Los demonios del Eden

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Authors: Lydia Cacho

 

Los demonios del edén documenta y denuncia las experiencias de abusos y explotación sexuales sufridas por menores de edad. Siguiendo al pie de la letra los procesos contra el responsable de estos delitos, Jean Sccar Kuri, la autora desenmascara, “el poder que proteje a la pornografia infantil”, acertado y premonitoreado subtítulo de este libro desde su primera edicíon.

Lydia Cacho Ribeiro

Los demonios del Edén

El poder que proteje a la pornografia infantil

ePUB v1.0

Demes
02.07.11

Editorial: Grijalbo

Año publicación: 2005

Temas: Ensayo : Periodismo

La esperanza tiene dos hijas: la ira y el valor. La ira para indignarse por la realidad y el valor para enfrentar esa realidad e intentar cambiarla.

AGUSTÍN DE HIPONA

A las mujeres y a los hombres que entre la ira y el valor intentan a diario construir un México libre de violencia.

Introducción

Escribir o leer un libro sobre el abuso y comercio de menores no es fácil ni agradable. Sin embargo, resulta más peligroso guardar silencio sobre el fenómeno. Ante la muda complicidad de la sociedad y el Estado, miles de niñas y niños son víctimas de comerciantes que los convierten en objetos sexuales de millones de hombres que encuentran en el abuso sexual infantil y en la pornografía un deleite personal sin cuestionamientos éticos.

Ésta no es la historia de un viejo sucio que descubre que le gusta tener sexo con niñas de incluso cinco años de edad. Si bien los fragmentos narrados por las víctimas son profundamente dolorosos, la valentía y claridad de los testigos y especialistas nos permiten ver la luz al final del camino y ahondar en las implicaciones de la inacción ante la violencia y la explotación sexual.

Aquí mostramos el sustento cultural de la misoginia y el intrincado tejido que une a un abusador sexual con el crimen organizado, bajo el cobijo de la impunidad y la corrupción policíaca. Vemos cómo los poderosos extienden sus brazos allende las fronteras, para intentar acallar las voces de denuncia que develan las redes de complicidad criminal. Tal complicidad, aunada a la falta de protección policíaca y el temor a sus victimarios, provoca que miles de víctimas de delitos violentos en México se retracten de sus denuncias, o bien, por no callar sean asesinadas.

El reto del periodismo es recontar historias humanas para comprender mejor el mundo que nos rodea.
Los demonios del Edén
cumple ese propósito: poner de manifiesto el mundo de las sombras al que a diario, y sin saberlo, se enfrentan cientos de madres, padres e infantes que jamás creyeron que podrían caer en las garras de un pederasta, un experto en pornografía o un violador.

Con base en una rigurosa investigación periodística se expone una historia que aún no llega a su fin. Dado que el caso del pederasta Jean Succar Kuri sigue en proceso para llegar a juicio por los delitos federales de pornografía infantil y abuso sexual de menores, evitamos en lo posible dañar las investigaciones judiciales. Por ello se omitieron los nombres reales de algunos testigos y agentes federales de investigación cuya labor profesional ha sido esencial. Toda la información está respaldada por documentos oficiales, declaraciones directas de las víctimas e incluso por grabaciones de video y voz en poder de peritos expertos de las autoridades judiciales. El seguimiento y respaldo de investigaciones de colegas periodistas están documentados. Las menciones de reconocidos personajes del ámbito empresarial y de la alta política mexicana se enmarcan en declaraciones de las víctimas y se encuentran sustentados en documentación oficial en manos de la AFI y la PGR.

Cuando se logre extraditar a Jean Succar Kuri y se le lleve ajuicio, podrán probarse los delitos o exonerarlos.

Este libro no hubiera sido posible sin la participación de personas que, como yo creen que es posible construir otro mundo libre de violencia y sexismo y que para lograrlo se precisa de congruencia y persistencia. Por esto agradezco desde el alma a mis compañeros, compañeras y maestras en la construcción de la paz: Claudia, Darney, Erika, Berenice, Irma, Edith, Rosario, Magdalena, Araceli, Marcely, Clara, Vicky. Valentina, Lía, Tabi, Alicia y Enrique. Amis colegas periodistas Adriana Varillas y David Sosa; a la valiente abogada Verónica Acacio; a las expertas norteamericanas Dianne Russel, Deborah Tucker, Juliet Walters, Patricia Castillo, y a Arturo M. A los agentes de la
PGR,
excepcionales entre sus colegas, cuyos nombres no puedo revelar, pero que alimentan la esperanza de que algún día México cuente con cuerpos policíacos profesionales, con ética y honestidad. 

Agradezco a mi familia entera, que me ha acompañado en momentos difíciles producto de mi trabajo. A mis maestras feministas Paulette Ribeiro, Marcela Lagarde, Pilar Sánchez, Montse Boix y Mirta Rodríguez quienes dan significado a la palabra sororidad. Y, sobre todo, dedico este libro a las niñas y niños víctimas del abuso e infortunado(a)s protagonistas de estas páginas. Entiendo que la posibilidad de un mañana diferente en sus tiernas vidas requiere asegurarse de que el crimen en su contra no quede impune.

Cancún, Quintana Roo, febrero de 2005

Prólogo

Cintia está sentada con las piernas tensas, con la intención de subirlas y convertirse en un ovillo, de esconderse en su propio cuerpo. La sicóloga le habla pero la niña de trece años mantiene la mirada baja; parece dormida, sorda, muda, ausente.

El espacio de la cámara de Gessel, alfombrado de piso a techo, es inspeccionado por su mirada. Mientras tanto, la sicóloga le explica:

No te preocupes, él ya no puede tocarte, ya jamás podrá acercarse a ti.

Cintia crispa las manos sobre el cuerpecillo lánguido de un animal de peluche blanco y negro, lo abraza y cubre su pecho con él.

—Lo conocí cuando tenía nueve años. Fui a su casa y nadábamos bien padre en su alberca, yo y otras niñas. El estaba con su esposa. Nos veían jugar y luego nos mandaban a la casa con su chofer. Siempre me daba un poco de dinero para que me comprara dulces, o lo que yo quisiera.

La mirada de Cintia se cristaliza, fija en las pupilas de su interlocutora. Hala su cabello crespo, rubio y muy corto, se restriega la cabeza con las manos, tuerce el cuello. Fija la mirada de nuevo.

—Un día que Emma me llevó a Solymar él me llevó a su cuarto del hotel — se acurruca abrazando a la criatura de felpa. Sin llorar, mira al vacío—. Comenzó a tocarme y me dijo que eso hacen todos los papás con sus hijas, que como yo no tengo papá y él me quiere... Me lastimó con las manos, yo lloraba y lloraba pero él no paraba. Luego me bajó a la sala. Allí estaba mi hermano. Nos sentó juntos a ver la tele y le dijo a mi hermano que me tocara. Claro que él no quiso, gritó, pero Johny es muy grande y muy fuerte y nos obligó a hacerlo.

—¿Por qué volvían tú y tu hermano y las otras niñas?

—Una vez estábamos en su cuarto, después de que me hizo cosas. Yo no quise bajar a la cocina y él subió por mí. Traía un cuchillo, de esos grandotes de la cocina, en la mano y me dijo que me iba a cortar toda, en pedacitos. Yo bajé. No quería que me cortaran en pedacitos. El es el diablo y me daba miedo. Me decía “Mira, mi’jita, si te portas bien y me obedeces todo va a estar bien, irás a la escuela y te compraré ropa y cosas bonitas; pero si le dices algo a alguien, esa persona se va a morir. Si le dices a tu mamá, ella se muere. Ya te dije, esto, aunque no te guste, es lo que hacen todos los papás con sus hijas”. Y como yo no tengo papá...

—¿Qué más te decía?

—Ya no voy a hablar —hace un puchero, con gesto infantil — porque va a venir por nosotras y nos va a llevar al DIF y nos van a separar para siempre y me van a regañar por hacer esas cosas malas. Eso dice él, que si hablamos nos encerrarán en una cárcel del
DIF
y nunca volveremos a ver a mi mamá ni a mi tío de Mérida.

Guarda silencio y acaricia a su muñeco. Cintia comenzó a ser víctima del abuso desde los ocho años de edad y lo fue hasta hace un par de meses —ahora tiene trece—, cuando su prima Emma la llevó a denunciar lo que estaban viviendo.

—Cuéntame más sobre lo que pasaba en su cuarto del hotel.

La niña decide hablar aunque no mira a la psicóloga sino a sus manos.

—El se tomaba fotos haciéndome cosas. Luego me llevaba a su computadora y me decía: “Mira qué bien nos vemos haciendo nuestras cosas!”. Y las mandaba por internet, que yo entonces ni sabía qué era. Quería llorar, pero me daba miedo. El “Tío Johny” era bueno a veces, sólo que tiene ese problema... le gusta hacer cosas con las niñas.

—Cintia, ¿te gustaría vivir en el refugio con tus hermanos y tu madre?

—Sí, creo que sí.

La menor se levanta despacio de la silla, sale de la cámara de Gessel y se encuentra con su madre en el pasillo. Se miran y ésta rompe a llorar. Su hija ha pedido ayuda por primera vez en sus trece años de vida.

Cintia se dirige a tomar un baño caliente, acompañada por la psicóloga. No quiere desvestirse. Por fin acepta. Poco a poco se despoja de una playera y dos camisetas. Viste cuatro calzoncillos de algodón, uno sobre otro. El último queda expuesto. Es blanco y sobre el resorte en buen estado tiene un listón fuertemente amarrado.

Llevada por el miedo, con él la niña clausuró su sexo, su derecho al placer.

El delincuente culpable de esa y otras vidas trastocadas tiene un nombre: Jean Succar Kuri, el infame hotelero libanés de Cancún.

La escala e impunidad con que Succar y su red de apoyo cometieron estos delitos sólo puede explicarse en el contexto del territorio salvaje que ha sido Cancún, una ciudad con un crecimiento vertiginoso, sin leyes ni autoridad, propicia para anidar toda suerte de infamias.

Nota de la autora

Todos los datos de esta investigación están respaldados con documentos oficiales y testimonios directos. Puesto que ya han sufrido lo intolerable y con la esperanza de que nunca más vuelvan a ser humilladas y exhibidas, los nombres de las víctimas han sido cambiados por seudónimos.

1. Inventando el paraíso

Si bien fue el 24 de noviembre de 1902 cuando el presidente Porfirio Díaz firmó el decreto declarando territorio federal a Quintana Roo, apenas en octubre de 2004 éste cumplió treinta años de haber sido decretado como estado. Hasta hace tres décadas era territorio; una región marcada por la invasión militar, la ocupación territorial, la inmigración, la colonización de voluntarios, mercenarios y filibusteros.

A partir de 1902, el general jalisciense Ignacio A. Bravo fue enviado a la frontera con Belice y Guatemala para “hacer la declaración del territorio federal y pacificar a los indios causantes de la Guerra de Castas”.

Durante ocho años, Bravo gobernó la colonia militar de Quintana Roo. El territorio fue bautizado con el mote de “la Siberia Mexicana”, a raíz de haberse convertido en el último reducto presidiario de los mexicanos indeseables para el presidente Porfirio Díaz: los militares rebeldes, los huelguistas de Río Blanco, los zapatistas y los maderistas. Todos ellos eran prisioneros políticos.

En poco tiempo la selva pacificada se convirtió en botín de políticos de toda la República mexicana. Diputados federales de Jalisco, Tepic y Oaxaca (que nunca residieron en sus estados) gestionaron sin parar la venta y compra irregular de terrenos, despojando a los grupos indígenas de sus propiedades en la selva, que sus antepasados habían habitado durante siglos.

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