Los Pilares de la Tierra (41 page)

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Authors: Ken Follett

Tags: #Novela Histórica

Volvió al lateral norte de la iglesia y caminó por allí. Durante las últimas dos semanas había visto varias iglesias y todas ellas tenían más o menos la misma forma. La parte más grande era la nave que siempre se encontraba hacia el oeste. Luego había dos brazos a los que Tom llamaba cruceros, apuntando uno hacia el Norte y el otro hacia el Sur. A la parte este se la llamaba presbiterio y era más corta que la nave. Kingsbridge se diferenciaba tan sólo en que su lado oeste tenía dos torres, una a cada lado de la entrada, como si hubieran de emparejarse con los cruceros.

En el crucero norte había una puerta que Jack intentó abrir, pero que la encontró cerrada con llave; siguió caminando hasta el lado este. Ninguna puerta. Se detuvo a mirar a través del herboso patio. En la parte más alejada del rincón sureste del priorato había dos casas, la enfermería y la casa del prior. Ambas estaban sumidas en la oscuridad y silenciosas; siguió andando en derredor del lado este y a lo largo del lateral sur del presbiterio hasta llegar junto al crucero sobresaliente sur. Al final del crucero, como la mano de un brazo, estaba el edificio redondo que llamaban sala capitular. Entre ésta y el crucero había un angosto pasaje que conducía al claustro; Jack lo atravesó.

Se encontró en un cuadrángulo cuadrado, con césped en el centro y una especie de corredor ancho, cubierto, todo en derredor. La piedra clara de los arcos presentaba un blanco fantasmal bajo la luz de la luna y el corredor en sombras estaba impenetrablemente oscuro. Jack esperó un momento a que se le acostumbraran los ojos.

Había desembocado en la parte este del cuadrado. A la izquierda podía distinguir la puerta que daba a la sala capitular. Más lejos, a su izquierda, en el extremo sur del paseo este pudo ver, frente a él, otra puerta que supuso sería la del dormitorio de los monjes. A su derecha otra puerta conducía al crucero sur de la iglesia. Intentó abrirla pero estaba cerrada con llave.

Avanzó por el paseo norte. Allí encontró una puerta que conducía a la nave de la iglesia; también estaba cerrada.

En el paseo oeste no encontró nada hasta llegar a la esquina suroeste donde dio con la puerta del refectorio. Pensó que habría una enorme cantidad de comida para alimentar cada día a todos aquellos monjes. Cerca había una fuente con una taza. Los monjes se lavaban allí las manos antes de las comidas.

Continuó andando por el lado sur del claustro. A medio camino había una arcada. Jack entró por ella y se encontró en un pequeño pasadizo, con el refectorio a la derecha y el dormitorio a la izquierda. Se imaginó a todos los monjes profundamente dormidos, en el suelo, exactamente al otro lado del muro de piedra. Al final del pasadizo sólo había un declive embarrado que terminaba en el río. Jack permaneció allí un minuto mirando hacia abajo al agua, a unas cien yardas de distancia. Sin motivo especial alguno recordó una historia sobre un caballero a quien habían cortado la cabeza pero que seguía viviendo. Y sin quererlo se imaginó al descabezado caballero saliendo del río y subiendo la cuesta en dirección a él. Allí no había nada pero Jack todavía estaba asustado. Dio media vuelta y volvió presuroso al claustro. Allí estaba más seguro.

Vaciló debajo de la arcada escudriñando el cuadrángulo iluminado por la luna. Estaba convencido de que debía de haber alguna forma de meterse furtivamente en un edificio tan grande, pero no se le ocurría en qué otro sitio mirar. En cierto modo se sentía contento. Había pensado hacer algo aterradoramente peligroso y si era imposible tanto mejor. Por otra parte le espantaba la idea de dejar aquel priorato y por la mañana lanzarse de nuevo a los caminos. La andadura interminable, el hambre, la decepción, y la ira de Tom y las lágrimas de Martha. Todo ello podía evitarse con sólo una pequeña chispa del pequeño pedernal que colgaba del cinturón.

Por el rabillo del ojo vio moverse algo. Se sobresaltó y el corazón empezó a latirle con más fuerza. Al volver la cabeza vio horrorizado una figura fantasmal con una vela, que se deslizaba sigilosa a lo largo del paseo este en dirección a la iglesia. Le subió a la garganta un grito que a duras penas pudo contener. Otra figura siguió a la primera. Jack retrocedió bajo la arcada para no ser visto, llevándose el puño a la boca y mordiéndole con fuerza para no gritar. Escuchó algo así como lamentos fantasmales. Se quedó mirando con auténtico terror. Entonces se dio cuenta de lo que pasaba. Lo que estaba viendo era una procesión de monjes que iban del dormitorio a la iglesia para el oficio divino de medianoche, al tiempo que cantaban un himno. Durante un momento persistió la sensación de pánico aunque supiera lo que estaba viendo. Luego le embargó el alivio y empezó a temblar de manera incontrolada.

El monje a la cabeza de la procesión abrió la puerta de la iglesia con una enorme llave de hierro, y los monjes desfilaron a través de ella. Ninguno se volvió a mirar en dirección a Jack. La mayoría de ellos parecían medio dormidos. No cerraron la puerta una vez hubieron entrado todos.

Cuando hubo recobrado la compostura Jack se dio cuenta de que ya tenía el paso libre a la iglesia; sentía las piernas demasiado débiles para andar.
Ahora puedo entrar
, se dijo.
No tengo que hacer nada una vez dentro. Miraré si es posible llegar al tejado. Es posible que no prenda fuego, que sólo eche un vistazo.

Respiró hondo y luego, saliendo de debajo de la arcada, caminó a través del cuadrángulo. Vaciló ante la puerta abierta atisbando a través de ella. Había velas encendidas en el altar y en el coro donde los monjes permanecían en pie en sus respectivos puestos, pero su luz sólo formaba pequeños claros en el centro de aquel espacio grande y vacío, dejando los muros y los pasillos en la más completa oscuridad.

Uno de los monjes estaba haciendo algo incomprensible en el altar. Y los otros entonaban de vez en cuando algunas frases de una especie de galimatías. A Jack le parecía increíble que la gente se levantara de sus camas bien calientes en plena noche para hacer algo semejante.

Se deslizó a través de la puerta y permaneció pegado a la pared.

Ya estaba dentro. La oscuridad le ocultaba. Sin embargo no le convenía quedarse allí porque los monjes le verían cuando salieran. Penetró más adentro. La llama temblorosa de las velas arrojaba sombras inquietantes. El monje que estaba en el altar hubiera podido ver a Jack de haber levantado la mirada, pero parecía completamente absorto en lo que estaba haciendo. Jack se fue trasladando rápidamente del refugio que le brindaba un pilar al del siguiente, deteniéndose un momento entre ambos para que sus movimientos fueran irregulares, coincidiendo con las oscilaciones de las sombras. La luz fue haciéndose más brillante a medida que se acercaba al cruce. Jack tenía miedo de que el monje que estaba en el altar levantara de repente la cabeza, le viera, se lanzara a través del crucero y le agarrara por el pescuezo.

Alcanzó la esquina y se sumergió agradecido en las sombras más profundas de la nave.

Se detuvo un momento sintiéndose aliviado. Luego retrocedió a lo largo del pasillo hacia el extremo oeste de la iglesia, siempre deteniéndose de manera irregular, como haría si estuviera cazando un ciervo al acecho. Cuando se encontró en la zona más alejada y oscura de la iglesia se sentó en el plinto de una columna a esperar que terminara el oficio divino.

Metió la barbilla dentro de la capa y respiró hacia el pecho para calentarse. Su vida había cambiado tanto en las dos últimas semanas que le parecía que habían pasado años desde que vivía contento con su madre en el bosque. Sabía que jamás volvería a sentirse seguro.

Ahora que ya sabía de hambre, frío, peligro, y desesperación, siempre tendría miedo de ellos.

Atisbó desde un costado del pilar. En la parte superior del altar, donde las velas brillaban más que en cualquier otra parte, apenas podías distinguir el alto techo de madera. Jack sabía que las iglesias más nuevas tenían bóvedas de piedra, pero Kingsbridge era vieja. Ese techo de madera ardería bien.

No voy a hacerlo
, se dijo.

Tom se sentiría feliz si la catedral ardiera. Jack no estaba seguro de si Tom le resultaba simpático; era demasiado enérgico, mandón y violento. Jack estaba acostumbrado a las maneras más apacibles de su madre. Pero Tom había impresionado a Jack, casi le había maravillado. Los únicos hombres que hasta entonces había conocido eran proscritos, hombres peligrosos y embrutecidos que sólo se detenían ante la violencia y la astucia, hombres para quienes el logro supremo era apuñalar a alguien por la espalda. Tom era un nuevo tipo de persona, orgulloso e intrépido, incluso sin armas. Jack jamás olvidaría la forma en que Tom se había enfrentado a William Hamleigh, aquella vez en que Lord William había querido comprar a su madre por una libra; lo que se le quedó grabado vívidamente en la mente fue que Lord William había tenido miedo. Jack había dicho a su madre que nunca se hubiera imaginado que un hombre pudiera ser tan valiente como Tom.

—Por eso hemos tenido que abandonar el bosque. Necesitas a un hombre de quien tomar ejemplo —le dijo ella.

A Jack aquella observación le dejó perplejo, pero era verdad que le hubiera gustado hacer algo que impresionara a Tom. Aunque prender fuego a la catedral no era lo más acertado. Sería mejor que nadie se enterara, al menos durante muchos años. Pero quizás llegara el día en que Jack dijera a Tom:
¿Recuerdas la noche que ardió la catedral de Kingsbridge y el prior te contrató para que la reconstruyeras y al fin todos tuvimos comida, vivienda y seguridad? Bueno, tengo que explicarte cómo empezó aquel fuego.
Sería un momento realmente grande.

Pero no me atrevo a hacerlo
, se dijo.

Callaron los cánticos y hubo un ruido como de arrastrar de pies, como si los monjes abandonaran sus sitios. El oficio divino había terminado. Jack cambió de posición para mantenerse fuera de la vista mientras salían.

A medida que salían soplaban las velas en los puestos del coro, pero dejaron una encendida en el altar. Se oyó el golpe al cerrarse la puerta. Jack esperó un poco más por si alguien se hubiera quedado dentro. Durante mucho rato no se oyó sonido alguno. Finalmente Jack salió de detrás del pilar.

Jack subió por la nave. Tenía una sensación extraña al estar allí solo en aquel edificio grande, frío y vacío.
Así es como deben de sentirse los ratones,
se dijo,
escondiéndose por los rincones cuando la gente anda por ahí y saliendo cuando se han ido
. Llegó hasta el altar y cogió la vela gruesa y brillante y se sitió mejor. Con la vela en la mano empezó a inspeccionar el interior de la iglesia. En el rincón, donde la nave se unía con el crucero sur, el sitio donde más había temido que le descubriera el monje del altar, había una puerta en la pared con un sencillo picaporte. Lo accionó y la puerta se abrió.

La luz de su vela descubrió una escalera de caracol, tan angosta que un hombre gordo no hubiera podido subir por ella, y tan baja que Tom hubiera tenido que hacerlo encorvado. Jack subió por ella.

Salió a una galería estrecha. En un lado, una hilera de pequeños arcos daban a la nave. En el otro, el techo descendía desde la parte superior de los arcos hasta el suelo, que no era llano sino curvado hacia abajo en cada lado. Jack necesitó un momento para darse cuenta de dónde se encontraba. Estaba encima del pasillo de la parte sur de la nave. El techo en forma de túnel abovedado del pasillo era el suelo curvo sobre el que se encontraba. El pasillo era mucho más bajo que la nave así que todavía le quedaba por recorrer mucho trecho desde el tejado principal del edificio.

Fue explorando en dirección oeste a lo largo de la galería. Resultaba realmente excitante ahora que los monjes se habían ido y ya no tenía miedo de que le descubrieran. Era como si hubiese trepado a un árbol y descubierto que en su misma copa, oculto a la vista por las ramas bajas, todos los árboles estuvieran conectados y uno pudiera pasearse por un mundo secreto a sólo unos pies de la tierra.

Al final de la galería había otra puerta pequeña. La atravesó y se encontró en el interior de la torre suroeste, la que no se había derrumbado. El lugar donde se hallaba no estaba destinado desde luego a que nadie lo viera, porque era tosco y no estaba terminado, y en lugar de suelo había vigas con anchos huecos entre ellas. Adosado al muro había un tramo de escalones de madera, una escalera sin barandilla. Jack subió por ella.

A medio camino de un muro había una pequeña abertura en arco. La escalera pasaba justamente por su lado. Jack metió por ella la cabeza levantando su vela. Se encontraba en el espacio del tejado, sobre el techo de madera y debajo del tejado de chapa. Al principio no percibió fin alguno en aquella mezcolanza de vigas de madera, pero al cabo de un momento descubrió la estructura. Inmensas vigas de roble, de un pie de ancho y dos de alto cruzaban la nave a lo ancho, de un extremo al otro. Encima de cada viga dos poderosos cabrios formaban con ella un triángulo. La hilera regular de triángulos se alargaba más allá de la luz de la vela. Mirando hacia abajo, entre las vigas, podía distinguir la parte posterior del techo de madera pintada de la nave, que estaba fijado en los bordes inferiores de las vigas transversales.

En el borde del espacio del tejado, en la esquina de la base del triángulo, había un pasadizo. Jack gateó hasta él a través de la pequeña abertura. Había espacio justo para que pudiera ponerse en pie, un hombre hubiera tenido que ir completamente encorvado. Anduvo un trecho. Había suficiente madera para un fuego. Olfateó intentando identificar el extraño olor que flotaba en el aire. Llegó a la conclusión de que era brea. Las vigas del tejado estaban embreadas. Arderían como la yesca.

Le sobresaltó un repentino movimiento en el suelo y el corazón empezó a latirle con fuerza. Pensó en el caballero descabezado del río y en los monjes fantasmales por el claustro. Luego recordó a los ratones y se sintió mejor. Pero al mirar con más cuidado descubrió que eran pájaros. Debajo de los aleros había nidos.

El espacio del tejado seguía la forma de la iglesia abajo, con dos brazos sobre los cruceros. Jack llegó hasta el cruce y permaneció en pie en el rincón. Se dio cuenta de que debía de estar directamente encima de la pequeña escalera de caracol que le había conducido desde el nivel del suelo hasta la galería. Si decidiera pegar fuego, allí sería el mejor sitio. Desde allí podría extenderse en cuatro direcciones: al oeste a lo largo de la nave, al sur por el crucero sur, y a través del cruce al presbiterio y al crucero norte.

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