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Authors: Barbara J. Zitwer

Tags: #Drama

Las sirenas del invierno (26 page)

—Papá y yo tuvimos una buena bronca. Se enfadó mucho porque fui a ver a Aggie.

—¿Por qué lo hiciste?

—Porque siempre ha sido muy cariñosa conmigo. Y a la abuela le cae mejor que las demás.

—¿A quién te refieres? ¿Las mujeres del lago?

—No. A las de la iglesia, como la señora Norton. O la señora Furth. —Pronunció este último nombre con un exagerado escalofrío.

Joey hizo el tremendo esfuerzo de no hablar. Quería que Lily siguiera. Pero la chica se volvió hacia ella, confiando obviamente en que cogería el testigo.

—¿Sigues enfadada? —la animó Joey.

—Un poco. No tanto. Yo sólo quiero que la abuela me escuche. Pero no lo hará.

—¿Has intentado explicarle cómo te sientes? —le preguntó—. Cuando no estés enfadada, quiero decir.

—Es lo que me ha dicho papá que haga. La he llamado hace un rato, pero no estaba en casa.

—A lo mejor está en el lago —aventuró Joey sin pensar.

—Puede —dijo Lily—. ¿Sabes cómo llegar? Antes sabía encontrar el sendero, pero intenté ir en verano y no lo logré porque las hierbas habían crecido mucho.

Joey lamentó haber sacado el lago a colación. No estaba segura de querer ir y, desde luego, no estaba segura de que llevar allí a Lily fuera buena idea.

—La abuela solía llevarme en verano, cuando era pequeña —continuó la chica—. Pero hace mucho que no voy. Ya no es tan divertido. Es de señoras mayores. ¿Y a quién le apetece bañarse cuando hace tanto frío? Están todas como cabras.

—A mí me encanta —confesó Joey.

—¿El lago?

—Nadar.

—¿Te has metido? ¿Cuándo?

—He ido varias veces. Creía que no me gustaría bañarme en el agua helada, pero es increíble.

—¿No es frío como el hielo?

—Al principio sí, pero después te sientes ¡vivo! No puedo describirlo. Pero entiendo por qué les gusta tanto.

Lily se paró en seco.

—¿Podemos ir?

—¿Al lago? ¿Ahora?

La chica asintió.

—Creo que la abuela se alegraría. Siempre me estaba diciendo que la acompañara, pero le dije que no tantas veces que terminó por dejar de pedírmelo.

—No sé si estará allí —dijo Joey.

—Pero habrá alguien seguro —repuso Lily—. Siempre están en aquella caseta. Y por lo menos podrán decirle que he ido a verla.

Ella vaciló. Puede que la chica tuviera razón. Tal vez el gesto conmoviera a Lilia y la hiciera cambiar de opinión sobre la propia Joey, que la viera más como una persona conciliadora que como alguien decidido a sembrar la discordia y el dolor.

—¿Estás segura de que le gustaría? —preguntó.

—Te lo he dicho, siempre estaba diciéndome que la acompañara —respondió Lily, sonriendo.

Joey no estaba tan segura. Sólo esperaba no cometer otro error. Pero la muchacha parecía muy resuelta y, desde luego, conocía a su abuela mejor que ella. Quería ver a Lilia y eso sólo podía ser un paso en la buena dirección.

—Pues venga, vamos —propuso Joey.

Viv estaba sentada en su sillón, haciendo punto, con una taza de té al lado. Sin dejar de tejer, levantó la vista, sorprendida, y exclamó:

—Pero ¡si es Lily McCormack en carne y hueso! Ven a darle un abrazo a la tía Viv.

Lily la besó y la abrazó y después se enderezó y miró alrededor.

—¿Está mi abuela aquí?

Viv señaló con la cabeza en dirección al lago.

—Está en el agua.

Se encaminaron hacia el lago, donde Lilia y Aggie, ajenas a su llegada, seguían nadando. Meg salió de la caseta y, al verlas, fue a saludarlas.

—¡Lily! Traes la primavera contigo. Hola, cariño —saludó, abrazando a la chica y a Joey después—. Parece que tenemos vientos del sur. Es el invierno más cálido desde 1916, según la BBC. Pero no hacía falta que me lo dijera la radio.

—Creía que te ibas a meter —le dijo Viv a Meg.

—Y me voy a meter —replicó la otra.

—¡Pues será mejor que lo hagas antes de que se te quiten las ganas!

—¿Me dices eso a mí? ¿Cuándo fue la última vez que te metiste tú?

—Quiero terminar el jersey.

—Eso es una excusa.

—Que conste que estuve nadando anteayer.

Meg negó con la cabeza, sonriendo, y se dirigió hacia el agua.

—¿Quieres bañarte, Lily?

—No, gracias —respondió ésta.

—¿Joey?

—Tal vez luego.

—¿Os apetece un té y galletas? —preguntó Viv—. Son caseras.

—Sí, gracias —aceptó Lily educadamente.

Viv las llevó al interior de la caseta. Al cabo de un momento, apareció Gala.

—¡Gala, Lily está aquí! —le gritó Viv—. Ha venido con Joey.

La mujer se detuvo en seco, con la respiración algo agitada y miró a Joey a los ojos.

—Os lo advierto, Lilia no está de muy buen humor —anunció con sequedad.

—Esperaba animarla un poco —reveló Lily.

—Esperemos —dijo Gala.

La chica sonrió de oreja a oreja, obviamente aliviada al ver que no era la única que tenía que aguantar el mal humor de su abuela.

—Acerca esa silla, Lily —le ordenó Viv—. Siéntate a mi lado. Sabes hacer punto, ¿verdad?

Lily acercó la silla como le decía.

—La señorita Christie, del colegio, intentó enseñarme, pero no se me daba muy bien. Se me saltaban los puntos todo el rato.

—¿Todavía tienes aquel jersey que te hice?

—¡Lo lleva Lucius, mi osito de peluche! —Lily se volvió hacia Joey, que se estaba sirviendo galletas—. Es muy mono. A rayas turquesa y lavanda, con una margarita de color amarillo chillón en el ombligo.

Joey sirvió té en dos tazas y le pasó una a Lily.

—Qué bonito, Viv —dijo la muchacha, estudiando un rectángulo de la labor de Viv.

—Oh, gracias —respondió la mujer—. Es la espalda de un jersey para la nieta de Meg. —Levantó la prenda, tejida en un complicado patrón de Arán a base de ochos y punto de arroz—. Compré diez madejas de esta fabulosa lana en un puesto callejero de Devon. Creo que eran los últimos restos que tenían de esta tintada.

—¿Qué es una tintada? —preguntó Joey.

—Es la lana teñida con el mismo tinte —explicó Viv—. Pueden darse pequeñas variaciones de color entre una madeja y otra, que el tinte varíe un poco, quiero decir. Por eso te dicen que compres toda la lana que vayas a necesitar de una vez, para que sea toda del mismo lote. Si no, te puedes encontrar con dos tonos un poco diferentes.

Ella asintió.

—¿Tú haces punto, Joey? —le preguntó Viv.

—Yo no.

—Es bueno para meditar.

—Si se te da bien —terció Gala—. Supongo que es como la cocina. Cuando sabes cocinar, te parece relajante, pero cuando no, hasta asar un pollo puede ser desquiciante.

Entre el fuego de la estufa y el té, Joey empezó a sentir mucho calor. Lily parecía contenta con Viv y Gala, así que pensó que tal vez pudiese ir a darse un baño. No sabía cuánto más iba a quedarse en Inglaterra y después de los tristes acontecimientos de los últimos dos días, tenía ganas de experimentar otra vez la exultación que le había proporcionado el agua helada.

—Creo que voy a darme un baño —anunció, cuando la conversación se tranquilizó un poco.

—Por mí no te preocupes —dijo Lily, con un tono que decía que ella no tenía el más mínimo interés en meterse en el agua—. Te animaremos desde la banda.

—No sabes lo que te pierdes —bromeó Joey.

—Sé exactamente lo que me pierdo —le contestó la chica—. ¡Pulmonía doble!

Aggie, Lilia y Meg estaban todavía lejos cuando Joey se zambulló desde el muelle. Quizá porque estaba preparada para el impacto de la temperatura del agua o por el inusual buen tiempo que estaba haciendo, el caso es que los primeros minutos no le resultaron tan impresionantes como las otras veces. Sin embargo, sí notó que se le tensaban los músculos del brazo y la espalda cuando empezó a nadar crol, alargando y estirando la columna vertebral al tiempo que se impulsaba por el líquido azul verdoso moviendo vigorosamente las piernas. Deseó haber tenido más tiempo en las últimas dos semanas para haber ido a nadar y se preguntó si podría apuntarse a algún gimnasio con piscina cuando regresara a Nueva York. No sería lo mismo, claro. No había nada comparable con la exultación y la felicidad de nadar de aquella forma. Pero le estaban empezando a doler las rodillas a causa del impacto de sus carreras por el parque. Mientras que la natación se podía practicar toda la vida.

Se zambulló y buceó con ganas, impulsándose hacia adelante mientras contenía el aire lo máximo posible: ocho, nueve, diez patadas. Las algas se mecían a su alrededor a cámara lenta mientras el sol iluminaba el agua desde arriba. Vislumbró las patas palmeadas de un pato que pasaba por allí y se preguntó si aguantaría veinte patadas antes de salir a coger aire. Pero en la decimosexta tuvo que salir. Se dio la vuelta para regresar y vio a Lily de pie en el muelle, saludándola con los brazos y una sonrisa.

Lilia, Meg y Aggie se estaban acercando a la escalerilla dispuestas a salir ya del agua. Joey se sumergió de nuevo y cuando volvió a salir, vio a Lilia y a Aggie con Lily en el muelle. Meg estaba subiendo la escalerilla. Toda la alegría desapareció de la expresión de la chica. Lilia la agarró por el brazo.

Joey hizo acopio de toda su energía y nadó hacia el muelle lo más de prisa que pudo. Cuando llegó a la escalerilla y empezó a subir los peldaños, Lilia la fulminó con la mirada.

—¡Me voy ahora mismo! —oyó gritar a Lily.

—Te vas a quedar donde estás, señorita —le ordenó su abuela.

—He venido porque pensaba que te alegrarías. Pero ¡nada te hace feliz! —exclamó la muchacha con tanta fuerza que se escaparon unos salivazos.

Joey había salido ya del agua. Meg volvía a la caseta, aparentemente sin ganas de presenciar los inevitables fuegos artificiales. Gala y Viv estaban detrás de Lily, en el muelle.

—La chica sólo quería verte —dijo Gala.

—¡Esto no es asunto tuyo, Gala! —le espetó Lilia—. Así que no te metas.

Y a continuación, se volvió hecha una furia hacia Joey.

—¿Por qué no nos dejas a todos en paz? —le gritó—. Nadie te ha pedido que vengas.

—Se lo pedí yo, Lilia —reveló Aggie con calma—. Vamos, no estropeemos esta preciosa tarde.

—¿Y de arruinar a mi familia, qué? —chilló la mujer—. Eso es lo que está haciendo, metiendo la nariz donde no debe, entrometiéndose como…, como la típica americana, adueñándose de lo que le apetece, Stanway House, el marido de mi hija, ¡mi propia nieta!

—¡Yo le he pedido que me trajera, abuela! ¡Pensaba que te alegrarías de verme!

—¿Con ella? ¿Has pensado que me alegraría de verte en compañía de esta… furcia?

Joey, que se había quedado sin palabras, miró a una estupefacta Aggie y después a Viv, que parecía aterrorizada. Gala dio media vuelta y regresó a paso ligero hacia la caseta.

—Lilia —habló Aggie con voz serena—, cálmate, por favor.

—Entremos a tomar un té —sugirió Viv con nerviosismo—. O que Gala nos prepare su chocolate especial.

Lilia agarró a su nieta y dijo:

—Nos vamos. Ahora mismo.

—No —repuso Joey cuando por fin pudo hablar—. Soy yo la que se va. He cometido un error trayendo a Lily, obviamente, y lo lamento mucho…

—¡Deberías! —le gritó Lilia—. ¡Eres una mujer tonta y egoísta y al menos yo me alegraré mucho de no volver a verte nunca más!

—¡Pues yo no! —chilló Lily—. Ha sido muy simpática conmigo. Mucho más que tú.

Trató de soltarse de su abuela, pero ésta, que tenía unos brazos fuertes después de tantos años de natación, la sujetaba con firmeza, obligándola a emplear todo el peso de su cuerpo para tratar de evadirse. La chica dobló ligeramente las rodillas intentando afianzarse, y no se dio cuenta de que estaba pisando un punto donde el hielo era más fino. Cuando Lilia la soltó, perdió el equilibrio y, al tratar de recuperarlo, resbaló en el hielo y cayó al agua, golpeándose la cabeza en el borde de la escalerilla de hierro.

—¡Lily! —gritó Lilia con desesperación al ver que la niña arqueaba la espalda al contacto con el agua fría, inconsciente.

La adrenalina recorrió el cuerpo de Joey como si le hubieran dado una descarga eléctrica. Se lanzó al agua seguida por Aggie.

—¡Llama a una ambulancia, Viv! ¡De prisa! Está inconsciente —ordenó Aggie, en cuanto salió a la superficie.

—¡Lily! —lloraba Lilia—. ¡Lily!

La mujer parecía paralizada, incapaz de hacer otra cosa que pronunciar el nombre de su nieta. Al oír el alboroto, Gala salió a la puerta de la caseta y echó a correr hacia la orilla.

—Traed una tabla —ordenó Aggie—. Necesitamos una tabla.

Lily respiraba, pero aún no había vuelto en sí.

—Tenemos que estabilizarla, puede que se haya roto el cuello —susurró Aggie—. Un movimiento en falso y se podría quedar paralítica.

—¡Dios mío! ¿Lily? ¿Lily, me oyes?

Joey y Aggie le pasaron los brazos por debajo del torso y la cabeza y la mantuvieron a flote para que pudiera respirar.

—Estás a salvo, Lily —dijo Aggie con calma—. Te vas a poner bien, cariño. En seguida te sacamos del agua.

Viv y Gala encontraron una tabla y la llevaron corriendo al muelle, la colocaron en la superficie del agua y se metieron también ellas. Lilia lo observaba todo desde el muelle, incapaz de moverse.

—Ponédsela debajo de la espalda —ordenó Aggie. Todas movían las piernas debajo del agua para mantenerse a flote, lo que complicaba tremendamente la maniobra, pero no tardaron en meter la tabla debajo de la espalda, el cuello y la cabeza de Lily, que seguía sin abrir los ojos.

—Aguanta, tesoro —repetía Joey en un susurro—. Lo estás haciendo muy bien. Muy bien.

—Tenemos que sacarla —dispuso Aggie—. No podemos esperar a que llegue la ambulancia, el agua está demasiado fría. Joey, sube al muelle y sujétale la cabeza mientras Gala y yo empujamos la tabla. Viv, ayuda a Joey.

Las dos subieron la escalerilla todo lo rápido que pudieron. Joey vio a Meg, que salía corriendo de la caseta con el móvil en la mano.

—Están de camino —chilló—. Llegarán en un par de minutos.

—¡Lilia! —gritó Viv—. ¡Te necesitamos! ¡Ayúdanos!

Eso pareció sacar a la mujer de su estado de shock. Se arrodilló entre Joey y Viv en el muelle a toda velocidad.

—Tú y yo la levantaremos, Lilia —propuso Viv—. Mientras tanto, Joey le estabilizará la cabeza.

Lilia no dijo nada, sólo asintió. Meg se arrodilló también junto a ellas, dispuesta a ayudar en lo que fuera.

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