sus ojos y los de Vanesa se encontraron y tras guiñarle el ojo, la chica cogió la correa de su perro y dijo antes de abrir la puerta:

—Vamos,
Feo
. Demos un paseíto para que Romeo y Julieta se mimen un rato.

Dicho aquello la puerta se cerró y quedaron solos y abrazados en el recibidor de espejos. Emocionado por lo que había escuchado decir a Vanesa y en especial por como Marta hipaba mientras se abrazaba a él, le susurró al oído:

—Hola,
honey
... te echaba de menos, mi amor.

Ella, sin mirarle, asintió. Era tal el descontrol de felicidad que en su interior había que el sentimiento la desbordó y solo podía llorar. Abrazado a ella Philip miró su imagen en los espejos. En aquel lugar le hizo el amor por primera vez y allí volvían a estar. Juntos y abrazados.

—Cielo, puedes mirarme para que yo pueda disfrutar por fin de tu bonita y preciosa cara y pueda decirte qué te ofrece nuestro nuevo trato —susurró él.

—No.

—¿Por qué?

—Porque odio que me veas así. Yo no lloro. Todo es culpa de las malditas hormonas que me tienen descontrolada perdida. Además, estoy horrible. Me han salido manchas en la piel, y ahora por tu culpa y la de mi hija encima tengo la nariz como un tomate. Eso sin hablar de mi cuerpo de botijo y mis tobillos hinchados como morcillas.

Con una ternura infinita, Philip se acercó con ella al aparador de la entrada y tras cogerla en brazos y sentarla sobre él dijo sacándose un pañuelo del bolsillo:

—A ver... enséñame ese tomate que tienes por nariz. Estoy seguro de que me encantará tanto como tu cuerpo de botijo, tus tobillos, tus manchas, tu boca, tu preciosa sonrisa y tus gestos cuando te enfadas conmigo.

Incapaz de seguir un segundo más sin mirarle, Marta levantó la cara y le miró. Y no pudo por menos que sonreír cuando le escuchó decir con voz emocionada y ronca.

—Mentirosa. Estás más preciosa que nunca, cariño mío.

Acercando sus labios a los de él, le besó y disfrutó de aquella intimidad que había anhelado durante meses. De pronto, su vida había vuelto a cambiar en un segundo y allí estaba él. El hombre al que amaría toda la vida y que la hacía sonreír.

—Te quiero —susurró él al separar sus labios de los de ella—. Te quiero tanto maldita cabezota que he estado a punto de perder la razón por no tenerte cerca. Eres la mujer más maravillosa, bonita y cautivadora que he conocido en mi vida y como dice Dermot Mulroney en tu película preferida «prefiero mil veces discutir contigo que hacer el amor con otras» porque eres mi vida, y sin ti ya no puedo vivir. Juntos vamos a criar a Noa y a Vanesa, y te prometo que no te vas a arrepentir nunca. Me voy a encargar de mimarte, cuidarte y hacerte feliz todos los días de tu vida.

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